8. Fantasmas en la casa prometen salir

Un tango sonó a sus espaldas a gran volumen. Curioso, se dió la media vuelta entre aquel mar de personas que esperaban la luz verde del triste semáforo sobre sus cabezas. Se encontró con varias parejas de todas las edades y géneros bailando a los pies del Patio Olmos. Recordó que, cada tanto, en Córdoba hacían esas clases de convocatorias públicas para visibilizar alguna danza en específico, fuese esta tradicional o no. De pronto toda esa gente le hacía caer en cuenta de que ya estaba pisando suelo argentino.

"Siglo veinte, cambalache problemático y febril
El que no llora no mama y el que no afana es un gil."

Aquella frase de la profunda voz de Julio Sosa a través de los grandes parlantes negros sobre el suelo, le hicieron ver al Gastón del dieciséis años justo en el centro de su memoria. Ese rubio que parecía escuchar pop extranjero y baladas en inglés, en realidad era un gran oyente de cualquier género o ritmo que despertara su interés. Por lo que siempre lo elegían para musicalizar los bingos que organizaban las encargadas de la cooperadora escolar los fines de semana, con el fin de recaudar dinero destinado a la compra de nuevos libros para la biblioteca, o para la reparación de uno que otro vidrio que perecía en un partido de fútbol dentro del aula cuando algún profesor se ausentaba y los chicos forzosamente tenían hora libre.

"¡Para las doñas tangueras, ahí va Cambalache de Julio Sosa!", exclamaba eufórico como si fuera el DJ de algún gran evento en el centro de la ciudad, y no del salón multiusos de una de las escuelas más alejadas de los barrios importantes de la capital cordobesa. Cuando hacía eso, no podía evitar que una sonrisa alegre se dibujara sobre sus labios, era extraño ver a Gastón sin el ceño fruncido, si la tristeza y la bronca arruinando cada una de sus atractivas facciones. ¿Atractivas? Se repitió asustado, últimamente su cabeza estaba llena de pensamientos extraños y horribles cuando Gastón se aparecía en frente suyo. Aquel fin de semana debió poner alguna excusa para no ser el cuidador de los premios del bingo, tenía que empezar a evitar el estar en situaciones cómodas con el rubio, al menos si no quería seguir con sus más que llamativos delirios.

Una sonrisa nostálgica se posó en sus labios de tan solo recordar cuando de chiquillo quería negar sus crecientes sentimientos románticos hacia Gastón. A veces pensaba que todo hubiera sido mejor de ese modo, sin conocer el cariño del rubio. Pero, por el otro lado, que más triste hubiera sido su vida sin experimentar el amor juvenil en todo su esplendor. El eterno dilema humano: amar o no amar. Conocer las dichas y desdichas del amar y ser amado o, simplemente, atravesar la vida por un camino recto sin grandes sorpresas, ni grandes momentos ni terribles noches. ¿Por qué pensar en todo eso ahora mismo? Él ya había decidido cómo quería vivir su vida hacía mucho tiempo. Se entregó a Eros y Ágape a la vez, lo llevaron al cielo y hoy volvía para reencontrarse con ellos, aunque muchas eran las posibilidades de que ahora le dieran la espalda.

***

No me dejan de romper las pelotas ni en un feriado, pensó Gastón caminando por el boulevard San Juan. Jeremías e Iván lo habían citado en la cervecería artesanal cerca del Patio Olmos, ahí donde se juntaban tanta gente joven de la que se sentía desconectado a pesar de su temprana edad. Ya tenía trabajo fijo en el que podría jubilarse y un futuro esposo que lo esperaba en casa. Aunque fuera gay, se sentía como un hombre heterosexual de los años cincuenta, donde las responsabilidades adultas te encontraban incluso antes de tus dieciocho años. ¿En qué momento todo a su alrededor se había vuelto tan predecible? Pero tal vez eran tan solo impresiones de él, nervios antes del gran día o estrés laboral. Quién sabe...

Sacó del bolsillo de su campera un atado de cigarrillos, hacía un tiempo que había agarrado aquel vicio. La nicotina acallaba un poco todo ese ruido mental que aparecía cuando estaba solo, pero tampoco era tan dependiente de ella, con uno o dos cigarrillos al día le bastaba y no todo los días fumaba, a veces no todas las semanas.

Al dar la primera pitada a su cigarrillo, parte del humo entró en sus pulmones y el resto se escapó por sus fosas nasales. Suspiró, comenzaba a hacer más frío que antes, la temperatura de aquel otoño era más baja de lo normal. Su nariz estaba roja y sus manos heladas. Alzó su mirada al cielo y vió como todo se iba poniendo gris, otra lluvia otoñal que no le dejaría secar la ropa. Bajó nuevamente su mirada para cruzar la calle y, de pronto, un fantasma.

