Mohammed

Quedaron con Edmund en el hangar a las 10:30 a.m, pues el viaje duraba seis horas más o menos, con lo que estarían en la isla a las 17:00 p.m. Mirai le comentó que su amigo era un piloto militar estadounidense que, después de volver de la guerra en Moldavia, se unió a su grupo de ecologistas convirtiéndose en uno de sus muchos transportes de viaje.

Guzmán miró su reloj y vio que ya era la hora acordada, pero al parecer Ed aún no había llegado todavía. — ¿Dónde se habrá metido? — se preguntó la chica.

— Veo que tú colega no es muy puntual. — dijo el español.

— ¿Quién no es puntual? — dijo la voz de Edmund detrás de ellos. La pareja dio un salto por el susto, mientras que el moreno se reía la reacción. — Antes solías pillarme, estás perdiendo facultades Miri. — dije chocando su puño con el de ella. Lobo saltó encima de él, muy contentó al parecer, ya que no paraba de mover la cola. — Yo también te extrañe grandullón. — dijo acariciando al animal.

— Bueno, Guzmán te presento a Edmund Williams. — dijo presentando al piloto. — Ed este es Guzmán Fuentes. — presentó al español.

El moreno se acercó al compañero de su amiga y le miró con reojo. — Fuiste soldado ¿no es así? — intuyó.

— Tres años en Vietnam y otros dos en Filipinas. — confirmó. — ¿Y tú? —

— Fuerzas especiales áreas durante seis años. — estiró su mano y el español la aceptó desmontando un respeto mutuo. — Encantado. —

— Lo mismo digo. — contestó.

— No te trajiste a Balto. — afirmó la japonesa al no verlo.

— ¿Balto? — preguntó sin entender a quien se referían. — ¿Quién es? —

El piloto dio un silbido fuerte y un perro muy parecido a Lobo, pero con menos pelo. — Este es Balto, uno de los hermanos de Lobo, o más bien el último. Mataron a toda la camada pensando que eran lobos puros. — contó mientras se dirigían a la pista. — Menudo par imbéciles. — susurró sacando una caja de tabaco. — ¿Alguien quiere? — ofreció a los chicos.

Ambos negaron con la cabeza y fueron a buscar el avión. No era muy grande, más bien recordaba a uno de carga, pero Ed aseguraba que era más rápido de lo que aparentaba. — Si hubierais ido al aeropuerto tardamos seis horas en llegar, pero conmigo tardaremos cuatro. — subió a la cabina para abrirles la puerta de carga. Como hablaron, interior era similar a un avión militar con asientos y un gran espacio para el cargamento. El español y la japonesa sentaron en unos asientos, y colocaron a los perros al lado de cada uno, listos para el despegue. — Señor y señorita vamos a volar en unos segundos, así que poneos el cinturón de seguridad y, por favor, nada de vomitar en mis asientos, para algo están los cubos a vuestros pies. — dijo a través del altavoz de la cabina.

Arrancó el avión listo a subir a los cielo, y con algunas turbulencias, iniciaron su viaje a Borneo. En el momento en el que llegaron a cierta altura, Edmund les afirmó que podían desplazarse por el avión a su antojo, y que si tenían hambre había una nevera al lado del baño. Soltaron a los perros para que pudieran tumbarse tranquilos, mientras que la pareja se sentaba con ellos a pasar el tiempo.

Guzmán se encontraba acariciando a Balto, quien estaba recostado en sus piernas. Por otro lado, Mirai fue a por unas botellas de agua dejando ver al español lo impresionante que estaba con su camiseta de verde, la chaqueta, esos pantalones cortos, sus zapatillas de campo, todo ello unido a que le encantaba cuando tenía su negra melena suelta. — Ya que vamos a estar un par de horas aquí sin hacer nada, podríamos charlar. — sugirió la chica mientras le daba una de las botellas.

— Sabes que no soy de esos. — respondió él.

