9. Estás llorando y no haces nada

El mar de rostros anónimos lo escoltaron hasta su llegada al edificio en plena avenida Vélez Sarsfield. Cerró su saco negro y subió cada escalón con una oración silenciosa sobre sus labios, le rogaba a cualquier santo o dios que se apiadara de su bienaventurada alma y que lo sostuvieran al momento de encontrar esos ojos verdes que tantas noches se aparecieron en sus sueños.

Exhaló frío, exhaló su aliento congelado, exhaló el miedo que apretaba sus costillas. Abrió la puerta casi como pidiendo permiso a las cámaras que ignoraban su presencia. El primer paso que dió dentro del hall del edificio rebotó en las cuatro paredes que lo recibían. Su corazón dió un salto y quiso echarse atrás, era ahora o nunca. Pero en su mente resonaron las palabras de Marcelo junto con su particular voz: no seai weón. Nada va a cambiar si no haci algo. Miró hacia arriba y respiró hondo, dejó pasar la única oportunidad que tenía para retractarse y continuó adelante. Llamó al ascensor y este se abrió automáticamente, al parecer nadie lo estaba usando. Subió con su corazón agitado y sus manos sudando. Sacó su celular y volvió a revisar en qué piso debía bajarse, piso díez, rezaba el mail de recursos humanos.

Las puertas volvieron abrirse y otra vez sintió que la tierra se desarmaba bajó sus pies, el aire le dolía en los pulmones y sus ojos se humedecieron de tan solo pensar que en ese mismo instante estaba compartiendo un mismo lugar físico con Gastón Luque.

Puta, weón, tení que concentrarte un poco. ¿Dónde chucha tenemos que ir? Se dijo así mismo notando que había demasiadas oficinas, demasiados nombres y muchos números para encontrar fácilmente cuál era la oficina de su nuevo CEO. Volvió a revisar el mensaje y aunque la información estaba envidiablemente detallada, no entendía nada. Resopló su castaño flequillo y sacó del interior de su bolso cruzado sus odiados lentes redondos de marco negro, necesitaba ver lo mejor posible para encontrar la dichosa puerta en la que debía anunciarse. Aunque el resultado fue opuesto al que esperaba, porque terminó chocando con un hombre a mitad del pasillo que no llegó a ver por estar leyendo los nombres grabados sobre las puertas.

—¡Disculpe, no fue con intención! —exclamó apenado.

—No te preocupes, por favor —respondió el afectado con una voz grave pero serena. Dicha persona era un hombre alto de grandes rulos rubios platinados y unos ojos verdes tan oscuros que semejaban a un pantano. Agustín jamás había visto unos ojos así en su vida. Aunque lo que más le llamó su atención, fue su extraña aura melancólica, no llevaban una sonrisa sobre sus labios como la mayoría de los cordobeses.

—No me gustaría tener que molestarlo, pero no encuentro la oficina de Rodrigo Gress, el CEO de Cósmica Game —se animó a preguntar dando por hecho que, por sí solo, no encontraría el dichoso lugar.

—¿Rodrigo Gress? Sos el animador de fondos, ¿no? —conjeturó sin cambiar su expresión nostálgica—. Yo te acompaño hasta su oficina.

Agustín agradeció las molestias y siguió al hombre de pálida piel por aquel largo y serio pasillo. No parecía el ambiente de una compañía de videojuegos, éstas solían ser (en su experiencia) mucho más coloridas y extravagantes. Al llegar a la tan buscada oficina, el rubio le abrió la puerta y le dió el paso educadamente. Volvió agradecer tanta amabilidad y entró en el lugar, allí lo recibió un amplio escritorio de estilo industrial, donde decenas de carpetas se hallaban esparcidas alrededor de un computador portátil que era ferozmente utilizado por un estresado hombre de piel ligeramente oscura y de un cabello profundamente negro. Su rostro cuadrado poseía rasgos varoniles que iba a tono con toda su aura de hombre empresario.

—Aquí encontré a tu nuevo animador —anunció el desconocido abriendo una puerta gris con rayas irregulares negras.

