7. El secreto más profundo
—¿Qué peinado debería hacerle a mamá para tu casamiento? —le preguntó su hermana pasando imágenes de peinados de fiestas para señoras en Pinterest. Gastón respondió alzando sus hombros y negando levemente con su cabeza, no tenía idea de esas cosas, era ella quién había estudiado peluquería, él apenas si sabía combinar su ropa—. Ok, que poco emocionado que andas por algo tan importante —agregó levantando su vista de su teléfono, podía notar la poco preocupación que demostraba su hermanito menor.
—No entiendo qué querés que haga —soltó con cierto fastidio, era la segunda persona que menciona algo parecido. ¿Cómo debía abordar su boda? ¿Tenía que ponerse nervioso y casi caminar por las paredes de la ansiedad? ¿O es que los cuestionamientos tenían más que ver con una suerte de estereotipo sobre los homosexuales? No todos podían ser tan detallistas y quisquillosos como los dibujan en la televisión.
—No es algo que tengas que hacer, sino algo que deberías sentir. ¿Vos estás seguro de lo que estás por hacer? —inquirió dejando su celular de lado y mirándole directamente a los ojos. Su mirada tan verde como la de él le quemaba, era como si alma estuviera siendo escudriñada, desnudada segundo a segundo, no podía sentir más vulnerable que cuando su hermana adquiría un rostro serio y fijaba sus pupilas sobre las de él.
—¿Por qué no estaría seguro? Yo le pedí matrimonio —respondió algo más nervioso, Rocío lo estaba incomodando demasiado. Todos lo estaban incomodando, todos lo estaban persiguiendo y todos hacían preguntas innecesarias que después se repetirían una y otra vez en su cabeza al intentar conciliar el sueño.
—Yo no puedo responder las preguntas por vos... —murmuró volviendo a tomar su teléfono para continuar buscando ideas para fiestas, prefería dejar el tema allí, en un lugar prudente, en una distancia sana.
Gastón se levantó ya notablemente molesto de la silla donde se encontraba sentado, abandonó la peluquería a pasos rápidos y se metió a la casa de su madre, la que tan solo un año antes aún continuaba siendo su propio hogar. Ahora vivía en pleno centro, pero de tanto en tanto, se escapaba de la burbuja urbana para volver a ese barrio que siempre amó por el silencio y la quietud que le regalaba sin pedir nada a cambio. Su madre al verlo no pasó por alto su ceño fruncido, por un instante sintió que por el umbral de su puerta había cruzado su vulnerable Gastón de quince años, el Gastón que llegaba a casa frustrado y enrabiado por ese alumno nuevo que lo molestaba. "Lo voy a cagar a trompadas", refunfuñaba buscando sus brazos. "No podes hacer eso, trata de hablar con él, capaz hasta se lleven bien", siempre le aconsejaba con una voz dulce acariciando sus suaves cabellos rubios, por dentro le hacía gracia que su hijo supuestamente grande se comportara como un niño mimado que aún necesitaba de su madre.
—¿Y ahora qué te pasó? —inquirió acercándose a él con unas porciones de pizza fría que habían sobrado de la cena del día anterior.
—La pelotuda de Rocío, me hace preguntas de mierda y se piensa que voy a estar tranquilo. —respondió tirándose en el sillón blanco de la sala.
—Ay, dejala, mi amor. Vos sabes que ella es así.
—¿Así cómo? —objetó con una ceja alzada.
—Así demasiado sincera —declaró alejándose de él, temía una rabieta.
—¡Vieja! —chilló como era de esperarse.
—Viejo los trapos de piso —rebatió ofendida —, cálmate un poco. Por qué no vas a recostarte un rato que después van a ser las diez de la noche y te vas a querer ir a dormir con la Valentina.
—Trabajo toda la semana, ya no soy joven.
—Apenas tenes veinticinco años y además hoy te toca hacer el asado con el Jeremías, así que te quiero lúcido y de buen humor.
—Sí, señora —respondió con sarcasmo poniendo sus ojos en blanco.
La joven madre de largos cabellos castaños y puntas rubias daba vueltas por la casa en busca de algo. Jeremías, su marido, la observaba de lejos con su hija en brazos, no quería preguntar por su búsqueda del tesoro; de hacerlo, seguramente terminaría involucrado. Luego de un rato donde aprovechó cambiarle el pañal a la pequeña, su mujer apareció detrás suyo como cual demonio invocado.