El bullicio de la gente se fue lentamente perdiendo al igual que los bocinazos y los tangos de antaño en los parlantes negros a los pies de la escalera del shopping Patio Olmos. Un silencio aterrador envolvió la escena, lo único que oía era el palpitar de su corazón que, segundo a segundo, se aceleraba de manera peligrosa. El humo de su cigarrillo lo ahogaba hasta toser de manera errática. Se tenía que estar volviendo loco, no podía ser real la imagen de Agustín Novoa en frente suyo, a cinco pasos de él, respirando su mismo aire, parado bajo el mismo cielo.

Por un instante sintió la necesidad imperiosa de acercarse y comprobar que era en verdad Agustín Novoa, que estaba ahí físicamente distraído observando a dos bailarines masculinos bailar entre ellos una conocida milonga, y que no era uno de esos tantos espejismos que a lo largo de esos siete años se han burlado de él. Pero así como todo fue silencio, luego todo fue ruido y su cabeza le advirtió de los posibles peligros de que todo aquello fuese real, por lo que sin hacer notar su presencia, tiró el cigarrillo apenas empezado, cruzó la calle y corrió esa cuadra y media que lo separaba de la cervecería donde lo esperaban sus mejores amigos.


Agitado y asustado es como llegó a la mesa de Jeremías e Ivan en el primer piso del bar, ambos se levantaron de sus asientos alarmados por el estado del rubio, parecía como si estuviera fuera de sí mismo, como si hubiese visto al mismísimo diablo en persona. Lo ayudaron a sentarse, sus piernas temblaban al igual que sus manos. Ivan rápidamente fue hasta la barra para pedir una botella de agua sin gas, no creía que el alcohol en aquel momento fuera bueno, pero Gastón rechazó la botella.

—Che... —soltó Jeremías un poco dubitativo, no estaba seguro de si estaría bien preguntar por lo que fuera que hubiese pasado o simplemente quedarse a su lado en silencio—. ¿Estás bien? ¿Queres una birra? —inquirió acercando hacia Gastón su propia pinta de cerveza negra recién servida.

—No, tranqui —respondió en un murmullo apenas audible con la música de ambiente de la cervecería—. Estoy un poco ansioso con esto del casorio. No es otra cosa, así que tranqui —agregó luego de unos segundos con más energía en la voz. Aunque Iván podía percibir que aquella aparente calma repentina, era demasiado forzada y mal fingida.

—Ah, culiado, no nos vuelvas a asustar así —soltó aliviado el pelinegro volviéndose acomodar en su silla—. Si te hubieras visto la cara, parecía que habías visto a un demonio en pinta.

—Algo así... —bisbiseo.

—¿Qué? —le cuestionó rápidamente el rubio cenizas. Jeremías siquiera había escuchado que Gastón pronunciara palabra alguna, pero Iván se encontraba muy atento a su amigo, continuaba presintiendo que algo extraño había ocurrido.

—Nada, voy al baño, ¿me pueden pedir una roja para mí? —se excusó para no dar respuesta. Ambos amigos asintieron y él se retiró fingiendo una pequeña sonrisa de "todo está bien".

Aquella sonrisa pronto se borró de su rostro al estar solo en aquel baño de mosaicos negros que iban a juego con la temática rockera del bar. El espejo estaba rodeado por pequeñas luces que semejaban a un espejo de camerino, perfecto para hacerse una selfie para Instagram. Pero Gastón ni siquiera reparaba en la estética del entorno, solo podía pensar en el fantasma de Agustín Novoa que de pronto se materializaba en el centro de la ciudad de Córdoba.

¿Cuántas veces deseó en el pasado que aquello pasara? ¿Cuántas veces se dijo "si aparece ahora, no me importa nada de todo lo que pasó, solo quiero sostenerlo entre mis brazos hasta convencerme de que nada nunca nos volverá a separar de manera tan estúpida"? ¿Pero ahora? Pero ahora alguien ya sostenía su mano, Liam, quien le había enseñado un amor dulce y coqueto, pícaro y encantador. Él podía tener sus cosas, sus errores y defectos como todos, pero al menos nunca lo había abandonado en esos dos años que llevaban saliendo. Por ello es que de su boca casi sin pensarlo, en unas pequeñas vacaciones en Mar de Plata, le pidió matrimonio caminando descalzos por la playa.

