09

La música salía escopetada de los altavoces del coche. Las ventanillas estaban abajo del todo y el aire me daba en las mejillas haciéndome muy feliz. Había decidido salir de la autovía y desviarme hasta Burgos para comer algo. Mis tripas habían rugido y ya no les iba a privar más de comer lo que quisiesen. Así que cuando me comí esa hamburguesa con bacon y queso la disfruté como si fuera una niña pequeña.

Paré a repostar en una gasolinera cerca de Torrelavega, y ya entrada la noche, llegué hasta la casa de mi abuela en Somo. Sentí como mi corazón volvía a latir al ver el coche familiar de mi padre en la entrada de la casa de remates de piedra, y pronto las ansias por entrar y ver a mi familia después de años me recorrieron por completo.

Bajé del coche muy rápido y cerré dejando que el sonido de un portazo llenara el ambiente. Las luces del porche se encendieron y me apresuré a llegar a la puerta principal, recorriendo el camino resguardado por las flores que mi abuela se empeñaba en plantar para parecerse a esas casas que salían en las películas.

— ¿Quién está ahí?— la voz de mi padre medio adormilado hizo que las lágrimas volvieran a mis ojos.

Joder, lo había echado de menos.

— Papá...— mi tono de voz fue descendiendo a medida que mi cuerpo aparecía en su campo de visión.

—  ¡¿Jana?!— sus ojos  verdes se agrandaron y una sonrisa se extendió por su rostro. La barba de un par de días remarcaba su mandíbula y su pelo castaño caía sobre su frente despeinado.— Por dios mi niña, ¿por qué no me dijiste que venías?— de dos grandes zancadas vino hacia mi y me rodeó entre sus brazos.

Mis lágrimas ya caían por mis mejillas de nuevo.

— Hey princesa— se separó un poco de mí posicionando su mano en mi mejilla. Un quejido salió de mi boca haciendo que la apartara como si fuera fuego— ¿Qué ha pasado?

— Yo...— la voz se me cortó antes de poder empezar— Discutí con mamá— su ceño se frunció y volvió a abrazarme, porque sentía que sabía que esa era la versión abreviada de todo.

Pasos resonaron a nuestras espaldas y sentí como alguien cargaba un arma.

— ¡David!, ¡¿Dónde estás?!, ¡¿Quién es ese pájaro* que se ha atrevido a pisar mi tierruca*?!— la voz de la abuela me hizo reir.

— ¡Ay, abuela! ¡Baja la escopeta, que te vas a hacer daño!— me separé un poco de los brazos de mi padre para ver la escena de Irune regañando a mi abuela.

Mis manos sobaron mis mejillas, haciendo que otro quejido saliera de mi boca, pero retiré todo rastro posible de lágrimas, y aunque sabía que preocuparme por mi aspecto servía de poco en estos momentos, traté de verme feliz para mi familia.

Hoy los veía a todos por primera vez en años.

Cuando los ojos de la abuela dieron con mi cuerpo juro que sus ojos se agrandaron con las más gratas de las sorpresas. La escopeta cayó sin preocupación al suelo, haciendo que Irune diera un saltó hacia atrás soltando unas cuantas malas palabras por su boca. Mis dientes atraparon mi labio inferior observándo la reacción incrédula de la abuela, y tratando de dar el primer paso hablé.

— Hola abuela, ¿te acuerdas de mí?— Irune dejó de insultar al aire para mirar hacia mi dirección con la boca abierta.

— ¡La hostia, Jana!— Irune pasó de largo de la abuela y me envolvió entre sus brazos en el abrazo más sincero que me habían dado en mucho tiempo.

Con pesar llevé mis manos hacia los brazos de Irune para soltarlos de mi cuerpo. La di una sonrisa cuando ella me miró entrecerrando sus ojos, y ahí supe que ella ya sabía que algo andaba muy mal.

Intenté ignorar su mirada y centrarme en los ojos de la abuela. Su pelo canoso recogido en aquellos infinitos rulos la daban un aspecto algo cómico, y no hablemos de su camisón de bordados rosas que me encantaba ponerme cuando era una niña, apesar de que era tallas infinitamente más grandes de las que usaba una niña de 4 años.

— ¿Qué te ha hecho esa loba?— su tono firme sonaba enfadado, muy enfadado, mientras sus ojos repasaban cada detalle de mi rostro, deteniéndose por más tiempo en mi mejilla amoratada.

Yo negué con la cabeza intentando borrar todo lo que había pasado estás últimas semanas, aunque ya sabía que eso era un esfuerzo inútil de mi parte. Asi que, cogiendo todo el aire que pude, extendí mis brazos hacia delante, buscando el único afecto materno que había recibido en mi vida.

