Capítulo 19
Sabía que tenía que contestar, aunque no quisiera. La casa era el único lugar donde podíamos quedarnos, pero mi padre estaba ahí. Originalmente Áureo y yo nos íbamos a mantener encerrados en mi habitación para que nadie más que Rafaela supiera de nuestra presencia. Pero ya no podíamos volver a mi casa después de que mi papá llegara del trabajo.
Dejé que la llamada entrara, pero no dije absolutamente nada. Me pegué el celular al oído y esperé, con las manos temblando por los nervios y los pequeños espasmos que llegaron tras mi llanto desmesurado.
—Franco, te quiero en la casa ahora mismo —habló con bastante firmeza y seriedad, justo como lo hacía cuando atendía llamadas de trabajo.
Tragué saliva. Áureo se pegó al otro lado del celular para escuchar la llamada también. Giré un poco la cabeza para que pudiera leer en mis gestos la preocupación. Mi papá no podía saber que venía con alguien más y que planeaba dormir con él.
—¿Dónde estás? Voy a mandar a Juan —dijo tras mi silencio.
Yo seguí sin contestar, aunque alzara la voz diciendo mi nombre. Era muy probable que pudiera escuchar la música de fondo e intuyera con ella en dónde podría encontrarme.
—¡Franco, deja de hacerte pendejo! —exclamó con irritación.
—Lo siento —susurré.
Y sin pensármelo dos veces, tiré el celular al inodoro.
Áureo trató de impedirlo con un sobresalto, pero se detuvo tras ver que acerté justo donde quería. Ni de chiste iba a meter la mano para rescatarlo antes de que el agua asquerosa lo descompusiera. Lo miró durante varios segundos, después regresó sus ojos a mí, perplejo por mi actitud.
—Iba a saber dónde estábamos por el GPS —Me justifiqué, encogido de hombros—. Compraré otro mañana, aunque sea de los baratos.
Di por concluido el tema. Antes de que pudiera decir algo, le di la espalda, abrí la puerta del baño y salí, esperando que él me siguiera. Volvimos pronto a la fiesta, a su estruendosa música y a su gente tan animada. Mantuve la seriedad en mis gestos; Áureo solo podía tomarme de la mano y mirarme disimuladamente con inquietud.
No muy lejos de ese baño tan apartado nos esperaba Hugo, o Starless. Saludó con un ladeo de cabeza, ignorando un poco a la otra drag con la que mantenía conversación. Se despidió antes de acercarse a nosotros.
—¿Ya se relajó la princesa? —Me observó, sonriendo a medias.
Tomé aire, solté un pesado suspiro de desagrado. Áureo solo pudo mirar a uno y a otro con incomodidad antes de pedirle a Hugo que me dejara tranquilo. La drag alzó los hombros y las cejas, pero no se quejó ni burló. Aceptó con mucha facilidad la petición de su exnovio.
Tras un incómodo silencio, Áureo me preguntó qué haríamos si no podíamos quedarnos en mi casa. Yo no tenía ninguna alternativa. El efectivo no nos pagaría una habitación de hotel y no podía usar la única tarjeta de débito que tenía porque mi papá podría rastrearme. Sugerí que nos quedáramos a dormir en su auto y que lo estacionáramos en algún sitio, pero eso le hizo sentir demasiado inseguro.
Hugo escuchó toda nuestra charla sin interrumpirnos. Esperó justo a que los dos nos quedáramos pensando para que abriera la boca.
—Pueden quedarse conmigo en mi departamento —sugirió al aire—. Cabemos y está a unas cuadras, en La Roma.
Era verdad que estaba cerca. Rentaba un pequeño departamento compartido con otra de sus amigas drag. Más específicamente con la que estaba vestida de ángel. No era en un sitio antiguo y lujoso como creía, sino más bien un reducido espacio en una gran vecindad. No tenía mucho de haberse mudado ahí.
—Se pueden bañar, pueden comer, dejar el carro... —Enumeró los beneficios con los dedos.
Áureo parecía muy tentado, pero yo no me hallaba completamente seguro. No es que pensara que el sitio era peligroso, sino que no confiaba en que ellos dos pudieran estar como si nada en el mismo piso. Después de todo, era la casa de su ex. Hugo vio mi inseguridad en todo momento, pero no supe si le divertía o le daba igual.
