Primera parte: Para ellos. Capítulo 1.
CAPÍTULO 1.
8 años antes
Gottfried Leibniz define el amor como estar encantado con la felicidad del otro, y te preguntarás ¿Quién es Gottfried Leibniz? La verdad no tengo idea, he visto la frase y me ha parecido correcta utilizarla para iniciar esta historia, no por la connotación filosófica que podría abarcar, sino más bien por la correlación especifica que involucra sus palabras y mis hechos.
La profunda empatía que sentí la primera vez que lo vi.
No puedes saber que estás a punto de conocer a la persona que va a cambiar el rumbo de tu vida hasta cinco segundos después de conocerla. Para mí, ese día había sido tan igual como los anteriores de la semana, al pasar toda la mañana en el colegio y esperar ansiosamente que sonara el ultimo timbre que anunciaba la salida, total, mis planes iban como de costumbre, nada más que salir de clases, caminar un poco hasta la parada del bus, y llegar a casa a ver una serie y dormir el resto de la tarde.
No solía hacer demasiados cambios en mi agenda de aburrimiento extrema, pero aquel día simplemente no pude negarme a la petición de una amiga de acompañarla a entregar algo a su hermano a otro colegio. Me lo pensé un segundo, quizás más, caminar no era ni de cerca una de mis actividades favoritas, pero no pude decir que no. Así que fuimos... y ahí estaba.
Verlo fue sentir una calidez inmediata cuando su mirada conectó con la mía, y saber que lo que sea que él estuviese sintiendo y sus hermosos ojos color roble pudieran transmitirme, mi cuerpo lo recibiría como si en carne propia sus sentimientos fuesen los míos.
Me agradó el sutil cosquilleo que sentí en la piel al ver su sonrisa, o lo negro que parecía su cabello a pesar de que el sol lo estuviese iluminando, y describir todo lo demás es superficial, porque lo que verdaderamente me condenó fue escuchar su voz parsimoniosa y profunda.
Me cuestioné de todo lo que había escuchado del amor a primera vista desde entonces, todos aquellos debates que siempre se inclinaban a su inexistencia, porque la ecuación era simple ¿Cómo no iba a existir si yo juraba estarlo experimentando en carne propia en aquel momento?
El regusto de conocerlo me duró más bien poco, su presencia no detuvo el tiempo como tantas veces leí que sucedía al enamorarte de alguien, pero en ese momento se me antojó efímero el encuentro, y desee que existiesen miles de cosas más que se le hubiesen olvidado con mi amiga, para tener una excusa de ir a verlo cada día al salir de clases, no me importaba tener que caminar 15 minutos enteros bajo el inclemente sol, si iba a volver a sentir en el piso de mi estomago aquella sensación.
Una semana después me enteré de que no era hermano de Juli, más bien un viejo amigo de la primaria que conservaban el cariño muchos años después, claro que desconecté de la historia que ella me estaba contando de su niñez cuando de su boca salió la pregunta que terminó de sellar mi destino:
—Ally, ¿Podrías acompañarme al salir a la esquina del colegio? Trevor viene a conocer a una chica y no quiere que lo deje solo. —Susurró desde el puesto de atrás mientras el profesor terminaba los últimos minutos de su catedra. No puedo explicarles lo que sentí entonces, si bien me emocionaba la idea de verlo, el saber que su intención al acercarse a nuestro colegio era conocer a una persona me enfrió el cuerpo de inmediato.
—Sí. —Zanjé.
No podía saber entonces que lo que estaba sintiendo entonces era amor, para mí era simplemente el gusto de descubrir la existencia de alguien que me agradaba. Para variar.
Nos reunimos con la chica que iba a conocerlo, su emoción era palpable, su sonrisa radiante y la emoción contenida en su voz, bueno, no era muy contenida en realidad. Él le gustaba, y yo egoístamente en lo profundo de mi ser desee que al verlo él no emitiera el mismo entusiasmo por ella. No lo hizo.
La reunión fue corta, un par de saludos, y despedidas fugaces. Acompañamos a Juli al trabajo de sus padres, y fue justo ahí cuando descubrimos que para llegar a nuestras casas tomábamos el mismo bus, en la misma parada.
¿Cómo no lo había visto antes? Fue lo primero que pensé. Lo segundo que surgió en mí fue la necesidad de acompañarnos, y así sucedió.
Caminamos a la par hasta la parada, casi en silencio, y me dejó subir primera al bus. Había asientos dobles vacíos y algunos otros ocupados y he allí la primera decisión importante que se tomó entre ambos. ¿Nos sentaríamos juntos o no le agradaba lo suficiente?
Tomé el primer asiento doble, del lado de la ventana para dejar la opción abierta. Una propuesta disimulada. Ceder la decisión de si él quería mi compañía, y la aceptó.
Desde entonces el patrón se volvió claro. Empezamos a ser compañeros de viaje en aquel momento, ese mes de mayo, y luego, un mes después, al salir de vacaciones de verano la duda de cómo iba a saber de él en ese tiempo me embargó, hasta que nos encontramos en redes y nos agregamos. Y luego hablamos todos los días hasta enamorarnos.
Era como explorar un terreno lleno de minas, conocer su pasado y saber dónde le dolía la vida, que errores no cometer, qué limites nunca cruzar. Sentir que quieres a alguien es fácil, aprender a quererlo para que esa persona pueda sentir el cariño, es lo complicado.
Mes con mes todo fluyó, entre conversaciones nocturnas, viajes de 20 minutos uno al lado del otro.
El primer beso inexperto.
La primera confesión de amor.
Y la sensación de haber encontrado a la persona más valiosa del mundo entero, y querer que estuviese a mi lado hasta el final de mis días.
No todo fue perfecto al principio, para serles sincera, en realidad creo que eso forjó de forma más permanente aquellos hilos invisibles que se envolvían al ras con mi corazón. Eramos apenas jóvenes que disfrutaban de un amor casi inocente, vacío de complicaciones y lleno de nuevas experiencias.
No todo surgió tan rápido como me dispongo a contarlo, en realidad, la profundidad del amor que desarrollé hacia él se acopló a la perfección a la complejidad de su ser. Siendo su forma tan poco predecible de actuar un terreno inexplorado para una mente que evaluaba mil posibilidades derivadas de una sola acción, de cierto modo, el saber que sin importar lo que sucediera, su reacción no la podía medir, era casi reconfortante para mí. Era como... sentir paz.
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