11. Esa locura que nos es tan natural
Los paramédicos no tardaron demasiado en llegar. Ivón, la directora de arte, los guío hasta la oficina donde esperaba Agustín agarrándose la cabeza, a razón de una fuerte jaqueca que no le permitía abrir los ojos. Jeremías observaba todo el ajetreo a la distancia. Minutos antes, también había contemplado como había sido Gastón quien cargó al chileno hasta la oficina de reuniones para llamar, casi desesperado, a emergencias médicas.
—¿Qué pasó? —le preguntó uno de los paramédicos a Gastón.
—No sé, justo entré a la cocina, lo vi ahí haciéndose un café y, de un momento a otro, se fue hacia atrás y se desvaneció —respondió recordando la mayor cantidad de detalles.
—¿Se golpeó la cabeza?
—No, llegué a agarrarlo antes de que se fuera al piso.
—¿Y cuando se despertó?
—No más de quince minutos antes de que ustedes llegaran.
Gastón, sin notarlo, estaba sobando la parte posterior de su brazo izquierdo con su mano derecha notablemente ansioso. Agustín había despertado en sus brazos, y al ver su rostro, lloró casi sin consuelo. El corazón se le partió en pedazos. ¿Por qué seguía sintiendo tanta compasión por alguien que lo abandonó hacía tantos años? Aunque no pensó demasiado en eso cuando, entre lágrimas, comenzó a manifestar un terrible dolor de cabeza que no le permitía manejar su cuerpo. Sin meditarlo demasiado, lo cargó entre sus brazos como quien carga a una damisela, y salió directamente hacia una de las oficinas del lugar para marcar con su celular al servicio médico de la obra social con la que estaban afiliados en la empresa.
—Lo vamos a internar. Su presión está muy alta y creo que necesita unos análisis de urgencia —le informó el otro paramédico.
—¿Tienes a alguien que podamos llamar? —le preguntó a Agustín, quien buscó su celular en uno de sus bolsillos y se lo acercó al paramédico que le hablaba, sus manos temblaban tanto, que el aparato estaba a punto de resbalar de ellas.
—¿Cuál es la clave, Agustín? —inquirió rápidamente Gastón tomando el teléfono. Sentía que sus propias manos comenzarían a temblar si Agustín no mejoraba—. ¿Volviste con tu padre? —agregó recordando al profesor Novoa.
—Cero, siete —articulaba Agustín con gran dificultad—, cero, tres, uno, cuatro... —logró enunciar el resto de su clave y, antes de poder decirle que no contactara a su padre, volvió a desvanecerse. Uno de los paramédicos sostuvo su cabeza para que no se cayera de la silla.
"Vamos a traer una camilla", informó uno de ellos, pero Gastón se negó con las lágrimas bordeando sus ojos. Se guardó el celular de Agustín y le informó a los paramédicos que él lo llevaría en brazos hasta la planta baja, que lo esperaran allí con la camilla preparada. Los profesionales asintieron con la cabeza y corrieron hacia el ascensor. Gastón pidió ayuda a sus compañeros de oficina para que colocaran al chileno sobre su espalda. Sería más fácil llevarlo de ese modo en lugar de cargarlo en brazos.
Agustín había salido corriendo del aula, sus compañeros aún continuaban riéndose de los comentarios burlistas que le habían hecho Juan y Matías, los dos pibes más molesto del curso. Gastón, que se estaba aguantando de no agarrarse a trompadas con ellos, se levantó tan molesto y apresurado, que hizo caer la silla y el banco a la vez. Las risas pararon, y él salió caminando detrás del chileno a un paso fuerte, pero acelerado.
"Y a este qué le pasa, ¿tan amiguito se hizo del pelotudo ese?", comentó Juan Prusso con muy mala intención. El profesor lo hizo callar y le pidió a otro de los presentes que fuera por el tablón de amonestaciones, mientras tanto, se encargó de enunciar un largo discurso sobre por qué aquel comportamiento había sido completamente inadecuado.
