Capítulo 7: Buenos vecinos.
Owen.
La rana dentro de la caja de plástico me miraba de formas extrañas. No entendía como podía tenerle miedo a algo tan pequeño y de un color tan brillante.
"A veces confundimos el miedo con la emoción. Hay que saber diferenciarlos", las palabras de Tain me sacaron una expresión de disgusto.
Siempre fui grosero con las personas que no sabían decir las cosas, los que huían cuando los demás iban en contra de algo. Era doloroso que justamente, quien me encerró con un animal, fue mi primera pareja. Los demás se lo pidieron, pero no fue capaz de negarse, de nadar contracorriente.
Ahora esa persona es solo un animal para mí, y no quiero dudar de nuevo.
—Pero no está bien si las personas no me han hecho daño...
Era bueno que supiera cual era mi posición dentro de los grupos sociales, me sentía orgulloso de eso. Pero no podía evitar querer cambiar a las personas incluso si no me eran cercanas; un mal hábito. Un problema terrible en mí. Y admito mis errores en voz baja, pero era incapaz de arturcular un simple «perdón».
Odio esa palabra.
Kurt pedaleaba a toda velocidad con el viento golpeando su rostro. Su respiración me pareció irregular, tenía la boca abierta desde la otra calle, los pulmones le fallarían a ese ritmo. La campana que colgaba del frente era el único ruido a esas horas, lo que me había dado la señal para que me pusiera de pie en el balcón y me mareara por la rapidez.
Se bajó con prisas, aventando su bicicleta al suelo y entrando a su apartamento mientras azotaba la puerta. Me quedé inmóvil sin saber qué hacer, también asustado por el cómo podría tomárselo. Porque aquí entre nos, si yo estaba loco, él estaba peor.
Esa noche no sucedió lo que esperaba, que tal vez era un palo en la cabeza. Ni sucedió algo salvaje, mucho menos una película de terror como las que disfrutaba. Fue solo silencio.
Kurt era como las hojas de primavera. De un verde brillante, que me mantenía intranquilo por lo que representaba. El miedo a que un ratón me comiera la lengua.
Di leves pasos por las escaleras, escuchando el rechinar hasta llegar abajo. La penumbra de la noche intensificaba mi sueño y no me permitía ver con claridad, mucho menos pensar. Fueron solo unos toques a su puerta hasta que me percaté de que estaba abierta.
Le di un empujón al picaporte y eché el ojo dentro, observándolo de espaldas. Kurt estaba tirado en el suelo y abrazando a un gato que antes no estaba allí, llorando.
Aunque no podía ver su rostro los quejidos eran leves. Su habitación desalojada sin todo eso era más amplia y la luz de la luna penetraba bien. Me habría gustado tomarle una foto a la habitación, como referencia para colores azules, y el verde de una planta en el centro.
—¿Q-Qué quieres?
No sabía porqué los animales eran tan importantes, pero traté de corregirme a mí mismo. Somos diferentes, cada uno debe buscar algo a lo que amar y proteger. Yo no era quién para oponerme a algo tan necesario como eso.
—¿Estás bien? —Caminé hacía a él, parándome sobre su sombra.
—Acabo de le-leer los mensajes...
No podemos obligar a que alguien piense como nosotros, me dijeron. Creo tener siempre la razón, y generalmente la tengo, pero los demás parecían odiar esa parte de mí que lo reconocía. Kurt era el recuerdo vivo de lo que yo solía ser, alguien que vivía sin pensar en qué dirán, pero al menos él amaba a animales que no podían herirlo de forma tan grave.
—Ten —me agaché a su altura, estirando la mano—. Una rana.
—¿Q-Qué?
—Te la robé hace rato cuando me metí a tu casa.
¿Qué demonios acabo de decir? Soy como un ladrón.
Sus párpados se extendieron y sus cejas se elevaron, haciéndole abrir la boca temblorosamente. Me arrebató la pequeña caja de plástico, hablándole al animal.
—¿Estás bien? ¿Tuviste miedo? —Habló sin tartamudear, con ambas manos en la caja y el gato paseándose por sus rodillas—, ya estoy aquí. Estoy aquí contigo para protegerte.
¿Pero por qué se protege algo y de qué? Los padres decían constantemente que nos protegían del mundo sin saber el daño que ellos causaban.
Amar algo era complicado porque no sabíamos el verdadero concepto de amor; ni siquiera yo sabía qué demonios significaba. Pero la palabra proteger era demasiado. Y un animal en cautiverio, era incapaz de ver por sí mismo.
"Te estoy protegiendo de ti", eso era una idea egoísta para hacernos sentir seguros con alguien que no se encontraba estable.
Opté por dejarlo allí con sus cosas e irme a la cama. Clases, tarea, trabajo, horas extras en la computadora. Me aterraba saber que preferí cuidar un animal en vez de dejarlo pasar.
No pude dormir. Solo me obsesioné y comencé a hacer chocolate caliente para tranquilizarme, a medianoche.
—Choco choco lala. Choco choco tete. Chocola chocote chocolate...
Kurt me veía como un muñeco endemoniado desde mi balcón a través de la ventana que daba a la calle. Se me cayó el cucharón, haciéndome gritar.
—¿Es-Estabas cantando...?
—¿Necesitas algo? —Traté de tomar una pose común y quitarme el mandil amarillo de mi madre.
Negó con la cabeza, girando de nuevo cuesta abajo. A la distancia apenas le percibía por las luces poco brillantes. Me incliné aún más sobre el marco de la ventana, hasta oírlo decir—: Pero... gracias, supongo.