—¿Eh? —murmuró alguien al otro lado. Levantó la vista de sus papeles para dejarla caer sobre la figura nerviosa del chileno que miraba hacia el piso y apretaba la tira de su mochila cruzada—. ¡Oh! Agustín Novoa, el chico que viene de Inglaterra —expresó alegre levantándose de su sillón giratorio de costoso cuero blanco.

—No necesita pararse, solo vine a presentarme como lo solicitó en el correo. Es un gusto conocerlo, Señor Gress —se limitó a presentarse con seriedad.

Pero el pelinegro ignoró sus palabras y se acercó a él con una gran sonrisa y con la intención de estrechar sus diestras. Desgraciadamente sabía que quedaría muy mal de rechazar aquel gesto, por lo que tuvo que responder con fingido agradecimiento y dibujar una sonrisa falsa sobre sus labios.

—En este lugar no nos gustan los tratos tan formales, somos todos bastante jóvenes —comentó el CEO volviendo hacia su escritorio.

—"Joven" —enfatizó el rubio con sarcasmo—, tenes 36 años, ya no sos tan joven.

—Mi espíritu es joven —contra argumentó—. Pero bueno, en fin, se entendió lo que quise decir. Ahora bien, te quiero comentar que serás parte de uno de mis equipos más importantes —comenzó hablar ya seriamente—. Gastón Luque será tu jefe de equipo y...

—¡¿Qué?! ¡No puede ser! —exclamó Agustín interrumpiendo a su CEO. Estaba conmocionado, no podía ser real lo que acababa de escuchar. ¿Gastón? ¿Su Gastón sería su superior de equipo? No, no podía estar cerca de él tan pronto, necesitaba tiempo, adaptación y espacio.

—¿Qué pasó? —inquirió Rodrigo extrañado.

—Yo... —musitó. No estaba seguro de lo que diría a continuación, estaba en un lugar de trabajo, sus dramas personales no serían tomados en cuenta, él había cometido el terrible error de solicitar trabajo en la misma empresa de Gastón ignorando que algo como lo que acaba de suceder, podría pasar.

—Supongo que conoces a ese tipo, ¿no? —intervino el tercero en la oficina casi con desagrado.

—Sí... —susurró antes de tragar su saliva con dificultad.

—¿Y no se llevaban bien o algo así? —preguntó el CEO.

—Fuimos compañeros en la secundaria.

—No debieron tener una buena relación para reaccionar de esa manera —dedujo el rubio acentuando más su mueca de intolerancia.

Agustín quiso refutar aquella conclusión, pero qué diría: "no, estábamos enamorados y todo se fue a la cresta, y ahora estoy acá tratando de seducirlo por segunda vez". No podía oírse más patético.

—Marcos, no te metas en la vida personal de mis animadores —lo regañó sutilmente.

—Como sea, nos vemos más tarde —se despidió sin ganas guardando sus manos en los bolsillos de su pantalón de vestir azul, el cual combinaba con su camisa celeste, pero que ambos colores hacían un gran contraste con su pálida piel blanca.

Cuando finalmente salió de la oficina su nuevo CEO, Rodrigo Gress, se encargó de explicarle que el rubio que acaba de conocer era el CEO de la empresa asociada con ellos, Marcos Follert de Cósmica Apps. Luego de aclarada la identidad del hombre misterioso del pasillo, le invitó a que lo siguiera hasta un piso inferior donde se encontraba el área operativa de la organización.

Descendieron por una estrecha escalera blanca oculta tras una puerta de madera de un barnizado oscuro con un fluorescente cartel central que rezaba: "salida de emergencia". En el breve tiempo que se tomaron para cruzar, Agustín no escuchó ni una sola palabra de todo el discurso corporativo que el morocho enunció con tanto orgullo. Su mente tenía un único propósito por aquel instante: prepararse para el escenario más surreal que por aquellos años pudiese vivir.

—Veni, aprovechemos que hoy a esta hora están todos juntos —dijo el CEO tocando ligeramente su hombro para que le prestara atención. Agustín asintió y, creyendo estar listo, dio esos últimos pasos que lo separaban del campo visual de esos ojos verdes como el césped nocturno bañado de un delicado rocío veraniego.

