Capítulo 36: Déjalo ir, te vas a lastimar si no lo sueltas.


Owen.

Sentía una ira incontrolable hacia mi propia capacidad mísera de autocontrol. Una ira patética que me hacía querer gritar aunque los gritos no resolvieran mis problemas.

Quería escapar de todo, pero tampoco podía soltarlo. Incluso si sangraba, no iba a dejarlo ir.

—Siento que estoy muriendo.

Kurt parecía un pequeño retoño esforzándose por crecer en tierra no fértil. Estaba dando su último esfuerzo, inclinándose a un lado hasta secarse. Como si me pidiera a gritos un poco de agua, pero yo ni siquiera me podía comparar a algún recurso natural. Sentía que lo estaba pisando.

No sé cómo ayudarte si no puedo controlar esta repugnante emoción en mí.

Me aferré a mi pecho mientras corría con gran velocidad al lado contrario, deseando no voltear para no detenerme por él. Si lo veía un segundo más mi corazón no podría soportarlo. Iba a derramarse todo.

—Si la vida es como una montaña rusa —recordaba sus palabras ese día en el parque de atracciones—, en ocasiones puede tardar demasiado en subir o la caída puede parecer eterna. Ha de ser peligroso, ¿cierto? ¿Estarás subiendo para quedarte allá o vas lento para caerte con fuerza?

Esa caída será dolorosa...

—Estoy aterrado.

Completo silencio. Mis manos se extendían al frente como si trataran de recoger la luz blanca entre las calles. Cada paso, mis tenis al frente y los jadeos sordos. Por segundos solo pude escuchar mi propia respiración.

Como si mis oídos y mi corazón estuvieran atorados en mi oído, golpeteando, acallando lo demás. No sabía hacia dónde estaba corriendo ni porqué lo hacía, aunque mi cuerpo me alertaba al acalorarme el rostro y no me permitía mantener los ojos abiertos ante la luz del sol. Iba a desmayarme.

Esas pastillas eran demasiado...

—Vendré por ti mañana. —Los susurros saltaron de golpe, asustándome como una película de terror.

No lo hiciste. Nunca volviste.

Estaba esperándolo. Mis pantalones llenos de sangre, el silencio repentino, las patas tiesas, mi mirada inexpresiva ante un cuerpo contraído y helado como si nada hubo sucedido. Observé mis manos, a mis alrededores, no pude hablar pues quería permanecer en aquella quietud. Entonces su ojo:

Su ojo enrojecido, como si alguna vena le hubo estallado por el impacto. Profundo, la pupila dilatada sobre mí. Heló mis poros, abriéndome la boca de forma forzada y encogiendo mis sentidos lúcidos.

Grité sin parar, pero nunca volvió por mí. Nadie llegó.

—Entonces gritas y vendré corriendo hacia ti. —Kurt me reconfortaba, pero debajo de su apariencia él tampoco estaba seguro de prometer aquello.

—AAAAAAAH. —Grité para detener el silencio que se apilaba junto a mi respiración, dando otro paso que me hizo perder el equilibrio debido al flaqueo de mis rodillas.

Trastabillé al frente, alargando mi caída con pasos largos que cruzaban el césped hasta golpear mi rostro con su pecho. Caí de rodillas, me sostuve de su torso mientras respiraba con fuerza para hacer volver el aire a mis pulmones.

—¿Estás bien?

—No. —Tosí, ocultando mi rostro que sudaba en seco.

—Puedo verlo, Owen —Xander se encogió para tomar mi rostro entre sus manos, apartando los cabellos de mi frente para limpiarme con unas servilletas viejas que llevaba en su sudadera—. ¿Pasó algo antes de salir?

—Mi vecino y yo... —lo observé fijamente, sus ojos marrones girando hasta posarse sobre mí—. Nada. Lamento llegar tarde. No esperaba que quisieras desayunar conmigo.

De repente me he puesto en blanco.

