2. Nuestra sociedad me perjudica

Capítulo dedicado a totts_m que hoy ha terminado su tesis en diseño gráfico. ¡Felicitaciones! Yo sé que serás  (y eres) una excelente profesional. ¡Mucha suerte en esta nueva etapa de tu vida!  

***

—Che, qué onda vos y el Gastón, ya no se hacen cagar en los recreos. ¿Se aburrieron? —preguntó Jeremías mientras veía algunas fotos de él y su novia en su celular finlandés.

—No sé, tengo otras cosas que hacer. Digo, el año que viene tengo que ir a la U y en este país hay como 250 carreras gratuitas, no sé qué elegir, estoy pensando —respondió con tanta calma que en el pelinegro no generó ni un ápice de duda. La respuesta había sido lógica y bastante sincera, incluso sentía algo de culpa. ¿No debería estar él también pensando en aquellas cosas tan importantes?

—Claro, está bien —pronunció con desgano buscando alguna excusa para irse lejos del chileno, las conversaciones serias no le sentaban bien. Ya tenía suficiente con soportar más de una vez al mes el terrorífico "tenemos que hablar" de su novia Yesica.

Como cual milagro bíblico, el timbre de la escuela sonó con sus estridentes campanadas y Jeremías pudo huir de Agustín sin justificación alguna. El abandonado se sonrío como sutil gesto de victoria, había convencido lo suficiente a su compañero para que no sospechara sobre lo que en realidad hacía durante los recesos escolares.

Ahora, en vez de perder su tiempo dejando moradas marcas de trompadas y patadas en el cuerpo de Gastón Luque, aprovechaba cada minuto para llenarlo de besos y ocasionales mordidas. Antes golpearlo era una actividad bastante eficaz para liberar su propio estrés y frustración, pero comparado con el ahora, aquella era una actividad no solo barbárica y salvaje, como diría ese Sarmiento del que le hablaron en Historia Argentina II, sino que era más improductiva que las clases de yoga de las que salía más estresado de lo que llegaba. ¿A quién se le había ocurrido que doblándote todo se te iban a liberar los chakras? Solo se le había liberado alguna hernia de disco y un dolor desconocido en las rodillas.

En este nuevo presente, su cuerpo ya no dolía por los golpes de un rubio de preciosos ojos, sino que era abrazado con deseo y besado con inesperada delicadeza. A veces era tanta que se cuestionaba si es que en realidad habían sido enemigos en algún momento, tenía la sensación de que entre ellos solo había existido un terrible malentendido por su culpa; porque no temía en reconocer sus errores, pero esperaba que Gastón también asumiera parte de la culpa. ¿No pudo solo ignorar sus provocaciones y tratar de entablar alguna clase de amistad con él? Y cuando pensaba en aquello se le escapaba una risilla que desconcentraba al ojiverde que observaba confundido.

—¿De qué te reís? —preguntaba Gastón abrazando su cintura mientras lo acorralaba contra una de las paredes del aula en desuso.

—Y de esto weón —respondió hundiendo su nariz en el pálido cuello ajeno.

—Pero si fuiste vos el que me chapó primero.

—Ya sé, weón. No me estoy burlando, solo pensaba que pudimos conocernos de otra manera.

—Pero a vos se te ocurrió tratarme para el culo.

—Pero tú la seguiste po, y la directora siempre dice que no importa quién haya empezado.

—No me hables como esa vieja chota —sentenció el rubio antes de robarle un beso tan profundo que llegó a quitarle el aliento.

***

Otra mañana formando en el SUM, porque en el patio de la escuela iban a no menos que congelarse, con los tres grados de sensación térmica que hacía en aquel lunes de mayo por la mañana. Agustín entró por una de las cuatro puertas del lugar, y metió rápidamente sus manos dentro de los bolsillos de su campera de polar. En aquel inmenso salón debían estar a menos un grado de sensación térmica, por lo que no sabía si estaban mejor allí o en el patio cerrado entre las aulas. Pero todo aquello dejó de importarle, cuando sus ojos se encontraron con unos verdes que lo observaban expectantes llegar hasta la fila del sexto "A".

