Capítulo 13

Cerebros inquietos y meticulosos se mostraban interesados en desnudar los archivos del equipo portátil de Lucía. Contaban con una simple pista que resultó ser certera al utilizar la opción «buscar» del menú «inicio». El resultado de la búsqueda mostraba la carpeta «Reflexiones». La misma palabra que Lucía le comentara a Rufino cuando le consultó sobre el documento que aparecía en la pantalla de su computador...

El hombre de buena apariencia y traje de ejecutivo, era el directo encargado de husmear información exclusiva en el computador hurtado a la congresista; le tomó horas escudriñar docenas de archivos contenidos en la carpeta, centrando la atención en uno en especial. Luego de leer parte del contenido, una risa satírica emergió en el espacio reducido donde se hallaba oculto, como un telegrama improvisado de un mal próximo. Su cerebro corrompido profanó la esencia del manuscrito en el que Lucía balanceó sus ideas hasta lograr el equilibrio con su razonamiento. Ahora, sólo le tocaba esperar a que un cerebro prodigioso le diera buenas noticias.

El portátil le fue entregado al hacker con el listado de indicaciones que incluían: primero, cambiar la fecha de creación del archivo: «La violencia es nada ante la grandeza de Colombia», el mismo que fue alterado para un oscuro propósito; segundo, generar un correo con el mismo archivo en una fecha que confirmara el haber sido enviado por Lucía días antes del secuestro; tercero, configurar la evidencia del correo enviado en el servidor del Congreso. Una tarea nada compleja para un hacker de la talla de Gregory, que contaba con una peligrosa trayectoria de infiltraciones a las redes del Gobierno, el Departamento de Policía, la red de Bancos y demás corporaciones de prestigio que le merecieron el apodo de "Zar de la web". El mundo no era más que su almuerzo diario, con una autopista informática dispuesta para su ingenio.

Comentarios nocivos recorrieron los pasillos y encontraron asiento en la sala del congreso. El suceso obligó a una sesión extraordinaria promovida por el presidente de la Corporación, para tocar el tema del secuestro y ahondar en aquellos molestos comentarios que se tejían sin miramientos, cuando malhadadamente, Lucía era el plato fuerte.

—Es desalentador tocar este tema precisamente ahora —sermoneó Rufino—, en este momento en el que el país está dolido con el secuestro de la doctora Lucía. Pero la necesidad de darles una explicación a los colombianos que acosan con tener una respuesta sensata sobre lo que pudo haber ocurrido, me obliga a enterarlos, mis queridos colegas, sobre este bochornoso asunto. Yo mismo no puedo creerlo, pero ante las evidencias... —Rufino levanta una bolsa de manila y saca de ella un documento impreso— uno queda maniatado. Guardando la esperanza de que no sea cierto... Pero en este caso, es difícil averiguarlo cuando la doctora Lucía —levantó la voz—, la protagonista de este documento, ha sido secuestrada.

—Y, ¿de qué película trata el documento, doctor Rufino, en el que señala a la doctora Lucía como protagonista? —preguntó Nairobi, recelosa.

—Con gusto, doctora Nairobi —Rufino extrajo el documento de la bolsa de manila, pero antes de emitir una nueva palabra...

—Disculpe el entrometimiento, doctor Rufino —intervino la senadora Débora —. me avergüenza interrumpirlo, pero... siento curiosidad por conocer cómo es que llegó a su poder tal documento. ¿Tiene algún remitente? —cuestionó inquieta.

—Es justamente lo que iba a consultar —agregó Nairobi—. Me parece insólito que sea usted el único que lo conozca. ¿O alguien más recibió una copia y no estamos enteradas? —Nairobi y Débora giraron sus cabezas esperando alguna reacción; sólo el cuchicheo eléctrico de voces mezcladas y confusas se dejó escuchar repentinamente.

—El documento en ningún momento fue llevado al archivo —respondió Rufino—, apareció en recepción sin remitente alguno, con una nota plegable, escrita a máquina. La nota tenía mis nombres y apellidos, y hacía referencia a que debía ser entregado personalmente. El vigilante de turno se tomó la molestia de llevarlo a mi oficina.

—Es claro que ese no es el procedimiento —respondió Nairobi.

—Tiene razón, doctora Nairobi —aprobó Rufino—. Pero, independiente del procedimiento, creo que nos interesa más conocer de qué trata el documento mencionado. El mismo, fue escaneado y enviado por correo a cada uno de ustedes, al igual que algunas pruebas como evidencia. Pueden verlo en sus pantallas. Deben saber que siendo el destinatario y desconociendo el motivo del por qué me fue enviado, me di a la tarea de leerlo minuciosamente, y créanme, que quedé estupefacto con lo que leí; admito que, como obra literaria, es fascinante, desconociendo tales atributos de la doctora Lucía; pero como mensaje, es perturbador y da mucho qué pensar. Les agradecería que lo leyeran para que tengan una idea clara de lo que cuestiono.