— Lo sé, pero hace una hora hemos tenido nuestra primera conversación normal y me ha gustado. — le confesó sincera. — Te propongo algo. — pensó. — Tú me haces una pregunta y yo te hago otra. — Él cántabro reconoció a sus adentros que también le gustó hablar con ella de forma abierta, pero llevaba tanto sin abrirse a alguien que le restaba más difícil que cualquier cosa. — Tendrás la opción de no contestar a las que te resulten privadas o innecesarias. — Al ver el empeño que mostraba la dio una ligera sonrisa dándola a entender que aceptaba su idea. — Empiezo yo. — puso una cara de pensativa, lo que hizo preguntarse al joven sobre cómo sería este interrogatorio. — ¿Cuál es tu animal favorito? —

No pudo evitar la risa al oír la tan simple pregunta. — ¿En serio? — se aseguró haberla escuchado bien. Ella levantó los hombros y asintió con la cabeza, esperando a oír la respuesta de su compañero. — El zorro, pero más concreto el ibérico. — respondió.

Ella sonrió, se sentó a su lado y además se les unió Lobo quien se tumbó a la derecha de Mirai. — Él mío es el lobo, por eso le puse ese nombre a mi bebé. — dijo refiriéndose a su perro. — Te toca. —

— Pues, no sé. — se tuvo que pensar unos segundos, pues esto era "nuevo" para él. — ¿Libro favorito? —

— Tengo varios, pero adoro la colección del Libro de la selva. — respondió. — Me refiero a la original, la que escribió Kipling. — le explico para aclararle que no era el de Disney.

— El mio es Crónica de una muerte anunciada. — habló el español. — Es de Gabriel García Márquez. —

— No he tenido la oportunidad de leerlo. — Se quedó mirándole para ruborizarse un poco. — Espero que cuando esto acaba poder leerlo. — Guzmán apartó la mirada con una sonrisa de oreja a oreja. — Tendrías que sonreír más. — le aconsejó la chica. — No la escondas, por favor, a mi me gusta. — le confesó sin pensarlo. Los ojos de ambos se quedaron clavados en los del otro durante unos minutos muy largos, dejando que cada uno pudiera ver su reflejo a través del otro.

Sin embargo, él quiso romper el enlace apartando su mirada. — Te toca preguntar. — dijo para volver con las preguntas.

— Esto ¿A qué te dedicaba antes de venirte a Japón? Tú sabes lo que hacía yo. — el chico se puso a jugar con los anillos de su cadena recordando su anterior trabajo.

— Cuando deje el ejército quise dedicarme al cuidado del bosque de tejos que hay en mi pueblo Liébana. — la contaba con algo de añoranza en su voy. — Me convertí en guarda forestal. Podía pasarme un día entero en ese bosque, pues lo conozco mejor que a mi mismo. — expresó observando el anillo de su hija.

— ¿Por qué nunca me lo preguntaste? — la preguntó. — Te fijaste ¿no? — hablaba refiriéndose a los anillos de la cadena.

— Tres anillos. — afirmó la sospecha. — Alianzas matrimoniales y el que sujetas. — contestó.

— ¿Por qué nunca me preguntaste? — repitió.

— Sé lo que se siente al perder a alguien querido. — dijo ella mostrando un collar, con una hoja de plata, escondido en su cuello. — Mi madre era una bióloga de Okinawa, y mi padre un mafioso de la Yakuza. — contó. — Pasé mi infancia con ella en un parque natural, ayudándola a ella y sus colegas recuperando especies para conservarlas, evitando así su extinción. La consideraba mi heroína. — dijo abriendo la hoja donde guardaba una foto de su madre. — Un día, los matones de la Yakuza, entre ellos mi padre, quisieron llevarse a los tigres asiáticos que teníamos para traficar. Mi madre no les dejó, así que la noche siguiente se colaron en casa y la mataron. — cerró de nuevo la hoja miró a su compañero. — No te pregunté por ellas porque supuse que no estabas preparado para contarlo. — Yo ya he visto a más amigos morir al enfrentarnos a gente corrupta que lo único que hace es volver nuestro mundo un lugar podrido. — continuó. — Y no me importa contarlo, porque cada uno de ellos es un héroe para mí. —

— ¿Cómo puedes sonreír con todo lo que has pasado? — volvió a preguntar lleno de admiración.