Otra vez tenía esa angustiosa sensación de frustración, ahora no por estar lejos de sus amigos en Chile, sino porque no podía ir y abrazar al rubio más alto del curso que tanto le gustaba, sino que tenía que quedarse en medio de la fila por ser medio alto y medio bajo. ¿Cómo es que los argentinos naturalizan esas filas de menor a mayor con tanta facilidad? Aunque más le sorprendía haberse acostumbrado a seguir el ritmo rutinario de la escuela argentina.

Llegar con la almohada pegada en la cara, ser aturdido por un ruidoso timbre de metal de principios del siglo XX y formar en orden en el patio con una distancia de un brazo entre compañeros y de dos entre cursos. Luego tenía que aclarar su voz y entonar las estrofas de aquella canción a la bandera que ya se sabía de memoria, aunque sin darse cuenta seguía diciendo "azulunala" en vez de "azul un ala". Gastón ya se había percatado del simpático error, más prefería callarse y solo contener su sonrisita burlona mientras movía la boca sin producir sonido alguno, ya que era un experto del playback patriótico.

Pero se le había hecho casi imposible no sonreír aquella vez, donde fue Agustín quien izó la bandera, junto a una muchacha de otro curso. Su expresión de "no sé qué hago acá, ni siquiera soy argentino" no solo lo había tentado a él, sino al curso entero. Esa mañana dejaron a todos los varones de sexto "A" parados cuarenta minutos bajo el sol otoñal del quinto mes del año. Menos mal que todos habían desayunado y no hubo bajas que lamentar de regreso al aula, donde se comieron un discurso sobre el respeto a los símbolos patrios por parte del profesor de Formación para la vida y el trabajo.

En ese mismo día, en razón de los cuarenta minutos perdidos en ser disciplinados por el preceptor, los varones del sexto "A" se quedaron sin primer y segundo recreo. Por lo que Gastón fue el primero en quejarse como si del fin del mundo se tratase, pero el profesor se mostró inflexible, y también curioso por lo que impacientaba tanto al líder natural de la manada en que se había convertido aquel curso. Pero se limitó a seguir con su lectura de Foucault, y les dejó como tarea la lectura de unos cuantos artículos sobre cómo redactar tu primer currículum vitae.

Agustín, al fondo del aula, estaba más rojo que las cortinas de las ventanas del curso, se encontraba estúpidamente emocionado por la escena que había montado Gastón Luque. ¿Tanto le gustaba escabullirse con él en cada recreo para tocarse y susurrarse estupideces al oído? No podía ser más feliz en aquel momento, incluso le parecía un sueño sentirse de aquella manera, ni siquiera en sus casi ocho años de terapia se había sentido tan bien y tranquilo, pero siempre había algo en el fondo que no dejaba de molestarle. Una espinita clavada justo en medio de su corazón que parecía enterrarse cada día un poco más.


Nuevamente se hallaba formando en el salón deportivo de la escuela. Agustín tomó rápidamente su lugar en la fila, pero sus ojos se desviaron hasta la figura de Jeremías a varios pasos de él. Los profesores aún no habían ingresado en el recinto, por lo que no todos se encontraban formados. El pelinegro de unos ojos verdes tan claros que casi parecían incoloros, se encontraba con su novia del quinto "B", tenían toda la libertad que Agustín deseaba con Gastón, ambos se encontraban abrazados y compartían caricias y besos sin ninguna vergüenza, casi presumiendo del amor entre los dos. ¡Ah! ¡Qué envidia! Pensaba el castaño volviendo su mirada al frente, por qué no podía hacer lo mismo con el rubio. ¿Qué tenía de malo el amor de ellos? ¿Estaba tan mal gustarse entre hombres a esa edad? ¿No era Argentina un país ejemplar en los asuntos de la diversidad sexual? ¿No habían aprobado hace cuatro años el matrimonio igualitario? ¡Qué terribles mentiras! ¡Qué propaganda política!

