Safiya

TJ llevó a los tres amigos hasta el edificio de Ambasa, el cual era uno de los más lujosos del centro de la ciudad. Desde la entrada se podían observar los diferentes empresarios de varios lugares del mundo, vestidos con sus galas, para la celebración. Se colocaron en la cola a la espera de ser revisados por los de seguridad.

— No va ha colar. — repitió Guzmán.

Ed le dio un codazo por el comentario provocando que el español se quejara. — ¿Quieres ser un poco optimista?

— Soy realista. Ninguno de nosotros es árabe o bereber, y supuestamente somos enviados de una mujer de Marruecos.

— ¡Niños! — dijo en alto la mujer. — Calladitos estáis más guapos. — Dejarme hablar a mí.

Un hombre gran con pinta de tío duro paro a los tres para revisar que estaban en la lista. — ¿Nombre?

— Somos enviados de la señorita Fatinsara Derderián. — responde Mirai con una sonrisa. — No ha podido venir, así que nos ha mandado a nosotros en su nombre.

— Ninguno de vosotros tiene pinta de ser de Marruecos. — contesta el grandullón.

— No lo somos, pero trabajamos para ella. — contesta la joven. — ¿Es que por no ser de su país la señorita no iba a contratarnos?

El hombre le devuelve la sonrisa y se acerca a ella. — Me caes bien señorita, pero si de verdad sois enviados de la señorita Derderián, dime ¿Qué patrocinó mi jefe, el señor Ambasa, en beneficio de vuestra empresa?

Ahí fue cuando la chica se puso seria, pues no tenía ni la menor idea de la respuesta de ese gorila. Les habían pillado, o más bien poco les habrían pillado. — ¿Puedo contestar yo a la pregunta? — preguntó una vocecita detrás de ellos.

— ¿Quién eres? — puede que Ed y el portero no supiera quien era esa niña vestida con un buzo blanco y el pelo recogido, pero Mirai y Guzmán, sí.

La chiquilla frunció el ceño, y cruzó los brazos atónita. — Me llamo Dunia Derderián. — Sacó su móvil de su bolsillo, y le enseñó una foto en la que aparecían ella y Fatinsara juntas. — Somos yo y mi tía, en por cierto, la inauguración de hace 4 años en Rabat, en la que vuestra compañía donó 2 millones de dirhams para la creación de nuestros barcos. — le decía con soberbia. — Ellos son mis guardaespaldas. Mi tía no me dejaba venir sola. — los tres adultos a sentían siguiendo la corriente de la chiquilla. — ¿Nos vas ha dejar pasar ya?

El hombre, muy furioso, les dejó pasar hasta donde se encontraban los detectores de metal. Después de eso entraron en un salón lleno de mesas con comida, camareros ofreciendo bebidas y mucha gente hablando de negocios.

Guzmán cogió del hombro a la niña y la llevaron a un rincón para hablar. — Se puede saber ¿cómo lo has hecho?

— ¿El qué? Las fotos se pueden trucar, y la señora salía en " Google".— contestó. —Yo solo hice mis deberes. ¿Sabes lo que contaminan la atmósfera algunos de esos barcos? Luego nos quejamos del cambio climático, pero es que los humanos somos los que empezamos el problema.

— Esto, Inés. — la interrumpe la chica. — Te agradecemos lo de antes, pero ¿cómo has hecho para llegar hasta aquí? — la preguntó Mirai. — Y sobretodo ¿cómo sabías dónde encontrarnos?

— Ya os lo dije en Malasia, tengo mis recursos.

Ed levantó la mano lo que hizo que todos le miraran. — ¿Alguien puede explicarme quién es esta niña? Porque no recuerdo que la mencionarais en ningún momento cuando estuvimos en Borneo.

— Bueno... — Mirai no sabía ni cómo explicárselo. — ¿Por dónde empezar?

— Puedo presentarme yo solita. — La pequeña estiró la mano y sonrió al piloto. — Encantada Edmund, soy Inés. — Edmund aceptó su saludo gustosamente, aunque aún no comprendía qué pintaba esa niña en todo eso. — Ya que nos conocemos todos, ¿buscamos a la hija de Ambasa? ¿Taitu, verdad?

Guzmán se frotó la frente, preguntándose dónde saca toda esa información. — Vale, ni me voy a molestar en preguntarte cómo sabes eso. —

— ¿Qué tal si nos separamos? — sugirió la joven mayor. — Nosotras miraremos por el fondo y vosotros ir por aquí.