Un silencio necesario y casi póstumo se respiró en la sala. Los congresistas estaban concentrados leyendo apartes del documento para enterarse de lo que supuestamente Rufino ya conocía a la perfección. Clímaco y Aldemar se hicieron los nuevos, sin interpelar en lo más mínimo que pudiera despertar la más íntima sospecha. El senador Clímaco fue el primero en cuestionar a Rufino después de leerlo; una hábil estrategia que hizo pensar en el rompimiento de la amistad.

—Conociendo a Lucía y sus propósitos con la Nación y la comunidad, ¿no crees Rufino que suena desatinado imaginarla capaz de tal cinismo? Lo siento incoherente con su personalidad, y es algo que me cuesta aceptar así haya un documento de por medio.

Era la sabia y precisa intercesión para subsanar cualquier antipatía en el pasado, y desligarlo de alguna responsabilidad intelectual con el tema. Estaba aprendiendo.

—Esto... no es más que un sainete de alguien sin escrúpulos, señores —interpuso Nairobi—. Ni siquiera podemos admitir que lo haya escrito ella por más que sea un correo enviado desde su cuenta corporativa. Y mucho menos podemos inculparla, cuando sabemos que no está para contrariar esta acusación.

—No la estoy acusando, doctora Nairobi, si es lo que le preocupa —sustentó Rufino—, pero éste documento, el que usted señala de farsa, sea mentiroso o no, algo que veo difícil de probar ahora, puede ser la causa que nos conduzca a entender el secuestro de la doctora Lucía.

—Soy abogada, doctor Rufino, Especialista en Derecho Informático y una maestría en Derecho Administrativo. Puedo hablar con autoridad del tema y sé, que genios en computadores, los que pública y famosamente conocemos como hackers, pueden hacer cosas ¡endemoniadas! con la información, que jamás imaginemos.

Rufino sintió el filo del comentario lacerar sus cuerdas vocales que le indujo tos y lo obligó a refrescar la garganta con un sorbo de agua helada. Casi simultáneamente, Clímaco y Aldemar lo imitaron, como si la tos de uno, les hubiera resecado la garganta a los tres.

—¿Qué es esto... por Dios? —manifestó Nairobi—. Es totalmente absurdo, tanto como ver a la doctora Lucía cantando el himno de Colombia en reggaetón. Ni siquiera el título de... ¿cómo dice? —hurgó en la pantalla del portátil—; acá está... «La violencia es todo ante la insignificancia de Colombia», guarda algún indicio con su pensamiento liberal. Esto no es más que un demérito, y una gran falta de respeto hacia alguien que no puede defenderse y que, ante todo, ama la Nación a la que pertenece. En mi opinión personal, intuyo, doctor Rufino, que intenta acomodar la pieza faltante en el esqueleto equivocado. Rotundamente me niego a aceptar su insinuación, de que el documento es perturbador y da mucho qué pensar; puede ser perturbador, pero aceptar que da mucho qué pensar, es aceptar que el documento es verídico y que la misma Lucía planeó su secuestro. ¿Con qué otras evidencias contamos para aseverar tal sentencia, doctor Rufino? ¡Ah! ¿Acaso, tiene algún otro documento en su poder que nos interese y que desconozcamos?

Ante la insinuación de la congresista prefirió callar que darle más filo al malestar.

—Tengo otra inquietud, doctor Rufino —intercedió Agustín—. ¿Si fuera usted el secuestrado, y apareciera un documento similar a éste, tendría la misma validez que supuestamente imagina? Estoy de acuerdo con los planteamientos de la doctora Nairobi, y creo conveniente, de que se nombre una comisión para indagar a fondo, no los supuestos que se puedan generar por el contenido del documento, sino, las causas de la existencia y entrega del documento en medio del anonimato. Hay que comenzar a buscar respuestas asertivas sobre las pretensiones de alguien. La forma como se presenta esta situación, con el debido respeto que usted merezca, Rufino, es algo que me incomoda. ¿Qué es lo que se busca en el después? Es un interrogante para evaluar, porque, es precisamente después del secuestro que aparece el documento, y no antes.

—Estoy interesada —señaló efusiva, Nairobi— en formar parte de la comisión investigadora que creo procedente, y que considero, debe trabajar a la par con el Gobierno en el manejo del tema del secuestro de Lucía. Por ningún motivo, se debe catalogar como un acto distinto a los ya ocurridos desvirtuando lo que no conocemos.