Gastón encontró a su chileno llorando debajo de un banco roto del aula abandonada. Antes de llegar a su lado suspiró profundo, no sabía muy bien lo que debía decir para tranquilizarlo. Acomodó su cabello y se acercó a él para sentarse a su lado sobre el piso cubierto por una gruesa capa de tierra y polvo. Agustín no dijo palabra alguna, comenzaba a tener problemas para respirar, Gastón lo percibió y atinó a sobar su espalda mientras dejaba algunos besos suaves sobre su sien derecha.
—¿Por qué salís con alguien como yo, weón? Soy un cabro con ansiedad y crisis de pánico que no puede exponer ni de un puto isótopo —expresó con una voz terriblemente seca. Los nudos se agolpaban en su garganta hasta casi dejarlo sin habla.
—Los boludos son los otros —pronunció con gran seguridad acariciando suavemente su mejilla con el dorso de su siniestra.
—Te vas a hartar de mí... Un día estoy bien y al otro me desmayo porque tomé pastillas de más para calmarme —confesó pensando en las terribles ganas que tenía de tomarse un rivotril en ese mismo momento.
—Entonces cuando quieras hacer eso, te das una sobredosis de mí, ¿te parece? —inquirió Gastón con esa sonrisa de galán bobo que le hacía recuperar el aire. Agustín no tardó en abalanzarse a sus brazos para lentamente calmar el ritmo de su agitado pecho.
Gastón tardó en reaccionar ante las indicaciones del enfermero que le pedía que bajara de la ambulancia y lo siguiera hasta la mesa de entrada del hospital. Con el pecho oprimido, deseaba con todas sus fuerzas que le negaran sus ridículas sospechas: "¿Podría ser que él necesite un lavado de estómago?" Pero el profesional se limitó a mirarlo a los ojos con lástima y luego le hizo la primera pregunta de la extensa planilla que tenía entre sus manos: "Agustín Lucas Novoa", respondió sin titubear. "Nació el 16 de septiembre de 1997", agregó sin siquiera pensarlo. "Nació en Punta Arenas, Chile", adjuntó con la seguridad que solo una persona muy cercana podría presumir.
—¿Alguna patología previa? —inquirió en "observaciones".
—No tiene enfermedades físicas, pero tiene medicación para la ansiedad, falta de sueño, trastorno explosivo intermitente y depresión. Al menos es lo que yo sé, no sé si estará en tratamiento por algo más.
—¿Y su relación con el paciente?
Esa última pregunta era la más difícil entre las anteriores. No era ni un familiar, ni un amigo cercano, solo un ex abandonado hacía siete años. Que irónica era toda aquella situación. No podía responder más que un simple "compañeros de trabajo", incluso si eso hacía enarcar una ceja al curioso enfermero, quien apenas disimuló su confusión. Uno no sabe todo aquello de un simple compañero de oficina.
—Bueno, voy a necesitar que se contacte con algún familiar, ¿si? —le pidió el hombre amablemente antes de retirarse a otras tareas.
Gastón asintió y buscó dónde sentarse. Encontró unos bancos junto a inmensos ventanales que ofrecían una vista nítida de la calle principal de la zona. Era casi increíble ver cómo el mundo seguía su curso mientras él era lentamente absorbido por el mutismo de una clínica en barrio Jardín. El blanco inmaculado de aquellas paredes le traía malos recuerdos. En siete años, salvo por una cuestión urgente de salud, evitaba pisar cualquier tipo de hospital o clínica. Habían sido muchos los días que pasó dentro de una cuando su madre quedó ingresada en el área de terapia intensiva y, posteriormente, trasladada a cuidados psiquiátricos por unos cinco días.
No hay paredes más blancas que las de un área de salud mental. Al menos, esa había sido su conclusión en cada visita diaria a ese deprimente lugar, donde decían que mantenían a su madre en una necesaria observación constante.
