3. Y sus gustos en la intimidad
Ese jueves fue casi como cualquier otro, si por "cualquier otro" entendiéramos que Gastón Luque se la pasó devorando los labios de un chileno enojado en el baño de la escuela; y es que esa mañana el aula en desuso no se encontró desocupada. Un grupo de alumnos de cuarto año la agarró de cyber improvisado con las netbooks que entregó el gobierno. El rubio estuvo tentado de unirse a una de las partidas de counter strike. Pero Agustín, habilidosamente, le recordó que tenía un juego más interesante para él y pronto se decantó por aquella opción.
Al volver a su casa, continuaba con una sonrisa en el rostro, por lo que entró tarareando una canción de Walter Olmos. Ya en su habitación se tiró sobre la cama y se puso los auriculares para escuchar aquel tema que tanto le daba vueltas por la cabeza.
Por lo que yo te quiero,
tendré que acostumbrarme.
Por lo que yo te quiero, amor,
a no tenerte aquí.
Cantaba Gastón totalmente perdido en la letra de aquella canción. En cada uno de sus versos, el rostro de Agustín se hacía presente entre sus pensamientos. Su sonrisa, sus ojos miel, su piel apenas bronceada, su cabello castaño, su figura delgada. Los suspiros se le acumulaban en los labios y su corazón pendía de sus manos. Se reía de solo darse cuenta que lo estaba extrañando, deseando, cuando había pasado menos de una hora desde que se vieron por última vez.
—La puta madre —murmuró tapándose el rostro con su almohada—. ¿Qué mierda tiene ese pibe? —se cuestionó frustrado.
Imposibilitado de llegar a una respuesta satisfactoria, se dio media vuelta y trató de conciliar el sueño mientras otras tantas canciones continuaban sonando en sus oídos. Pero lo que empezó como un día tranquilo, fue lentamente tiñéndose de tonos oscuros.
Primero su hermana lo despertó desesperada, luego encontró a su madre llorando desconsolada en el comedor. ¿Qué estaba pasando? Se preguntaba una y otra vez. Debió ser Rocío, su consanguínea, quien le pusiera de sobre aviso de la terrible situación que había sufrido la progenitora de ambos. Su padre, persona que tantos buenos recuerdos le había dado en su infancia, que lentamente se fue enfriando hasta convertirse casi en un desconocido con el que compartía la sangre, había cometido adulterio y su esposa había sido testigo.
—¡No, no! ¡No puede ser! —exclamó antes de ser callado por la mano de su hermana sobre su boca.
—Tenes que calmarte, mamá no nos tiene que escuchar. Ella me pidió que no contara nada, pero no podía dejarte ahí extrañando al pelotudo ese que tenemos por padre —dijo con una seriedad que estremeció a su lastimado corazón.
Asintió con su cabeza y Roció lo liberó de su mano, ahora podía responder de alguna manera, pero no pude hacer más que romper en llanto y esconderse en el pecho de su hermana. Eso de tener a los padres divorciados Jeremías lo hacía ver demasiado fácil, tal vez porque era muy pequeño cuando aquellas personas decidieron darle fin a una relación de unos pocos, pero significativos años. De cualquier manera, todo aquello estaba lejos de ser procesado rápidamente para un adolescente Gastón Luque.
—Escuchame con atención. Esto no es nuestra culpa, ese viejo fue el pelotudo que nos abandonó —enunció Roció con el rencor al borde de sus labios—. Vos y yo vamos a sacar adelante a la vieja.
—Voy a buscar un trabajo —fue lo primero que atinó a decir en base a la situación, pero su hermana se sonrió y dejó un beso en su frente antes de continuar hablando.
—Mamá labura bien, y mi peluquería siempre está llena de viejas chotas que se vienen hacer la permanente. Estamos bien, muy bien. No necesitamos la plata del trolo ese y tampoco necesitamos que vos dejes de estudiar para laburar. ¿Me entendiste?
—Pero Rocío, no pueden cargar con todo.
—Vos danos la satisfacción de estudiar algo piola, puede ser rápido, pero estudia. Recibite y ahí nos ayudas. Vos te pagas las vacaciones.
Gastón, aunque aún poco convencido del plan de su hermana, asintió repetidas veces con su cabeza apretando sus labios para no gritar ni insultar tan fuerte como le permitiera su garganta. Su madre engañada y humillada, cómo un hombre podía hacer semejante barbaridad a alguien que supuestamente prometió amar y respetar.
—Yo nunca voy a ser como ese viejo qliado —murmuró con voz ronca.