Tantas emociones se destrozaron al chocar contra el suelo; estaba vacío o extrañamente desconectado. Tomó mi mano sin problema y nos adentramos juntos a la cafetería. Pensé que yo me quebraría si lo veía una vez más, aunque el impacto fue quizás demasiado que me había quedado sin expresiones o palabras que dedicarles.

Tiene novia, es deportista, atractivo, luce sano. Quería llorarle, pero no podía pues aquel otro sentimiento repugnante comenzaba a florecer en mí.

—Unos panqueques y un licuado de chocolate con banana, ¿cierto? —Me sonrió, señalándole la carta al mesero—. Yo voy a ordenar unas tostadas con queso y un agua de melón. Gracias.

—En seguida se lo traemos. —Asintió el desconocido al que apenas pude distinguir como persona pues su rostro lucía borroso.

¿Qué carajo es este sentimiento?

Lucía sin pena en su rostro, sereno, algo pensativo y misterioso. Los rayos del sol se adentraban por los vitrales, cubriendo el piso brillante con su luz al igual que algunos asientos y mis manos. Las voces leves de clientes viejos por la mañana, el sonido de la caja registradora, las aves del vecindario y la música que ambientaba.

Esto es asqueroso, no debería sentirlo ahora...

Apoyó su barbilla en la muñeca de su mano derecha, inclinándose a un costado para observarme pues yo seguía cabizbaja. Nuestros ojos se cruzaron, aunque él parecía sonreír con ellos.

No ahora, no quiero...

—¿Qué estás pensando, pequeño hámster? —Preguntó tranquilo, desviando la mirada para centrarse en su sudadera verde—. ¿Quieres hablar ya?

—Sé lo que siento. —Murmuré apenado, odiándome por no poder decírselo completo.

Lo que siento es absoluto odio, furia, deseos de que muera. Es asqueroso.

—Sé que fue repentino. Estuve desesperado pidiendo tu número a conocidos pero fue más complicado de lo que parece, la mayoría no sabía mi relación contigo así que desconfiaban de inmediato —procedió a explicarme sus acciones, lento y claro mientras jugaba con los dedos detrás de su nuca—. Quería verte para decirte algunas cosas que olvidó decirte mi joven yo, ja, ja.

—Yo también olvidé decirte lo mucho que te odiaba. —Hablé fuera de mi mente, trayendo conmigo el silencio a la mesa.

Owen, cállate un puto momento.

Pero odiaba que jugaras conmigo.

El mesero nos sirvió nuestros respectivos platillos. Comencé a comer lento, los sabores empalagosos no conseguían deleitarme o adormecer mi enojo. Lo dulce perdía el sabor, era insípido y la textura me parecía sosa. Sentía mi cerebro calentarse, mi respiración disminuir y su mirada sobre la mía como si tratara de adivinar en qué pensaba.

—Owen, mírame. —Le dio una mordida a su tostada.

No pude elevar la vista. Observé la calle del frente, un poco gris.

—Owen, por favor...

—¿Era gracioso? —Inquirí, soltando los cubiertos sobre el plato sin dejar los murmullos—. ¿Yo era divertido? ¿Un buen pasatiempo?

—¡Tú no eras un juego para mí! —Gritó de golpe, azotando su mano contra la mesa hasta captar la atención de los empleados—. ¡Ni siquiera lo pienses, te tomé en serio por completo! ¡Lo hice aunque no sea capaz de probártelo!

—Ba... Baja la voz, por favor...

—¡Yo te amaba!

—¡Cállate, YA! —Grité molesto, logrando callarlo mientras la vergüenza de ser observado por desconocidos me abrumaba.

Se disculpó igual de apenado, golpeando su cabeza contra sus palmas por la misma ansiedad que yo estaba viviendo. Continuó masticando su tostada para tranquilizarse, bebiendo por completo su bebida. El sudor se escurría por su piel bronceada.

