Capítulo 32
En un breve espacio de sosiego casi que imposible, sin uno de los demonios acechando, quiso pensar con claridad la decisión que había tomado. La sensación de sentirse madre, así las circunstancias del destino le depararan un futuro incierto, no planeado, y el hecho de sentirse madre y víctima entre el azar y el destino de un conflicto sucio del cual formaba parte, convertían al nuevo ser en víctima y victimario, siendo parte de su vida y parte de su enemigo. Las maquinaciones hacían su efecto, y Lucía, pudo al fin comprender que el nacimiento de su hijo, no dejaba de ser un resarcimiento al sacrificio, a la deuda que estaba pagando y que jamás adquirió por voluntad propia.
El hecho de no tener la certeza sobre el pervertido y miserable padre biológico, que ni siquiera el perdón aliviaba su delito, brindaba una extraña paz a su corazón herido, distinta a la que se disputaba en el campo de batalla. Lo cierto era, que así la muerte del progenitor aliviara su pena, su hijo no estaría solo, un escabroso monstruo de osamenta enferma edificado en las entrañas curtidas del subconsciente, le recordaría que existe un padrastro insensible y malvado que siempre estará al asecho de nuevas víctimas: el ERAL. ¿Cómo lacerar esa parte de la memoria sin que fastidiara la información que deseaba conservar en el cerebro, que probablemente fuera necesaria para lo que le restaba de vida?
Un enfrentamiento mental consigo misma, fue necesario para persuadirla de los cambios físicos, y en especial los cambios psíquicos, que suponía el esperar un hijo no buscado, no planeado, no ansiado, y satíricamente procreado por la violencia. La vil causante de estimular la aparición de aquel insoportable dolor con síntomas físicos y contracciones psiquiátricas, que se extendería durante todo el período de gestación. ¿Cómo evitarlo? ¿Acaso era posible?
El trastorno bipolar retornó con fuerza a su mollera en alguna de tantas estaciones de dolor. Sólo el fervor que le produjo aquel prodigioso segundo cuando sintió que, en su vientre, una diminuta e inocente parte de un cuerpo en proceso de formación, rozaba su interior como reclamando un beso, Lucía se transformó en un arma inofensiva y protectora, donde las secuelas del dolor, terminaban siendo parte de un amor contradictorio que no le devolvería el amor extraviado de su madre, pero le daría la fuerza para mantenerse viva. Aceptarlo y disfrutarlo sin pensar en su origen, le ayudaría a sobreponerse al miedo y canalizar el odio en la dirección correcta. Pero el camino se presentaba largo y tenebroso como la amargura, sobrevivir a él, no significaba sobrevivir al parto y a una maternidad desastrosa en su vida y la del infante, cuando no se visualizaba un cambio alentador para el futuro.
El problema era otro, conociendo a su enemigo, no se trataba de hacer un anuncio a la espera de una majestuosa celebración hospitalaria, se trataba de defenderlo conviviendo con él, en tierra de sublevaciones, de amenazas y de constantes peligros. Defenderlo de los rumores, de la percepción del mundo exterior, defenderlo del conflicto y de sus miedos. Y defenderlo de la maquinaria del aborto, que resuelta, sedienta e impaciente entre pensamientos y manos asesinas, disfrutaría el placer de realizar su mezquino trabajo por una vez más.
Un procedimiento catalogado por muchos de inocente y compasivo para con las víctimas de violación; un inofensivo camaleón que, en la práctica, mimetizaba su inocencia para convertirse en otra arma violenta de doble filo: el engaño y la muerte. Los efectos posteriores del aborto provocado, solían ser mucho más devastadores que los del ataque sexual. La senadora Lucía, ya había sido enterada de aquel cruel escarmiento por su amiga Carmen, por el mismo padre Élfar y por la partisana Yanida; y aun así, cuando la enfermedad depresiva le atinaba una estocada que le hacía doler todos los huesos del cuerpo, y le pulverizaba los alientos del espíritu para que su corazón debilitado entonara las exequias de la muerte, trataba de convencerse a sí misma de que tenía una buena razón para abortar, sintiendo las oquedades de las violaciones insertadas como argollas alrededor de su cuello, mientras sus pensamientos ultrajados, pendían de la horca expuesta en el cerebro donde comenzaron a morir las emociones.
