Capítulo 3

Con el ánimo de silenciar los fantasmas de las voces de los opositores que quedaron orbitando en su cerebro, la senadora Lucía decidió rápidamente desviar el camino a casa para deleitarse con un exquisito café bien concentrado. La única bebida capaz de despojarla de los temores del trabajo y el estrés de la rutina.

—¿Tienes afán de llegar a casa, Arcángel? —consultó al conductor de sesenta años que ostentaba un abdomen despampanante, donde casi reposaba el volante que le hacía honor a su oficio de muchos años. Sin haber hecho la solicitud tenía la ansiedad de la jubilación demarcada en su rostro ajado.

—No, que recuerde, doctora Lucía. ¿Tiene algo en mente?

—Ya sabes lo que me apasiona en momentos de tensión como el de hoy.

—Que no se diga más, doctora. La noche está fría, así que calentémosla con un buen café.

—Bueno... tengo en mente, disfrutar primero de un delicioso helado ópera con doble porción de chantillí y salsa de chocolate; la noche está helada, pero en esta ocasión tengo dolido y caliente el interior, así que el frío no es problema.

—¿Le amargaron la noche en la plenaria, doctora Lucía?

—No, Arcángel, creo que fue al contrario.

—A eso se debe el calor, mi doctora.

—Creo que fue suficiente por hoy, así que olvidemos el tema para no amargar el café... o el helado.

—Como usted diga, mi doctora. ¿Algo de música para el camino?

—Como gustes, Arcángel.

Lucía suspiró tirando levemente su cabeza hacia atrás.

—Ahora... sólo se me antoja algo de calorías para un buen sueño —dijo.

—Una forma extraña de dormir, doctora. ¿Las calorías significan algo?

—Es sólo un ritual personal. Algo que yo misma me inventé cuando en alguna ocasión, luego de la comida, por supuesto... me comí un helado similar al que tengo en mente. Fue como leer un capítulo de un libro recostada sobre la cama, tan pronto lo terminé, quedé fundida del sueño.

—¿Fundida, doctora?

—Sí, fundida. Una expresión paisa que significa: estar abatida... agotada, fatigada o algo así.

Arcángel sonrió.

—¿No la habías escuchado antes? —preguntó.

—¡Jamás! —respondió—. Me impresionó cuando lo dijo porque pensé que había quedado sin aliento. Que había perdido el conocimiento, doctora.

—Bueno. Creo que eso fue precisamente lo que me ocurrió, aunque me dio tiempo de llegar a la casa.

—¿No es un somnífero peligroso, doctora Lucía?, porque si me antojo de uno, corro el riesgo de quedarme dormido y nos accidentamos.

—No seas tonto, Arcángel, se necesita más que un helado para hacer dormir a un hombre que es un enamorado del trasnocho.

Sabía que Arcángel no guardaba afán para dormir; estaba enterada de los asuntos triviales que compartían cada vez que la recogía en la casa para llevarla al capitolio. Rieron como niños, como un primer síntoma de liberación de la tensión del día. A los pocos minutos llegaron al café Blardon.

El acogedor sitio en zona exclusiva de la ciudad deleitaba con sus encantos nocturnos de música variada: sones, canción social, música instrumental y el suavizante aroma del café en sus mágicas presentaciones, que armonizaba con un despampanante olor a pasabocas y otras exquisiteces horneadas, para que el cerebro suavizara las ideas en el interior humedeciéndolas con su lengua de palabras.

La televisión, igual funcionaba a media voz para aquellos fanáticos de las multitareas fuera del trabajo. Todo ocurría, mientras leían la carta y saboreaban las variadas imágenes de los cafés fríos y calientes, para luego dejarse tentar por las delicias de los variados pasabocas de repostería, trufas de queso y mini pinchos de carne. Casualmente llegaron al bar: Nairobi, Débora y Agustín, las dos primeras del Senado de la República y el último de la Cámara de Representantes, a quienes igual se les había ocurrido disfrutar de un buen café y un panqueque. El encuentro no era tan furtivo cuando Nairobi conocía los gustos de su amiga. Se diría, que fue más que complaciente y casi planeado.

Los saludos se cruzaron con euforia, indicando que había algo más para celebrar que aquel encuentro. Tal vez un triunfo logrado como un ícono de satisfacción que valía la pena repetir. Había cierto aire de gratitud que danzaba con el viento fresco de la noche. Lucía hizo un gesto de llamado al mesero que ya estaba enterado del nuevo servicio. Se ubicaron complacidos con el hervor del ansia y el alborozo dibujados en los rostros.