La abuela no me negó, nunca lo hacía, pero tardó unos segundos en responder a mi llamado silencioso de socorro, pero cuando sus rechonchos brazos me apretaron hacia ella sentí que las lágrimas caerían de nuevo.

Y así lo hicieron.

— No pasa nada mi cachorrita*, todo va a estar bien ahora, ya estás con la güela*— sus palabras calaron hondo en mí, y sabía que tendría razón, que iba a estar bien— Anda, vamos adentro de casa y deja que te prepare un chocolate caliente.

— Abuela estamos en julio, un chocolate caliente no entra ahora— mi abuela hizo oídos sordos de la queja de Irune y poniendo una de sus manos en mi espalda baja me hizo entrar en casa.

— David, saca las maletas del coche de la niña — no hizo falta que se lo dijera muy alto, pues mi padre ya se estaba encargando de ello.

La poca fuerza que ejerció mi abuela sobre mí hizo que moviera mis pies inmediatamente para pasar dentro de casa. El aroma entremezclado de madera y ambientador calaron en mi nariz y me deleité profundamente, pasando mis ojos por toda la extensión del pasillo. Miraba a mi alrededor como si fuera la primera vez que entraba aquí, observando cada rincón curiosa, buscando todos los recuerdos que la abuela desperdigaba por cada estantería de la casa.

Giré mi cabeza para encontrarme con la mesita de la entrada, la que resguardaba el gran espejo de cuerpo entero, y no tardé en vislumbrar todas las fotos de la familia. Mis abuelos, mi padre de pequeño, mi tía junto con mis primos recién nacidos, Irune, Anne, y también estaba yo de bebé. Una sonrisa apareció en mi rostro viendo todas aquellas fotos, y las lágrimas nunca pararon.

— Dios mío, ¿Jana?— mi mirada se apartó de las fotos al escuchar la voz de la novia de mi padre. La vi parada al borde del último escalón, con una fina bata de verano dejando sus piernas al descubierto. Ella sobaba su ojo derecho y tenía su pelo oscuro algo revuelto.

Ella era la antítesis de mi madre. Anne era real y única.

— Hola Anne, lamento despertaros— sobé mis mejillas otra vez antes de entrelazar mis dedos sobre mi estómago.

La puerta se cerró a mi espalda y sentí el ruido de las ruedas de la maleta sobre el azulejo del suelo. Mi abuela me dio un leve empujón para que avanzara hacia la cocina.

— No digas tonterías cachorrita, vamos a por ese lambizqueo*— Anne me observó preocupada desde la escalera, pero yo, apartando la vista de su cuerpo, emprendí camino por el pasillo hasta llegar a la cocina.

Mi abuela encendió las luces tras mi espalda y mis ojos tardaron en hacerse a la iluminación repentina. Ella me volvió a empujar de nuevo para sentarme en una de las sillas de la mesa de la cocina, y antes de darme cuenta, ella ya había comenzado a trastear con las cazuelas para fundir chocolate.

— Mamá, es muy tarde para hacer chocolate ahora— mi padre entró detrás de Anne e Irune, quienes se sentaron a mi lado en la mesa.

Mi abuela se dio la vuelta una vez había dejado la cazuela en el alumbre, y apuntando a mi padre con la cuchara de madera sentenció.

— Estás en mi casa pichurrín*, asi que aquí se hace lo que yo mande, y si quiero hacer chocolate pues hago chocolate a la niña— la cuchara de madera se movía histéricamente con sus palabras.

Sentí a Anne sonreir ante el bufido de mi padre, y con un guiño de ojos algo confidente susurro hacia el centro de la mesa.

— Dónde manda capitán, no manda marinero— Irune sonrió hacia su madre, y rápidamente sentí las manos de las mujeres agarrarme las mías sobre el mantel de la mesa.

No sabía en qué momento había clavado mi miradaa sobre el mantel de hule azul con dibujos de margaritas de la mesa, pero me sorprendí un poco cuando su calidez atrapó mis manos heladas. Elevé mi mirada hacia ellas, quienes me observaban con expresiones de cariño, y derrepente me sentí acogida de nuevo.

Aquí era válida.

La silla a mi lado se movió, y mi padre ocupó el puesto que solía ser de mi abuelo. Su brazo se posó en el respaldo de la silla y una de sus manos acarició mi muslo haciendo que lo mirara. Sus ojos verdes brillaban preocupados y enfadados, y sabía bien por qué.

No por nada se divorció de mi madre.

— Cuéntame, ¿qué ha pasado?— volví a fijarme en el hule del mantel antes de subir la mirada hacia Anne e Irune.

Las quería muchísimo, pero no consideraba correcto hablar de la ex de mi padre enfrente de su actual novia, y aunque sabía que los sentimientos de mi padre por mi madre se habían volatirizado en la nada, no era plato de buen gusto para nadie escuchar sobre la ex de alguien.