— Eso es otra pregunta. — le respondió bromeando sobre el turno del interrogatorio. — Mi madre no va ha volver, ni los amigos que he perdido, pero a pesar de ello, aún pienso que este mundo es muy hermoso, si sabes bien donde mirar. — Lo que sentía Guzmán, no solo era admiración, sino envidia. Envidiaba lo fuerte que era, más de lo que él fue en la guerra o cuando tuvo que ver morir a su esposa. — Que sepas que, cuando te sientas preparado para contarme tu historia, yo estaré ahí para apoyarte. — ella le cogió de la mano y la entrelazo con la suya. —Somos compañeros después de todo. — No la merecía, no merecía el cariño y confianza que le mostraba, ni podría pagarla lo que estaba haciendo por él. Mirai dio un estirón bostezo acurrucandose en la pared que tenían detrás. — Vamos a dormir un poco, aún nos quedan dos horas más. — dijo antes de cerrar los ojos. El español la imitó, fue cuando iba a cerrar los ojos que sintió como la chica se colocaba apoyándose en su hombro. Normalmente, la hubiera apartado, pero la vio tan cansada y tan hermosa que no quiso despertarla. Al final se durmieron los dos juntos, esperando a que el tiempo pasara rápido y estuvieran ya en Malasia.

No obstante, Guzmán apenas pudo dormir. Esa vez no soñó con Milo, sino con Mohammed. Veía imágenes de él cuando era niño, recuerdos felices como cumpleaños o partidos de fútbol que realizaba con los amigos. Puede que fuera pobre, pero eran felices. Luego vino lo peor, pues de alguna forma revivió la muerte del chico en su propia carne, sintiendo los golpes que le dieron, lo débil e impotente que estaba y finalmente, la hoja del machete pasando por su cuello. Mágicamente, fue transportado a la selva, encima de un enorme tocón, donde alguna vez estuvo el árbol sagrado. — Encuéntrame. — escuchó en forma de eco. — Encuéntrame. — se repetía sin cesar. — Encuéntrame, encuéntrame, encuéntrame, encuéntrame, encuentra...— De repente, de las grietas del tronco empezó a salir un liquido negro y espeso, similar al petróleo, que iba subiendo desde sus pies hasta su pecho donde empezó a inmovilizarlo como si fuera una camisa de fuerza. Le estiró tanto sus brazos como sus piernas formando una especie de X, obligándole a ver un cielo gris muy oscuro. Finalmente antes de que esa masa negra se esparciera hasta su rostro, Mohammed apareció ante él, agarrándole de los lados de su cabeza y susurrarle. — Siente la tierra bajo tus pies. — la masa empezó a meterse por su boca, cortándole la respiración.

Entonces sintió que alguien le estaba llamando. — ¡Guzmán despierta! — era Mirai quien logró despertarlo al agitarlo, pero se sobresaltó tanto que la agarró de la muñeca tan fuerte que la hacía daño. — Tranquilo. — le puso la mano en la mejilla, intentando apaciaguarlo. — Solo ha sido una pesadilla. — le respondió. Cuando se calmó la soltó la mano y se limpió el sudor de su frente. — ¿Milo? — preguntó.

Negó con la cabeza, respirando y expirado para alentar su ritmo cardíaco. — Mohammed. — contestó.

— Chicos. — habló el piloto por el audio. — Ir atando a los perros y poneros el cinturón, vamos a aterrizar en unos minutos. — avisó.

