10. No sé para qué volviste
Aclaraciones necesarias:
Debido a unos problemas con el fandom en Twitter, del cual me había inspirado, decidí quitar los nombres de Martín Hernández y Manuel Gonzáles, ahora son Gastón Mariano Luque (el argentino) y Agustín Lucas Novoa (el chileno). Son los únicos cambios que van a notar, por lo demás todo igual. Espero no sea un gran inconveniente para los lectores que ya siguen la historia desde hace rato. Desde ya, muchas gracias por el apoyo.
En el centro de una pared de un gris azulado pastel, un cuadro de marco negro encierra el paisaje nostálgico de una casa blanca de adobe en medio de una estepa estéril, la cual espera pacientemente el ser enterrada por el polvo que arrastra el viento que no encuentra árbol ni valle que obstaculice su barrido. Cuanto más tiempo pasa observando ese pequeño hogar abandonado de dos pisos, más siente sumergirse en aquella escena bañada por un suave color amarillo que le recuerda la calidez gélida del verano sureño de su olvidado Chile.
—¿En qué piensa al ver esa pintura? —preguntó la profesional enfrente suyo notando como los grandes ojos de Agustín no se apartaban de aquella peculiar pintura.
—En un lugar donde viví hace muchos años atrás —respondió a secas sin apartar su mirada de esa casa de adobe de tan pobre aspecto.
A lo lejos se divisaban techos de colores que desprendían un brillo opaco y desolador bajo un cielo gris y una atmósfera húmeda. Desde su ventana todo aquello se parecía a un triste cuadro impresionista de algún pintor chileno del siglo XX. El niño casi por impulso buscó una hoja blanca del pequeño cuaderno que le había regalado su padre, y luego tomó su caja de colores y comenzó a trazar techo por techo que observaba desde aquel rectángulo abierto en la pared.
"Qué mierda estái haciendo", dijo una mujer de largos cabellos a sus espaldas, de la cual solo se veía una delgada silueta negra, ya que la única fuente de luz en aquella oscura habitación, era el cuadro viviente en la ventana. La mujer se apoyó en el marco de la puerta e inhaló un cigarrillo casero con un inconfundible olor a pasto quemado. "Dibujar", respondió un Agustín de siete años tratando de ignorar el miedo que le causaba aquella presencia a su alrededor. "Eri igual de inútil que tu padre", escupió antes de retirarse dejando al niño nuevamente solo como lo había estado la mayor parte del día. Su estómago rugió de hambre y llamó a su padre mentalmente a través del vidrio empañado que lo separaba del exterior.
—Nací en Punta Arenas —informó de pronto—, pero siempre prefiero decir que soy de Concepción.
—¿Por qué? —cuestionó la profesional acomodando sus lentes.
—Porque tengo los peores recuerdos de aquel lugar —respondió en un hilo de voz—. Prefiero creer que crecí en Concepción y que luego me mudé a la Argentina y después —hizo una pausa para mirar directamente a los ojos de su nueva psicóloga— cometí un error.
El profesor pidió silencio acomodando nuevos objetos en el centro de la ronda de caballetes que habían formado los alumnos de quinto año. Gastón se quejó por el poco tiempo que daba el docente de artes visuales entre boceto y boceto. Pero el hombre de barba candado y barriga prominente ignoró sus quejas y continuó adelante con la dinámica.
Agustín alzó su mirada y encontró un cielo despejado de un celeste tan limpio que parecía casi artificial. Los árboles a su alrededor presumían un verde que desbordaba salud y juventud. Las tejas de los techos a los lejos brillaban en un rojo ladrillo intenso. Los pájaros trinaban y una que otra mariposa jugueteaba en los alrededores en aquella primavera cálida y llena de colores.
—Es muy diferente —susurró en voz alta sin darse cuenta.
—¿Qué cosa es diferente? —cuestionó Gastón a sus espaldas, su buen humor desapareció en ese mismo instante—. Bueno, para un poco con la cara de culo —agregó observando el entrecejo fruncido del chileno.
—¿Qué quieres? —inquirió con fastidio.
—Nada, solo quería ver lo que estabas dibujando —respondió ignorando la poca amabilidad del chileno—. Me gusta eso de que siempre dibujas los paisajes y no le das bola a lo que tenes enfrente —confesó para sorpresa de Agustín, nunca hubiera imaginado que Gastón Luque le prestaba atención a su trabajo. De pronto, y sin poder controlarlo, sus mejillas se tiñeron de un furioso rojo carmesí que apenas lograba disimular su piel tostada.
Gastón se acercó más a su caballete para observar con detenimiento los múltiples detalles que guardaba el boceto de Agustín. En la obra prácticamente pasaba por el alto el termo con el mate y las ramas de burrito en el centro de la ronda, su ilustración consistía en lo que había detrás de ellos, los techos de tejas, los alambrados tipo romboidal y las parras rebeldes que crecían sobre las galerías de aquellas casas dispersas junto a la escuela.