—Podemos hacer una pijamada —Sonrió, específicamente a mí.
Apreté los puños, tensé un poco los labios. Yo solo asentí, viendo en otra dirección.
—¿Estás seguro? —Áureo quiso confirmarlo. Hugo asintió en el instante—. Entonces sí. No tenemos otro lugar.
Tuve que tragarme las ganas de oponerme porque él tenía razón. Pues una casa, por más descuidada que estuviera, era mejor que un auto en la calle para dormir.
—Me despido de mis amix y nos vamos —contestó, contento.
Ambos lo esperamos en el mismo sitio, un poco callados. Evadimos el contacto con el otro después de todo lo que sucedió: mi arranque de celos, el llanto, cómo me deshice de mi propio celular. Aquella salida solo sirvió para demostrar parte de mi verdadera personalidad —o al menos ese lado negativo— que ni yo mismo conocía y del que me avergonzaba muchísimo.
—¿Te sientes mejor? —preguntó, acercándose un poco.
Yo asentí, no muy convencido. Ya no me hallaba tan abrumado por el incidente de hacía rato, pero aún me inquietaba el hecho de compartir el mismo techo que Hugo. No era un sujeto que me causara una muy buena impresión.
A final de cuentas continuaba siendo un viejo amigo de Áureo, pero también llegó a serlo de Joel. Conocía esa historia, sabía que Hugo era el balance de su grupo por ser un sujeto atrevido, pero racional cuando se necesitaba. Tenía sentido que no acabara de tragármelo como persona.
Fui sincero con Áureo, aunque no tanto como me gustaría. Le dije que su amigo no me agradaba y que lo mejor era que yo me mantuviera lejos de él. Después de pasar por aquella vergonzosa situación, me di cuenta de que yo no tenía ningún derecho a interferir en los sentimientos de la persona que más quería, aunque estuviera en total desacuerdo o me doliera después.
—Él es buena persona —Trató de convencerme—. Quizás no se entienden mucho todavía porque no se conocen.
—No nos entendemos porque es tu ex —dije yo, un poco irritado.
Como buen día de primeras veces, Áureo enfrentaba una incómoda situación que lo ponía en medio de Hugo y yo. No sabía qué responder porque era muy probable que tuviera dudas de sus propios sentimientos hacia el otro sujeto y también sobre lo que éramos, nuestra relación que tampoco era un noviazgo.
Áureo pidió que tratara de ser comprensivo y paciente. Él quería a Hugo como su amigo y le agradecía por ayudarle dentro de una ciudad que casi no conocía. Además, el chico también me aceptaba a mí. No me estaba mandando a dormir al carro incluso teniendo más de un motivo válido para hacerlo.
La quinceañera principal regresó junto a su amiga el ángel —que tampoco me miró con los mejores ojos del mundo— para que nos fuéramos. Ellas bailaron con alegría mientras nos movíamos entre la gente. Nos guiaban en fila, abriéndose paso y pidiendo casi a gritos amables que se hicieran a un lado porque íbamos a salir. Saludaron a algunas personas en el trayecto, se pararon cada tantos metros para bailar sobre su lugar cuando sonaba el coro de alguna buena canción.
Nosotros aprovechábamos esos momentos para mirarnos y sonreírnos, ya que nuestras ganas de bailar como nuestras acompañantes no eran ni por asomo parecidas. Al menos podía tomarlo de la mano de nuevo sin sentir que estaba siendo el psicópata que Hugo afirmó que era. Sus palabras siguieron molestándome por un buen rato.
Salimos sin impedimentos del lugar. Ellas se sacudieron un poco las pelucas y se acomodaron los vestuarios, mirando a los alrededores en silencio. Starless sacó un cigarrillo de una cartera diminuta que colgaba de su muñeca y se lo fumó en la calle como forma de relajarse tras el ambiente tan prendido que consumió parte de sus energías.
Después, su compañera nos preguntó dónde estaba el auto. Fue su turno de seguirnos entre quejas por el dolor en los pies y el cansancio, aunque llegamos pronto y bien. El auto seguía ahí estacionado sin ningún cambio, cosa que le regresó a Áureo la tranquilidad.
Nos quedamos esperando en la puerta en lo que él abría e inclinaba el asiento hacia adelante para los que fueran a sentarse atrás. Cuando el momento llegó, entró el ángel primero, pero no Hugo, quien me hizo una seña con la mano para que pasara. Nos miramos fijamente.