Al sonar el timbre de primer receso, Agustín, con el entrecejo arrugado, caminó a toda prisa hacia el aula abandonada. Unos minutos más tarde, Gastón llegó al lugar con dos facturas de crema pastelera en las manos, las había obtenido del comedor donde estaban sirviendo el desayuno. Con una gran sonrisa en el rostro, el rubio se sentó junto al chileno y le hizo entrega de la masa dulce. Pero Agustín ni siquiera le dirigió la mirada, solo se limitó a observar el banco roto en frente de ellos.

—Bueno, veo que alguien se levantó con el pie izquierdo —comentó Gastón antes de darle la primera mordida a su factura—. ¿Qué te pasa, che? —preguntó aún masticando, a lo que el castaño hizo un pequeño gesto de asco.

—¿Qué me pasa, weón? Creo que me molesta tener que estar aquí, en este salón sucio con el cielo raso que se está a punto de caer sobre nosotros. Por qué no puedo estar cómo el Jeremías y la Yésica, weón. ¿Por qué no podemos estar juntos en los pasillos y en cualquier lugar que se nos pegue la gana, eh?

—Uh, bueno, que temita te traes a la mesa —murmuró terminando de comer su masa dulce —. No creo que podamos andar diciendo que nos chapamos, vos viste todo el bullying que se está comiendo el Javier desde que se enteraron que es gay.

—Lo sé, weón, pero al menos está fuera del closet y nosotros aquí como unos aweonaos a escondidas de todos.

—O somos más inteligentes, para qué empezar con esos drama justo a meses de terminar esta mierda. Después ya va a ser otra cosa, vamos a encontrar la movida de trolos y encontraremos nuestro ambiente.

—¿Movida de trolos? —repitió incrédulo —. Gastón eri... un pelotudo como dicen acá. ¿Por qué tenemos que esperar? No estamos haciendo nada malo.

—Escuchame, si empezamos a decirles a todos que andamos, tu viejo va a ser el primero en enterarse y seguramente él le irá con el chisme a mi vieja y no sé cómo va reaccionar. Pero ya tiene mucho como para encima enterarse de que su único hijo varón ahora resultó puto. No da, perdón, pero no da.

Agustín notó como los ojos de Gastón se habían humedecido repentinamente, de solo insistir un poco más en el tema, temía que el rubio se levantara y se fuera para ya no volver. Por lo que prefirió dejar de lado aquel tema y sólo insistir en una cosa más, algo que no trajera demasiados problemas a la vida de Gastón Luque.

—¿Y amigos? ¿No podemos salir del closet como amigos? —preguntó con un tono de voz casi infantil que hizo saltar el corazón del rubio, cómo podía negarse a esa carita tan preciosa que se adueñaba cada noche de sus sueños más húmedos.

—Me voy a tener que bancar varias cargadas del Jeremías, pero dale. Al menos podemos hacer eso.

—¿Y podemos sentarnos juntos? —agregó con emoción lanzándose a sus brazos.

—Si, dale, pero vos te bancas la reclamada que te va a hacer el Isa.

—Si, lo que sea, weón —farfulló antes de comenzar repartir pequeños besitos por el rostro pálido de su amante.

—¿Ya se te pasó el mal humor? —inquirió Gastón tomando el rostro del castaño entre sus manos para observarlo con detenimiento. A veces no podía creer que tuviera facciones tan bonitas, al principio le parecía pasable, ya que nunca se había fijado en él de ese modo, pero ahora podía afirmar que se estaba comiendo a un bombón chileno. Su cara se ponía roja de tan solo reconocerlo en la privacidad de sus pensamientos.

—Un poco, tengo hambre y eso me va a poner peor —respondió Agustín abultando sus labios en el más tierno de los gestos.

Gastón, ya podía sentir como entre medio de sus piernas, comenzaba una lucha para que la excitación que le provocaba esa expresión no se le notara, y fue el timbre de la escuela quien lo salvó de que su adolescencia no lo traicionara y viviera un momento de lo más vergonzoso.

—Bueno, en el otro recreo te compro algo. Ahora comete rápido esa factura que te traje.

Antes de salir al mundo exterior, ambos compartieron un beso fugaz y una sonrisa boba que se guardaba directamente en la parte más especial de sus corazones. Que simple podía llegar a ser la juventud, que tierno podía llegar a ser el amor. Dos muchachos viviendo una luna de miel dentro de un edificio genérico de la municipalidad de Córdoba, en un salón olvidado que debió ser reacondicionado hace años, pero que el presupuesto ha decidido omitir por orden de su tesorero.