—¡Novoa! ¡¿Otra vez ignoró mi consigna?! —exclamó el profesor a sus espaldas, ambos pegaron un salto y se escondieron detrás del caballete—. ¡Es hermoso esto, pero no es lo que te pedí! ¡Te vas a llevar plástica si no me das bola! —agregó exasperado.
—Profe, vamos, no se enoje —dijo Gastón con ese tono de voz típico de chamuyeros—. Mire esta obra de arte —indicó tomando el boceto de Agustín—, este chico algún día va a ser un gran artista de una u otra manera. Usted tiene que desarrollar su potencial, no retarlo por no cumplir con estas actividades para simples mortales como nosotros —argumentó con cierta sabiduría.
Aunque el profesor le pellizcó los cachetes como única acción física que podía tomar contra su alumno sin recibir él mismo una sanción. Pero a Agustín no le interesó que Gastón no lograra convencer al docente de plástica, porque lo más importante en ese momento, era su corazón latiendo descontrolado justo en medio de su pecho mientras veía al rubio reír forzosamente por los pellizcos del profesor.
—¿Me estás prestando atención? —cuestionó un irritado Jeremías inclinado sobre su escritorio. Si, disculpame, respondió Agustín viendo pasar a ese Gastón que de adolescente admiraba su trabajo y lo defendía de cualquiera que lo cuestionara. Se sonrió irónico con un nudo en la garganta. Una nueva lágrima amenazaba con continuar lastimando sus ya maltratadas mejillas—. Bueno, empezá rehaciendo los últimos niveles y después anda con las chicas y más o menos ven todos juntos como resolver los demás en base a las notas del cliente —dijo el pelinegro con una formalidad que no reconocía en él, siempre le había parecido el más despistado de la clase—. Al menos tenes dos semanas para lo primero, así que no corras, acá priorizamos calidad por sobre cantidad. ¿Ok?
Agustín asintió, tomó el disco externo y despejó su mente de las cuestiones personales por las que había caído en la empresa. Si había algo que lo caracterizaba en su trabajo, eran su dedicación y responsabilidad a cualquier proyecto que se le confiara a corto o mediano plazo. El plan de recuperar a Gastón tendría que posponerse por al menos dos semanas. Suspiró, tan profundo y lento que llamó la atención de Jeremías, pero no tenía intenciones de preguntarle ni cómo se encontraba. Agustín por su lado no volvió a levantar su mirada de su tableta, y comenzó a trazar estilizadas líneas sobre el lienzo digital en blanco.
Las horas se perdieron en el eco de un tic-tac a lo lejos. Agustín continuó con su mirada gacha y enfocado en sus bocetos, siquiera reparó en los verdes ojos de Gastón que lo observaban desde una prudente distancia a varios escritorios del suyo. Apretó la taza de café entre sus manos y respiró para no largarse a llorar ahí mismo frente a todos en la oficina. Seguía preguntándose el porqué de toda aquella situación, por qué tenía que volver cuando al fin lo había logrado soltar, cuando estaba a tan solo semanas de dar ese ansiado paso hacia una relativa estabilidad, hacia una relativa promesa de no volver a ser abandonado sin explicación alguna.
Como las horas, los días se esfumaron uno a uno del calendario. Agustín había adquirido una peculiar rutina que consistía en enfocarse en su trabajo, evitar mirar a su ex lo más posible, intercambiar solo palabras con las otras animadoras del grupo y hacerle mínimas consultas de programación y requerimientos del cliente a Jeremías que, guardando la compostura, respondía con su más falsa postura profesional. Al terminar la jornada laboral, volvía a su departamento, se encerraba en el baño y comenzaba a llorar hasta ser tan solo vencido por el sueño. Llegado ese momento, se duchaba, comía cualquier cosa que preparara Marcelo y se metía en su cama para repetir todo aquello al día siguiente.
El oriundo de Valparaíso observaba con tristeza aquella fatídica rutina. ¿Habría sido un error el volver a la Argentina? No, no podía ser tan precipitado en su juicio. ¿Debería intervenir de alguna manera? Difícil, su propio trabajo lo tenía muy ocupado, había descubierto que los argentinos eran pésimos para distribuir el tiempo de forma eficiente y ahora estaba con animaciones atrasadas por al menos tres meses.
Tardó al menos diez minutos en meter la llave de su departamento en la puerta del mismo, se quedó allí parado convenciendo a su rostro de no exteriorizar nada lo que pasaba por su mente en aquella agonizante primera semana con Agustín en su lugar de trabajo. Liam estaría dentro esperándolo para comer, incluso para echarse en el sillón con él y recibir esas caricias y besos que usualmente repartía por su rostro y cuerpo. Cuando finalmente se sintió confiado de llevar sobre sus labios una sonrisa lo suficientemente convincente por más que fuera pequeña, entró en su casa donde no encontró más que el frío del balcón abierto.