—No puedes decir que jugué contigo o que no te amaba a esa edad, pues para esa version inmadura y estúpida ese era mi concepto de amor —tosió irritado, limpiándose con una servilleta los labios—. Ha cambiado mucho desde entonces, pero todos somos distintos y no puedo dejar que dudes de él.

—¿Vienes a darme una lección de lo que es el amor? —Apreté los dientes, observando el maple deslizarse por el último panqueque nada apetitoso—. No estoy aquí para escucharla, Xander. Ya alguien me gritó antes todo lo que estoy haciendo mal.

Lo egoísta que soy.

—No podía creer que el mundo te pusiera a temblar. Intentaba comprenderte, pero no sabía porqué te parabas en una esquina y mirabas a todos como un pedante —supe que se venían las duras palabras, las verdades que aumentaban mi desagrado hacia él; su sinceridad que yo siempre fingía tener pero en realidad solo lo imitaba—. A veces me sentía herido, como si me juzgaras por ser parte de ese mundo.

—Yo nunca... —Traté de negarlo.

—Lo sé, ni siquiera lo pensaste en ese momento. Pero ahora lo haces, ¿verdad? No podemos juzgar a la suposiciones pues todos suponemos en contra de nuestra voluntad —lamió su labio inferior, haciendo una mueca dolorosa como si su lengua hubo chocado con un fuego interno—. Entonces, cuando todo eso pasó en primavera me di cuenta, el mundo no me ponía a temblar pero sí me movía. Yo... no podía hacer nada sin pensar "qué dirán de mí", obsesionado con seguir a los demás.

Qué dirán de mí... Qué dirá el mundo de mí.

—Tengo cuatro años pensando que el adolescente que fui era un retorcido y cobarde que por no ser apartado decidió alejarte de mí. Lo peor es que solo eran rumores sobre apartarme, ¿sabes? Y que nadie me obligó también, ¿lo recuerdas? —Cubrió su rostro como si un fuerte olor abrumador lo atacara, tornando sus ojos rojizos—. Yo... no pude... no pude volver por ti. Te escuché, Owen. Los ladridos también, vi el cuerpo después. Estuve allí hasta la mañana pero nunca pude abrir la puerta, ni decirle a nadie que fui yo. Ni defenderte frente a los demás. No soporté la idea de haber causado eso, así que preferí no volver a darte la cara y apartarte tanto hasta que la vergüenza se fuera de mí.

—¿Por qué no lo mataste tú? —Balbuceé, tensando la frente mientras mis dedos se contraían debajo de la mesa.

Suspiró tras tomar una servilleta de tela y echarse un poco de aire en el rostro. Mis rodillas temblaban, sentí que no podría levantarme en mucho tiempo de mi sitio pues no tenía fuerzas para ponerme de pie. Iba a ser complicado salir de ahí sin ayuda.

—Mi nueva pareja me habló sobre enfrentar las cosas, de no huir, pelear contra la idea de que el mundo me odiará si hago algo cuando en realidad ni siquiera les importa. Y sobre todo, me dijo que si no puedo lidiar conmigo no debía ni soñar en ayudar a alguien más, pues yo no estaba hecho para eso —la mención de Caíle fue un poco dura, él ni siquiera sabía que yo sabía de quién hablaba, eso era lo mejor. Aunque mi enojo en esos momentos se dirigía hacia cualquier espacio—. Creí ser el único afectado tras años, pero ahora que te veo... Solo puedo ver el horrible desastre que hice contigo. No pude contactarte antes porque volví a victimizarme y odiarme por los recuerdos.

—¿Me estás llamando desastre, Xander? —Resoplé, forzando una sonrisa para desviarlo de mi retorcijón ante la crítica de mi apariencia.

No sé si quiere hacerme sentir bien o solo busca lastimarme más.

—La reacción que tuviste ese día me dejó claro que no estás bien, Owen.

—No puedes decirme eso.

—Owen, no quiero seguir lastimándote y sin disculparme por esto. No podemos hacer esto, y si te lo digo es para que ambos podamos cambiar...

