1. Cómo fue que de papel cambié
El estrepitoso timbre de la escuela despertó a más de uno que cabeceaba apoyado sobre la pared; a ello le siguió el bullicio de los alumnos corriendo hacia el patio mientras conversaban con sus amigos sobre lo que habían hecho durante el verano. Gastón, el pibe rubio y de ojos verdes que hacía suspirar a las muchachas de su curso, era el que más alardeaba entre todos. Alardeaba de haberse ido a Mar de Plata y haber pasado el verano entre la playa abarrotada de las minas más lindas de todo el país y el extranjero, y suculentos mariscos asados.
—Deja de chamuyar, sé muy bien que te fuiste solo por quince días, me lo dijo La Mari —dijo uno de sus compañeros.
—¿Y vos qué andas hablando con mi vieja? —cuestionó Gastón cruzándose de brazos.
—Ah, qué no hablo con tu vieja... —respondió con un tono sugerente que hizo estallar en carcajadas al resto del curso que los escuchaban atentos en la formación.
—¡Ay, La Mari! —exclamó otro con gran malicia.
Gastón se comenzaba a exasperar, volvió a ordenar que se callaran, pero más compañeros se unieron a la gastada, por lo que en el cerebro del rubio de ojos verdes decidió que había una única manera de terminar con aquella "humillación". Así fue como sus manos se cerraron en unos pesados puños que aterrizaron a toda velocidad sobre el rostro de Jeremías, el compañero que había comenzado la joda.
Las ya casi perfectas filas que se alineaban sobre los grises adoquines del patio principal de la escuela, se habían vuelto en una ronda histérica y bulliciosa que alentaban el espectáculo salvaje de los muchachitos rodando por el piso. Por suerte, un profesor no muy lejos de allí advirtió rápidamente la vergonzosa situación, e intervino tomando al rubio por la cintura y llevándoselo directamente a dirección.
—¡Primer día, Luque! —vociferó furibunda la directora de la escuela.
—Los otros pibes empezaron —murmuró jugando con sus dedos y mirando hacia el suelo.
—A mi no me importa quién empezó, a los dos les voy a poner amonestaciones —sentenció buscando la historia de vida de Gastón.
—Espere por favor. Usted lo dijo, es el primer día. ¿Qué le parece si nos calmamos? —dijo el profesor que lo había traído hasta la dirección. El rubio levantó su mirada y lo observó por tan solo un momento, le había sorprendido bastante la repentina intervención del desconocido educador.
—Entonces qué sugiere, señor Novoa. ¿Qué hacen en Chile en una situación así? —cuestionó la mujer de avanzada edad dejando el expediente de Gastón sobre su escritorio.
—Y le valdría una suspensión, pero no creo en esos métodos. ¿Qué le parece si por está vez lo deja pasar? Voy a hacer que me ayude por dos semanas.
La señora asintió varias veces con su cabeza sin pronunciar palabra, estaba deliberando consigo misma la propuesta innovadora del joven profesor de castaños cabellos y ojos miel. Finalmente, su resolución mental fue la siguiente: sería una experiencia enriquecedora para el docente novato. Él mismo se daría cuenta que a muchachos atrevidos como Luque había que tratarlos con mano dura, y no con pasivos métodos de castigos del otro lado del mundo.
Ya en pasillo, luego de que los demás alumnos cantarán "Aurora" mientras izaban la bandera, el profesor Novoa llamó a alguien que esperaba en la sala de profesores.
—Como primera cosa en la que debes ayudarme, necesito que ayudes a mi hijo a integrarse a tu curso. ¿Cachai? —le dijo con un tono de voz tan suave y amigable que Gastón no pudo ni quiso oponerse. Asintió apenas con su cabeza y esperó la llegada del muchacho. El profesor sonrió satisfecho y agregó: —Gracias, joven Luque.