—Mi vestido no cabe atrás, bonito —Se excusó, sonriendo a medias.
Áureo ya estaba dentro del carro, con el motor encendido y esperando a que nos acomodáramos. No iba a ponerme odioso por el asiento de un auto que nos llevaría cerca de donde estábamos, así que terminé por hacerle compañía a la otra drag en el asiento trasero.
Cuando Hugo se trató de meter tuvo ciertas dificultades con su inmensa falda que lo hicieron reír. Áureo le ayudó con las dos manos a acomodar todo, sonriendo también. La otra drag le hizo burlas por complicarse tanto la vida al elegir ese vestuario. Yo lo observé todo en silencio, aún con el pequeño regocijo en el estómago. Quería que se apuraran.
Ambas drags tomaron fotos y videos con mucha diversión cuando íbamos hacia su departamento. La situación del vestido y el espacio les causaba mucha gracia. Después de publicar en redes lo que quisieron, le dieron al conductor pocas indicaciones del camino. Realmente estaba muy cerca.
Pudimos estacionarnos justo en frente de un gran edificio descuidado con azulejos grandes y grises, lleno de grafitis hasta en el portón oxidado. A un lado había una taquería abierta y de resto, la calle parecía un poco desierta. Al menos tenían un Oxxo en la esquina.
Bajamos después de que Áureo apagara el motor y ayudara a salir a la Cenicienta de su calabaza. Su amiga sacó las llaves y finalmente los cuatro ingresamos a la vecindad. Era la primera vez que iba a una.
Departamentos, ventanas y escaleras a los laterales, un gran espacio en medio, con una malla delgada y un poco caída para que el sol no pegara tan directo durante el día. Paredes descuidadas, agua goteando, plantas y ropa colgados de los pequeños balcones, algunas lámparas encendidas junto a las puertas.
No había mucho ruido a las dos de la mañana ni gente afuera de sus casas, así que pudimos subir tranquilos hasta el último piso, que era el tres. Fue Hugo el que abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarnos pasar en lo que encendía las luces.
Su departamento era pequeño, pero bastante acogedor. Tenía un montón de muebles rústicos y pinturas antiguas colgadas en las paredes. Libreros, una inmensa pantalla plana, un comedor mediano pegado a la pared, un candelabro pequeño colgando del techo. Ninguna de esas cosas les pertenecía, pues el departamento era en realidad de una anciana que en su época fue adinerada y que ya vivía en otra parte mejor.
A ellos les rentaba los cuartos y el espacio por un precio accesible a pesar de la zona tan buena en la que se encontraban.
—Pueden dormir en mi cuarto —dijo Hugo, sacándose los tacones y dejándolos junto a la entrada—. Yo me quedo con Jaciel.
Nos guio a la puerta correcta antes de decirnos cuál era el otro cuarto, cuál el baño y también para decirnos que en su pequeñísima cocina había cervezas y agua. Solo nos pidió unos minutos para sacar ropa porque quería bañarse. Nosotros entramos junto con él y vimos cómo se arrancaba la peluca y se bajaba el vestido hasta las rodillas, de espaldas a nosotros.
Hugo era el más delgado de todos, de piel morena y con cabello muy corto, casi rapado. Aún no le conocía la cara porque seguía teniendo ese exagerado maquillaje como máscara. Se quitó las largas pestañas falsas, se rascó el cuero cabelludo y también se bajó las medias de red sin ninguna pena de que estuviéramos mirándolo.
Nos sentamos sobre su cama y aguardamos con un poco de incomodidad a que saliera. Eso sí, la plática entre Áureo y él continuó casi como si yo no estuviera ahí. No hablaron de su pasado por mero respeto, sino de lo que Hugo hacía para ganarse la vida, ya que no vivía con su tía como tanto afirmaban los rumores del pueblo.
—En la mañana estudio, en la tarde trabajo en una cafetería por aquí cerca —Abrió su armario y buscó otros calzones ajustados como los que traía—. Y en el fin de semana salgo a putear.
A mí no me parecía muy decente eso último, pero a Áureo no le importaba en lo más mínimo. Le hizo más preguntas sobre cómo se vestía, por qué le gustaba y si era difícil. Tenía un auténtico interés que no disimulaba para nada. Yo seguí escuchando sin reaccionar ni hacer ruido, pero para ser honestos su plática era realmente interesante. Le presté atención hasta que se despidió y se fue a bañar.
