Capítulo 23
Había transcurrido poco más de un año desde el secuestro, y a Lucía le pareció haber sido una eternidad. Lo del tiempo se lo recordó Carmen sin querer herirla. Lo leyó de su diario personal que llevaba más de tres años construyendo con situaciones escogidas, y apenas superaba la mitad de las hojas, como si lo hubiera planeado para que le alcanzara para un período de cinco a seis años.
—¿Todo lo guardas en ese diario?
Preguntó Lucía a su amiga, curioseando el año de la agenda «1997»; el mismo año en que se produjo su secuestro en las afueras de Bogotá, en la vía que conduce a Sumapaz, donde según las estadísticas del gobierno, jamás se habían presentado ataques guerrilleros por parte del ERAL.
—No es conveniente escribirlo todo —respondió Carmen—. Hay cosas que simplemente quedan escritas en la agenda del cerebro hasta que el olvido las cubra. ¿Sabes lo que es el olvido, Lucía?
—¿Qué significado tiene en tu cabeza? —respondió con una pregunta.
—Es el polvo en aerosol que actúa sobre la memoria. Cuando piensas que los recuerdos se borraron, no es realmente así. Están cubiertos de polvo en aerosol. Sólo basta una fuerte sacudida al cerebro obligándolo a ir atrás en el tiempo, y los recuerdos retornarán. Salvo que sea una enfermedad que solo la sacude la muerte.
—¿Quieres decir que el alzheimer, por ejemplo, no tiene nada que ver con el polvo en aerosol? —cuestionó Lucía con una pizca de sarcasmo.
—Así es, amiga. Una de tantas verdades que tarde o temprano le llega al cuerpo humano. Es tan fortuito como una pesca milagrosa, así los médicos digan lo contrario.
—¿Y qué piensas hacer con el diario tan pronto salgas?
—Hay suficiente información para hacer un libro.
—¿Hay algo escrito sobre mí? —preguntó Lucía con aire de incertidumbre.
—Nada que pueda lastimarte. No todo está escrito ¿Quieres leer? —preguntó confiada. Lucía lo negó con su cabeza. Por lo visto no quedó complacida con la respuesta. Como ella misma lo dijo: «No todo está escrito». Además, la historia no acababa.
—Mi madre —comentó Lucía desviando un poco el tema—. ¿Qué habrá ocurrido con ella en esta eternidad de tiempo? Esa es la historia que quisiera leer ahora. Si recibir cartas de supervivencia de los secuestrados, es un milagro; qué diremos recibir cartas de ellos acá en este laberinto de selva.
—¿Qué crees que diría una carta de nuestros seres queridos, Lucía? ¿No se preocupen que acá estamos bien? ¡Tonterías! ¿Qué han sufrido nuestra pérdida y están al borde del suicidio? ¡No serían así de cínicos! ¿Qué están haciendo hasta lo imposible para que nos liberen? Es una verdad a medias...
—Qué nos aman, imploran nuestro regreso y no paran de rezar —contestó Lucía—. Esa sí, es una verdad completa.
—Pero una verdad demasiado dolorosa —respondió Carmen, afligida—. Es preferible vivir como el «Coronel» de la historia de Gabo, sin tener quien te escriba. Así el dolor estará solo. O como en mi caso, aprender a utilizar el olvido para borrar aquellos traumas que más hacen daño. Así, se tendrá algo más de tiempo para resistir en este ¡asqueroso! estilo de vida. Es bueno que lo practiques, Lucía —se miraron finalizando el tema con el trauma de la nostalgia reflejada en el rostro.
—¿Puedo hacerte una pregunta, Carmen? —consultó Lucía.
—¡Claro! ¡Hazla! —expresó.
—¿Cómo es que has sobrevivido...? Te he visto salir... y...
—Sé a qué te refieres —interrumpió Carmen—. También padecí todo lo que estas padeciendo. Un infierno con principio y sin final. Hubo un tiempo... un tiempo, en que traté de hacerme a la idea de desear la muerte. Y creí haberlo conseguido. No sabes cuantas veces le supliqué que se apiadara de mí. La vi y sentí demasiado cerca, pero esquiva. Tuve la oportunidad de atraerla, acariciando un bisturí entre las manos que llevé hasta el cuello sintiendo el frío del metal y casi la voz helada de la parca que susurraba entre mis sienes proclamando mi valentía, pero no fui capaz. No nací ni me educaron para quitarme la vida. Y a cambio de la muerte para no sentir más tragedias que ya no le cabían al alma, la última relación sexual, que extrañamente disfruté al sentirme respetada, lo digo porque fue como una solicitud formal en la que se me dio la libertad de desearla o no, se convirtió en una relación placentera y permanente que me libró de la angustiosa incertidumbre de esperar al próximo maniático que se ganó el derecho de poseerme.
Ahora cuento con un compañero sexual y eso me libra de ser violentada. Entre ellos, los guerrilleros, respetan esa situación. No te diré quién es, por ahora, trato de ser muy discreta, pero para tu curiosidad, te cuento que es algo más joven que yo.
—¿Eso significa que es arqueólogo? —manifestó Lucía con insinuación bromista.
—!No seas ruda! —respondió Carmen comprendiendo la sátira.
Lucía suspiró complacida con la historia, sin dejar de sentir lástima y sosiego al mismo tiempo. Ya no había más preguntas. Carmen suspiró sin desviar la mirada a su amiga, como si se hubiera quitado un peso de encima.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top