—Y yo sé que no, vos sos el angelito nuestro —respondió su hermana con toda seguridad. Gastón sonrió apenas unos segundos y luego volvió a quedarse en silencio sobre su hombro.
***
La alarma sonó una vez y Agustín se removió en las sábanas sin dejar de soñar con su novio Gastón, quien se encontraba encima de él repartiendo pequeños besos sobre sus marcadas clavículas. La alarma sonó por segunda vez y se abrazó a su almohada, el rubio estaba frotando su protuberante bulto sobre el suyo con un descaro que le robaba roncos gemidos de las profundidades de su garganta. La alarma sonó por tercera vez y aún dormido movió sus caderas al ritmo de las embestidas de su amante. La alarma sonó por cuarta vez y un grito de su padre lo hizo caerse de la cama.
—¡Ya po, Agustín! ¡Se te va a hacer tarde! —exclamó su padre al otro lado de la puerta de su habitación.
—¡Ya voy! —respondió aún en el suelo.
Lentamente comenzó a recobrar el sentido, se levantó sin muchas ganas y se sentó en su cama, pero algo le molestaba, sentía demasiado acalorado para la fecha en que se encontraban, y al mirar hacia su entrepierna halló la razón de su repentina fiebre. A la par de aquello, los recuerdos de su reciente sueño volvieron a él como bolas de nieves impactando contra su rostro. La vergüenza invadió cada centímetro de su ser. Tomó rápidamente una almohada y con ella trató de ocultar su erección.
"¡Chucha! ¿Por qué tienes que ser tan rico, rucio culiao?", pensó saliendo de su cuarto para tomar una ducha fría antes de que lo viera su padre. No le importaba llegar tarde a la escuela, no podía moverse con aquella carpa en sus pantalones.
—¡Me voy, Agustín! ¡Tengo que llegar antes de que toque el timbre! —le avisó su padre desde la cocina—. ¡Hoy no vuelvo hasta mucho más tarde! ¡Tengo capacitación docente! —agregó viendo la hora en su celular.
—¡Ya, papá! ¡Yo también voy! —gritó Agustín desde abajo de la ducha tibia que pretendió ser fría hasta que recordó que le daría, mínimo, una neumonía.
Al terminar de bañarse se vistió lo más rápido que pudo y salió corriendo de la casa con una sopaipilla en la boca, había llegado a encontrar una de las tantas que su padre había hecho durante la noche. Y, seguramente, había sido su mismo progenitor quien se las habría terminado de devorar mientras él sufría su adolescencia en el baño.
Agitado, tuvo que hacer entrega de su cuaderno de comunicado al preceptor en puerta, media falta. No vivía lejos de la institución, unas seis cuadras tal vez, pero por más que las corrió lo más rápido que sus piernas le permitieron, había llegado quince minutos tarde. Un poco más, y no lo dejaban entrar, aunque, y muy a su pesar, habría hecho gala de sus contactos y su padre habría venido a rescatarlo. Al menos aquello no había hecho falta, ingresó a la escuela y caminó a paso lento por la extensa galería hasta el pasillo donde se encontraba su aula.
—¿Qué pasó, Gastón? No sos de llegar tarde —escuchó a un preceptor comentar a sus espaldas. Rápidamente se giró y halló al dueño de sus sueños húmedos caminando con desánimo junto al susodicho.
—Problemas en casa como siempre, no tenía muchas ganas de venir —respondió con sinceridad sin dejar de ver al piso con sus manos dentro de los bolsillos de su campera.
—¿Queres quedarte con la psicopedagoga? Yo le aviso a tu profe.
—No, está bien. Gracias, Huguito.
—Avísame cualquier cosa o acércate cuando quieras —dijo antes de palmear su espalda y retirarse a su oficina junto a los demás preceptores.
Agustín no tardó en acercarse, quería saltar sobre él y darle un fuerte abrazo que cambiara su expresión amargada por esa brillante que semejaba a un sol de verano en la playa. Pero al estar en público, solo pudo alzar su mano y saludarlo, aunque no perdió oportunidad de acomodarse a su lado y caminar pegado a su cuerpo. Al menos así podía sentir un poco de su calor, a la vez que le regalaba un poco del propio.
—¿Por qué estaí así? —preguntó ahora él rozando su mano con la ajena.
—Me pasan una banda de cosas —respondió seco.
—¿Y no queres contarme? Podríamos meternos en la sala antes de que la agarren los de cuarto.
—No, ahora no... entremos al aula.