Ante la hecatombe de acosos, Rufino se jugó su as bajo la manga.

—No es mi interés cuestionar la lealtad de Lucía con la Nación, pero hay información que desconocen los acá presentes, y que personalmente la escuché de ella; sucedió un par de días antes de su secuestro mientras departíamos en un bar en las afueras de la ciudad; algo de lo que la propia doctora Nairobi y Aldemar, fueron testigos. Tenía que ver con insinuaciones simples a temas como: gobierno y política. Insinuaciones, donde la propia Lucía manifestó que no era muy política, y..., «me temo», dijo literalmente, «que tampoco soy devota de mi Nación». Habló, cuestionó y criticó a la política, como un sofisma para entretener los pensamientos, que por sus malas costumbres, si bien lo recuerdo, que por su «magia negra» —entonó con fuerza los dos últimos vocablos—, es que es tan corrupta.

Aldemar, que había sido invitado, asintió con la cabeza la explicación de su amigo.

—Créanme —prosiguió—, que no me sentí muy a gusto escuchándola. Además...

—¡¿Qué payasada es ésta?! —interrumpió Nairobi, exaltada.

—Además... —persistió Rufino con la temperatura al nivel adecuado de una estocada final—, ¿Es acaso mentira... que se disgustó con usted, doctora Nairobi?

—¡Claro que es mentira! —repudió.

—¿Es igual mentira —contraatacó Rufino— que salió del bar molesta, alicorada, y que usted debió salir a disculparse por lo que no hizo? Si todo eso ocurrió, ¿qué tan difícil es imaginar que haya escrito un simple documento con carácter ofensivo, mostrando la verdadera personalidad de la Lucía que desconocemos?

—¡O no tienen un centímetro de cerebro!, ¡o se hacen los tontos! —acusó Nairobi con tono despectivo—. Cualquiera sabría perfectamente de lo que estaba hablando. Le hiciste un comentario nocivo, Rufino, el mismo que tuvo respuesta a su reacción normal, pero veo que eres hábil para mentir; todo lo acomodas a tu amaño. Dígame: ¿Solamente memorizó lo que le convenía contar o es algo de su autoría?

—Me insulta, doctora Nairobi. —refutó—. Era de suponer que la defendería.

—¡No!, ¡no! y ¡no! —vociferó fastidiada por la patraña de su homólogo—. Esto que haces Rufino, si es un verdadero insulto. Insultas a la política. Insultas a la Nación. Y no permitiré que te des el lujo de insultar a una mujer que te aventaja como persona, y que, si estuviera presente y usted estuviera en sus zapatos, estoy totalmente segura, que no modularía una palabra para juzgarlo.

Ante el clamor de la senadora, se escuchó un desarticulado rugido que debió ser controlado por el moderador de la sesión. Lo que no esperaba Rufino Fazola, era que la incidencia supuestamente mínima del equipo de Lucía, hiciera eco en muchos otros que criticaron de déspota su actuación al hacer señalamientos sin la presencia de la acusada; a la vez, apoyaron la decisión de nombrar una comisión investigadora, y calificaron de moldeada la extraña aparición del documento. Rufino interpretó que la actitud inicial de su amigo Clímaco, más que ser un alivio para calmar los malos entendidos, había sido el elemento causante de la combustión. El debate culminó con adeptos a cada lado, concluyendo con la solicitud hecha por Agustín en los términos señalados.

Nairobi permaneció por un momento más en el recinto para cruzar algunas palabras con el presidente de la Corporación que le hizo un guiño, con la intención de suavizar su actitud provocadora. Se dirigieron a su oficina.

—No sé qué se traigan entre manos —le aclaró Nairobi— pero lo que sí sé, es que manipularon la información. Están mintiendo sobre lo del documento como con lo ocurrido en el bar. Rufino es un tunante y lo sabes...

—Intentaré averiguar más detalles —dijo Melcíades—. Por ahora, Nairobi, es bueno que no polemices con nadie ni juzgues, hasta tanto tengamos claridad. Déjale la tarea a la comisión... No es aconsejable crear otro drama y que el país nos sentencie cuando recién estamos padeciendo de nuevo el tema del secuestro. ¿Sabes lo que eso significa?

—Perfectamente. Se trata de mi amiga Lucía, y... ¿sabes igual lo que eso significa? Algo no me huele bien en este embrollo. No creo que sea mera casualidad que intenten desmeritarla precisamente cuando ha sido secuestrada. Y que traten de hacerlo con una ráfaga de mentiras.

Nairobi se retiró malhumorada de la oficina del presidente del Senado, que no logró convencerla con su retórica.

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