—Al fin encontré los putos aros que buscaba —espetó cansada—, y gracias por tu no ayuda —agregó con ironía yendo hacia el espejo del cuarto para verificar su pestañas postizas, no tenía buen pulso y terminaba por pegarlas en cualquier lado.
—Si te ayudaba y no los encontraba, me ibas a decir que soy inútil que nunca encuentro nada en la casa.
—No, vos sos inútil sin intentarlo, así que quedate tranquilo.
El pelinegro rodó sus ojos fastidiado por el típico carácter buscapleitos de su esposa, una actitud que pensó que dejaría atrás junto con su adolescencia. Pero, muy al contrario de sus deseos, esa parte no hizo más que acrecentarse con el tiempo. Actualmente toda esa energía tenía un único objetivo y, gracias al cielo, él no era el objetivo.
—¿Va a ir el pelotudo de Liam? —inquirió Jessica antes de ponerse su brillo labial.
—Y si, gordi, es obvio, se está por casar con el Gastón —respondió con un tono casi burlesco, le sorprendía una pregunta tan innecesaria para una situación tan clara por sí misma.
—Y ese es justamente el problema. El Gastón es más pelotudo que vos, por algo se hicieron amigos.
—Cortala con esa bronca que le tenes al pobre tipo.
—Escuchame, tarado, yo sé muy bien que ese pibe no es trigo limpio y en algún momento ustedes me van a tener que dar la razón —advirtió mirándole directamente a los ojos a través del espejo. Jeremías negó con su cabeza visiblemente hastiado con el tema.
—Por dios, Jessica, deja de ser tan mala leche. ¿Por qué pensas que el pibe está cagando al Gastón?
—Pero no seas pelotudo, mi amor, mirale la cara de puta que tiene —respondió de manera exagerada—. Le sacas la ficha con solo escucharlo hablar y ver cómo se mueve. Ojo de loca nunca se equivoca. Decile al pelotudazo de tu amiguito que le revise el celular y ya van a ver.
—Cómo se nota que soy un pollerudo que no te causa desconfianza y por eso te dedicas a pensar pelotudeces de las parejas de los demás —enunció molesto poniéndose de pie con su bebé en brazos—. Arreglate tranquila, voy a preparar el bolso para Brisa.
—¿Ya te enojaste? Te digo la verdad, ya vas a ver y me vas a tener que pedir perdón de rodillas —continuaba insistiendo mientras se ponía un poco más rubor en sus pómulos—. Y si no te celo a vos es porque todos tus amigos son homos y vos sos demasiado hetero para te tiren los perros —agregó en voz baja como un comentario así misma. Se sonreía de solo pensar que debía ser una de las pocas chicas que podía respirar tan tranquila con respecto a su pareja, pero a su vez era francamente aburrido y cuando conoció al novio de Gastón todas sus alarmas en desuso se prendieron de repente y con ellas, el entretenimiento volvió a su vida.
"¿Qué será del chileno? Antes me divertía haciéndole agarrar celos", pensó al recordar cómo aprovechaba besar a Jeremías en la escuela frente a Agustín solo para molestarlo porque sabía que él no podía hacer lo mismo con su respectivo novio. Ella había sido una de las pocas personas que en aquella época se habían dado cuenta de que Agustín y Gastón eran más que amigos o rivales. Pero su novio y ahora esposo, siempre había sido un poco falto de lucidez y hacía los comentarios más homofóbicos posibles en frente de ellos dos.
—Jessi, ¿enserio tengo que ayudar a tu viejo con la tapia? —inquirió Jeremías pensando en que se perdería el partido de Belgrano contra River solo por trabajar de gratis en la casa de sus suegros.
—Si, no creo que quieras llevarte mal con él —respondió sin darle demasiada importancia a las quejas silenciosas en los ojos de su novio.
Esa mañana su mente estaba especialmente ocupada en otras cosas. Recapitulaba, a modo de película, el extraño comportamiento de Gastón y ese pibe chileno que había llegado hacía dos años a la escuela, pasaban demasiado tiempo juntos para antes haberse odiado al punto de casi ser echados de la institución por sus constantes peleas y enfrentamientos. Por qué era a la única que aquello le hacía ruido.