—¡Tú no puedes cambiarme a mí porque yo soy así y me iré hasta el infierno así, Xander! —Volví a levantar la voz, escuchando las expresiones de susto detrás de mí que no me permitieron callar—. ¡Ni tú, ni nadie, mucho menos mi novio puede cambiar quién soy hasta que ponga el pie sobre la tumba! ¡¿Cuándo van a entender eso?!

—Cliente, por favor...

—¡Basta de excusarte en esa puta palabra, Owen! —Xander se levantó exasperado, arrojando su dedo índice sobre mi pecho—. ¡Si estás aquí es para cambiar, y esto ya no es porque yo te lo pido, es porque si sigues obsesionado con ser solo tú lo único que te espera es una miseria imposible de cambiar! ¡Nadie estará allí para sacarte aunque grites y grites toda una vida!

—Clientes...

—¡ENTONCES VOY A MATARTE!

—¡¿Y luego qué, eh?! ¡¿Matarás a todo el mundo que te pida que sueltes ese pensamiento hasta que mueras?! —Bramó, empujando al empleado que trataba de sostenerlo.

—¡Si es necesario yo...! Yo... mataré —mi voz se cortó, las piernas se me encogieron al igual que las pupilas que observaban al mesero asustado por lo que yo decía—. Mataré a todos... no, no puedo...

No puedo seguir gritando toda una vida. Mi garganta... duele demasiado.

—Perdón, déjeme terminar y me retiraré en silencio —le pidió al chico, entregándole unos billetes mientras hacía señas a las chicas de la caja que parecía conocer—. Owen, lo siento tanto.

—No te disculpes. —Las lágrimas no caían sobre mis manos, no podía llorar, dejándome ir sobre el asiento mientras me negaba a obtener una disculpa de su parte.

Si se disculpa no podré tener razones para este odio.

—Lo siento demasiado. —Me pareció qué él lloraba en mi lugar, portándose como el chico al que conocí en aquellos años y que tanto me hacía perder la cabeza—, Owen, no me perdones. No tengo derecho a ser perdonado, pero todos estos años sin disculparme han sido el dolor más grande que he vivido. Y yo... ya no puedo seguir cargándolo tanto tiempo... Lo siento, no puedo. Ya no lo soporto, siento que estoy por estallar.

Para, por favor.

—Te quería, te obligué a cambiar por egoísmo, pero Owen, ahora solo deseo que puedas cambiar por ti mismo —secó su rostro con las mismas servilletas, tratando de calmar con una de sus manos su pierna derecha que se sacudía en desesperación—. Cambiar para que puedas amar y vivir de la forma que te mereces. Porque eres un chico increíble, más allá de estos sentimientos, siempre has sido el más humano que conozco.

—No puedo... —Huía de nuevo no con mis palabras, desviando el rostro hasta el fondo del restaurante a un costado mío, donde se hallaba la segunda puerta y solo había un cliente.

Kurt me miraba fijamente, en una esquina contraído sin apartar la mirada de mí como si no le importara que yo hubiera notado su presencia. Ese era un humano increíble, sí retrocedía trataba de avanzar dos pasos más, alguien que después de un encuentro conmigo supo tomar lo mejor y madura constantemente.

Pero no puedo envidiarlo, se siente imposible.

—Te perdono.

—¿Qué? —Xander elevó el rostro con impacto.

—Entre nosotros todo está bien —susurré, rascando mis dedos—. Por favor, vete antes de que no pueda hacerlo a solas.

—Owen...

Mi rostro le hizo entender. Tomó su mochila, pagó de inmediato y no se despidió de mí. Salió corriendo libremente, dejando atrás los problemas que su personalidad no le permitían soportar o comprender por completo. Era extraño, aquella forma tan sencilla de resolver las cosas que le rodeaban.