***

Miró su celular por tercera vez en aquel eterno minuto, el 41 ya se había pasado por mucho del horario en el que supuestamente pasaría por allí. Se cruzó de brazos y aprovechando de que se encontraba en punta de línea, se quedó mirando hacia donde dormían las unidades del colectivo que necesitaba para llegar hasta la universidad nacional de tecnología, donde había comenzado a estudiar ingeniería en sistemas. En la misma esquina en la que se hallaba, justo en frente, se detenía el micro que llegaba desde la terminal de ómnibus de la ciudad para luego adentrarse en el interior de la provincia.

Por alguna razón su mirada se desvió a las muchas personas que bajaban del interurbano. Algunos descendían con maletas, otros con una liviana mochila y unos pocos solo con su celular en mano. Las puertas se cerraron y el colectivo pretendió continuar su ruta, pero a los pocos centímetros que se movieron sus neumáticos, volvió a detenerse a pesar de que el semáforo estaba en verde. Alguien se habría quedado dormido, se animó a conjeturar Gastón. Entonces las puertas volvieron a abrirse y vio como alguien de espaldas bajaba casi a los saltos junto con una gran maleta metálica. Lo primero que notó fue un intenso cabello castaño. Su corazón, repentinamente, comenzó a latir demasiado rápido. Lo segundo que pudo observar es que se trataba de un muchacho de su edad que miraba distraído el cartel de ofertas del almacén en frente de él.

¿Agustín? Murmuró con el corazón esperanzado, estuvo a punto de cruzar la calle corriendo sin siquiera mirar si el semáforo continuaba en verde o ya había cambiado a rojo. Incluso estuvo a punto de gritar su nombre con una sonrisa boba sobre sus labios, pero la misteriosa persona de la maleta metálica se dió la vuelta por un precipitado bocinazo de un conductor desprevenido. El rostro de Gastón volvió a ser sombrío, su sonrisa se desvaneció tan rápido como un diente de león contra el viento, y una lágrima recorrió su mejilla como el tímido deshielo primaveral de las sierras cordobesas.

***

—Tenemos suerte de que hoy venga un ilustrador de fondos, porque hay que rehacer la gran parte de los últimos seis niveles que hicimos además de los que faltan por hacer. Además de que parece que tendremos que hacer un DCL para Halloween —informó Jeremías observando todas las notas que tenía en su computador para la reunión mensual de aquel lunes por la mañana.

—Todavía no lanzamos el juego y ya nos encargan un DCL —comentó cansada una de las animadoras del equipo.

—Espero que el nuevo ilustrador sea simpático, no me molestaría un novio de oficina —agregó la menor ignorando el Power Point que con tanto esfuerzo había hecho Jeremías la pasada noche.

—Yo tengo algo así como un mal presentimiento —acotó la última un poco desanimada.

—El único mal presentimiento que yo tengo es que ustedes no me están dando ni un tronco de bola. ¡Presten atención! —ordenó ya enojado Jeremías viendo como todas hablaban de cualquier cosa menos del proyecto que debía entregar en menos de tres meses—. ¡¿Y vos dónde andas?! —exclamó al percatarse de que ni siquiera su mejor amigo Gastón estaba prestando atención a sus gráficas.

—¿Eh? —soltó el aludido confundido—. Perdona, ando en otra —se disculpó con una sonrisa fingida. Su amigo decidió seguirle la corriente, pero estaba convencido de que algo raro estaba pasando, desde la juntada en la cervecería, Gastón se había comportado de forma errática y en reiteradas ocasiones lo encontraba distraído inmerso en vaya a saber él qué cosa.

Mientras la presentación siguió su curso, Gastón suspiró, otra vez andaba pensando en Agustín, desde que se cruzaron en Patio Olmos había vuelto a tener demasiada presencia innecesaria en su cabeza. Tal vez lo habría confundido con otra persona. Si fuera así... ¿estaría decepcionado? Si realmente estuvo allí en frente de él... ¿le importaba? Por dios, murmuró masajeando su tabique nasal, necesitaba unas vacaciones, y no solo de su trabajo, sino también de él mismo.