De pronto, como si sus pensamientos produjeran alguna clase de invocación inconsciente, Gastón y Agustín se aparecieron enfrente suyo a mitad del pasillo de la escuela, estaban de salida tal y como ella y su novio. Jeremías intercambió un corto saludo con el rubio y el castaño se limitó a levantar su mano en un muy pobre y antipático saludo. Siguió a ambos por detrás disimuladamente tomando a su pareja de la mano para no levantar sospechas; desde allí podía observar con gran detalle la sonrisa de Gastón, se volteaba cada tanto hacia el chileno y a veces hasta se inclinaba para susurrarle algo al oído. ¿Qué no eran aquellas las típicas acciones de su novio cuando caminaba con ella no distraído con su celular?
—No puedo estar imaginando cosas... —murmuró tocando la punta de su mentón con sus fluorescentes uñas verdes.
—¿Vos imaginando cosas? ¿Qué no es eso lo que siempre haces? —comentó su novio sin permiso, por lo que recibió un pequeño golpe en su cabeza a modo de correctivo.
—Andate a tu casa, yo después voy para allá —le ordenó sin ninguna intención de dar explicaciones; por lo que Jeremías, ya conociéndola muy bien, se limitó a asentir con su cabeza y tomar el colectivo junto a sus compañeros.
Jessica estaba convencida de que sus suposiciones no eran meros delirios infundados por la subtrama más comentada de la novela Viudas e hijas del rock, pero para ello tendría que cruzar algunos límites, cómo continuar siguiendo a Gastón y Agustín que, sin percatarse de ella, se encaminaron hacia una plaza poco frecuentada de la zona.
Al llegar, se ocultaron debajo de un viejo sauce llorón. Jessica ágilmente se metió detrás de un cantero lo bastante alto para esconderla de cuclillas. Desde aquel lugar tenía una vista casi panorámica del par de amigos que reían de secretos que solo entre ellos compartían, pero incluso a la distancia podía percibir ese brillo cómplice en sus miradas que dos supuestos amigos no estarían intercambiando.
"No estoy delirando", pensaba mientras veía como se acercaban cada vez más, hasta que Gastón apoyó al castaño sobre el árbol y se inclinó hacia su boca para tomar un lento y profundo beso que agitó el corazón de la muchacha. Con manos temblorosas buscó su teléfono en el interior de su mochila y, al encontrarlo, encendió rápidamente su cámara para tomar la foto más dulce de todas. Aquella foto se convertiría con el paso del tiempo en su tesoro más preciado. Ya impresa, duerme hasta el presente en un libro nunca leído en uno de los tantos estantes de su ahora hogar con Jeremías Altamirano y su pequeña hija de seis meses.
El sol ya se había guardado entre las dulces sierras de Córdoba para cuando Liam entró en la que era la habitación de su suegra, allí descansaba su prometido ignorando que la casa ya se había llenado de vida con sus esperados invitados. La música resonaba en el patio y las risas de Jeremías hacían eco por cada rincón de aquel femenino hogar. El inglés lentamente se sentó en el pequeño espacio que dejó su novio y sin anunciarse acarició su rostro con una enamorada sonrisa sobre sus labios.
—My sensual Argentine boy... —susurró deslizando las yemas de sus dedos por una de las clavículas de Gastón.
Verlo tan indefenso lo tentaba a demasiadas cosas. Aunque sabía que su novio se enojaría de hacer algo indecente sobre la cama de su madre, pero las ganas simplemente lo superaban; por lo que se inclinó y robó un beso de sus húmedos labios. Gastón no despertó, estaba muy profundamente dormido para darse cuenta de que él estaba allí. Liam sintió que no podía perder aquella oportunidad, por lo que se arriesgó mucho más, y bajó un tanto los pantalones ajenos hasta descubrir su dormido pene.
—Dreaming about me? —inquirió con fingida tristeza mientras se subía a la cama para así acomodar su cabeza entre sus piernas.