De la sala de profesores salió un muchacho de su edad algunos centímetros más bajo que él. Su piel era algo tostada. Su cabello y ojos, eran iguales a los de su padre. Ambos eran delgados, pero no demasiado, sino esbeltos y bastante elegantes. Figura un poco contraria a la suya, ya que para sus quince años ya medía un metro setenta y cinco y no paraba de crecer, también había desarrollado músculos y piernas grandes que lo ayudaban a desplazarse con mayor velocidad por la cancha. A veces parecía más un jugador de rugby que de fútbol.
—Agus, este es Gastón Luque, te va a asistir en lo que necesites para adaptarte a esta escuela y al país —dijo el profesor acariciando la cabeza del muchacho castaño, pero este quitó su mano bastante molesto y analizó al rubio de arriba a abajo tan solo con su mirada.
—Tení pinta de cuico. Mejor ni me hablí —espetó con cierta arrogancia.
—¿Qué mierda es eso? —cuestionó Gastón sintiendo que había sido insultado a pesar de no entender del todo el dialecto de los castaños.
—Que eres un weón de plata.
—¡Agus! ¡Es una escuela pública! —le regañó su padre.
—Entonces solo teni pinta de aweonao.
—¡Agustín! —gritó el hombre tomando de la muñeca a su hijo para alejarlo de un incrédulo rubio que no tardaría en explotar.
—¿Pero qué mierda te pasa? Ni me conoces, pelotudo —dijo al recuperarse del ataque verbal injustificado del chileno—. No te hago mierda no más porque tu viejo me acaba de salvar, pero te voy reventar el culo a patadas cuando me vuelvas a decir algo así. Hacete tratar, pibe —agregó antes de retirarse a su curso sin darle chances al profesor de disculparse por el comportamiento irracional del menor.
—¿Por qué cresta le dijiste todo eso, weón? —cuestionó Novoa a su primogénito que continuaba de brazos cruzados sin la más leve pizca de arrepentimiento—. Cuando volvamos a casa ya vas a ver. Yo sé que no quieres estar en Argentina, pero sabi muy bien que no tenía otra opción.
—¡Me hubieras dejado quedarme con mi mamá! —le gritó enfurecido lanzando su mochila lejos de él.
—Yo no te iba a dejar con esa loca cagá de la cabeza y su familia. Ahora busca esa mochila y entra a la sala, weón caprichoso.
Agustín acató la orden de su padre, pero en vez de levantar la mochila, la pateó hasta llegar al curso donde estaba el rubio que antes había insultado. Lo miró con desprecio y tomó el banco más al fondo del salón. Gastón estaba contando los minutos para ir a enseñarle que con él no le convenía meterse; tenía bastante problemas en su hogar para que alguien viniera a joderlo en la escuela.
El chileno continuó ejecutando cada uno de sus movimientos con una notable frustración y enojo. Había dejado atrás a todos sus amigos en Chile, los cuales había conseguido con gran esfuerzo y años de terapia. Ser una persona introvertida y con trastornos de depresión e ira, no le ofrecían una vida fácil, pero con ayuda de profesionales y buena gente a su alrededor, había salido adelante todo ese tiempo. Pero ahora, en un nuevo país, con otras personas, y siendo un extranjero, el panorama era más que desolador desde su perspectiva de adolescente de quince años.
Su padre, quien había sido la persona más importante en todos su avances médicos, un día llegó con la terrible noticia de que su sueldo ya no podría cubrir todos sus gastos de asistencia psicológica, por lo que debía conseguir un mejor trabajo y una vida más barata. Argentina fue la respuesta inmediata a su desesperada situación, pero Agustín se negó hasta último momento, prefería salir a trabajar que abandonar todo lo que tenía en su país natal. Pero su padre, se negó rotundamente a tan irreales soluciones. Por lo que también le planteó quedarse con su madre mientras él solo tendría que mandar dinero para la terapia. Sin embargo, Gaspar conocía a Javiera, y sabía que le robaría ese dinero de Agustín para sus vicios, así que rápidamente se convirtió en otra propuesta desechada.