— De acuerdo. — asintieron los chicos. — Los primeros que vean a Ambasa y su hija, enviar un mensaje. Hay que convencerlo para que venga a la zona donde está su madre.

— ¿Piensas descalzarte otra vez? — preguntó la mujer.

— Supongo.

— No hará falta. — habló Inés, apoyándose en una pared con los brazos cruzados. — El lugar donde está Safiya fue quemado ¿no?, junto con lo que quedaba de ella. Lo único que encontraréis en ese lugar, es una tierra desierta, estéril, con un tocón enorme. — lo último lo dijo casi susurrando.

— Genial. — contestó el español. — ¿Y que sugieres que hagamos? Porque el plan era llevar a Ambasa a donde estaba su madre.

— ¿Hoy viste su fantasma? — le preguntó de nuevo la niña.

— Sí. — afirmó.

— ¿Qué te dijo?

— Me dijo que salvará a su hijo. — recordó. — ¿Pero salvarlo de qué?

La pequeña levantó los hombre dan a significar que no tenía ni idea, lo que provocaba un sentimiento de frustración en el español. Sin decir nada más, Mirai cogió del brazo a la niña y se la llevó al fondo de la sala. — Os dejamos esta zona a vosotros.

Los chicos se quedaron solos. — ¿Me piensas explicar eso? — preguntó Edmund. — Lo que has dicho sobre fantasmas.

Guzmán se mordió los labios por bocazas. — No quiero meterte en esto, ya suficiente que haya metido a Mirai. — confesó al piloto.

— Creo que ya estoy lo suficientemente metido para poder informarme sobre lo que ocurre. — habló mientras cogía dos copas con champán. Una se la entregó a su compañero y la otra se la bebió de un trago. — Que pena que este champán no lleva alcohol.— se quejó.

— Aquí la mayoría son musulmanes, y ellos tienen prohibido beber alcohol. — respondió Guzmán. — Es una religión a la que respeto.

— No me taches de irrespetuoso, la mitad de mis amigos son musulmanes y también tengo algún que otro amigo budista, ateo o cristiano. — Volviendo al tema importante, ¿Puedes ver fantasmas? — preguntó de nuevo. Su compañero agitó lentamente la cabeza negándolo. — ¿Entonces? — El hombre se quedó callado. No quería tener que explicarle a él también todo por lo que estaba pasando, además de que aun no confiaba en él. — Mira, sé que nos acabamos de conocer hace dos días. Mirai ya me avisó de lo callado que eres con tu vida personal, pero creo que merezco saber porque razón estoy dando vueltas por todo el mundo con un tío al que apenas conozco. — no obtuvo respuesta, y encima el español intentó pasar de él y continuar con su misión principal. Al final Ed decidió sacar su último As bajo la manga. — Si te cuento un secreto mío, tú me contarás el tuyo.

El chico de ojos verdes se paró, y se giró a mirar a los ojos de su compañero moreno. — ¿Por qué debería hacerlo? — preguntó de forma obvia. — Podrías preguntarle a Mirai y de seguro que te lo contaría todo, sin tener que ofrecerle nada. ¿Por qué quieres oírlo de mi, y encima contarme un secreto tuyo?

— Porque yo confió en ti. — le contestó sin rodeos, lo que dejó con las palabras en la boca al español.

Se rió un momento de forma irónica y luego volvió la vista al piloto. — Como bien has dicho antes, apenas me conoces. — dijo en voz baja.

— ¿Y eso qué? — respondió elevando los hombros. — En una apuesta, casi nunca tienes una buena mano, pero a pesar de todo te la juegas con ella, y digamos que yo apuesto por ti.— le explicó con su mala metáfora. — Mirai me contó lo que hiciste por la familia de ese chico en Malasia, lo cual ya decía mucho de ti, pero lo que me hace pensar que eres un buen hombre es tu mirada. Es idéntica a la de mi mejor amigo, la de alguien tenaz, sincero, algo frío, pero al mismo tiempo amable. — expresó.

Por la forma en la que hablaba sobre él, supuso que habría muerto en combate. — ¿Cómo se llamaba?