Al correr de los días, los delicados toques y movimientos que se fueron forjando dentro del vientre, eran cada vez más continuos y placenteros, declarando la posibilidad de un amor que desarmara de una vez por todas su actitud adversa. Un amor a la espera de ser fortalecido, que estimulara milagrosamente un proceso de sanación consigo misma, que avivara el deseo y la aceptación real por su hijo. En este estado emocional, la senadora Lucía no estaba dispuesta a soportar la matanza de un ser inocente, y menos a participar voluntariamente de ella. Al asumir otro estado susceptible de cambio ante las atrocidades, era como si una nueva personalidad albergara en su mundo de incógnitas. Siendo madre, un estado que nunca imaginó ni aceptó en su vida sentimental, le ayudó para repudiar esa sensación de miedo que venía desde el pasado; un logro más para sentirse totalmente segura de su decisión, de aquel milagro que llegaba en forma inesperada donde reinaba el conflicto.
No era una proeza que requiriera indultos terrenales o divinos; era el don del amor que vertía de las profundidades de la desesperanza La reflexión fue simple entre tanta complejidad de culpas fugitivas: carne de su carne, sangre de su sangre, miedo de su miedo, parte de su parte y vida de su vida,
Sus compañeros rehenes, que con sus propias iniquidades en un entorno selvático también habían aprendido el lenguaje del camaleón para obrar y reflejarse según las circunstancias, luego de ver, sentir y ser testigos de un cambio entre la agresividad y la compasión, la apoyaron ayudándole a ver que la vida era valiosa. Este primer triunfo tenía la marca de la religión como un tributo para recuperar la fe. Las palabras del padre Élfar, siendo no deseadas, pero transmitidas a través de sus compañeros de cautiverio, lograron hacer mella en su corazón confuso, entendiendo el dolor, como una nueva oportunidad para buscar la forma de rescatar la fe extraviada en el pasado, y lograr que la vida, por fin, comenzara a girar la espalda para sonreírle.
No era nada fácil cuando las huellas que quedaron de los vejámenes a que fue sometida, no eran solo corporales; su mundo psicológico trastocado por la demencia de otros, igual sintió el rigor de las lesiones y se encontraba penando en medio de la adversidad, siendo olfateada día a día como un perro por las fosas nasales de la muerte.
Hacía falta reparar esa astilla del tiempo donde el padre Élfar, seducido por el pecado de la carne, se hizo demonio sobre su cuerpo sacrificado avergonzando a Dios. Y solamente el mismo Dios, podría reparar la astilla de su memoria para evitar que los recuerdos buenos se infectaran, consiguiendo que su vida encajara nuevamente con el engranaje del tiempo y sus buenos propósitos.
Cierta vez, durante la época de gestación, el trauma del secuestro revivió adoptando la forma de una espada de metal que dolorosamente cercenaba la esperanza. No tardó en sentirse invadida por una tristeza infinita y desgarradora, un sentimiento sincero, que desató la más lúgubre de las aflicciones como si se tratara de la muerte de su madre. Las lágrimas brotaron abundantes y el corazón agonizante, gimió lentamente al compás de su ritmo cansado. Nada por el momento podía detener esa nociva explosión sentimental. Era propia de su nuevo estado.