Necesitaba fumar, su cabeza estaba a punto de explotar. Salió a uno de los balcones del pasillo, encendió un pucho y sacó el celular de Agustín recordando la clave que le había dictado antes de volver a caer inconsciente. "Siete del tres del catorce", repitió tras inhalar algo de nicotina. Sin duda alguna, la contraseña era una fecha. ¿Pero de qué? Estaba más que seguro que no era el cumpleaños de Gaspar o algún otro conocido del que él estuviera enterado. "¿Qué pasó a principios del 2014?", siguió indagando en lo más profundo de su memoria mientras veía el peculiar fondo de pantalla de Agustín, un tierno gatito ilustrado por él mismo mirando el paso de una estrella fugaz. "Supongo que está pidiendo un deseo", se dijo con una media sonrisa agria sobre sus labios.
—Dios mío, siempre pensé que le faltaban un par de jugadores, ¿pero tan medicado iba a estar? La que lo parió —dijo alguien saliendo al balcón.
Gastón giró levemente su rostro hacia atrás con el cigarrillo en mano cerca de su boca. Se encontró con un médico en uniforme azul marino que hojeaba una planilla entre sus manos similar a la del enfermero. El profesional no parecía haber notado su presencia, porque continuaba quejándose en voz alta, se le hacía conocido, pero no podía recordar de dónde. Su memoria no estaba funcionando demasiado bien en aquellos últimos días.
—¡No! ¡Me estás jodiendo! ¿Ustedes siguen juntos? ¡Es increíble! —inquirió emocionado el hombre delgado de cabellos castaños y unos brillantes ojos marrones.
—¿Qué? ¿Me está hablando a mí? —Gastón estaba confundido, ¿por qué el médico se dirigía a él? ¿A qué se refería con "siguen juntos"?
—Soy Nacho, el pibe del sexto C, ¿te acordas?
—¿Nacho? —repitió con una ceja enarcada.
Otra tarde de pelea con Agustín, otra amonestación en su hoja de vida. Su madre lo agarraría de los pelos al llegar a la casa. Sacudió su remera y, tras arreglar la tira de su mochila, salió de la escuela rumbo a su casa. Ésta vez, no traía para el colectivo, por lo que no le quedó otra alternativa más que caminar por la ruta. Tampoco era algo para quejarse, tenía media hora para pensar mientras sentía el aire frío del anochecer en su rostro. Especialmente luego de un caluroso día de diciembre.
—Che, esperame —le solicitó un muchacho rellenito de un sedoso cabello castaño visiblemente agitado, hasta se podía ver el rojo encendido que teñían sus pálidas mejillas.
—¿Hola? —saludó algo dudoso. Gastón estaba seguro de que no conocía al muchacho de ningún lado. Pero al llevar el mismo uniforme de él, esa remera de algodón gris y cuello turquesa, supuso que eran compañeros de algún taller o actividad extracurricular.
—Perdón, soy Nacho, del quinto "C" —se presentó el joven con una gran sonrisa. "Demasiado risueño", pensó Gastón en ese momento.
—Ah, mira —respondió algo incómodo. ¿Por qué una persona tan diferente a él se le acercaba de esa manera?
—Che, ya sé que estás pensando por qué me habla este pelotudo.
—No, eu, para nada. Está bien, eh.
—Bueno, me quedo más tranquilo. Igual, nada, quería hablarte por curiosidad no más, saber si vos... —el muchacho parecía tener miedo de hacer su pregunta, Gastón se puso en alerta, aunque trató de disimular y darle confianza para que continuara.
—¿Saber si yo...?
—Bueno, bueno, eh —se aclaró la garganta, y prosiguió—. Quería saber si vos salís con el chileno.
—¡¿Salir?! ¡¿Qué?! —exclamó casi horrorizado—. ¡No soy puto! Y si lo fuera, cómo mierda voy a salir con el Agustín, por favor. Ese pibe está re mal de la cabeza. ¿O no te diste cuenta?
