08

Debí de ser consciente de que no me lo iba a poner fácil. Bueno, en el fondo sabía que nada de esto iba a ser fácil, desde Salamanca que lo sabía, pero había logrado autoengañarme.

Como siempre.

Asi que, cuando le dije a Luisa que se podía marchar en su coche hacia su casa tranquila, nunca me imaginé el desastre que me iba a encontrar aquí dentro. De verdad que nunca esperé esto.

Todas mis cosas completamente destrozadas, todo, absolutamente todo. Hojas por el suelo, ropa rasgada, los escasos cuadros hechos pedazos, esparcidos cachito a cachito por el suelo, todas mis joyas vueltas un manojo de algo que no pude descifrar.

Apoteósico. Esa era la palabra para describir lo que mi madre había hecho aquí.

No había saludado al entrar, tampoco creo que fuera bien recibida, y además, solo venía a por las llaves del coche y poco más, porque ya no quería tener nada que ver con esta señora.

Estaba completamente loca.

Y me arrepentía por haber estado tan ciega, pero supongo que las personas somos así. Mantenemos la venda pegada a nuestros ojos porque verdaderamente nos aterra lo que pueda haber en realidad, y creo que ese fue mi caso. Quise creer que la mujer que alguna vez yo recordé seguía aquí, pero no, se había ido hace mucho.

Al igual que yo.

Por eso no me lo pensé mucho. Abrí el desvalijado armario y encontré la maleta que nunca deshice. Esa que estaba llena de la ropa que mi madre nunca aprobaría, pero que a mí me identificaba más, porque se acoplaba a mis emociones. La saqué sin mucho esfuerzo, y procedí a rebuscar entre los cajones de mi mesita de noche.

Juraría que las llaves las escondí por aquí.

— ¿Buscas esto?— la voz estridente de mi madre hizo que me tensara. Un escalofrío me recorrió la espalda de arriba a abajo y me puse recta en menos de un segundo— No se que haces aquí, pero no te llevarás nada de esta casa.

Mis ojos se cerraron y se abrieron fijándose en la pared beige que decoraba la habitación. Trataba de buscar las fuerzas para enfrentarme cara a cara a esta señora.

— No me pienso llevar nada tuyo, ni tan siquiera quiero algo que proceda de ti, todo lo que voy a coger es mío, me pertenece, yo me lo compré— me giré lentamente y observé sus zafiros matándome lentamente.

— Lo compraste con mí dinero—recalcó, a lo que yo reí.

— ¿Tú dinero?— mi tono excéptico la enfureció, sabía que sí— Todo el dinero que recibes es de papá, pero no te preocupes, pronto te caerás del pedestal en el que te has subido tú solita— un gruñido escapó de su garganta.— Ahora devuélmeme las llaves de mi coche.

No me estaba reconociendo, pero este nuevo carácter no sumiso me encantaba.

— Jana...no me amenaces o vas a terminar muy mal— ¿mal? no podía terminar peor de lo que estaba— Te vas a arrepentir de lo que estás haciendo, me voy a encargar personalmente de que aprendas a respetarme— ella se acercó a pasos gráciles y me propinó una bofetada que me hizo voltear la cara— No te atrevas a hablarme con ese tono de voz jamás, ¿me has entendido?— una risa sarcástica resonó en mis oídos, haciéndome consciente de que las lágrimas descendían por mis mejillas como si fueran dos grifos recién abiertos— Eres patética Jana, sin mí no eres nada, no eres nadie— sus palabras eran veneno.— Tendrías que estar besando el suelo por el que piso, yo te he mantenido todo este tiempo, te eduqué y te di una posición, pero tu patético ser no es capaz de comprender cuán agradecida deberías estar conmigo.

Entonces me envalentoné. Levanté la cara mostrando una expresión decidida, aunque por dentro estuviera completamente rota, destrozada, hueca y sin nada sólido a lo que sostenerme para no caer. Aunque eso era inútil, porque ya había caído, hacia tiempo que lo había hecho, y solo me había limitado a vivir entre las sombras de lo que alguna vez fui, de lo que alguna vez quise ser. Y ahora, llorando a moco tendido, con una autoestima hecha mierda por la mujer que tenía enfrente y una seguridad inexistente había decidido cometer la locura de coger las riendas de mi vida.

— No, no es verdad— mi voz temblaba sin remedio, estaba dando todo de mí en esto— Tú y tu mundo perfecto me quereís hacer creer eso, pero no es verdad, yo sé que no lo es.— mordí mi labio inferior con fuerza, tratando de hacer que las lágrimas cesaran, pero era imposible.— Y ahora, si me permites, me iré y nunca regresaré, porque deberé perder completamente la cabeza como para querer volver con una mujer como tú. ¿Sabes? Envidio demasiado a papá— una sonrisa irónica cruzó mi rostro mientras la sostenía la mirada— Él pudo escapar de ti, y menos mal que lo hizo, ahora tiene una mujer que vale millones más que tú, porque la que no vale una mierda realmente eres tú.— mi cara volvió a voltearse fuertemente.

El calor me recorría la mitad de la cara como si fuera un maratón por ver quien enrojece mi mejilla primero. Sentía su mano marcada en mi piel, pero me daba igual. A estas alturas del cuento me daba todo igual, y con un aplomo del que no me creí capaz la eché a un lado de mi camino sin ninguna delicadeza, cogí mi maleta como pude y me largué de aquellas cuatro paredes que no hacían más que oprimirme el pecho.