— Jason, y era el mejor piloto que había en mi área, muchísimo mejor que yo. — le contaba con una sonrisa nostálgica. — Puede que compartáis la mirada, pero de personalidad te daba muchas vueltas. — su comentario provocó que los dos se rieran. — Era un pervertido de mierda. A la mínima que tenía oportunidad intentaba levantarle la falda a una chica, y luego volvía a casa con una mejilla o hasta un morada.— Con solo oírle, podía imaginarse el tipo de persona que era ese tal Jason. — Una vez cuando salíamos por nuestra ciudad, encontramos a unos tíos pegando a un chaval. Estaban a punto de abusar de su novia en sus narices, mientras que el chico suplicaba que no la hicieran daño.— Su sonrisa aumentó y desvió su mirada a su copa. — Jason no dudó ni dos veces en darle una paliza a esos desgraciados. A dos de ellos les mandó con las narices rotas y al otro con las costillas fastidiadas. Así era él, un cabronazo que en realidad era un buen tipo.

— ¿Qué le pasó? — preguntó el español.

El brillo de sus ojos desapareció al oír la pregunta y su expresión cambió a la de una de desagrado.— En una de nuestras misiones de Nigeria, nos ordenaron acabar con un hombre al que nos había descrito como un terrorista. — continuó. — Un infiltrado nos aseguró de que iba a estar en una casa alejada, planeando el golpe. Así que Jason y yo fuimos enviados a recoger al informador y hacer volar la casa. — se mordió el interior de su boca para aguantarse las ganas de gritar. — El plan era que yo sería el que entrara, pero Jason me pidió ser el héroe del día, dejándome a la espera con el avión. — En sus ojos empezaron a acumularse la lágrimas, dando a entender que venía la peor parte de la historia.— No sé la razón por la que tardaba tanto, pero nunca llegó a salir. Mis superiores me ordenaron acribillar la casa, aun sabiendo que dentro había dos de los nuestros. No sé cuántas veces pedí que esperaran, que podía ir yo a sacarlos, pero me dijeron que si no disparaba, sería el responsable de muchas víctimas inocentes. Disparé hasta que la casa se vino abajo, con mi mejor amigo dentro.

— Lo siento. — dijo Guzmán entendiendo el dolor de su compañero.

— Al día siguiente, me colé en el archivo. — continuó apretando los puños. — En esa casa, no había soldados, sino la familia del supuesto terrorista con unos conocidos. Que ironía, disparé porque no quería ser el responsable de la muerte de unos inocentes, y la realidad es que asesine a una familia entera y a mi mejor amigo. — susurró con dificultad. — Después de eso me marché del ejército, conocí a Mirai, y me reclutó. Me dijo que entre todos, podíamos cambiar las cosas en el mundo. Eso es lo que el capullo de Jason hubiera querido. — Se levantó la manga y en la parte de detrás de su brazo tenía el tatuaje de un lobo. — Me lo hice con Jason, él tenía uno igual en honor a su película favorita.

— Balto. — interrumpió el español. — Por eso le pusiste ese nombre a tu perro.

— Él es mi mejor amigo ahora, pero me hace recordar siempre al que tuve.

Guzmán se quedó en silencio unos minutos. Por la historia que le ha contado Ed, cualquiera se negaría a confiarle nada acusándolo por un asesino, pero tener el valor de contárselo a un desconocido, para sincerarse totalmente, eso es de alguien arrepentido con deseos de redimirse. — Mientras estamos atentos a Ambasa, creo que tengo que contarte algo.

Mientras tanto, las chicas paseaban por el fondo esperando para ver al anfitrión de la fiesta, pero entre tanta gente, era difícil verle.

— Cuánta gente. — habló la niña. — No me siento muy cómoda.

— Oye Inés, ahora que estamos solas, sin Guzmán. — la expresión de la niña pasó a una de aburrimiento, sabiendo que el tiempo de espera se convertiría en un interrogatorio. — ¿Podrías decirme cual es tu papel en todo esto? — la pidió Mirai.

— No. — contestó rápidamente.

— ¿Por qué? — preguntó sin comprenderla. — ¿Por qué te esfuerzas tanto en ocultar quién eres y por qué nos ayudas?

— Nada me asegura que no se lo cuentes después a Guzmán, y en cuanto él lo sepa ya no podré ayudaros más. — dijo de forma seria.

— Te lo juro. — la aseguró. — No voy a decirle nada, pero si tanto te importa ¿no deberías sincerarte con él?

— ¿Y tú qué? ¿Cuándo tienes pensado decirle lo que les ocurrió a sus padres? — su pregunta petrificó a la japonesa. — Ahora te has quedado muda ¿no?

— ¿Cómo sabes tú eso? — preguntó algo asustada.