Sonó el timbre de primer recreo. El chileno fue rápidamente arrastrado afuera por Gastón y dos amigos de él sin que los profesores se dieran cuenta. Lo llevaron hasta la parte de atrás de las aulas exteriores, sector al que los preceptores no daban demasiada atención.
—Cabros culiaos, ¿qué chucha quieren? —soltó con molestia cuando por fin Gastón resolvió soltarlo.
—Mira, puto, yo no sé ni quién mierda sos y ni me interesa saber algo de vos, pero a mi no me vas andar mirando así como se te cante el culo. ¿Me entendes, chilenito trolo? —le dijo de forma amenazante acercando su rostro al ajeno con pretensiones de intimidar, pero Agustín no estaba prestando demasiada atención a lo que decía, sino que una extraña incomodidad estaba ocupando toda su mente en ese instante. Los labios del rubio estaban demasiado cerca de los suyos, y podía contemplar cada una de sus facciones con envidiable detalle, lo que generaban en él extrañas cosas que no podía describir con palabras.
Finalmente, logró reaccionar al comprender que no le gustaba del todo aquello que estaba sintiendo, por ende, empujó al rubio lejos de él. Pero lo había hecho con tanta fuerza, que éste trastabilló sobre sus pies y cayó sentado en el suelo. Los dos amigos que lo acompañaban no tardaron en reírse en su cara y felicitar al chileno por esa demostración de fuerza. Pero a Agustín no podía importarle menos, él ahora solo podía pensar en esa extraña sensación que experimentó su cuerpo al tener tan cerca al rubio no cheto de Gastón. Aunque no tuvo mucho tiempo para internarse en sus pensamientos, ya que el susodicho se levantó directamente a devolverle el empujón y decirle unas cuantas cosas muy alejadas de ser halagos.
El castaño no dudó en volver a responder y pronto los alumnos se reunieron a su alrededor como lo habían hecho unas horas atrás. Ambos terminaron por golpearse en la cara y en el estómago, cuando el profesor llegó, Gastón fue nuevamente arrastrado hasta la dirección de la escuela, ahora en compañía del chileno. Esta vez no tuvo quién ejerciera de abogado, y no pudo escapar de la amonestación. La directora repetía una y otra vez que el profesor Novoa no debió haber intervenido desde un principio.
—Sos un pelotudo —le dijo Gastón al castaño una vez que estuvieron en el pasillo con la notificación de amonestación en sus cuadernos de comunicados.
—¿Yo? Tu eri el weón —respondió Agustín antes de salir corriendo porque su padre ya se había enterado de lo sucedido, y venía a por él desde el otro lado de la escuela.
Así comenzaba aquella extraña y conflictiva relación entre ellos dos, una relación que se extendería por más de dos años, donde cada recreo se convertía en una oportunidad para putear y golpearse hasta dejar marcas en sus rostros y cuerpos. Cada uno había formado su propio grupo de porras y, en algunas ocasiones, de enfrentamientos campales.
Cada uno llegó acumular tantas amonestaciones que de no intervenir sus padres cada año, no habrían podido volver a cursar en aquella escuela. Aunque Gaspar, el padre de Agustín, había contemplado más de una vez la posibilidad de cambiarlo de escuela para que no estuviera cerca de Gastón, por quien su niño había tomado una extraña obsesión. Lo consultó largo y tendido con la psicóloga y la psiquiatra de su hijo, pero ambas mujeres estaban de acuerdo en que de alguna manera esa relación conflictiva le había servido a Agustín para integrarse rápidamente a su nuevo hogar, e incluso conseguir algunos amigos que no dudaban en pasar tiempo con él después del enfrentamiento rutinario con Gastón y su hinchada.
***
Aquel viernes por la mañana de la primera semana de clases de su último año no parecía ser distinto a otro. Llegó a la escuela después de escuchar a sus padres pelear por enésima vez esa semana, el divorcio parecía estar a la vuelta de la esquina. Al menos ya no tenía que inventarse salidas familiares que no existían porque ya no hablaba con sus amigos, solo se dedicaba a pelear con Agustín, pero prefería eso a reconocer que ya tan solo salía con su madre o su hermana mayor, su padre prácticamente se había hecho a un lado y ya ni siquiera lo llevaba hasta la academia de futbol.