***

La llegada de junio significó la llegada de temperaturas bajo cero, donde Agustín disimuladamente se apoyaba en el cuerpo de Gastón para sentir algo de calor. Pero el rubio rápidamente lo empujaba de un codazo, pues no soportaba las miradas de los demás encima suyo. Mucho menos de un extraño grupo de chicas en el curso, que murmuraban emocionadas cosas en sus oídos por cada una de sus interacciones con el castaño. ¿Qué decían? Se preguntaba Gastón. ¿Se habrán dado cuenta de su relación o simplemente trataban de adivinar sobre lo que ocurría entre ellos?

—Todavía no puedo creer que ahora se lleven bien —comentó Jeremías sentándose encima del banco que compartían Agustín y Gastón.

—Y cuando dejamos de hacer pelotudeces y nos pusimos a hablar, nos dimos cuenta que teníamos varias cosas en común —se justificaba el rubio bastante nervioso.

—Ah, mira vos, que loco.

—Ya, salte weón —gruñía el castaño empujando al pelinegro del banco.

—¡Ah! Ahora me echas, antes yo era tu amigo. Claro, mira como me cambias por un gringuito. Racista me saliste, qliao —se quejaba bajándose de la mesa.

—¿Y vos qué chillas? A mi es al que abandonaron por este chileno puto. —decía Ismael uniéndose a la conversación en lo que esperaban al profesor de Sistemas contables III.

—¿Y en qué te molesta, weón? ¿Acaso estai enamorado del rucio? Si es por ese lado, no te preocupi, te lo devuelvo cuando quieras —enunció Agustín con tanta seguridad que Gastón sintió como todos sus nervios se volvían en ira.

—Pero qué decís, trolo —verbalizó con visible molestia —. Para trolo ya está el Javier... y es más, ese ya se le declaró cuando estábamos en cuarto año.

—¡Si! ¡Mal! ¡Qué asco, qliao! —afirmó Jeremías.

Ambos muchachos comenzaron a reír frenéticamente, tanto que tuvieron que agarrar sus estómagos. El pelinegro, incluso, golpeó uno de los bancos eufóricamente como pidiendo clemencia para no quedar sin aire.

—¡Bueno, basta! —exclamó Gastón poniéndose de pie. Su rostro había sido deformado por la cólera, su entrecejo se hallaba exageradamente arrugado y los dientes tan apretados que sus encías ya se veían blancas. Separó sus labios por un instante con la clara intención de pronunciar algo, pero pronto volvió a cerrar su boca sin emitir sonido alguno, y salió del aula sin importarle que el profesor estaba haciendo su ansiada entrada en ese mismo instante.

—¡Luque! ¡Luque! —lo llamaba el profesor sin éxito —. ¿Qué pasó? ¿A dónde va? —cuestionó a los amigos del rubio que continuaban parados junto al banco donde aún se hallaba a Agustín sentado.

—Y qué sé yo, profe. Vaya y pregunte —respondió hastiado el pelinegro.

—No me responda así, Altamirano.

—¿Puedo ir a buscarlo? —preguntó el chileno en tono respetuoso. El profesor asintió con su cabeza y Agustín rápidamente escapó del aula tras el rubio. Al cual no tardó en encontrar, porque estaba seguro de que ya habría vuelto a su lugar secreto.


—¿Es verdad lo del Javier? —inquirió al llegar a su lado.

Gastón elevó su mirada y su entrecejo que parecía haberse relajado hacía unos segundos, volvió a fruncirse. Suspiró con un gesto de hartazgo y se movió hasta el fondo del salón donde había un ventanal cerrado que daba directamente al patio este de la escuela. Por las rendijas de la reja se llegaban a colar finos hilos de luz donde podía observar los restos de tierra, óxido y piel muerta que flotaban en el ambiente.

—Rucio... —murmuró Agustín en voz tenue para no perturbar la apacible atmósfera que abrazaba aquel lugar tan venido abajo.