— Nunca imagine que tu curiosidad fuera más grande que respetar la vida privada de Guzmán. — habló con una sonrisa llena de frialdad. — Me caes bien, y eso no es mentira. Pienso que eres una nueva oportunidad para que él sea feliz de nuevo, pero si le haces daño a Guzmán no dudaré en hacértelo a ti, solo que peor. — amenazó.

La japonesa negó, pues jamás sería capaz de dañar a su amigo, y ahora menos cuando por fin a logrado conocerle mejor. — Si no te envía Milo ¿Qué es lo que quieres de Guzmán? ¿Qué es para ti? — preguntó desconfiada.

La niña se giró hacía donde estaban los chicos y bajó la mirada. — Es lo único que me queda. — susurró para sí misma.

— ¿Qué quieres decir?

La niña miró al frente y sonrió. — Detrás tuyo.— susurró para que la chica se girara. —Es Ambasa.

Era un hombre mayor, con un traje oscuro, acompañado de dos mujeres, una mayor quien debería ser su esposa, y la joven quien sería Taitu, su hija. La adolescente era muy guapa, de unos dieciocho años, vestida con un vestido blanco y con el pelo lleno de unos rizos cortos, pero preciosos. Se encontraban hablando con un señor moreno, bajito y con barba, junto un muchacho similar a él, pero de la misma edad que Mirai.— Y esos deben de ser los Álvarez. — afirmó. — Voy a avisar a los chicos, pero cómo podemos acercarnos. — se cuestionó Mirai.

— Menos mal que me tienes a mi. — volvió a hablar con su tono arrogante. — Tú avisa a los chicos, yo me encargo de la hija.

La japonesa no la entendió a qué se refería. — ¿Es que acaso tienes algún plan? — La niña sonrió dando a entender que si había planeado algo.

Se separó de su compañera y se dirigió donde estaban hablando los Ambasa y los Álvarez. Podía oírles hablar del acuerdo y de más negocios relacionados con las construcciones, pero pasando de ello, Inés agarró del vestido a la adolescente, poniendo su típica cara de niña pequeña. — Hola. — dijo con una voz muy inocente, pero realmente fingida.

La adolescente miró a su alrededor esperando ver a los supuestos padres de la pequeña, luego al no ver a nadie se agachó a su altura para hablar. — Hola pequeña, ¿te has perdido? — la preguntó amable.

Inés asintió con la cabeza y puso unos morritos. — Vine con mi cuidadora, pero quise ir a comer unos dulces y cuando me giré ya no estaba. — respondió.

Taitu la acarició la cabeza, con intención de tranquilizarla. — Pobre ¿Cómo te llamas?

— Inés. — contestó alegre. — Y tu eres Taitu, la hija de ese señor ¿verdad? — dijo señalando a su padre.

No parecía estar orgullosa al oírla decir eso, pero dio un suspiro y se puso de pie con una sonrisa. — ¿Quieres que te ayude a encontrar a tu tutora? — se ofreció para ayudarla.

Inés puso su dedo en su labio inferior con unos ojitos de corderito. — Pero no quiero molestarte. — respondió triste.

— Tranquila, pero si no me molestas. — confesó. Se acercó a la oreja de Inés y susurró. — En realidad me estarías salvando de una conversación muy aburrida. Mis padres no paran de hablar de cosas de trabajo con esos dos y creo que estoy apunto de dormirme.

— Esos dos son feos. — dijo de forma inocente.

Ambas se rieron en voz baja y la muchacha asintió. — Sí, realmente son muy feos. — concordó. La chica se acercó a su padre. — Oye, Papá. — interrumpió la conversación.

— ¿Qué pasa cielo?

— Escucha, voy a llevar a esta niña con sus tutores, así que me ausentare unos minutos. — informó.

— Esta bien. — dijo su madre. — Pero estate aquí para la firma de acuerdo ¿vale?

— Sí mamá. — cogió de la mano a Inés y se marchó alejándose de sus padres.

Mirai, quien se encontraba alejada observándolo todo, estaba muy impresionada. Menuda actriz es la niña. Se ha ganado a la hija de Ambasa en unos minutos, con solo poner su carita de niña buena. Vio que las chicas se dirigían al balcón, así que escribió a los chicos para reunirse todos allí.

Al llegar, Taitu observó que no había nadie en el balcón, y para continuar los tres adultos entraron. — ¿Ellos son tus tutores?

— Sí y no. — habló la pequeña. — Siento haberte mentido.

— Hola, somos amigos de TJ. — la saludó Ed. — Mi nombre es Edmund, y ellos son Mirai y Guzmán.