O al menos yo lo consideraba así.

Además, puede que suene egoísta, pero preferiría hablar sobre la loca de mi madre a solas con mi padre y mi abuela, porque sí, daba por perdido que mi abuela accediera a irse de su cocina, y era mejor no llevarla la contraria en nada.

Creo que Anne pareció entender mi mirada llena de disculpas hacia ella, y negando con la cabeza como si no importara se levantó de la mesa ante la mirada de mi padre. Ella sonrió y dio un golpe a Irune, quien en un quejido se levantó siguiendo a su madre, a pesar de que sabía que ella no quería irse.

— Os dejamos hablar a solas, tenéis mucho que contaros— escuché a Irune bufar en desacuerdo, pero no duró mucho antes de que Anne la obligara marchar escaleras arriba.

Un suspiro salió de mis labios cuando ambas mujeres abandonaron la habitación, y antes de darme cuanta la abuela estaba poniendo el vaso de chocolate frente a mí.

¿Por cuánto tiempo me había quedado en silencio?

No lo sabía, pero el sentimiento que tenía estando en aquella casa era tan intenso que una hora se me pasaba como si fuera un segundo. Y puede, que ese tiempo en silencio mirando fijamente al hule del mantel hayan desesperado a mi padre, pero él me podía entender y sabía que lidiar con mi madre no era fácil.

Él lo hizo en un juzgado y perdió todo.

— Jana, cariño— la mano de mi padre dio una suave caricia en mi hombro, y antes de que me diera cuenta, como si volviera a ser una niña  pequeña de nuevo, me subí a sus piernas y me abracé a su cuello como si no hubiera un mañana.

Y no había sido consciente de cuanto había anhelado ese tipo de contacto con un referente paterno, y se sintió como si respirara de nuevo, como si el pilar en el que me había estado tambalenado se hubiera fijado firmemente al suelo. Porque ahora tenía la certeza de que si caía sus brazos me iban a recoger.

Y sí, me había largado a llorar de nuevo.

Sus manos se habían aferrado a mi espalda, y sus caricias me reconfortaban dandome todas las fuerzas que había perdido con el transcurso de los años. Mi abuela había ocupado la silla en la que me había sentado antes de acaparar las piernas de mi padre, y notaba sus manos en mi espalda junto a las de mi padre.

Mis oídos captaron como ella ahogaba un grito al notar como los huesos de mi columna eran demasiado palpables a sus manos, y sabía que sus ojos se habían cubierto con una neblina de enfado.

Tampoco es que le cayera demasiado bien mi madre.

— Cariño, cuéntame. Si no me dices nada no puedo ayudarte.— mis manos temblorosas me obligaron a separarme lentamente de su torso, y posicionandolas sobre sus hombros me incorporé levemente.

Cuando ya estaba recta sobre sus piernas pasé mis manos por mis mejillas de nuevo. Intenté eliminar todo rastro de lágrimas, y agarrando la taza de chocolate di un sorbo sintiendo como el líquido espeso y caliente bajaba por mi garganta.

— Discutí con ella papá, muy fuerte. Ella me dijo que no volviera nunca más, que solo era una vergüenza para ella, y yo simplemente no puedo más.— la mano de mi padre acarició mi mejilla quitándo el resto de lágrimas y mi abuela soltó un alarido.

— La Martita nunca me gustó, no entiendo como es que te casaste con ella— mi padre ignoró las palabras de mi abuela y siguió acariciando mi mejilla.

— Mañana iremos al hospital a que te hagan unos análisis de sangre, estás muy delgada, y conociéndola no te ha dejado comer— yo asentí de acuerdo con él, y alargó la mano para coger la taza de chocolate que había dejado en la mesa hace unos segundos— Hablaré con ella.

Volví a dejar la taza tras dar un sorbo que me abrasó la lengua, y negando repetidamente con la cabeza miré a mi padre.

— No papá, no quiero contacto con ella. Te debí de hacer caso hace años, cuando me propusiste venir contigo y reclamar custodia, estaba demasiado ciega entonces— él asintio respetando mi decisión— Creo que tenía que darme cuenta por mí misma, aunque ahora temo que sea demasiado tarde para mí.

— No lo es pichurrina— la voz de la abuela se inmiscuyó en la conversación— Nunca será demasiado tarde, eres joven, podrás con esto.

Mi padre me atrajo hacia sus brazos y me apretó hacia su cuerpo. Sentí la tranquilidad invadirme al segundo y el sentimiento de cariño me pareció demasiado ajeno, demasiado irreal, y eso hizo que me sintiera peor.

¿Por qué había sido tan obstinada en privarme de esto?

— ¿Quieres denunciarla?— el susurro de mi padre hizo que volviera a erguirme.