Agustín no quiso refutar la decisión de Gastón, sentía que lo único que podía hacer por ahora era apoyarlo, contenerlo y darle cuánto amor necesitase porque, de cierta manera, podía comprender aquellas emociones. Él también pasó por muchísimos problemas familiares que habían desencadenado en varios de sus problemas psicológicos actuales.
Aquella mañana escolar pasó en relativo silencio, con solo unas discusiones con Jeremías y Brian en su haber. Gastón ni siquiera había salido en los recreos, se quedó durmiendo dentro del aula. Agustín se quedó junto a él jugando con su celular, mientras que en su mente no dejaba de darle vueltas al asunto del sueño. "Hoy tengo la casa sola", pensaba sin reparar en que estaba perdiendo vergonzosamente en el Candycrush.
Finalmente tocó ese ansiado timbre de salida y Agustín no quiso desaprovechar aquella oportunidad, tan solo al salir de la institución lo tomó de la muñeca y lo arrastró a su casa. Gastón se quejó repetidas veces por el arrebato del castaño, pero este no dudó en concretar su cometido.
—Pero qué te pasa, boludo —soltó Gastón exasperado. Además del mal humor que cargaba desde temprano, ahora estaba cansado y con las piernas adoloridas por la reciente carrera.
—Tengo la casa sola —exteriorizó lo que había ocupado durante toda la mañana su cabeza.
—¿A dónde fue tu papá? —preguntó mirando a su alrededor. Ya se encontraba en el living de la familia chilena. Aquella era una sala bastante acogedora y también demasiado simple, era muy obvio que en aquel hogar solo habitaban hombres.
—Capacitación docente —respondió ya algo nervioso—. Ven, vamos a mi pieza —agregó volviendo a tomar la muñeca de Gastón, aunque esta vez sus mejillas se habían teñido de un suave rojo carmesí que no pasó desapercibido.
Al entrar en el cuarto, Agustín cerró la puerta tras de él y lo guio hasta la cama donde lo hizo sentarse próximo a la cabecera de esta. Él tomó asiento a su lado, pero no tan cerca, aunque solo necesitaba levantar su mano para llegar a tocar el rostro ajeno. Gastón se puso inquieto, era la primera vez que estaba en la casa de su novio, y en su cama, con la puerta cerrada. ¿Qué se suponía que debía pasar ahora? Estar fuera del sucio salón era agradable, pero a la vez toda una aventura. Era como decirle al mundo real todo lo que estaba sintiendo por el chilenito malhumorado.
De pronto, y para su sorpresa, Agustín pasó la punta de sus dedos por su espalda. El toque había sido tan suave, que hizo viajar ciento de extrañas y placenteras cosquillas por todo su cuerpo.
—¿Qué haces? —inquirió sobresaltado. El castaño no respondió, miró hacia otro lado y pudo ver cómo se murmuraba algo así mismo. Luego, como habiendo tomado valentía, se recostó sobre la cama.
—Súbete encima mío —le pidió con ojos cerrados más avergonzado que nunca en su vida, sus mejillas jamás habían estado tan rojas como en ese preciso instante. Pero todo su pudor se disipaba al pensar en los brazos del rubio más bonito de Córdoba. ¿Por qué no aprovechar ese pequeño instante de intimidad que tenían? Quería conocerlo, y quería conocerlo ahora. Llegar a sentir su piel desnuda rozando con la suya.
Gastón se quedó congelado por un instante, estaba tratando de recordar sobre cómo se sentía, estaba triste, enojado y sumamente decepcionado de su padre, pero... ¡Ah, ese pero que había generado el chico que se adueñaba de sus suspiros! Ahora, el mismo muchacho, le hacía olvidarse de todo aquello que lo amargaba y le dejaba disfrutar de ese instante que era su propia adolescencia.
—Nunca se me hubiera cruzado por la cabeza que podías ser así de provocador —murmuró divertido al salir de su shock momentáneo—. ¿Vos me estás buscando? —cuestionó con una sonrisa genuina subiendo lentamente encima de él. Cada segundo que se tardó fue una eternidad para Agustín, su corazón latía a mil pulsaciones por minuto y, si era posible, éstas aumentaron a diez mil cuando Gastón Luque finalmente se encontró sobre su cuerpo. Sus brazos se habían acomodado a sus costados y su pelvis estaba en medio de sus piernas rozando la propia. En cualquier momento, por el simple hecho de tener el bulto del rubio tan cerca del suyo, tendría una erección como en la mañana que terminaría de condenarlo a la vergüenza absoluta.
—¿Qué creí? ¿Acaso no es obvio que te estoy buscando? —murmuró con voz suave sobre sus labios atreviéndose a levantar sus brazos y enredarlos en su cuello.