El aterrizaje fue tranquilo y sin muchas turbulencias, llegando finalmente a la isla a las 15:30. Comieron en un hostal cerca de donde dejaron el avión. Edmund decidió quedarse allí, con la intención de ir a comprar para el depósito, vigilar a los perros y revisar herramientas, así que los tres quedaron en reunirse allí a las 11:00 del día siguiente.

Entre los dos alquilaron un coche para llegar a Sarawak, lo que les llevó unas dos horas más, y más tarde al distrito de Belaga. Se encontraba junto a colinas boscosas que descienden hasta el río Rajang. Por la carretera se podía contemplar la variedad de árboles frutales, y algunas especies endémicas de aves.

Cómo hubo un momento en el que se perdieron, tuvieron que parar a pedir ayuda. — ¿Sabés hablar indonesio? —ella negó y por la expresión del chico dedujo que él tampoco. — Espera aquí?— se acercó a una señora que estaba en el río con su hijo a ver si podía indicarles el camino.

Para su sorpresa, el fantasma de Mohammed apareció al lado suyo le susurró. — Escucha la voz de la naturaleza, pues si lo deseas podrás entendernos. — y de nuevo desapareció.

— Disculpe. — oyó en la dirección de donde estaba la señora. — Se encuentra bien. — se quedó atónito al entender que era ella la que hablaba. ¿Acaso hablaba inglés? — Le puedo ayudar en algo.?— le pregunto amablemente.

— Em, sí por favor. — respondió. — ¿Podría indicarme donde se encuentra la selva? — la preguntó mostrándola el mapa.

— Mire, ahora te encontrarás aquí. — le contestó señalando su ubicación. — Tiene que seguir todo recto hasta llegar a la antigua entrada, que fue destruida por la tala de árboles. Luego debería ver un cartel que señala el parking donde deberá dejar el coche. A partir de ahí, todo es la selva. — dijo finalizando sus indicaciones.

El chico inclinó su cabeza hacia delante en forma de respeto, y la agradeció la ayuda a la señora. — Que tenga un buen día. — la saludó.

— Igualmente joven. —

Cuando subió al coche se encontró a una Mirai con la boca abierta. — Dijiste que no sabías hablar indonesio. — le replicó.

— Y no sé. — la afirmó extrañado por la queja.

— Pues acabas de hablar perfectamente con esa señora en indonesio. — no se lo podía creer, pues para él la conversación fue como si estuvieran hablando en inglés. ¿Esto sería cosa de Mohammed? No quiso comerse la cabeza con eso y arrancó el auto para continuar con el trayecto.

Fueron bajando más y más, observando parte de las zonas deforestadas, hasta el principio de la selva, donde tuvieron que dejar el coche, ya que el camino estaba lleno de maleza, y podrían dañar el lugar. — Es aquí. — afirmó.

— Y por dónde empezamos. — se preguntó la chica.

— De momento sigamos el camino ¿no? — Mirai levantó los hombros, y ambos algo nerviosos entraron en el hermoso bosque pluvial.

Caminaron durante varias horas, sin descanso, observando lo bello que era el lugar. Pudieron ver varias especies de flora y fauna, entre ellas los orangutanes rojos, distintas aves de todos los colores. La luz pasaba a través de las hojas, aunque el sitio se puede caracterizar en dos palabras: caliente y húmedo. Guzmán esperaba alguna señal por parte de Milo o de Mohammed, pero no pasó nada. Debido al cansancio y al calor que hacía pararon unos minutos a descansar para beber agua. — Este sitio es inmenso. — dijo la chica sentada en una roca. — ¿Cómo vamos a encontrar esa cueva? — se cuestionó.

— Creí que me darían alguna pista, pero nada. — se quejó. — Ni siquiera se como van esas visiones o sonidos, me vienen sin previo aviso.

— ¿No te dijo nada en la pesadilla de esta mañana? — le volvió a preguntar la chica.

— Solo me dijo "Siente la tierra bajo tus pies". — respondió sin entender el mensaje del chico.

