Capítulo 12
La empleada del aseo ingresó a la oficina de Lucía, lo hizo luego de ubicar la llave de la puerta entre el manojo que cargaba consigo, y que correspondía con las oficinas que estaban bajo su responsabilidad. Siguiendo las instrucciones al pie de la letra, verificó en los cajones del escritorio que deberían estar sin llave, tal y como lo dedujo su contratante. Contó con la suerte de hallar el portátil personal de la senadora en el segundo cajón a su izquierda; para sus penurias significaba una onerosa paga extra, y no precisamente por parte del Gobierno. Lo guardó en una bolsa plástica negra que llevaba consigo para el cometido y lo mantuvo oculto debajo del holgado uniforme.
El nuevo día arremetió con la extraña opacidad de un alba en el espacio equivocado, cuando durante la semana, se vivió una fascinante temperatura que invitaba a fantasear con la playa. El tiempo estaba de luto con la suerte de Lucía. Y ante el desafortunado nuevo incidente, el rumor tenía consternado a los empleados que laboraban en el capitolio al servicio del Gobierno, donde el Congreso de la República desarrollaba sus actividades habituales. Los pasillos estaban empantanados de humanos que se morían por saciar su curiosidad, y que, como buenos samaritanos del dolor, compartían y especulaban sobre lo que pudo haber ocurrido.
—¿Qué pasa? —consultó Rufino antes de ingresar a la oficina.
—Adiela, la empleada del aseo —respondió Celeny, una de las secretarias al servicio del Congreso; tenía la voz oprimida y el llanto opacando el aura de su rostro, apenas contaba con una porción de valor en su corazón para iniciar una conversación insulsa—. Al parecer, tuvo un trágico accidente de tránsito. Fue arrollada anoche cerca de su casa. Dicen que la muerte fue inmediata —fue su argumento.
—¡Dios mío!... ¡No puedo creerlo! —respondió Rufino, dramatizando un espasmódico dolor insospechado—. Ni siquiera las personas decentes se libran de una tragedia —comentó.
—¿Y..., tienen al responsable? —preguntó interesado.
—Aún no sabemos mucho —dijo Celeny—, al perecer... nadie vio nada.
—Eso decimos siempre con cada trágico asunto —señaló Rufino—, pero Dios, lo ve todo, Celeny.
—Recogeremos algún dinero entre los que deseen colaborar para darle un auxilio económico a su familia que bastante lo necesita. Y usted, doctor Rufino. ¿Desea colaborar? Recuerde que Adiela, no le fallaba con sus caprichos en el tinto y el agua helada.
—Me parece perfecto —Rufino sacó algunos billetes de baja nominación como si se tratara de un miserable pago pendiente—. Cualquier peso es lo menos que podemos hacer. Dios se encargará del resto —dijo sin pudor.
Celeny agradeció el gesto con un severo reproche por la mezquindad mostrada, que bosquejó con la musculatura facial desparramando ofensas mudas. Por su parte, el senador prosiguió a su oficina para dar inicio a los compromisos políticos y personales. El desasosiego volátil de la pena no debía ser impedimento para su ciclo de vida. Se despojó de la chaqueta de paño que colgó en el perchero, y salió a buscar el primer tinto del día en vaso grande y el vaso con agua. Ya no había quien le atendiera los caprichos, que no fueron los únicos.
Tardaría una semana para que las especulaciones fueran silenciadas con la primicia sobre la identidad del grupo terrorista encargado del secuestro, luego de que se lo atribuyera en comunicado anónimo que llegó a los estudios de televisión. Casi el mismo tiempo que la guerrilla demoró en llevarla al campamento oculto en la profundidad de la selva. Así estaba previsto.
El nombre del ERAL zumbaba en los noticieros; conocido popularmente como Ejército Revolucionario Armado de Liberación, se pavoneaba ejerciendo actividades propias de su insignia por cerca de cincuenta años en todo el territorio colombiano, bajo el emblema de la liberación del pueblo de las cadenas del capitalismo y la falsa democracia, agrediendo en cada presente, el nacimiento de una filosofía brillante que se quedó en las urnas del pasado al experimentar una metamorfosis manipuladora, cuando su lucha evolucionó desde los atolladeros del antiguo al nuevo testamento de la violencia en Colombia, hasta concebirse como una empresa productora de poder en los esquemas del secuestro, la extorsión y el narcotráfico.
Dio a luz el pentateuco de sus cinco décadas siendo un soto en la inmensidad de la selva humana, abonado con semillas de muerte que profundizó sus raíces y engrosó su tallo sin perder el eje central, luego de que hubiera desviado el rumbo de su infancia prematura al expandir sus ramas año tras año hasta lograr una robusta morfología que lo transfiguraron en un espécimen único de frutos venenosos. Una portentosa industria inhumana, con sucursales sin piedad ni crédito en los cuatro puntos cardinales de un país de excepcionales riquezas naturales, que comenzó a desangrarse por la insensibilidad del poder, escarmentando una eterna regla biológica, luego de que sus mandatarios, galopando entre aciertos y desaciertos aferrados a las vértebras del tiempo, lo hubieran dislocado y astillado sin clemencia, con la certidumbre de que el país perdió el horizonte de la paz al quedar congelado en la estación de la violencia, por una brusca parálisis facial que le costó la risa con la intromisión desatinada de los grupos armados, que en aras del poder a través de los años se han disputado la ley del más fuerte.
La senadora Lucía Cadenas ya formaba parte de sus objetivos. No fue ajena de esta situación y la maldijo sin abrir los labios, cada vez que su mirada silenciosa hablaba por sí sola, y su mente aturdida imaginaba lo que no debía. Su labor en el Congreso le facilitaba estar enterada de todo, o al menos, de algo más que el resto de los normales. Pero ahora contaba con el tiempo para darle crédito a sus conjeturas.
Luego de la confirmación de su plagio, la noticia cogió fuerza entre los medios de comunicación como un afortunado heraldo con amnistía diplomática para trascender las fronteras del universo mismo. Las nefastas intenciones de algunos desvirtuaban la realidad creando un panorama atractivo e interesante al público, construyendo lenguas donde no había bocas a partir de actos irresponsables en el manejo de la información, maquinando paradójicamente, todo tipo de historias sobre lo sucedido y lo que faltaba por venir de inimaginable riqueza narrativa y especulativa que, al final de cuentas, no estaba lejos de una realidad futura. La difamación era el plato fuerte que lo tornaba intensa y atrevidamente apetitoso.
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