—Si, un poquito. Es raro... Especial.
—¿De dónde salió el delirio de que salgo con él?
—Bueno, por cómo pelean, no se golpean de verdad. Siempre parece que vos aprovechas el momento para tocarlo por todos lados —Gastón paró en seco al escuchar aquella justificación. ¿Tocar? ¿Qué mierda está hablando este pibe? Se cuestionó mentalmente aguantando las ganas de romperle la boca de una buena "piña".
»Che, no te espantes. Te explico, ustedes dicen que se odian, pero él prácticamente se te sube encima para disque tirarte, pero se terminan recontra franeleando. Vos siempre le metes la mano debajo de la remera para agarrarle las caderas para mantenerlo quieto en el suelo. Hay formas mucho menos raras de pelear con alguien.
—Che, Nacho, ¿a dónde queres llegar con esto?
—Que si son putos díganlo ahora o que admitan que se tienen ganas. Es frustrante verlos armar tanto drama por las ganas de cogerse que se tienen —respondió antes de soltar un largo suspiro mientras rodaba sus ojos. Gastón estaba a punto de matarlo. Pero la palabra "coger" le daba vueltas por la cabeza. ¿Agustín y él cogiendo? ¡Qué locura! ¡Una verdadera locura! Se reía solo de imaginar semejante delirio.
—Si soy puto, te aviso, ya que parece que te interesa tanto.
—Soy bisexual, no me importa lo que estés pensando. Pero deberías considerar por qué buscas tanto tocarle el culo al Agustín. ¿Lo tiene grande, no? Vos fijate, yo al menos soy sincero conmigo mismo.
—¿Te parece si me dejas solo, pelotudo? —espetó con bronca.
Habiendo sembrado ya la semilla de la duda, Nacho se sonrió con malicia y dobló a la izquierda para desaparecer por uno de los callejones que llevaban hacia las vías.
Gastón pensó en perseguirlo, pero prefirió continuar su camino. El extraño pibe lo había dejado con muchas cosas en que pensar. Por ejemplo, ¿el culo de Agustín era grande? Si, lo era. Demasiado redondo, duro y en los pantalones ajustados se notaba el doble. Cualquiera hubiera aprovechado darle aunque sea una nalgada. Además, él comenzaba las peleas, y no siempre sabía dónde ponía las manos. No era su culpa. ¡Definitivamente no lo era! ¡Todo pasaba por el carácter iracundo del chileno loco!
—Ah, ese Nacho —enunció tras recordar aquel peculiar episodio antes de terminar quinto año.
—Ese mismo. ¡Me alegra que me recuerdes! —volvió a decir con una notable alegría.
Gastón volvió a sentirse igual de incómodo que en aquel entonces. Ahora sí era un hecho que habían "cogido", pero no era posibilidad a futuro como lo fue en su adolescencia. El solo pensar en aclarar las cosas le producía un nudo en la garganta. Era casi como hablar directamente al Gastón de dieciséis años. "¿Me escuchas? Lo que te dijo éste tipo te pareció una pelotudez tremenda, pero al año siguiente le vas a estar comiendo la boca a ese chileno loco como si no hubiera un mañana. Un 7 de marzo del 2014 conocerás el sentimiento más hermoso que vas a experimentar en toda tu vida hasta ahora, también el más doloroso", le dijo a su yo de ocho atrás.
—¡La contraseña! —exclamó sobresaltado al recordar por fin de que se trataban esos números que en principio no habían tenido sentido.
—¿Qué contraseña? —inquirió el médico desconcertado. "Se le pegó lo desquiciado del chileno", pensó con una sonrisa fingida.
—Nada, recordé mi contraseña de gmail —se excusó rápidamente.
—Bueno, anotala y, por cierto, estoy atendiendo al chileno.
—¡¿Qué?! ¡Hubieras empezado por ahí! —vociferó con ganas de darle el golpe que se contuvo en su adolescencia.
—Calmate, che. Estaba feliz de verte y de que sigan jun...