Aún recordaba con ternura como chilló emocionado y se subió encima de él hasta tirarlo sobre la arena. Lo llenó de besos, tanto a sus mejillas, a su frente, a la punta de su nariz, como a sus labios. Repitió "yes, my pretty boy" una infinidad de veces. Escribió sobre la arena "Liam Wembley de Luque" y luego casi se lo llevó corriendo hacia el hotel para hacer el amor cuántas veces sus cuerpos les permitieran. Había sido, sin duda alguna, una noche mágica que resumía la buena relación que llevaban hasta el momento. Además, y por sobre todas las cosas, él jamás sería como su padre, un traidor sin escrúpulos que se entregaba a sus más bajas pasiones.

—La puta que te parió, Agustín... —murmuró con bronca, dolor, agonía y un sollozo reprimido en lo más profundo de su gárganta.

Abrió el grifo de la pileta y tomó entre sus manos bastante agua para mojar su rostro hasta que sus lágrimas se confundieron con el agua corriente. Si realmente eras vos, no importa, solo fue una casualidad encontrarte, se dijo así mismo para calmar su alborotada alma. No existían grandes posibilidades de volver a chocar con él, mucho menos de que tuviera la oportunidad de desviarlo de su camino. Agustín sin duda alguna no era más que un fantasma que insistía en volver a su mente una y otra vez, pero estaba seguro de que terminaría de exorcizarlo de su corazón y la quietud volvería a reinar en el agitado mar que eran hoy sus recuerdos.

***

El extranjero entró a su nuevo departamento donde aún faltaban varios muebles para considerarlo un ambiente cómodo. Sentía cierta emoción por vivir sólo después de tantos años junto a su padre, aunque tampoco había demasiado distancia entre ellos porque podía encontrarlo unos pisos más abajo en el mismo edificio. Habían decidido aquella separación para que Agustín diera sus primeros pasos hacia una real independencia, pero Marcelo renegó de aquello y lo convenció de vivir junto a él. Estaría separado de su progenitor, pero no había razón para estar completamente solo. Argumentó desde el lado de la diversión y la compañía que podían tener dos mejores amigos viviendo juntos, pero su real razón era una gran preocupación por esos ataques de pánico repentino que a veces experimentaba Agustín. ¿Qué haría él solo en una situación así?

La imagen de su mejor amigo abrazado a sí mismo llorando desconsolado y gritando hasta desgarrar sus cuerdas vocales, era algo muy difícil de borrar de su memoria. Mucho menos esos arranques impredecibles de ira donde intentaba destruir todo a su paso. Gaspar mencionó que la única vez en su vida que llevó días relativamente tranquilos, donde casi no recordó los problemas de su hijo, habían sido en Argentina, y más de una vez se arrepintió terriblemente de llevárselo lejos de aquella nación. Por ello es que Marcelo no tuvo dudas en convencerlos a los dos de volver, quería por una vez conocer a un Agustín lleno de esperanzas, a un Agustín feliz y en paz consigo mismo. No querían que fuera un relato que solo pudiera conocer a través de los labios de Gaspar, era algo que quería ver con sus propios ojos.


—¡Te tardaste mucho, weón! —exclamó más autoritario que el propio padre de Agustín.

—¿Te crees mi mamá, acaso?—respondió dejando sus cosas sobre el sillón de dos cuerpos de la sala a medio decorar con cuadros de fantásticos paisajes de cuentos y épicas griegas.

—Se llama amor, weón —replicó fingiendo estar ofendido—. No entendí que eres tan bonito que pienso que ya te secuestró una mafia de trata de chilenos —agregó con exageradas expresiones de terror y dramáticos movimientos de manos.

—Me tardé porque había gente bailando tango en el chopping de aquí cerca —mencionó buscando en la heladera algo para comer.

—Que lástima que no te hayas encontrado con el Rucio por casualidad, sería una señal de que hay una conexión cuántica entre ustedes —enunció con una seguridad digna de antiguos sabios. Agustín rodó los ojos y se llevó una empanada fría a la boca.

—Pensé que dirías que hubiera sido una señal del destino —acotó con la boca llena. Marcelo expresó un ligero desagrado con su expresión y el castaño rápidamente tragó lo que tenía en la boca, había olvidado lo mucho que le molestaba a su amigo que alguien hablara mientras mastica.

—El destino es una cosa débil, pero los átomos son las partículas que forman el universo. Creo que todos deberíamos aspirar a un enlace cuántico.

—Yo aspiro a que dejes la wea cósmica y vuelvas a la wea mística.

—Una wea no cancela otra wea —contra argumentó rápidamente—. Hablando de weas misticas: ¿estás preparado para ver a Gastón la próxima semana en la empresa?

—¿Cómo podría estar preparado para algo así? Siento que me tiemblan las piernas de solo pensarlo. Sigo creyendo que todo esto es una locura.