— Necesitamos que nos ayudes. — la explicó Mirai.

— ¿Ayudaros? ¿En qué? — preguntó sin comprender nada.

— Tienes que pedirle a tu padre que nos acompañe. — habló esta vez el español.

La chica dio una risa sarcástica como si no se lo tomara en serio. — ¿En medio de la fiesta? Lo lleváis claro. — dijo Taitu. — Para empezar mi padre apenas me hace caso, y dudo mucho que aunque yo se lo pida vaya con unos desconocidos a no sé donde.

— Por favor solo ayúdanos a acercarnos a él y os explicaremos todo. — suplicó la japonesa.

— Esto es una estupidez, me largo. — la joven, harta de oír las palabras de unos forasteros, decidió marcharse.

Sin embargo, Guzmán la agarró del brazo antes de que pudiera abrir el balcón. — Se trata de tu abuela. — la confesó.

La niña se giró lentamente para ver su rostro y negó con la cabeza. — Mi abuela está muerta. — dijo firme.

— Pues yo sé donde está.

— Eso es imposible. Mi padre la lleva buscando años y nunca apareció. — les comentó. — Pensamos que se había fugado con alguien y que abandonó a mi padre.

Guzmán bajo la mirada y respiró hondo para volver a mirarla. — Safiya jamás se marchó. — la respondió seguro. — Puedo llevaros hasta ella, pero la única forma es con tu padre. Por favor.

La adolescente no estaba segura de confiar en él, pero no supo la razón por la que al final aceptó ayudarles. Era algo en sus ojos, le recordaba a los de su padre cuando jugaba con ella, antes de que tuviera que encargarse de la empresa.

Así que les llevó a donde estaba su padre hablando con el señor Álvarez, a ver si lograba convencerlo. — Papá. — no la respondió ya que aun seguía con la conversación de Alvarez. — ¿Papá?

— Discúlpame. — se alejó un poco para hablar con su hija. — Cielo, estoy ocupado ¿Qué quieres? — dijo un poco molesto.

— Necesito que vengas. Hay unas personas que quieres hablar contigo. — le explicó.

—¿ Y no pueden esperar un momento? — la preguntó. — Tengo que firmar los papeles para el contrato. — Guzmán se acercó al señor Ambasa colocándose al lado de su hija. — ¿Y usted quién es?

— Señor, mi nombre es Guzmán. — se presentó dándole la mano. — Necesito que venga conmigo un momento, por favor.

— Eso no puede ser. — le negó. — Estoy en mitad de una celebración y tengo que firmar unos papeles para un proyecto importante.

— Papá por favor. — suplicó su hija. — Dice que sabe dónde está la abuela.

El hombre se quedó estático ante tal afirmación, pues en todos sus años de búsqueda jamás encontró una pista o algo de información sobre el paradero de su madre. — Si buscas dinero hay otras maneras joven.

— No busco su dinero. — le respondió ante la acusación. — Sé dónde se encuentra su madre, y le enseñaré dónde está, pero solo si vine ahora conmigo, porque al amanecer ya será tarde.

El hombre no comprendía las prisas del español y sobretodo cómo podía saber dónde se encontraba su madre. — Lo siento, pero no voy a renunciar al proyecto de mi vida por una mujer que me abandonó. Márchate o llamo a los de seguridad. Buenas noches — se giró para marcharse, pero...

— Kobeke. — le llamó Guzmán — Es el nombre que te puso tu madre al morir. — El mayor se paró al oírlo, ¿cómo podía saber tal cosa? — Significa estrella, y te puso ese nombre porque dijo que eras su estrella.

Se volteó a mirarle y sintió que sus ojos amenazaban con llorar. — ¿Cómo?

— Venga conmigo y se lo diré.

El hombre se quedó uno segundos callado, para seguidamente dirigirse a su hija. — Taitu, ve donde tu madre y dila que saldré unos minutos.

Cuando la niña se marchó, el grupo junto con el señor Ambasa se marcharon a la zona donde una vez estuvo el bosque donde jugaba Safiya. Fueron llevados por TJ en la furgoneta, lo que hizo que solo tardaron unos minutos en llegar. Les dejó a la entrada del lugar, así que tuvieron que caminar unos minutos hasta divisar el gran tocón, lo único que quedó del gran árbol.

— ¿Y bien? — preguntó el señor a los cuatro amigos. — ¿Y mi madre?