Finalmente nos quedamos solos en el cuarto más pintoresco en el que yo hubiera estado. Tan lleno de pelucas, vestidos extravagantes, papeles y ropa regada. Parecía el camerino de una estrella de teatro.
Si pudiéramos, husmearíamos juntos en cada rincón del cuarto para encontrar más cosas extrañas y llamativas, pero tuvimos que conformarnos con tener la cama individual para los dos.
Iba a pasar mi primera noche con un chico. Eso me emocionaba y asustaba en partes iguales porque no tenía ni la más remota idea de lo que podría pasar. Habría cercanía, pero también conversación. Sinceramente eso último me ponía nervioso en exceso porque yo sabía que todavía teníamos pendientes por tratar y que yo era culpable de ellos.
No teníamos pijamas para dormir más cómodos, algo que de verdad lamenté. Tampoco quería acostarme con el pantalón de mezclilla porque sería el doble de molesto. Nos quitamos los zapatos, pero ninguno supo muy bien cómo proseguir.
Yo sonreí a medias mientras miraba hacia el suelo y apretaba los puños sobre mis muslos. Podía sentir muy bien mis potentes latidos en el pecho y cómo mi respiración quería hacerse más rápida al pasar de los segundos.
—¿Te molesta si me quedo en bóxer? —Buscó mi mirada, ya que también parecía inseguro de sus propias decisiones.
Su pregunta fue una pequeña demostración de que confiaba en mí para hacerlo; solo necesitaba mi aprobación. Apenas y moví la cabeza para decirle que no tenía ningún problema, aunque por dentro quisiera gritar de nervios. ¿Estaba bien si yo hacía lo mismo? Total, hacía un poco de calor y nuestras ropas estaban algo sudorosas por la fiesta.
—Creo que haré lo mismo —Me tembló la voz.
Áureo asintió sin darle el mismo valor a las cosas que yo. Igual que su exnovio, se levantó de la cama y comenzó a desvestirse sin ninguna preocupación. Se sacó primero la camisa estampada, después los pantalones. Caminó en mi dirección solo para meterse bajo las cobijas, soltó un pesado suspiro que retrató su cansancio.
Miró al techo, se llevó una mano tras la nuca, cerró los ojos. Aproveché ese momento para quitarme la ropa. No dije nada en los segundos posteriores por temor a que volteara justo cuando mis cicatrices de la espalda estuvieran bien expuestas.
Regresó la inseguridad a mí, giré el cuerpo hacia él.
—Oye... —bajé el tono, me acerqué un poco a la cama, cubriéndome con mis propios brazos—, ¿crees que Hugo se enoje si me pongo una de sus playeras?
—No creo —murmuró, todavía sin abrir los ojos.
Justo sobre el pequeño escritorio había unas cuantas playeras dobladas y apiladas. Tomé la primera que vi y me la puse a toda velocidad con un poco de culpa por usarla sin permiso.
Respiré hondo para agarrar valor. Relajé los puños, tomé la cobija, me metí con Áureo. El chico se recorrió para darme espacio, pero al ser esta una cama individual no sirvió de mucho. Estuvimos hombro a hombro. Me cubrí hasta la cara, miré hacia la puerta para distraerme con algo, pero no funcionó. En la mente solo podía tener a Áureo casi desnudo a escasos centímetros de mi cuerpo.
—¿Apago la luz? —preguntó.
En cuanto asentí, él puso la mano sobre el apagador que estaba a su lado y nos sumió en la oscuridad. El silencio reinó en ese preciso instante. Lo único perceptible fueron nuestras respiraciones y nuestros cuerpos rozando.
No podía dejar de pensar en todo lo que pasó a lo largo del día. Dejé el pueblo, a mi familia, vi a mi perro y a Rafa. Visité por primera vez un antro gay, tuve un nocivo ataque de celos que después me hizo llorar, perdí mi iPhone para siempre, dormía con un chico en casa de su ex. Jamás había hecho ni sentido tantas cosas de las que me lamentaría luego.
Aunque, de por sí, ya estaba muy abrumado por mi comportamiento. Era el momento adecuado para iniciar con la conversación, aceptar que me equivoqué feo y prometer que no volvería a hacer algo así.