—Una locura fue irse del país en primer lugar. ¿Por qué no lo buscaste? Te dejó de hablar un mes sí, pero lo amabas, por qué no buscarlo, por qué no insistir. —lo interrogó Marcelo con esa mirada inquisitiva que lo ponía tan nervioso, especialmente porque sus preguntas no eran disparates, eran bastante acertadas. ¿Por qué no hizo nada en treinta días? Tal vez fue porque no había manera de que dejara de llorar o que su corazón no hubiera soportado un segundo rechazo.


La lluvia a las afueras de la habitación semejaba un diluvio que estaba a punto de llevarse todo consigo, o al menos así podía percibirlo Agustín Novoa desde la ventana de su habitación. El estruendo de las gruesas gotas de agua golpeando incesantemente sobre las chapas del techo, ocultaban con gran eficacia sus gimoteos y gritos afónicos. Otro día más que se le había pasado llorando como un chiquillo de primaria esperando por sus padres. Se abrazó con más fuerza a sus piernas sobre su cama y trató de desaparecer de aquel modo. Las horas pasaban y simplemente cambiaba de posición, a veces se escondía debajo de las sábanas y en otras se sentaba junto a su lecho sobre el frío piso de cerámico blanco que presumía su cuarto.

Por qué no vienes a buscarme, Gastón, por qué no estás aquí, weón. Se preguntaba mientras veía como la oscura y tormentosa madrugada se colaba por su ventana. Las pastillas para dormir susurraban sobre la mesa de luz de algarrobo a su lado, peleaba contra el impulso de rendirse ante ellas, no quería que nada disminuyera todo aquello que estaba sintiendo. Quería sangrar todo lo que fuera posible, quería mostrarle sus heridas a quién dijo que nada ni nadie lo alejaría de su lado. Pero el agotamiento y el dolor fueron dominando cada uno de sus sentidos y pronto tres pastillas de rivotril atravesaron su garganta. El sueño se apoderaba de su cuerpo por al menos dos días enteros, dos días en lo que perdía la percepción del tiempo, en los que perdía oportunidad de pelear consigo mismo hasta animarse a buscar a Marín aunque fuera a gritos y patadas.


—¿A dónde te fuiste, weón? —inquirió Marcelo golpeándolo con un almohadón del sillón en la cabeza que lo hizo volver de sus recuerdos—. No me respondiste —le recordó con ojos entrecerrados y de brazos cruzados en frente suyo.

—Porque soy demasiado débil... —susurró con ojos húmedos esquivando la mirada de su amigo.

—¡No digai eso, weón! —exclamó enojado.

—Pero es la verdad, Chelo. Gastón está mejor sin mí, yo ni siquiera pude recuperarlo cuando debí hacerlo —manifestó con rabia tratando de alejarse de él. La voz se le quebraba en cada palabra, por lo que quería encerrarse en su cuarto y volver a ese estado de su yo de diecisiete años.

Marcelo podía entender a qué se refería Agustín ya que, desde que lo conocía, siempre había estado muy acomplejado por sus tratamientos psicológicos, se sentía incapaz de sostener relaciones a largo plazo o de pensar en construir una familia a futuro. Pero Gastón lo había amado de esa manera, y tal vez a su lado había sido ese único momento donde creyó que todo era posible.

—Tu eri el fleto más bonito de todo Concepción —enunció con la mayor seguridad de todas, lo apartó de su cuerpo y lo tomó de los hombros para verlo directamente a los ojos—. Cuando te conocí ni siquiera creíste que tu y yo seríamos mejores amigos, pensabas que eras una molestia para cualquiera, pero fue todo lo contrario, eres de las personas más importantes de mi vida. Estoy seguro de que para Gastón también lo eres, así que no tengas dudas que en esta batallita amorosa, tú llevas la delantera. El pasado pisado, no hay forma de recuperarlo, pero si puedes recuperar tu presente y tu futuro.

Agustín no sabía cómo responder a los increíbles ánimos que le daba su hermano del alma, Marcelo Jara. No había palabras suficiente que expresara su agradecimiento, lo único que pudo hacer es secar sus lágrimas y regalarle una sonrisa, aunque pequeña, pero sincera. Ahora no estaba solo, había alguien que no dejaría a ese muchachito escuálido llorar solo en su cuarto abrazado a sus piernas. Marcelo estaría ahí para robarle una sonrisa y recordarle que existía un mañana, un mañana donde el sol volvería a salir. 

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Nota:

Me tardé, ya sé, culpen al mundial, no a mí(?).
Por favor, tienen que decirme qué les pareció este capítulo, es personalmente mi capítulo favorito. Al fin explotaron un montón de emociones que desconocía de los personajes. Disfruté muchísimo escribiendo todo esto. Así que por favor comentar para decirme cómo va hasta ahora, me encanta leer sus comentarios. <3  

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