—Estuviste impresionante. ¿Viste la cara de Clímaco? No puedo creer que le tocaste el dorso de su sexualidad —sentenció Nairobi al iniciar el tema que ya traía en la punta de la lengua.

—Ahora que lo recuerdas siento vergüenza ajena —respondió con timidez.

—¡No seas tonta! —recriminó Débora—. El tipo estaba tratando de ridiculizarte, pero no hay duda que se le fue el tiro por la culata, amiga.

—No fue al único, sus secuaces políticos quedaron como para freír espárragos —complementó Agustín.

Todos rieron excepto el conductor Arcángel que, aclimatando sus labios al café, agrandó los ojos en un gesto de no haber comprendido las analogías; debió pensar que se trataba de un lenguaje codificado.

Una fuerte risotada suele ser el mejor dialecto, la receta necesaria para lograr un cambio de actitud mental, que sumado al café moca con algo de chocolate, le proporcionaría a Lucía, algo más que calorías para lograr un buen descanso. El sano propósito que buscaba luego de una dura jornada de trabajo.

El mesero ofreció las cartas del café y los pasabocas a los nuevos visitantes. Pero Nairobi, ya había centrado la atención en el noticiero.

—Silencio por favor que esto es interesante —comentó—. Amigo, ponle un poco de volumen al televisor.

Le indicó al mesero, cuando el noticiero enfatizaba en los detalles de lo ocurrido en el Congreso. Políticos y curiosos clavaron sus miradas fijas en la pantalla del televisor, y agudizaron sus oídos tratando de entender lo que un son cubano distraía como fondo musical.

—... Afirman los expertos —dijo la comunicadora social—, que la tasa temperamental de los congresistas Clímaco y Lucía, se rebosó más de la cuenta en un irónico debate sobre el proceso de paz, al interpretar que la oposición a los cambios por parte del senador Clímaco en un momento crucial para el país, censura la temática, como un asunto sin relevancia para los intereses del Estado. No hay duda que este ha sido uno de los más polémicos y controvertidos debates que, por la forma agresiva de abordarlo, insinúa otros intereses oscuros en el trasfondo del proyecto de paz en su enésima versión. A continuación, escucharemos la opinión del doctor Francis Quepal, politólogo experto en problemáticas de violencia gubernamental y civil del Estado colombiano, a quien entrevistamos después del debate en la plenaria del Congreso:

«Considero que es ésta en muchos años, la oportunidad para dotar el proceso de paz de un nuevo aliento con sabiduría femenina, a la espera de resultados inesperados que pueden ser satisfactorios. En mi opinión radical, señalo el debate como un objeto malintencionado entre las partes antagónicas, que por fuera del razonamiento, convirtieron la democracia, la paz y la esperanza en juguetes sexuales; aunque, resalto la actitud de la senadora Lucía, que actuó como heroína para lastimar las llagas del machismo acentuado en el Congreso, dejando la evidencia de la necesidad de cambio de líderes en el proceso de paz, y la fuerza reveladora de un pensamiento sano y lúcido capaz de grandes logros».

Las bromas y las indirectas fueron los cascabeles para festejar el momento.

Los Congresistas disfrutaron el instante televisivo con buen humor antes que el café, que llegó acompañado con papas a la francesa, croquetas de pollo, trufas de queso y panecillos calientes. Arcángel se deleitó con las conversaciones que para nada dejaron el tinte político con los pormenores de última hora.

Durante los siguientes días, los medios se jactaron con fuertes críticas al debate. Pero el remate del discurso por parte de la senadora, se propagó velozmente entre los medios publicitarios e informáticos como un virus benigno. Los noticieros lo proclamaron con gracia, y en la web, el lanzamiento del video mostrando la última parte del debate se convirtió en viral. Por su parte, el senador Clímaco se negó a dar declaraciones, que usualmente disfrutaba al culminar las sesiones del Congreso. Las imágenes lo delataron intentando tapar su rostro con la mano derecha, mientras que con la izquierda y enganchado a la oreja, trataba de sacarle jugo al celular, así no haya entrado ni salido alguna llamada. Debieron cercarlo en su pavorosa huida al culminar la sesión. Nuevos vientos llegaban para atormentar sus triunfos.

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