Mis manos torcían la piel en mis piernas, apretando con fuerza mientras mi labio inferior era mordido violentamente. Era más difícil respirar ahora, no podía ver con claridad ese panqueque que no comí sobre la mesa. Nada tenía sentido.

Todo era absurdo y horrible.

No puedo...

—Déjalo ir, te vas a lastimar si no lo sueltas. —Su tono indiferente sin tartamudeo al igual que su sombra a mi lado me impulsaron a dejar de aplicar presión en mi cuerpo—, no castigues a tu cuerpo por algo que tú no quieres decir.

Pero no puedo.

—Owen, dilo.

De verdad no puedo.

—Owen, ca-callarse no significa ser tolerante, estás diciéndole a tus sentimientos que son tan horribles que no puedes lidiar con ellos; deja de causar ese efecto rebote en ti, sí más lo niegas vuelve con más fuerza. —Kurt tomó asiento a mi lado, dejando caer su mano sobre la mía para detenerme—, oye, in-incluso yo tengo esos pensamientos. Son desagradables, pero Owen, eres tú, no eso que sientes.

—Yo lo perdoné para hacerlo sentir bien —escupí entrecortado, soltando mis manos mientras me sentía temblar—. ¿Pero por qué lo odio tanto si ha sido mi culpa? Lo odio tanto que quisiera morir. Y ese pensamiento es horrible, Kurt. No puedo seguir viviendo con él.

Me tomó de la mandíbula, obligando a verlo frente a los ojos oscuros y su cabello verde cubriendo parte de su rostro. Su mirada taciturna me doblegaba, en ese momento solo pude pensar que su expresión plana era más real que una esfera solitaria en la galaxia.

—Comételo —metió un chocolate a mi boca, dejando que se dispar viera mientras me abrazaba con ambos brazos—. Trágatelo, mas-mastícalo y es-escúpelo. Ese odio nunca se va hasta que lo pruebas, entonces solo queda expulsarlo con más fuerza.

—Siento que estoy por necesitar una inyección. —Murmuré, sosteniéndome de su espalda.

—Ay, no.

Dejé mi dinero sobre la mesa. El mesero lo recogió con decir nada aunque lucía un poco alterado. Con un ademán traté de disculparme pero lo pude hacerlo de buena forma, salí a rastras apoyándome en Kurt.

El jardín de la cafetería captó la atención de Kurt. Me obligó a quitarme mi sudadera, la echó sobre el césped y con cuidado me hizo recostarme allí. Él se tiró a mi lado, presionando mi pecho mientras me decía que respirara profundo.

—Lo siento, Kurt. Por creer que tu vida era simple. —Mascullé, entrecerrando los ojos cristalinos por la intensidad del cielo azul.

—A-Aprendí de alguien más que sin importar qué crean otros yo me co-conozco mejor a mí, que debo cambiar a mi manera y mi ritmo. —Me recordó lo que solía decirle, palmando mi cabeza.

—Pero no tenemos tanto tiempo —respiré repetidas veces, arrancando un poco de hierba del césped—. No está bien que nos excusemos en un porque soy así.

—Sí, igual que excusarse en un "ya cambié" está mal. Owen, el pro-problema no es que seas así o que tus cargas se hayan ido porque cam-cambiaste, sino que no puedes excusarte de dañar a otros o a ti mismo con pa-palabras. Seguirás siendo tú, solo una versión que sufre cambios constantes.

Debido a que no podía calmar mis latidos o respiraciones Kurt señaló el cielo, pidiéndome que abriera bien los ojos. Las nubes en los cielos chocaban entre ellas con suavidad, lento, un movimiento hacia una misma dirección que era apenas perceptible.

Kurt me dijo que me enseñaría algo para no tener que gritar o esperar a alguien. Me dijo que quizás lo mencionaban en mis terapia pero yo nunca lo hacía porque creía que era un tabú.

No se equivoca.

—Céntrate en esa nu-nube. Puedes ver que se mueve lento, ¿ve-verdad? —Asentí tranquilo—, obsérvala todo el tiempo que necesites.