—¿Liam? —preguntó revisando el cuarto principal, luego la oficina y por último el baño.
Su prometido no estaba en casa. Soltó todo el aire contenido en sus pulmones y se tiró sobre el sillón de dos cuerpos. Se quedó otro buen rato en silencio, como quien pausa una película para poner la pava para el mate. Pero Gastón no se movía, no sentía hambre ni sed. Solo un vacío que lo estaba engullendo segundo a segundo. La sensación de estar siendo devorado vivo no era una sensación nueva para él, ya era una conocida poco deseada.
—¿Mi amor? —entonó una dulce voz de acento extranjero desde la puerta de su departamento. Liam estaba de regreso, aunque notablemente agitado con una bolsa de comida entre las manos—. Te he traído dos docenas de empanadas árabes, tus favoritas —agregó con igual dulzura.
Gastón no podía hacer menos que sonreír con amabilidad por tal gesto, Liam dejó la bolsa que contenía dos paquetes perfectamente envueltos, y se acercó a su novio que lo solicitaba con una sutil palmadita sobre el espacio libre en el sillón de dos cuerpos de un bermellón opaco. Depositó un corto beso sobre sus labios, y luego se recostó sobre su falda, donde Gastón aprovechó consentirlo rascando su cabeza.
—Perdí la noción del tiempo trabajando, por eso salí rápido a comprar algo de comida y dejé el balcón abierto —se justificó su novio inglés sintiendo la brisa del ventanal abierto acariciando sus mejillas.
—Se entiende, pero trata de mantenerlo cerrado cuando no estés, se puede meter un murciélago como el otro día —respondió bajando su mano para rascar uno de los pálidos brazos del extranjero, quien se rió al recordar el espectáculo que había sido esa noche donde se dieron más escobazos entre ellos que al animal nocturno.
Se quedaron largo rato de aquella manera. Gastón viendo hacia la nada mientras trataba de borrar cualquier pensamiento que tuviera que ver con Agustín, y Liam disfrutando del aroma de su novio que se veía más hermoso bajo la luz artificial blanca de un foco de bajo consumo.
Viernes, rezó su celular en el lugar de fecha y hora. Había sobrevivido a sus dos primeras semanas en Argentina luego de siete años. A las dos primeras semanas con Gastón otra vez en su campo visual. Había sobrevivido a la primera etapa de ese infierno cordobés que él mismo decidió labrarse. Su cuerpo estaba significativamente agotado y su mente casi colapsada. No soportaba un día más, se tomaría las cuarenta y ocho horas de descanso que había sugerido Rodrigo, el CEO de la compañía, tan solo tenía que aguantar unas horas más hasta el fin de la jornada. Para motivarse, decidió levantarse de su escritorio e ir hasta la cocina de la oficina para hervir algo de agua y servirse un poco de té que había traído consigo desde Inglaterra, el más famoso de Soho.
El agua se calentaba lentamente en la pava eléctrica, Agustín la observaba casi hipnotizado por las burbujas que podían verse a través de la franja de cristal que decoraba el diseño elegante y funcional. Suspiró, tenía ganas de ya estar en su cama, aquellas últimas cuatro horas parecían de pronto unas largas cuatro semanas, unos interminables cuatro meses, unos eternos cuatro años. Tal vez tan eternos como el tiempo que desapareció, como el tiempo en que se ocultó de sus sentimientos. Se cruzó de brazos y trató de pensar en cualquier otra cosa que no extenuara más su raciocinio.
Pero de pronto, todo comenzó a diluirse como gotas de acuarela en un vaso de agua. La pava de un blanco inmaculado de luces led azules se volvió una mancha borrosa que emitía un extraño ruido burbujoso. Se tomó la cabeza con ambas manos y dio unos cuantos pasos hacia atrás. Sentía el suelo de algodón y él pensando menos que una hoja de papel de algún gramaje miserable. Todo se estaba volviendo negro, una temible oscuridad lo estaba engullendo. Quería gritar, pero su voz no salía, solo podía dejarse arrastrar por lo que fuera que quisiera llevarlo a las entrañas de la tierra, pero unos brazos alrededor de su cuerpo no lo permitieron.
Gastón se tiró sobre el respaldo de su silla, inhaló todo el oxígeno que pudieron contener sus pulmones y luego exhaló exageradamente con sus brazos detrás de su cabeza. Estaba harto, aquellas dos últimas semanas habían sido las más pesadas desde que había comenzado a trabajar. No solo había tenido que programar comandos básicos para el personaje, sino muchas reacciones ocultas y movimientos particulares para cada escenario, el cliente era verdaderamente quisquilloso y meticuloso. Esperaba que la compañía no volviera a trabajar con aquella empresa brasileña.