Las vacaciones en Mar de plata de años atrás habían sido quince días con su madre y hermana, su padre se había negado a acompañarlos. Y el año pasado se había repetido el mismo escenario, habían estado ellos tres solos en Punta del Este, su padre ni siquiera se había tomado la molestia de llamarlos para saber cómo la estaban pasando. ¿Alguna vez se terminaría de acostumbrar a la ausencia del hombre que antes había sido un amoroso padre por más de doce años? ¿Su viejo ya tendría otra familia o estaría pensando en tener una?
Se le asomaban lágrimas en los bordes de sus ojos de tan solo pensar en volver de la escuela y no ver a su padre en casa. Era consciente de que la situación era insostenible y que su madre no merecía aguantar aquel calvario sólo por la familia. Pero como hijo, era muy difícil de asimilar, y a veces sentía que no sería capaz de soportarlo. Y cuando tenía la sensación de estar ahogándose en lo profundo de una pileta olímpica, aparecía el chilenito de ojitos miel a putearlo y así, por un ratito, se olvidaba de todo lo que le hacía doler el corazón. Por ese instante, donde rodaban por el patio de la escuela intentando matarse, solo importaba ganar otra batalla más y demostrar quién era el más capo del sexto "A".
Pero en aquel viernes las cosas tomarían un giro totalmente inesperado. Antes del último recreo, Agustín le tiró una bolita de papel que impactó contra su cabeza. Enojado, se volteó rápidamente buscando a Agustín en el banco del fondo. Al hallar su mirada, éste apuntó el bollito de papel que descansaba sobre su banco. Gastón murmuró un "y ahora qué mierda quiere" y tomó el papel para abrirlo entre sus manos. Al extender el papel encontró un mensaje escrito en él, le pedía que ambos se encontraran después de la escuela en el aula en desuso al final del pasillo. Extrañado, Gastón volvió a voltearse buscando a Agustín, pero este lo ignoró haciéndose el que copiaba lo del pizarrón en su carpeta.
Cuando finalmente tocó el timbre de salida, Gastón encaminó sus pasos hacia el comedor. Había visto que el menú de ese día sería su favorito: milanesas de carne con puré de papas. No se lo perdería por nada en el mundo, excepto por el chileno que lo empujó a mitad de camino y sutilmente le hizo señas con la cabeza para que lo siguiera. Refunfuñó por lo bajo y cuando Agustín se adelantó varios pasos, le siguió por detrás y ambos entraron en el aula abandonada sin que nadie se diera cuenta.
—Boludo, peleamos cuando quieras, pero no ahora, hay milanesas. ¡Milanesas, Agustín, milanesas! —rezongaba Gastón con gran dramatismo.
—¿Y? No me apasionan. Pero lo que te tengo que decir es rápido, no te preocupes. Después puedes ir a comer, weón —le aseguró con sospechosa calma acercándose a él.
—Bueno, dale, no te hagas el misterioso.
—Pues haz silencio, weón culiao.
Gastón ya estaba a punto de responder el insulto, pero Agustín rápidamente pasó sus brazos por su cuello y lo obligó a inclinarse hacia su rostro. Donde, sin perder un segundo más de tiempo, estampó sus labios contra los ajenos y lentamente comenzó a moverlos esperando una respuesta. El rubio estaba con los ojos abiertos, totalmente sorprendido y también asustado. ¿Qué debía hacer en una situación así? Eran dos pibes, esas cosas no se hacían entre pibes... ¿o si? "Bueno, si lo hacen", se respondió así mismo. ¿Pero entre ellos dos era posible? No, no era posible, seguro le estaba haciendo una broma. Por lo que decidió alejarse de él, pero al hacerlo, Agustín lo observó con una expresión tan triste que su corazón le dolió más que ver la separación inminente de sus padres.
