Capítulo 2.

7 años y seis meses después.

Lo que hace relevante un símbolo es el significado que se le aporte, eso está claro, y hace 7 años, con apenas dieciséis recién cumplidos yo no le encontraba gracia a ese hecho, hasta que nuestras conversaciones se enzarzaban en bromas internas que solo ambos entendíamos. Y algunos gestos, palabras y números empezaron a tener un significado especial en mí.

Es casi torpe la manera en la que me siento a teclear recuerdos de forma tan cursi, sucesos de hace casi una década que están teñidos de todo el amor que Trevor me hizo experimentar con cada cosa que iba descubriendo de él.

Hechos e hipótesis.

Su color predilecto era el negro: Hecho. 

Pero su favorito podría haber sido el azul: Hipótesis.

Era un hecho que no le gustaba demasiado besar, ni que le sudaran las manos al tonárnoslas, pero también era real que sus labios eran tan suaves que hacía que cada segundo cerca de ellos supiera a la más dulce ambrosia consumida por los Dioses. Era una realidad que cada caricia de las yemas de sus dedos me trasladaba a la estratosfera. Que sus hombros se volvieron un lugar muy cómodo y que parecía extraordinario la forma en la que su cuerpo y el mío encajaban como piezas del más insólito puzzle. Como si fuésemos un rompecabezas de la viva imagen del horizonte del mar. Dos personas tan significativamente distintas pero que al estar juntas casi no se percibían los matices entre ambos. 

Entre mis hipótesis favoritas estaban las suposiciones de que su olor podría ser enfrascado en envases y vendido a un alto costo, o que su timidez era casi patológica, y por supuesto, que cada muestra de afecto merecía un importante lugar entre mis recuerdos. Es sumamente increíble lo buena que es la memoria cuando realmente atesoramos algo. 

Llegó un punto en nuestra amistad que no bastaban los viajes de 20 minutos y los mensajes cortos por teléfono, y empezaron las llamadas....

Recuerdo tener que esconderme entre la oscuridad de mi casa, fuera de la habitación de mis padres para poder hablar con él. 

Spoiler: Le temo muchísimo a la oscuridad. ¿Pero recuerdan cuál fue la razón que me hizo caer? Resulta que los miedos tienen antídotos, y el mío era su voz. Me transmitía tanta calma que si no estuviese sentada en el frío piso de mi sala con el teléfono local colgado a una oreja, fácilmente podría haberme dormido infinidades de veces. 

Pasaron seis meses desde que nos conocimos aquel mayo, hasta el diciembre que determinó el inicio de una relación.

Y es ahí cuando volvemos a los símbolos y su importancia particular que siempre va a depender de la persona que se la acredite.

—¿Sabes qué hora es TJ? —Susurré a la bocina. 

—Las once, ¿Por qué? —Su voz sonaba calmada, sin un ápice de sueño.

—¿Sabías que a las 11:11 de la noche se pide un deseo?

—No.

—A esa hora, pediremos algo. 

Los nervios imprecisos me embargaron. Me supo extraño el sabor de la inseguridad, para variar. Tenía miedo a su respuesta, aunque sabía que le gustaba, aunque ya había probado sus labios, la siguiente pregunta era el punto final de seis meses maravillosos o el inicio de algo más. Después de todo, él era demasiado tímido y yo impaciente.

—Ya son las 11:11. —Me recordó minutos después.

—Pide un deseo. —Cerré mis ojos brevemente, y mi primer deseo entonces fue tener la determinación de hacerle la pregunta que cambiaría todo, y por Dios, estaba aterrada.

Se escuchó un silencio del otro lado de la línea y segundos después su voz resonó a través de ella.

—Listo, ¿Y tú?

—Sí.

—¿Qué deseaste? —Preguntó.

—Decirlo haría que no se hiciera realidad. —Miré la hora, seguían siendo las 11:11. Nunca un minuto se me hizo tan eterno—. Oye...

—Cuéntame.

—¿Quieres ser mi novio? —Solté sin más.

Silencio.

Una risa nerviosa.

El sonido de su voz, extrañamente alterada.

—¿Qué?

—Eso, lo que te pregunté. No me hagas repetirlo.

—Se supone que tendría que ser yo quien te proponga eso. —Sonaba animado, pero eso no calmó mi inquietud.

—Es igual. No siempre tiene que ser el hombre quien dé el primer paso. 

—Sí quiero. —Dijo al fin. 

Fue entonces cuando el número 22 se volvió mi favorito, y diciembre se me antojó ser el mes más cálido del año, aunque usara un suéter y dos cobijas encima. Y por supuesto, las 11:11 se volvió la hora perfecta para pedir todos los deseos que mi corazón añorase, después de todo, estaba comprobado que se hacían realidad.

Creo que es importante que sepan, que no todo era perfecto, no siempre fue algo de ensueño, muchas veces discutimos por no tener opiniones idénticas, y que, de hecho, nuestro trato no era amoroso el cien por ciento de las veces, antes que todo éramos amigos, luego novios, pero siempre fuimos el talón de Aquiles del otro.

El fallo. Lo que para el resto del mundo era insignificante, pero para el otro una debilidad.

Trevor sacaba la peor parte de mí, y aun así me hacía querer entregarle todo lo lindo que poseía, todo lo bueno que había en mí.

Pero yo no era el ser humano modelo, no lo soy ni siquiera ahora cuando se los cuento. Cometí errores que pudieron haber acabado con todo lo que teníamos antes de que las cosas comenzaran en aquella oportunidad, e incluso después... 

Todo el tiempo que estuvimos juntos fue un cumulo de eventos que rigieron nuestro desarrollo como personas. Éramos unos niños, lo vuelvo a afirmar. Nos quisimos como nunca, pero todo tiene un final, y aunque el nuestro no estaba cerca, no pudimos evitar hacernos daño. No estoy tratando de contar un cuento perfecto. Esta es la historia de dos personas que aprendieron a amar juntas, pero que sufrieron incontables veces en el proceso. 

Me odiarás, y puede que a él también, pero cada sentimiento implícito entre estas líneas es un recordatorio de la realidad humana. Y es que somos tan capaces de hacer que alguien llegue a tocar el cielo, como de reducirlo a un grano de arena tan minúsculo que es imperceptible; amamos y destruimos. Si tienes suerte sales con vida de eso...

Ojalá yo tenga suerte.

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