—No seguimos juntos —lo interrumpió serio—. Larga historia. Ahora quiero saber cómo está.
—Tuvimos que hacerle un lavado de estómago. Le hice una derivación psiquiátrica de urgencia y tiene algunas leves laceraciones en su pierna derecha. Supongo que trataba de reemplazar un dolor por otro. ¿O me equivoco? —conjeturó altivo.
Otra vez, ese tal Nacho, usó palabras mordaces que atacaron directamente a su objetivo. Pero, como en el pasado, simplemente no tenía el tiempo ni la estabilidad para pelear con él. Tiró el cigarrillo y preguntó si podía pasar a verlo. "Te avisará una enfermera", le respondió sin ánimo de seguir tirando sal sobre la herida. Por lo tanto, se retiró, dejándolo solo. Gastón se dio la media vuelta para agarrarse nuevamente del barandal del balcón y mirar hacia ese montón de personas que caminaban por el centro de Córdoba, ignorando que, a un chileno llamado Agustín Lucas Novoa, le estaban metiendo un tubo por la garganta para extraerle los muchos fármacos que había tomado para fingir serenidad y profesionalidad.
"¿Para qué volviste si nos vamos a hacer mierda?", murmuró hacia el viento para que se llevara sus palabras —y sus lágrimas— lejos de él tanto como pudiera.
Azotó la puerta, dejó su mochila sobre el sillón y arrojó sus zapatos en medio del pasillo. Se quitó la camisa con tanta fuerza que terminó por romper algunos botones. Jessica, que salía de bañarse, no reconocía al hombre enfurecido que buscaba ropa para cambiarse.
—Eu, ¿qué te pasa, boludo? —interrogó su esposa acercándose a él hasta acariciar suavemente su espalda.
—¡Me pasa que no me creo nada del teatrito de ese chileno culiado! —espetó, dejándose mimar por la única persona que podía tranquilizarlo. Dio media vuelta y abrazó su cintura para encorvarse y esconder su rostro en la curvatura de su cuello.
—¿De qué chileno me estás hablando, corazón? —acarició su cabeza como sabía que le gustaba y, lentamente, lo llevó hacia la cama para estar más cómodos sentados en el filo de ésta.
—¿De qué otro chileno puedo hablar? De ese culiado de Agustín, que volvió hace unas semanas al país para trabajar en nuestra empresa, en nuestro equipo. ¡Oh, casualidad! Encima, hace un rato se desmayó justo cuando Gastón entraba a la cocina por un café. ¡Todo es teatro! ¡Ese pibe vino por Gastón! —contaba iracundo alejándose de su mujer para pararse nuevamente y caminar de un lado a otro de la habitación matrimonial.
—¿Agustín Novoa? ¿El ex de Gastón volvió? ¿Por qué no me lo dijiste antes? —reclamó con los brazos cruzados y sus labios abultados.
En otra ocasión, ya la habría besado. Jessica era aún más bonita cuando se encaprichaba como una niña pequeña, pero en aquel momento estaba demasiado enojado como para tener algún gesto cariñoso. ¡Todo es culpa de ese chileno de mierda! Pensaba apretando sus puños.
—Estoy seguro de que ese hijo de puta volvió para engatusarlo. Debe haber visto en Facebook que Gastón se comprometió.
—¿Facebook? ¿Agustín no tenía bloqueado a Gastón en todas partes? —inquirió desconcertada.
Jeremías se mordió el labio inferior notablemente nervioso. Su mujer sabía que se ponía así cuando lo pillaban al mandarse alguna cagada. ¿Qué había hecho esta vez? ¿Por qué tenía el presentimiento de que todo se pondría más complicado de allí en más?
(Jeremías Altamirano)
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Nota:
¡No se olviden de comentar! ;;
Me interesa saber cómo va la historia para ustedes.
Ando con muchas crisis existenciales, pienso que es demasiado lenta ;;
Igualmente, ¡gracias por leer!
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