El frío de la noche abrigaba, por ello cerró las puertas. Incluso había salido para cerrar la rendija del terreno que permitía la entrada a nuestro apartamento; no me había dado cuenta de que estaba abierta. Apagué el fuego y salí tras él.
—¿Quieres tomar aire conmigo?
Volteó a verme confundido, tal vez preguntándose qué carajos quería ahora. No era el mejor momento para cruzar palabras, pero le convencí de estar en la parte superior de mi apartamento.
Le di una cobija, una taza, y nos sentamos bajo las luces del balcón. No me agradeció.
Se dice "gracias", duende.
—¿Está muy caliente? —irrumpí su silencio, señalando la taza—. Dámela, la enfriaré.
Sus cachetes congelados tenían un color rosa como las plantas de la parte baja.
—N-No... me gusta lo d-dulce.
Largo de mi casa.
Fue una leve discusión. La vena se me salía por tanta insistencia, pero no entendía como alguien podía odiar lo dulce. Era un pecado mortal.
La taza se resbaló de su mano en un forcejeo y cayó al piso de abajo, rompiéndose en pedazos pequeños sobre una maceta de hortensias. El contenido empalagoso se escurrió como lluvia hasta la maleza del terreno.
Adiós, vajilla europea.
—Ah... se cayó...
—¡Tú la tiraste!
Kurt Fiat, era un espectador silencioso ante mis intentos por arreglar cosas. Pero lloraba si sentía presión, afortunadamente, sentí que esta vez no lloraba por mí.
Agh, ¡jódete maldita taza y arréglate tu sola! ¡
Indignado volví a tirar la taza por el mismo lugar, haciendo que Kurt diera un brinco del susto en mi dirección. Le miré también sorprendido, ya que olvidé por completo que podía reaccionar mal si no me explicaba.
—¿Qué, qué haces?
Ah, olvidé qué...
—No tiene arreglo, solo pierdo mi tiempo —justifiqué mis actos violentos, sentándome a su lado, aunque una parte interna mía me acusaba de ser un exagerado—. Kurt, lo lamento. Me disculpo por lo mal que empezamos y quiero creer que si tratamos de empezar de nuevo tú y yo, nos llevaremos bien.
Espera... ¿Por qué yo lo estoy proponiendo? ¡Sé genial, idiota!
—L-Lo siento... —Ya estaba acostumbrado a entenderle.
A pesar de las dudas me presenté y le extendí la mano. Tomó mi muñeca, haciéndome sentir incómodo por su tacto helado. Mis dedos eran más largos, también más delgados que los suyos. Sus ojos que eran incapaces de verme, giraron, pero intentó sonreír y se presentó de igual manera.
—Te ves muy feo, no te fuerces.
Esa noche hablamos por horas de lo que queríamos al graduarnos, de nuestras familias, y preferencias.
—Oh, así que te gusta lo salado porque puedes ponerle mucho limón...
—Me gusta el limón porque hago caras raras.
—¿Qué con eso? —Me impacté y al mismo tiempo perturbé.
—Me gustan las caras raras.
—Ok, das miedo.
Estoy seguro de que ambos descubrimos cosas del otro que no esperábamos, como mi amor por lo dulce y el suyo por lo salado. Cosas tontas, riendo y juzgándonos como tontos.
—¿Cuánto mides?
—1.65...
—¡De verdad estás enano! —Aplasté su cabeza verde con los dedos, sacudiéndolo como juguete hasta ver su expresión sufrida aproximarse.
Aquí viene, necesito un paraguas.
Cuando estaba cerca de él... la cagaba el doble. Mierda.
—Mira, ser bajito no es algo malo y a nadie debería importarle. Yo me burlo... porque soy idiota y me burlo de todo, para tu mala suerte —no removí la mano, la mantuve quieta hasta acercar mi rostro más a él y decirle lo que me hubiera gustado que me dijeran—. Pero puedo asegurarte que aún con esa estatura eres mejor que muchos que alcanzan las galletas en la alacena. No cualquiera anda por ahí sacando perros de cajas o lagartijas de los laboratorios.
Comparar a las personas con los que me lastimaron no era algo correcto, lo sabía. Me costaba evitarlo y por eso pensaba que quienes iban contra mí eran mis enemigos. También sabía que era el único loco que pensaba así.
—P-Pero... Caíle rompió conmigo por mi altura... —Desvió la mirada.
Su pequeña silueta era agradable. Había pasado un tiempo sin sentir tranquilidad ante alguien tan desastroso, pero era diferente verlo a través de su ventana cuando llegaba tarde y alimentaba a sus animales. Él tenía una vida diferente a la mía, diferente a las demás. Y aún sabiendo lo solitario que era ser diferente, lo traté de forma injusta.
Pero no me disculparé, es demasiado.
—Ella se lo pierde ¿Quién termina con un umpalumpa verde como tú, y más con esos calzoncillos de león que usas? Kurt, te aseguro que de la forma en que eres ahora no tienes nada de malo, ni una pizca de mala intención.
No, ¿es en serio que mencioné sus calzoncillos?
—¿No debería hacer el esfuerzo por cambiar?
No soy quién para decírselo.
—Tal vez, pero me he acostumbrado a tu forma de ser y no la cambiaría por nada, enanito verde. Si vas a cambiar hazlo por ti mismo y que se jodan los demás. —Sentencié, dejando caer mi espalda hacia atrás.
—Va-Vale... qué se jodan... —Se echó a mi lado, pegando un grito de desahogo.
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¡Muchas gracias por seguir esta lectura! Espero leernos la próxima semana. <3
~MMIvens.
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