—Hola, les traigo una sorpresa —anunció el director de la compañía entrando en la oficina.

Gastón alzó su mirada y de nueva cuenta sintió la necesidad de arquear sus labios en una muy rígida sonrisa, pero antes de poder responder el saludo, las comisuras de sus labios se arquearon hacia el lado contrario. Sus párpados se separaron cuanto pudieron y sus ojos secos semejaban salirse de las cuencas de su rostro. Su cuerpo se tensó y sus dientes se apretaron hasta provocarle dolor en la mandíbula. Qué mierda haces acá, llegó a farfullar mientras se levantaba lentamente de su lugar, sin quitarle la mirada de encima a la persona que se descubrió detrás del CEO Rodrigo Gress.

—¿Agustín? —inquirió Jeremías casi en estado de shock.

Las tres chicas restantes observaban con gran desconcierto los rostros angustiosamente sorprendidos de ambos jóvenes, aunque el mencionado Agustín no parecía estar mejor. El chico castaño de estatura regular y lentes negros apretaba con fuerza la tira de su bolso cruzado, sus ojos café estaban notoriamente humedecidos y un peculiar tartamudeo escapaba de lo profundo de su garganta. Supongo que son conocidos, arrojó la mayor de las tres visiblemente incómoda. Gastón y Jeremías no respondieron cosa alguna, continuaban con su mirada clavada sobre la figura frágil y descolorida del muchacho en frente de ellos; el cual, finalmente, salió huyendo hacia un baño que había visto junto a las escaleras por las que habían llegado al noveno piso.


Agustín, ya en el sanitario, se dejó caer en el piso apoyando su espalda contra la puerta para evitar que alguien más entrara al lugar y lo encontrara en tan lamentable estado. Su cara estaba roja y sus lágrimas no parecían tener fin, alguna clase de dique salado estaba guardado en lo más profundo de su corazón y al ver a Gastón otra vez cara a cara, simplemente se desbordó, las compuertas se abrieron y las murallas una a una se resquebrajaron. Ah, por la chucha, soy aweonao, murmuró con su voz ronca producto de su interminable sollozo. Ahora podía entender lo estúpido que había sido al creer que estaba listo para enfrentar a su primer y único amor, Gastón Luque, el único rubio que con una sonrisa le podía robar el aliento.

¿Cómo pude dejarlo? Soy el más weón de todos, se lamentó golpeándose levemente la cabeza contra la puerta de pino barnizado. Una vorágine de diversos sentimientos apretaba su pecho al punto de provocar un dolor que hacía que su diafragma subiera y bajara a un ritmo irregular y errático. Una acción tan simple y automatizada como respirar, se estaba convirtiendo en una batalla de la que no auguraba salir vencedor.

¿Tristeza? ¿Angustia? ¿Bronca? ¿Deseo? ¿Amor?

Cada cosa que estaba sintiendo en ese mismo instante era tan contradictoria que su cabeza había comenzado a doler tanto como su pecho. Quería gritar hasta desgarrar sus cuerdas vocales, pero también quería correr hacia él y robarle un beso tan necesitado que sus labios quedarían rojos y lastimados. Aunque se había percatado de que la única razón por la que estaba nuevamente en Argentina, lo había observado con un odio casi palpable. El rencor le estaba permitido, pero también merecía algo de clemencia, algo de piedad, él lo había despreciado. ¿Ya te olvidaste, weón? Cuestionó al aire tirando de sus cabellos.


—Bueno, dijo que ustedes se llevaban mal, pero no creí que tanto —comentó el CEO Rodrigo Gress observando toda aquella peculiar situación.

—¿Mal? —replicó Gastón indignado con un entrecejo fruncido y los puños apretados. ¿Agustín había definido todo lo que pasó entre ellos como "mal"?

—Si, mal. Pero por los números en rojo en tu tablita interactiva sabrás que no estaría muy piola que lo cambie de grupo —señaló observando lo que se proyectaba sobre la lona en medio de la pared lateral de la oficina.