Volvió a sentarse adecuadamente y revisó un par de notas que tenía desparramadas por su escritorio, había varios bugs que aún necesitaba reparar, aunque seguramente más de uno terminaría en algún parche o actualización a futuro. Al menos la animación había dejado de ser un problema desde la llegada de Agustín Novoa. No quería tenerlo ahí, pero su trabajo era destacable, no como el de las tres que siempre dejaban todo para después y, por lo distraída que eran, entregaban las animaciones incompletas destrozando sus códigos que habían sido redactados durante días.
—¿Qué vas a estudiar? Me imagino que algo relacionado al dibujo, ¿no? —preguntó un joven Gastón entretenido con un Agustín que pintaba su personaje de anime con sumo cuidado, sin pasarse de la línea, sin pasar por alto un brillo o una sombra.
—¿Profe de arte? —respondió de manera interrogativa aún muy dudoso de lo que haría en su futuro. Aunque luego se percató de que era Gastón quién estaba interesado en su vida, aún no se acostumbraba a hablar tanto con él sin discutir por cualquier estupidez. Tampoco se acostumbraba a ese revoloteo dentro de su estómago cada vez que lo tenía cerca.
—¿Vos de profe? ¿Con tu carácter? —Ahí estaba, no podía ser que estuvieran hablando sin tirarse algún palo.
—¿Qué carácter, weón?
—Ese feo que tenes —respondió haciendo una cara de asco que ocultaba una sonrisa burlona y a la vez divertida.
—Andate a la chucha, al menos tengo más paciencia que tú, aweonao.
—¿Más paciencia? Pero si sos un impulsivo de mierda, cuando te pinte le vas a revolear algo por la cabeza a tus alumnos, vas a ser peor que la Perona.
—¡¿Peor que la Perona?! —exclamó ofendido.
—Si, con la nariz de bruja y todo —agregó tocando su nariz que en realidad era bastante pequeña y respingada. Todo en el rostro de Agustín era armonioso y adecuado, aunque dudosamente alguna vez se lo diría, se vería raro y podría prestarse a malas interpretaciones.
¿Dónde andas, culiado? Inquirió Jeremías llegando a su lado con su computadora para que anotara un nuevo bug que luego tendría que acordarse de reparar. Pero antes de escuchar más sobre ello, necesitaba un mate, por lo que le pidió un poco de espacio y se retiró a la cocina junto con su termo. Sin embargo, dicho mate tendría que esperar, porque Agustín se encontraba ocupando la pava eléctrica y lo último que quería hacer era entablar algún diálogo con él, por más necesario que fuera. Estaba a punto de darse la media vuelta cuando se percató de que el castaño se movía de manera extraña, se estaba tambaleando sobre sí mismo. Dejó el termo sobre unas de las mesadas y decidió acercarse por las dudas, pero antes de poder preguntar algo, el chileno se desvaneció y apenas llegó a tomarlo entre sus brazos, su espalda quedó apoyada sobre su pecho y su cabeza se sostuvo sobre su hombro.
Qué estoy haciendo, debería dejarlo acá tirado y que lo pise alguno, pensó incómodo tratando de apartar su rostro lo más posible del cabello de Agustín que le hacía cosquillas en la naríz. Pero, y sin querer, percibió el aroma a vainilla y coco que emanaba de aquel cabello descuidado. No puede ser que todavía use eso, murmuró recordando como le había dicho alguna vez que le encantaba el aroma a vainilla y coco en los productos para el cabello. Su interior estaba convulsionando, por qué Agustín hacía aquello, pensaba en él o era simple costumbre. Estaba aturdido, el calor del cuerpo de su ex sobre el suyo le hacía respirar con dificultad, sus ojos se iban humedeciendo y su garganta comenzaba a doler. El oxígeno escaseaba en sus pulmones y sus nervios temblaban desesperados por alguna emoción u orden que no comprendía. Necesitaba escapar, pero no podía dejar al amor de su adolescencia tirado sobre el frío cerámico de la cocina.
¿Qué voy hacer con vos? Se preguntó más por su situación en general, que por la particular en ese preciso momento.
Gastón Mariano Luque
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Nota:
Bueno, ya sé, tardé un montón, pero ya saben como soy(?), así que ignorando todas mis posibles justificaciones, pasaré directamente a preguntarles qué les ha parecido el capítulo. Les juro que estaba muy emocionada por mostrarles este primer contacto luego de tantos años. Estoy aquí gritando junto con ustedes.
Por otra parte, les comento que esta actualización llegó antes gracias al aporte de @b_l_e_y (tw) y @yawbpi (tw).
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