Mirai puso una cara de fiasco al darse cuenta del significado de esas palabras. Agarró al hombre de los hombros y lo obligó a sentarse en la roca donde estaba. — ¿Qué haces? — pregunta con algo de ¿miedo? en su voz.

— No pienses mal. — respondió al ver su expresión. — Quítate los zapatos. — le ordenó.

— ¿Por qué? —

— Mira que eres corto a veces. Mohammed dijo que sientas la tierra bajo tus pies. — le explicó mientras le desabrochaba uno de los cordones. — Pues creo que tienes que sentir la tierra con los pies, literalmente. — le quitó el zapato dejando ver su calcetín, y a su vez el se quitó el otro hasta acabar completamente descalzo.

Se puso de pie esperando a ver si sentía algo, pero sospechó que no sería inmediato. Francamente, se sentía bien, como más libre y suelto. Ese sentimiento hizo que empezara a correr entre los árboles, con una sonrisa de niño en la cara, y dejando a su compañera con las mochilas. — ¡Guzmán! — gritó al verle alejarse. Podía sentir como si la jungla le estuviera llamando, se sentía a merced de ella. — ¡Guzmán! — volvió a llamarle la joven.

Al escucharla se paró en seco y fue corriendo de nuevo a donde ella. — ¡Wow! ha sido increíble, como un subidón de adrenalina. — la expresó con una mueca de alegría.

— Bien por ti, pero ¿no has sentido nada respecto a donde esta Mohammed? — le preguntó para que se acordara del por qué habían venido. Justo cuando iba a responder, vio al chico mencionado detrás de ella. — Le estás bien ahora ¿verdad? — afirmó al no ver a nadie.

El espíritu empezó a señalar un camino y empezó a caminar en esa dirección. — Vamos. — dijo cogiendo sus cosas. — Nos estás guiando. — la aclaró. Tuvieron que ir corriendo porque el fantasma iba apareciendo y desapareciendo a varias distancias por el camino hasta llegar a el enorme tocón que soñó Guzmán. — Estamos cerca. — la aseguró. Continuaron persiguiendo al chico hasta que al final encontraron la cueva entre la maleza. — Aquí es. — la entrada era más estrecha que en el recuerdo, puede que debido a las lluvias o algún derrumbamiento.

Bajaron con cuidado para no y en silencio, por si había alguna fiera durmiendo. Sin avisar, un escalofrío recorrió la espina dorsal de Guzmán, haciendo que se estremeciera. — ¿Ocurre algo? — preguntó Mirai preocupada.

Él se puso de rodillas, y sin de forma autómata empezó a cavar en la tierra con las manos. Lo que encontró lo dejó petrificado, un cráneo humano, el cráneo del pobre Mohammed. No pudo evadir la escena que se manifestó ante él al tocar el objeto inerte. Era Mohammed pocos segundos después de que le cortaran el cuello, intentando desesperadamente aferrarse a la vida. — Lo siento Milo. — decía con dificultad.

No pasa nada. — dijo la voz del no nato a pesar que no le pudiera oír.

No pude ayudarte en nada. — dijo suplicando el perdón. — De verdad quería salvarte a ti y a mi casa. — se sinceró derramando un mar de lágrimas. — Te fallado.

No. Tú nunca me has fallado. — contestó la voz. — Lo intentaste, con eso me basta.

Si estás conmigo, quédate. — dijo apunto de marchar. — N-no quiero morir.....solo. — y así la luz de sus ojos se apagó.

Nunca te dejaría solo. — respondió el pequeño. — Nunca. — La imagen desapareció como el polvo al ser soplado por el aire.

Guzmán dejó que una lágrima resbalara por su mejilla, para luego abrazar con cuidado la calavera. — Te llevaré a casa. — prometió al difunto.