Gastón tragó saliva con dificultad, le parecía increíble como el mismo muchacho con trastornos de ira y depresión, ahora lo estaba intimidando. Pero no podía dejarse asustar de esa manera, sería su primera vez con un hombre, pero no iba a dejarse dominar de esa manera; por lo que, y sin previo aviso, terminó con la distancia entre sus rostros y devoró con hambre los labios chilenos. Incluso sus lenguas se habían enredado como nunca antes se habían animado a hacerlo, varios finos hilos de saliva se perdieron por sus mentones. Debió ser Agustín quien lo apartara un poco para recobrar el aliento.
—¿No estabas deprimido, weón? —comentó irónico el chileno.
—Vos lo dijiste, mi amor. Estaba —respondió obligándole a cambiar de lugares, lo necesitaba sentado sobre su pelvis para apretar sus glúteos como a él le gustaba—. Vos empezaste, ahora te la tenes que bancar.
—Me banco todo lo que quieras. —dijo moviendo su trasero sobre el bulto del rubio. Él también estaba sorprendido de su comportamiento atrevido, pero se sentiría menos avergonzado si era Gastón quien primero se ponía duro. Y su deseo no tardó en cumplirse, podía sentirlo en sus glúteos.
Ambos rieron nerviosos y felices al caer en cuenta de cómo continuaría aquella situación, pero ninguno iba a retratarse, ambos estaban allí listos para entregarse en alma y cuerpo; y fue exactamente lo que hicieron. Sus cuerpos desnudos se encontraron frente a frente, se dieron el tiempo para conocerse al menos un poco. Agustín, con la punta de sus dedos recorrió alguno de los lunares que encontró por la espalda de Gastón, y este, besó una marca de nacimiento sobre su pezón izquierdo. Además de que aprovechó jugar largo rato con sus pezones, el castaño ni siquiera sabía lo sensible que podían llegar a ser.
Luego Agustín se animó a agacharse y llevar la erección de su amante a su boca, donde descuidadamente trató de succionar, pero viendo que solo provocaba pequeños quejidos de dolor o cortas risitas en este, lo largó algo enojado. Pero con unas disculpas y unos cuantos besos y mordidas sobre su cuello, se le pasó tan rápido como le llegó y continuaron explorando cada uno de sus rincones.
Cuando Gastón se quejó de su erección, Agustín supo que era momento de develar un secreto y le alcanzó de la mesita de luz un lubricante que había comprado desde el primer día en que habían empezado a salir, aún se encontraba sellado. El rubio quiso comentar muchas cosas respecto a ello, pero estaba necesitando tan desesperadamente del interior de su novio, que calló su lado más burlesco, para acostar a Agustín boca abajo y comenzar lo que debía hacer con sus dedos y la pequeña y rosada entrada de su amante.
Agustín mentiría si dijera que aquella primera vez no dolió, los dedos de su novio ya habían resultado incómodos, cuando comenzó a meter su pene las lágrimas no tardaron en apoderarse de sus ojos. Gastón en ningún momento lo apresuró, y eso lo recuerda con especial cariño, entró poco a poco, en cada centímetro lo llenó de besos y caricias, y espero a que fuera él quién lo animara a continuar, y vaya que lo hizo. Incluso en medio de su dolor, no podía negar lo mucho que le gustaba sentir que se estaba haciendo una sola carne con Gastón.
Y las cosas fueron aún mejores cuando el dolor pasó a un segundo plano con las constantes embestidas del rubio en su próstata, no le alcanzaba la voz para gemir el nombre de Gastón, tuvo que morder la almohada para que todos los vecinos no se enterara de que se estaban cogiendo al hijo del profesor de inglés. Y es algo que lamentó profundamente, debió gemir más fuerte para que Gastón supiera cuánto amaba y amó ese momento.
Para cuando estaban por llegar a su clímax, el rubio le hizo levantar la parte superior de su cuerpo quedando ambos arrodillados, para ladear su rostro y llegar a su boca. Aunque más que un beso, solo fueron sus lenguas enredándose de una manera que él recuerda casi depravada para unos adolescentes de diecisiete años. Cuando Gastón manchó su interior, se tiró agotado sobre la cama y él a su lado. Se miraron largo rato totalmente perdidos en las sensaciones del posorgasmo. Volvieron a reír y Agustín se escondió en su pecho, faltaban varias horas más para que regresara su padre, por lo que ese día no hubo una primera vez, sino unas tres primeras veces.
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Nota:
Nah, me quedó hermoso! Orgullosa de mi propio trabajo ;w;
Bueno, sin más que decir, nos leemos la próxima! <3
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