—Perdón por lo de hace rato —No quité la vista del techo por temor a verlo cara a cara—. En serio, fui un pendejo.
—Ya pasó —respondió con somnolencia—. Dejémoslo atrás.
Pero para mí esa respuesta no fue suficiente. Le aseguré que no se repetiría, incluso si decidía dejarme por Hugo. En cuanto dije aquello se sobresaltó y se sentó de golpe para mirarme por fin.
—No voy a hacer eso, Fran —Quizás no me lo decía a mí, sino a los dos—. Me gustas tú ahora.
Me cubrí la cara con las dos manos, avergonzado por todo. Me disculpé de nuevo, con el llanto a punto de desbordarse. Podía estar hablando en serio, pero era mi propia inseguridad e inexperiencia las que me hacían desconfiar más de mí mismo de lo que debía.
—Lo digo en serio, solo mírame —Trató de quitarme las manos del rostro. Lentamente cedí.
Los postes de luz de la calle sirvieron bien para iluminar gran parte de la habitación. Podía verlo casi sobre mí, con el torso desnudo, un brazo extendido junto a mi hombro y una sonrisa tierna en el rostro, llena de confianza.
Mantuve mis manos sobre la boca, mirándolo a los ojos. Me sentí intimidado, pero también feliz de notar que sus palabras fueron dichas en serio. Quise que la almohada se tragara mi cabeza para ya no tenerlo tan cerca, aunque en el fondo quisiera que estuviera lo más pegado posible a mi cuerpo.
—Te creo —susurré, despejando por completo mi rostro.
Llevé ambas manos a sus mejillas, le sonreí con nerviosismo. Áureo se dejó caer despacio en la cama para que pudiéramos estar tan cerca como queríamos, frente a frente. La tensión entre ambos se intensificó de forma considerable, así que decidimos eliminarla obedeciendo a nuestros desesperados cuerpos.
Nos besamos con lentitud, aunque los dedos estuvieran resbalando por su pecho y bajo mi camiseta. Me olvidé hasta de las marcas de mi espalda que él sintió a detalle con sus caricias. Jugueteé con sus rizos, él puso una pierna en medio de las mías.
Pronto el asunto se intensificó. No podía separar su rostro del mío ni detener el calor de todo mi cuerpo. Solo abríamos la boca para saborearnos y jadear en medio del silencio nocturno. Casi cinco minutos imparables de pura satisfacción.
Áureo me abrazó de repente antes de abandonar el beso tan largo que teníamos. Sentí su erección contra la mía, pero no pude concentrarme muy bien en eso porque en aquel mismo momento pegó los labios a mi cuello. No supe por qué esta vez no huía de nuestra cercanía tan íntima. Quería estar ahí para continuar sintiéndolo hasta que nos cansáramos.
Apreté los puños y los párpados, tensé los labios. Quería soltar parte de mi placer, pero al otro lado de la pared estaban su ex y su amigo a punto de dormir. Creí que la cabeza me reventaría por callarme, pero tenía que aguantar. A cambio solo pude respirar muy fuerte, temblar y acariciar su cabeza para que no se despegara de mí.
Va a pasar. Lo vamos a hacer.
Mi mente estaba hecha un lío, en especial cuando comenzó a acariciarme sobre la ropa interior. Yo estaba quieto como una estatua, dejándome. Quería hacer lo mismo con el cuerpo de Áureo, pero esa idea me aterraba más que lo que él ya hacía conmigo.
Esa mano que se encontraba bajo las cobijas, tocándome, comenzó a bajarme lentamente el bóxer. Fue como si aquella acción me hubiese sacado de un gran trance. Reaccioné de inmediato, sobresaltado. Áureo paró con todo y se alejó unos centímetros de mí, buscando en mis ojos la respuesta a si estaba haciendo algo mal.
—Podré ser gay, pero también soy un hombre muy tradicional —dije yo como excusa.
Primero juntó las cejas, después arqueó una. No dejó de examinar cada detalle de mi rostro.
—¿Qué? —Seguía igual de agitado y aturdido que yo.
Como la cabeza solo me daba vueltas, pocas cosas inteligentes tenía por decirle. Lo primero que comenté después de interrumpirnos fue una tontería, pero no lo segundo. Al menos servía para mi tranquilidad.
—Áureo, ¿quieres ser mi novio?
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