Sintió como unos brazos le rodeaban el cuello, y cómo el cuerpo de su amiga se pegaba a su espalda. — Rafael me ha dado la dirección de su hermano. Llevemos a Mohammed con él. —

Recogieron todos los resto de muchacho que contaron en la cueva y lo envolvieron con una de las chaquetas para no romperlos. Milagrosamente, salieron sin tardanza de la selva y subieron al coche en dirección a Belaga. Allí, en una casa blanca con una huerta, se encontraba viviendo con su familia el tercero de los hermanos de Mohammed, Ismael. Tocaron el timbre, siendo recibidos por uno de sus hijos. — Buenas noches señor. — saludó en indonesio. — ¿Vive aquí Ismael El Isati?

— Sí, es mi padre ¿Quién es usted? — preguntó.

— Traigo algo de su hermano Mohammed. — le aseguró Guzmán.

— ¡Amin, déjale pasar! — dijo la voz de un anciano en el interior.

Obedeciendo, el señor dejó a los dos desconocidos entrar en la casa. En el salón, se encontraba una mujer, otro hombre, tres niños y un anciano ciego. — ¿Ha dicho que tiene algo de mi hermano? — preguntó el ciego.

— Así es señor. — contestó el joven. Miró a su compañera y ésta sacó los restos de su hermano pequeño, provocando que la familia entera menos el abuelo se quedaran atónitos. — Lo encontramos, en una cueva en el corazón de la selva. Encontramos a vuestro hermano. —

La expresión de Ismael cambió a una mezcla de tristeza y felicidad. Con agua de uno de sus nietos, cogió el cráneo de su hermanito, y sin remedio se echó a llorar colocando su frente en la de la calavera. Segundos después, el anciano estiró la mano hacia delante. — Acércate muchacho. — Guzmán cumplió y se acercó quedando enfrente del mayor. Con las yemas de los dedos, comenzó a tocarle la mejilla, de forma que el hombre podía percibir los sentimientos llenos de añoranza y nostalgia que sentía Ismael, y con la otra mano, tocó la zona del corazón, permitiendo el sentir de los latidos y el pulso del español. La mueca que puso hizo que él también sonriera sin poder evitarlo. — (1) Anda memiliki hati saudara laki-laki saya. — habló el abuelo con una voz rota pero con gozo.

La visita acabó con el agradecimiento de toda la familia, pues el deseo del anciano de encontrar a su querido hermanito, se había cumplido. Por fin podrían hacerle el funeral que se merecía. Al dirigirse al auto, Guzmán fue capaz de ver a Mohammed detrás de su hermano, y juraría que le escuchó decir. — Gracias. —

Tuvieron que alojarse en un motel, pues se les había hecho demasiado tarde como para continuar hasta el hostal donde se encontraba Ed. Mirai entró en la habitación del chico quien estaba sentado en el extremo de la cama pensativo. — Lo que has hecho hoy ha sido precioso. — aseguró la joven.

— Ya. — la contestó.

— ¿En qué piensas? —

— Hubo otros después de Mohammed, anteriores a mi. — la explicó. — Ninguno pudo cumplir la voluntad de Milo, y me imagino que tuvieron una muerte similar a la de él.

— ¿Qué quieres decir? —

No llegó a decirla lo que pasaría si no lograba recordar o cumplir su misión. — Si no logro recordar todo a tiempo, y no consigo plantar la semilla de Milo, moriré. — La mirada de Mirai se convirtió en una llena de terror, no se imaginó la gravedad de la situación. — Esta es la última oportunidad de Milo para renacer, y si te digo la verdad, estoy aterrado. — La chica, le cogió de la cabeza y la abrazó con suavidad y cuidado, causando que por el cansancio empezara a dormirse. — (2) Kowaidesu, Mirai. Hontōni kowai. — dijo apunto de cerrar.

— (3) Shinpai Shinaide Kudasai. — continuaba acariciando su castaño pelo. — (4) Saigomade issho ni iru kara.

1 Tienes el corazón de mi hermano.

2 Tengo miedo, Mirai. De verdad, tengo miedo.

3 No te preocupes.

4 Estaré contigo hasta el final.

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