Sonrío con malicia antes de quitarse el cabello del rostro y sostenerlo con su mano para así darle cómodamente la primera lamida al miembro de Gastón. Repartió unas cuantas más desde la cabeza del pene hasta la base de este, incluso no se reprimió de repartir algunos besos por el bajo abdomen del rubio. Éste se removió algunas veces, pero del sueño no pudo escapar. Liam siguió aprovechándose de la situación, y metió el falo en su boca para comenzar a despertarlo con el roce en su mejilla y con sus labios. Dicha misión no fue difícil de conseguir, su novio estaba duro a las primera succiones. Bajó su prepucio y succionó con más énfasis su glande. Recién allí Gastón soltó algunos gemidos roncos que eran apenas oíbles para el británico.
Liam estaba disfrutando muchísimo de la escena, era tan tan excitante tener el palpitante pene de su novio dentro de su boca sin permiso en la casa de su suegra, se sentía como un chiquillo adolescente haciendo sus primeras travesuras eróticas. Aceleró el ritmo de sus succiones esperando que Gastón tal vez se viniera dormido, sería fascinante, un sueño húmedo por excelencia; pero sus deseos no podrían ser cumplidos. Su pareja pronto despertó y recobró la conciencia rápidamente. Casi con horror detuvo sus movimientos.
—¡¿Pero qué mierda estás haciendo?! —exclamó airado temiendo que sobrina de cinco años pudiera entrar a la habitación.
—Complaciendo a mi sexy novio argentino —respondió sin mayores dificultades apartando la mano del susodicho para continuar con su labor.
—¡No, no! Puede venir la Valentina, vos estás o qué mierda te pasa —lo regañó tratando de subirse los pantalones.
—Si sigues gritando alguien definitivamente entrará a ver qué sucede contigo. En cambio, si te callas, yo puedo solucionar tu problema —trató de razonar con él señalando la erección que ahora necesitaba tratar si pretendía bajar a preparar el asado junto a su amigo Jeremías en presencia de su familia.
Derrotado, apartó sus manos y se dejó hacer por su futuro esposo. Mordía sus labios para no dejar escapar fuertes gemidos provocados por la sobre atención a su glande en sincronización con masajes sobre sus testículos. Liam Wembley sabía hacer su trabajo, pero aún no se acostumbraba del todo a sus arranques de excitación inesperada sin contexto. Cuando finalmente eyaculó dentro sus boca, podía notar algo de satisfacción en su rostro.
—Dulce... —murmuró relamiendo sus labios para quitar todo rastro de semen—. El mito del ananá en tí es real, seguiré comprando esa piña enlatada que tanto te gusta —agregó tirándose a su lado.
—No vuelvas hacer eso, Liam —sentenció con firmeza mientras se acomodaba sus pantalones.
—Bueno, Señor —respondió poniendo sus ojos en blanco, odiaba cuando su novio era tan amargado y serio.
Gastón se percató del enojo en el tono de voz del británico, pero no sentía el deseo de hacer algo para remediarlo, no cuando era él quien debía estar molesto. Ahora no se quitaría la culpa por haber recibido una felación en la cama de su madre por al menos un mes. "Agustín nunca hubiera hecho una cosa así", pensó de pronto para su propia sorpresa. ¿Por qué lo había recordado en un momento tan inadecuado? Aunque la verdadera pregunta era: ¿cuándo dejaría de volver a su memoria de una vez y para siempre?
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Nota:
¿Por qué temen tanto a la homofobia estos personajes?
Les tengo que dar el triste dato de que en las escuelas de barrio, o sea, alejadas de importantes centros urbanos de Córdoba, había una escasa o nula tolerancia a todo lo distinto. No solo en el tema de sexualidades disidentes, sino también en gusto musicales y hobbies. Donde yo vivo antes que no te gustara el cuarteto era un sacrilegio, eras lo más similar a ser un hereje. Hace diez años atrás la gente en su mayoría venía del campo y tenían la mente muy cerrada y sosegada por los muchos discursos religiosos que rodeaban el área, ya que aquí hay una proliferación de iglesias de todas las creencias cristianas.
Así que bueno, ese es más o menos el contexto implícito de estos muchachos, la primera vez que se conocen lo hacen en mi barrio y van a mi escuela secundaria, de la cual mencioné el nombre y además el barrio se reconoce por la ubicación geográfica brevemente expuesta: "a quince minutos del aeropuerto de Córdoba".
¡Ya me explaye demasiado! Ahora sí, adiós. ¡Les quiero mucho!
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