Jeremías volteó su mirada y analizó por unos segundos el poco tiempo que quedaba disponible para la primera entrega y las inauditas exigencias del cliente, necesitaría muchos nuevos fondos para los niveles restantes a construir como para el DCL encargado con anticipación. Efectivamente, estaban en números rojos. Suspiró, Gastón lo odiaría por lo próximo que diría:

—Cuando tenes razón, tenes razón. Si, nos llevamos muy mal, pero ya está, ahora somos grandes, profesionales y maduros. Así que por favor, no lo traslade a ningún otro equipo.

—¡Esa es la actitud que busco! —exclamó satisfecho el superior—. Entonces los dejo continuar con lo suyo, tengo varias reuniones programadas para el día de hoy —agregó observando su reloj de muñeca—. Cuando Agustín vuelva, háganlo sentir cómodo, nada de peleas por acá, che.

Rodrigo se retiró sin darle mayor importancia al comportamiento de los tres involucrados. Gastón, tan solo dos minutos después, salió detrás de él dispuesto a pedir su propio traslado a otro equipo. Pero Jeremías, anticipando sus movimientos, lo agarró a mitad del pasillo y lo arrastró hacia las escaleras.

—Boludo, calmate, ya no tenes dieciocho años —recalcó—. Yo sé que ese pibe es una mierda, pero supuestamente hace muy bien su trabajo. La Ivon recibió muestras de sus diferentes proyectos en Inglaterra y me los reenvío a mí, el chabón sabe lo que hace y lo hace bien.

—¿Sabes qué otra cosa hace muy bien ese conchudo? —alegó sin siquiera mirarlo a los ojos. Jeremías notó como las venas se marcaban en su pálido cuello y cómo sus mejillas se ponían cada vez más rojas. No recordaba haberlo visto de esa manera antes, tal vez cuando veían partidos de la selección y algún árbitro cobraba un penal injusto para el equipo contrario, pero incluso en esos momentos no se lo veía tan alterado e inquieto como lo tenía ahora en frente suyo por culpa de Agustín Novoa.

—¿Vos seguís sintiendo algo por ese pelotudo? —inquirió de pronto. Gastón quedó sin aliento, aquel estrecho espacio lo estaba asfixiando, Jeremías lo estaba enloqueciendo. Su mente daba vueltas y por más que se la agarrara con ambas manos, sentía que ésta se caería en cualquier momento, que iría rodando escaleras abajo hasta encontrar un pozo en donde esconderse para no tener que volver a pensar en nada más.

No, no, no, no. Repitió una y otra vez antes de que las lágrimas comenzaran a rodar una a una por sus fríos pómulos hasta caer por la punta de su mentón, y mojar poco a poco su camisa bermellón, un color que Agustín Novoa en más de una ocasión le dijo que le quedaba bien, que combinaba con sus labios y le daba un aire de persona distinguida. Por qué recuerdo eso, se cuestionó entre susurros dejándose abrazar por Jeremías, quien aguantaba sus propias lágrimas para no empeorar el estado de su mejor amigo. Le dolía el pecho de tan solo imaginar que Gastón Luque podría volver a ese oscuro estado de hacía tan solo un par de años atrás, donde lloraba por las noches y el resto del día se la pasaba en algún tipo de modo automático con su mente perdida en alguna otra parte. 

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Nota:

¡Gente! ¡No me odien! ¡Sé que me tardé un mes para esta actualización! Me costó muchísimo decidir cuál sería el tono de su reencuentro, lo reescribí cuatro veces. Así que acepto todas las críticas que vengan, no se guarden sus comentarios. ¿Qué les pareció el momento más esperado de estos dos?
Bueno, muero sobre el teclado, ya tengo planeado el siguiente capítulo, lo demás no son tan complicados como este, pero seguramente encontraré otros nuevos obstáculos creativos. Así que en fin, les quiero mucho y les agradezco que me lean y me apoyen en mis diferentes redes sociales, especialmente le agradezco a todas esas personas que se acercaron a interactuar conmigo. 

¡Bye!


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