El vientre crecía lánguido sin pedir permiso. Con el paso de los días se fue recuperando, gracias a los cuidados batallados y la vitalidad de un pensamiento positivo que con esfuerzo cultivaba, y que milagrosamente, convertía en alimento hasta una sarcástica sonrisa o una cotidiana tristeza. La crisis emocional bamboleaba entre dos puntos de referencia: la pérdida de la libertad real, y la libertad imaginaria que simbolizaba el embarazo. La inteligente madurez con que fue aceptando su última tribulación, revelaba una superación exitosa. Los controles prenatales mentales que se practicaba, estaban fortaleciendo el lazo afectivo con el visitante. No dejaba de pensar que se trataba de un caso fortuito entre millones, bajo los efectos de la guerra y la suciedad humana. Pero era sólo un pensamiento, sabía perfectamente que la historia guardaba en los barrizales de la clandestinidad, oprobios y horrores mayores que jamás serían contados.
Entre el escrutinio de una vida compleja, se le dificultaba acertar la etapa del embarazo, pero la suposición difícilmente indicaba más allá del cuarto mes de gestación donde la formación de todos los sistemas y órganos principales del cuerpo, se desarrollaban completamente. La razón era simple. Pese a los esfuerzos en el cuidado, como débiles clamores fueron insuficientes. Daba tristeza percibir el descolorido de su cuerpo en el que la mala alimentación hacía tanto daño, como la falta de sueño, los miedos y la carencia de fe. Con semejantes atropellos, el pronóstico de un ser en desarrollo sano y vigoroso, resultaba ser una ofensa.
¿Cómo imaginar una placenta por el milagro de la vida, realizar su trabajo plácidamente si estaba infestada de odio y dolor?
Una verdad que no se podía cambiar de la noche a la mañana como quien le esculpe una gratificante sonrisa a la agonía. Sólo un pensamiento insolente imaginaría antojos gastronómicos en el comportamiento de Lucía, el mismo pensamiento que se diluía cuando las aversiones fluían sin la fatalidad de pensarlas. El mayor de todos los antojos sin que tuviera relación alguna con la época de gestación, siempre fue el deseo ferviente de consumir una exquisita ración de libertad. El apetito estaba dado sin la necesidad de gestar; se trataba de un suculento menú de libertad con alas doradas en especias de amor y santiguadas de finas y exquisitas ansias.
La exigencia del acuerdo humanitario tantas veces alardeado entre el Estado y los enemigos del Estado, tantas veces debatido inútilmente entre guerrilleros y rehenes, y tantas veces frustrado sin argumentos tastabillaba de nuevo en la cabeza del padre Élfar como una sabia decisión, en beneficio y a la espera de un nuevo ser. El mismo que fuera apoyado por sus compañeros, luego que los pensamientos claros tomaron forma y descubrieron detrás de inocentes suposiciones, una realidad de muerte, donde el aborto, como una posible opción para sus enemigos, aparecía como una inocente y compasiva fiera asechando el momento. Pero, era esta sensación de fracaso, precisamente la razón nociva y poderosa por la que no se debía sugerir el avance del acuerdo humanitario a expensas de un nacimiento. Era preferible perseverar a que éste se diera con la parvedad de un caso sin importancia, a la espera de que el vientre creciera y fuera él mismo, el que circuncidara la necedad del aborto en las mentes y manos de sus enemigos, con la bendición de un nuevo ser a escasos parpadeos del nacimiento, y con el llanto apacible pataleando en un parto vaginal.
Para la sabia decisión no era necesario hurgar entre los tristes recuerdos acontecidos, cuando la barbarie de su enemigo que crecía como maleza en un campo de rosas, era una enfermedad patógena que los acechaba a diario. Suponer benevolencia revelando el drama con anterioridad, se entendía como otra necia y descabellada idea con las mismas opciones de riesgo y de peligro inminente. No era una hipótesis de fantasía, cuando la senadora Lucía sintió los jirones de su cuerpo y de su alma sin compasión alguna en cada violación, y cuando el hacer daño por parte del ERAL para satisfacer su cerebro enfermo y sus ambiciones de poder, eran obsesiones no negociables.
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