— Es esto. — contestó el español. — En este lugar hubo un bosque precioso, en él tu madre y tus tíos jugaban continuamente. Luego tu padre decidió quemarlo para la cosecha, lo que provocó una deforestación a gran escala. — Al alzar la mirada vió a Safiya al lado de su hijo y varias imágenes le vinieron a la mente, sus recuerdos.— Tú madre no quería que eso pasara, así que se escapó de su casa y corrió en dirección al bosque para detener el incendio. No llegó a tiempo y, además, quedó atrapada entre las llamas, apunto de dar a luz. — Kobeke estaba sin palabras. Su madre no le abandonó, sino que quería proteger el lugar en el que se crió. Mirai y Ed también estaban impresionados, pero Inés se la veía con una cara triste como si ya conociera esta historia. — No pudo salvar al bosque, pero no dudó en renunciar a su vida para que tú pudieras nacer.

— Vamos cielo. — te decía mientras empujaba. — Tienes que salir, AAAAHHHH. — ella sufría mucho, pero se decía a sí misma que todo eso merecería la pena. — Ojalá pudieras quedarte conmigo siempre, pero tienes que salvarte. Milo, ayudale por favor.

— Naciste. Un bebé sano, con un futuro, su estrella. — Kobeke no pudo evitar llorar al saber lo valiente que fue su madre y lo equivocado que estaba. — Lograron sacarte del bosque, pero ella no pudo. Las cenizas de este lugar, es lo único que queda de ella.

Al mirar bien el lugar, Ambasa se dio cuenta de algo.— Aquí yo iba a construir los pisos. Este es el lugar de la construcción.

— Si realiza la construcción aquí no habrá manera de recuperar este sitio. — habló Ines.

Sálvalo. — susurró Edmund. — No hablaba de su hijo hablaba del bosque. No quería que hiciera el trato con Álvarez.

— Señor Ambasa. — le llamó Mirai. — No puede aceptar ese contrato. —Si lo hace estaría destruyendo lo único que le queda de su madre. Su legado.

— Pero ayudará a muchas personas. — explicó. — Esos pisos son para las familias sin casas. Los de los poblados que viven en la pobreza.

— ¿Eso es lo que te dijo Álvarez? — Viéndole los ojos supo que así era. — Las gentes de este sitio aman el bosque. Es su hogar, su fuente de vida, y si desaparece les estarás quitando lo que son, aunque les des un lugar con comodidades no quieren olvidar sus raíces. Es lo que quiere su madre.

— Lo que quiere... ¿Acaso usted?

— Sí, puedo verla. — afirmó el muchacho. — Ella y yo compartimos ciertas cosas.

— ¿Puede oírme? — preguntó con la voz ansiosa y cortada. El español asintió dándole la oportunidad de poder hablar con ella por primera vez. — Mamá. Lo siento mucho. — habló avergonzado. — Debí hacer algo más. No debí rendirme tan pronto, ni creer las mentiras de papá.

— Dice no te preocupes. — habló Guzmán como interlocutor. — Cree que ella es la que debería disculparse, que ella era tu madre, que debió hacer algo más. A pesar de todo, dice que está muy orgullosa de tí, y que quiere que continúes tu vida con tu familia, en tu hogar. Ella siempre velará por ti.

Él pobre Kobeke cerró los ojos para derramar unas lágrimas, pero al abrirlos tuvo la mejor sorpresa de su vida. — Mamá. — podía verla.

— Hola mi niño. — le acarició la mejilla al mismo tiempo el que el sonreía. — Desde siempre supe que ayudarías a mucha gente, como aquella vez que desobedeciste a tu padre escapandote para ayudar a un grupo de niños sin techo. Les diste comida y algo de dinero.

— Estabas ahí.

— Hijo, siempre he estado ahí. — le afirmó. — Aunque no puedas verme siempre pensaré en ti.

Por alguna extraña razón, Kobeke se sintió como un niño suplicando que su madre no se marchara de nuevo, incluso Guzmán pudo ver a ese niño llorando. — No vayas. Mamá por favor.

— Siempre estaré ahí, mientras tu me recuerdes. — abrazó a su hijo por última vez desapareciendo poco a poco. — Te quiero mi estrella, mi Kobeke.

— Te quiero mamá. — Los cuatro jóvenes veían la triste escena con el corazón partido, pero antes de marcharse, Guzmán vio como Safiya le miraba y le susurraba.

"Muchas gracias Guzmán, espero que no vengas aquí en mucho tiempo"

Safiya con su hijo Kobeke

La de arriba es Taitu.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top