—Es cierto —respondió finalmente—. El Javier me dijo que le gustaba hace dos años atrás, estábamos justo al otro lado de esta reja. No sabía que Ismael estaba escuchando desde acá.

—¿Y lo besaste cómo a mí? —preguntó mirando al piso. No quería mostrarse inquieto, pero todo su cuerpo se encontraba temblando por lo próximo que diría el rubio delante de él.

—Si el Isa no hubiera gritado desde acá: "¡ah, el puto está enamorado!". Le hubiera dicho: "¿y vos y yo nos conocemos?".

Aquella respuesta tan simple del alto le hizo sonreír como un idiota, una forma de sonreír que casi nunca había experimentado. Gastón en ese momento dejó de prestar atención a los ases de luz invasores, y dio media vuelta para ver al chileno y al encontrarlo sonriendo de aquel modo, sintió como todo su interior convulsionaba, unas cosquillas de lo más placenteras le viajaron desde la punta de los pies hasta la corona de su cabeza. Cada día se le hacía más increíble lo bonito que podía llegar a ser, cada día le sorprendía el cómo sus pies se movían por sí solos hasta que su cuerpo se encontraba frente a frente con la figura esbelta de Agustín.

—Javier es mucho más lindo que yo. ¿Por qué a mí si me quieres po? —se animó a indagar mientras sus brazos se extendían para como, serpientes ansiosas, enredarse alrededor de su cuello.

—No sé de qué estás hablando. Vos sos hermoso —declaró con toda seguridad inclinándose hacia su rostro para pegar su frente a la ajena.

—Ya weón, no mientas.

—¿Por qué lo haría?

—Soy muy lindo cómo para salir con alguien feo o regular. ¿No te parece? —insinuó con una sonrisa arrogante que hizo reír a Agustín.

—Voy a creerte solo por eso —susurró cerrando sus ojos, pero un par de segundos después volvió a abrirlos recordando algo—. ¿Por qué estabas tan enojado?

—Porque no puedo decir nada de nosotros, son demasiado pelotudos. Me enfermó el cómo hablaban del Javier, no se merece andar así en boca de todos solo por su sexualidad. Creo que desde siempre me molestó el asunto, pero hasta ahora no me había dado cuenta que el sentimiento que tenía era impotencia y bronca, mucha bronca —manifestó con tal sinceridad que Agustín podía sentir su dolor.

—Si, son unos aweonaos, pero cómo dijiste, aguantemos unos meses más, después vamos a la facu juntos y joteamos libremente —dijo con una alegría en la voz que hizo iluminar las perlitas verdes que llevaba el rubio por ojos—. En unos años podríamos hasta casarnos, aquí es legal po.

—¿Casarnos? Alguien se está poniendo muy meloso.

—Es cursi, pero podría pasar, quién sabe, capaz somos el amor de la vida del otro y nadie nos puede separar nunca más. El primer amor es el más fuerte —comentó con la seguridad de un sabio.

—Los que me dicen soberbio es porque todavía no te conocen a vos —objetó con una ceja enarcada.

—No, mi rucio, puedo ilusionarme con casarme contigo y otras weas, pero ganarte en ego... no exageremos.

Ambos rieron al unísono y a pesar de que no dijeron nada más, seguían comunicándose a través de sus miradas. Sus ojos no podían apartarse de los otros, y sus bocas pronto iniciaron un camino para encontrarse en el beso más lento y suave que nunca antes se habían dado. Les hubiera encantado continuar con aquella sesión de mimos, pero escucharon cómo el profesor andaba buscándolos por los pasillos, se habían olvidado de que tendría que haber regresado al curso hacía al menos diez minutos atrás. 

Sin dejar esas expresiones brillantes en su rostro, salieron del salón y corrieron tomados de las manos hacia el salón una vez que se aseguraron de que Sánchez se metió a buscar en los baños. Antes de cruzar la puerta, soltaron sus manos con algo de tristeza y entraron como si nada mágico hubiera pasado. 

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Nota

Gracias por sus votos y comentarios, me despido hasta la próxima vez(?). Nos estamos leyendo <3 Chau!


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