—¿Esto es posta? ¿No me estás jodiendo? —cuestionó desconcertado acercándose nuevamente a él.
Agustín asintió con su cabeza sin mirarlo a los ojos, y volvió a extender sus brazos reclamando casi como niño el lugar del que había sido apartado. Gastón al confirmar que aquello no se trataba de otra broma pesada del chileno, se dejó abrazar y volvió a inclinar su rostro hacia el ajeno para que sus labios se encontraran nuevamente con los del castaño. Esta vez el beso fue respondido y ambos pares de labios se movieron para encajar de manera perfecta uno sobre el otro.
Gastón no entendía del todo lo que estaba haciendo, pero al ser su primer beso con otro chico le llamaba la atención y, además de eso, se sentía inexplicablemente bien. Los labios de Agustín eran particularmente suaves y siempre le habían parecido algo atractivos, para no ser muy gruesos estaban muy bien definidos y siempre estaban brillantes porque el chileno se los relamía constantemente.
Agustín, por su parte, tenía en claro sus intenciones en ese beso, estaba confirmado lo que ya era bastante obvio, le gustaba Gastón Luque y por eso le había incomoda el primer enfrentamiento cara a cara que habían tenido en cuarto año. Algo muy fuerte había sentido en aquel momento, pero no había tenido la capacidad para discernir aquellas sensaciones que el rubio había provocado en él. Debió hablar largo tiempo con su psicóloga para entender que sus sentimientos hacia Gastón habían crecido día a día de manera conflictiva. Cuando creyó solo sentir simpatía por esa extraña relación de enemigos que tenían, el rubio hacía algo que provocaba que su corazón saltara y sus mejillas se tiñeran de un tímido rojo carmesí.
Un día, en quinto año, el quiosco de la escuela estaba abarrotado de estudiantes que se peleaban por conseguir alguno de los pocos tostados que vendían por la mañana. Agustín no tenía muchas esperanzas de conseguir alguno, pero entonces, de entre medio de esa muchedumbre bulliciosa de adolescentes, Gastón salió victorioso con dos tostados en mano.
—¡Eu, chileno puto, ¿queres?! —gritó el rubio acercándose a él. Primero tuvo la impresión de que sólo le hablaba para burlarse, pero contrario a lo que pensaba, Gastón dejó entre sus manos uno de los tostados que había comprado y salió corriendo hacia su grupo de amigos.
En otra ocasión se encontró renegando con la tarea de geografía, él no tenía idea de las provincias de Argentina y mucho menos de sus capitales. Estaba a punto de buscar a su padre para pedirle ayuda. Pero entonces, otra vez, el rubio salió de entre medio de la gente a su rescate. ¿Por qué hacía eso? Se preguntaba Agustín observando atentamente como Gastón se sentaba a su lado y le ayudaba a completar el mapa político de Argentina.
A veces tenía la sensación de que Gastón tenía más problemas con sus emociones que él, era como si su verdadera personalidad y sus verdaderos sentimientos estuvieran ahogados por la imagen artificial que el mismo Gastón se había encargado de construir. ¿Por qué? Se preguntaba una y otra vez. A veces quería hablar con él como un amigo y no como un casual enemigo. Quería recomendarle ayuda profesional o, aunque sea, prestarle su oído para escuchar lo que realmente lo aquejaba, qué era aquello que lo volvía tan violento.
—¿Qué haci, weón? —murmuró Agustín sobre los labios ajenos al sentir la mano del rubio sobre uno de sus glúteos.
—Es que lo tenes muy redondo, quería saber cómo se siente —respondió con una voz ronca y una sonrisa ladina que provocó en el castaño un extraño cosquilleo por su espalda, que luego se extendió por su estómago.
—Weón... —susurró antes de volver a cerrar el espacio entre los dos y permitir que Gastón continuará apretando sus glúteos a su antojo.
(En el banner se encuentra Agustín Lucas Novoa, diseño creado en picrew)
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