La empleada del hogar me esperaba en la entrada de la casa con una sonrisa triste. Creo que podía ver perfectamente en mi cara lo que había sucedido, en mi ahora, ex-habitación, y personalmente, me compadecía de ella por quedarse aquí. La sonreí como pude, y seguí tirando de mi maleta hasta la puerta.

— Señorita Jana, tome esto, lo va a necesitar— me giré para mirarla y ver las llaves de mi coche en sus manos. Mis ojos se abrieron sorprendidos.— Las vi en el cuarto de la señora, y las cogí. Esta es tu decisión, ya es hora de que vueles libre.— mis manos agarraron las llaves del coche y solté la maleta para dar un abrazo a la empleada.

— Muchas gracias, por todo, de verdad— ella colocó sus manos en mis brazos y me instó a irme.

— Un corazón tan bueno como el tuyo no podía ser corrompido por uno como el de ella— yo sonreí complacida, era lo más bonito que me había dicho alguien en años.— Mucha suerte muchacha.

Mi cabeza asintió, agradeciéndola por todo lo que había hecho por mí las veces que estuve en aquella casa. No sabía su nombre, pero siempre la había tratado bien. Mi madre había cambiado de asistenta unas treinta veces en los últimos 6 años, asi que tras la cuarta decidí no encariñarme más con ellas. Aunque siempre terminaba siendo un fracaso, lloraba a moco tendido siempre que se iba una.

Me metí en el ascensor y justo cuando las puertas se cerraron rebusqué en mi bolso el inhalador. El aire comenzaba a faltarme y la adrenalina de la situación se estaba desvaneciendo como si nunca hubiera existido. Di dos caldas profundas y me dejé caer en la pared del fondo del ascensor. Mi maleta a un lado, el bolso bajo mi brazo y las llaves del coche en mi mano derecha, con una postura rezagada en la pared y mis mejillas pintadas por los surcos de mis lágrimas.

Era una bonita pintura, un bonito cuadro con el que comenzar mi historia, con el que reescribir mi camino.

Leí una vez que la vida era un libro en blanco. Las hojas iban rellenándose con imágenes y pequeñas descripciones que te llevaban al siguiente punto, reforzando esa teoría del destino, en la que no creía demasiado, pero que finalmente cobraba fuerza cuando se retrataba la siguiente imagen, dándote cuenta que al final todo estaba conectado, y que una decisión te llevó a un punto del que no tenías ni idea que iba a ocurrir.

Mi vida se había basado en los tejemanejes de mi madre. Siendo su marioneta personal, queriendo cortar mis hilos de vez en cuando, pero siempre volviendo a sus manos. Yo no daba un paso sin que ella lo supiera. Mi libro había sido llevado a cabo por mi madre, la representación de mi vida había sido diseñada por una mujer que era la viva reencarnación de cruela de vil, y yo, como buena marioneta, me había dejado llevar por ella, como si todo lo que ella decidiera fuera lo correcto.

Dicen por ahí que cuando tus padres te dicen algo, es porque es así, porque tienen razón. Ellos han vivido más que tú y tienen más experiencia, y eso no lo discuto, pero no, ellos no siempre tienen la razón de lo que es mejor para nosotros, sus hijos.

El dorso de mi mano rozó mi mejilla enrojecida. El escozor no tardó en aparecer, y sabía que mi rostro había hecho una mueca en respuesta. Seguramente, con lo débil que estaba, me saldría un moratón en la mejilla.

Las puertas del ascensor se abrieron, y no me lo pensé dos veces cuando salí directa por ellas. El calor de Madrid me dio directo en el rostro, dejando a la luz mi deplorable estado, pero yo solo reí. Si, esa fue mi reacción, reir, y sentía que no había reido así en años.

Los guardias de seguridad que custodiaban la puerta me miraron raro. No los culpaba, yo también me miraría raro, seguramente que veía como una loca, mirando hacia el cielo y riendo fuertemente, con una mejilla tornándose morada y la cara roja de haber llorado.

Si, era normal que la gente me mirara, pero, en este momento, espero que me estén observando bien, porque iban a ser testigos de como una niña se convertía en mujer y desplegaba sus alas para volar libre.

Una sonrisa de labios cerrados se extendió por mi rostro, y agarrando bien el asa de mi maleta me aproximé hacia mi coche. Metí la maleta al maletero y sin dudar fui hacia el asiento del piloto. Me despedí de los guardias con una sonrisa y un muy alegre pero gangoso "adiós", y ellos me miraron confusos, cuestionándose mi salud mental en estos momentos, pero no me negaron la despedida. Levantaron su mano tímidos y sonrieron levemente. Y sin más, me metí en el coche, arrancando el motor y disfrutando de su rugido, di la marcha atrás, solté embrague y tome una respiración.

Libertad, allá voy.

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Holooooo,

bueno, la Jana ya es libre y se vuelve a casa (¿dónde pensáis que es?), y tengo que decir (aunque ya lo he dicho repetidas veces), que falta muy poco para que el RM aparezca en su máximo explendor.

Espero que os esté gustando, aunque el inicio sea lento, y bueno, tampoco tengo mucho más que decir.

Nos vemos la semana que viene chikis;)

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