— No papá, no quiero llegar a ese punto con ella. Solo no quiero volver a verla en lo que me resta de vida— cerré los ojos para coger algo de aire, el que sentía que me iba a hacer falta, y saqué mi teléfono del bolsillo de mi sudadera.— Quiero que veas esto.

Por muy vergonzoso que fuera para mí se lo enseñé. El vídeo de la boda que recorría la red como el nuevo meme del verano se reproducía en mi teléfono dejando casi en blanco a mi padre. Sabía de sobra que él nunca habría pensado que yo fuera capaz de hacer eso, yo tampoco me reconocía, pero ahí estaba, siendo la mujer más decidida de lo que lo había sido en toda mi vida. Y puede que para muchas personas solo sea una borracha muy pasada de copas, dejándose en evidencia, y lamentándose a la mañana siguiente, pero la verdad, es que para mí eso significaba un antes y un después, porque había conseguido deshinibirme y darme el valor que me había faltado todo este tiempo.

El vídeo terminó, y tanto mi padre como mi abuela me observaban sin saber que decir. No los culpaba, si yo estuviera en su lugar también estaría igual.

— Debo decir, — mi abuela fue la primera en hablar— que estabas preciosa con ese vestido, aunque muy delgada.

Yo sonreí ante la única ocurrencia de mi abuela, sabía que ella no me juzgaría, simplemente era perfecta.

— ¿Este vídeo está en redes?— yo asentí y mi padre frunció el ceño— Mañana haré que lo eliminen, no te preocupes todo estará bien.

Volví a coger la taza de chocolate caliente y di otro sorbo antes de quedarme mirando el líquido como si fuera lo más interesante del mundo.

— ¿No me vas a decir nada?— la verdad, aunque tuviera casi veinticinco, esperaba un regaño, creo que necesitaba un regaño por algo de verdad.

— ¿Qué quieres que diga? ¿Qué lo hiciste mal?— yo subí mi mirada asintiendo— Puede que estando borracha no fuera la mejor opción, es más, no me gusta verte borracha, pero ya eres una adulta y sabes como funciona.— su mano acarició mi cabello y una sonrisa se extendió en su rostro— Sé como eres Jana, eres demasiado buena con la gente, y sé que nunca lo habrías podido decir estando sobria. Te echaría la bronca si así lo considerase correcto, pero sabiendo como es tu madre y lo que te ha hecho pasar todos estos años se habría merecido algo más que unas simples malas palabras tuyas.— un suspiro salió de sus labios y bajó sus manos para envolver las mías que sostenían la taza— Lo mejor que me llevé de tu madre fuiste tú, eso no lo dudes, pero no puedo ignorar como te trató todos estos años, y aunque no haya podido hacer nada para evitarlo, me hubiera gustado que tú hubieras venido voluntariamente a mí cuando tuviste la oportunidad. Y sé, que por ese corazón tan bueno que tienes, no lo hiciste, porque en eso eres como tu abuelo.— hizo una breve pausa, y aprovechó para mirar de reojo a la abuela, quien había apoyado sus manos en mis muslos— Honestamente, me he pasado años preocupado por ti, y cuando decidiste estudiar fuera de Madrid me alivié un montón, porque sabía que el entorno que generaba tu madre a tu alrededor no era sano, y ahora que has decidido volver me siento feliz, y si piensas por un momento que te voy a echar la bronca por esto, sácatelo de la cabeza. A partir de ahora solo quiero que mejores, porque es lo que necesitas ahora, alejarte de toda la toxicidad que ha generado tu madre a tu alrededor.

Dejé la taza en la mesa de nuevo y abracé a mi padre fuertemente. Las lágrimas habían decidido salir otra vez de excursión, y ahogando mis gemidos lastimeros, escondí mi rostro en el hueco de su cuello.

— Perdón papá, perdóname por no regresar— él volvió a acariciar mi espalda, aliviando todo el dolor apelmazado en mi interior.

— Ya lo hiciste princesa, ya estás en casa.

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Pájaro: expresión para referirse a una persona ( o bien para mantener el anonimato o referirse a alguien que no conoces)
Tierruca: expresión cántabra para referirse a la extensión de tu propiedad.
Güela: abuela (güelo: abuelo)
Lambizqueo: expresión cántabra para referirse a la comida dulce.
Pichurrín: apelativo cariñoso.

Holooooooooooo,

Aquí os dejo un nuevo capítulo, espero que os guste mucho y lo disfrutéis❤️❤️

Hoy no tengo mucho que decir, así que ya nos vemos la semana que viene.💜💜

Pd: ¿vistéis las fotos de Dynamite? En lo personal, Hoseok y Namjoon salen divinos💜.

Nos leemos chikis;)

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