La luz, el ligero movimiento, el césped sobre el que estaba y el cielo arriba de mí me arrullaba con cuidado. Me gustaban los espacios reducidos, en la naturaleza solía sentirme diminuto y mi imaginación moría en sitios así.

No sé cuánto tiempo llevábamos recostados, pero no pude evitar apartar la vista de aquel movimiento que lucía pequeño desde aquí abajo. Cerré mis ojos un momento sin olvidar esa imagen, como si el viento a mi lado pareciera impulsarme en esa dirección.

Se siente como flotar en tierra.

—Aco-Acostarse a ver las nubes era parte de mi terapia de meditación —susurró Kurt, recordándome sus tiempos de chico enfermizo—. Dicen que la me-meditación es poner tu mente en blanco; yo no sabía que podía ser algo como observar una nube y compartir alguna sensación con ella sin pensar en lo de-demás. Arriba, lejos, moviéndose lento; es como ser libre más allá de cualquier problema que puedas encontrar aquí abajo. La tierra no es lo único que existe.

Volví a observar la nube. Pensé que si me aplastaba seguro sería agradable, sin espinas o un cuerpo con el cual lastimar. De aquella forma le era fácil chocar con otros sin dolor. Aunque esos pensamientos volvían a disiparse ante el movimiento, el aire.

Apreté los ojos otra vez y relajé mi expresión, buscando en el césped la mano de Kurt para tomarlo.

—Owen —me sostuvo—, yo no maté a un perro.

Esponjoso como una nube.

—No padezco una ansiedad como la tuya, ni fui traicionado por alguien a quien amaba. Tampoco sé lo que es vivir con ese trauma que tienes tantos años, es imposible que lo sepa. —Su voz de fondo que carecía de nervios se sentía como una canción de cuna, casi durmiéndome sin importar las verdades que estuviera por decir, escuchar sin rencor las charlas de una terapia.

Yo tampoco puedo saber en totalidad lo que él siente, no estoy en su piel.

—No puedo sentir todo lo que sientes, ni enojarme contigo por cómo actúas, pero lo comprendo a mi manera —soltó mi mano para tocar mi frente, presionar lento—. Comprendo ese miedo constante y el peso que cargas. Conozco el odio hacia alguien, ese pensar que se consume hasta fundirse en nosotros para dominarnos; el odio que nos hace repudiarnos y satanizarnos como inhumanos.

El sentimiento de odio era como una bomba; al lanzarla mataba a quienes estuvieran cerca. Pero si no lo soltabas en alguien terminaba por explotar sobre ti.

—Es doloroso saber que somos capaces de sentir eso, incluso asqueroso. Tú odiabas a alguien por cómo te hizo sentir, igual yo, aunque pareciera irracional. Lo repudiamos porque sabemos que esas personas a quienes queríamos no son monstruos, que a pesar del daño que nos hicieron no significa que merezcan el odio.

¿El cielo odiará la tierra? ¿O la tierra envidiará el cielo?

—Pero la relación que tuvieron con nosotros fue difícil —aquello me hizo pensar en otras cosas, aunque era sorprendente oírlo hablar claro cuando se trataba de mí—. Igual que las drogas, no son malas pero eso depende de la relación con alguien. Una carrera universitaria, ninguna es mala sino que nos equivocamos escogiéndola. No odias algo, odias la experiencia que tuviste al chocar con eso.

Seguro el mar odia su conexión con el cielo y la tierra. Pero aún así parecen tener mucho en común, son mundos distintos en uno solo. Igual que animales en un zoológico.

—Las personas son así, nos equivocamos con nuestra relación. Los pensamientos son idénticos a ese fenómeno; están allí, mas no significa que sean detestables —descendió su mano nuevamente para sostenerme con ambas, la misma forma de tomarme similar a cuando recién nos conocíamos—.  Debemos dejarlos estar, dividirnos de ellos como espectadores y comprender que aunque no sean sanos tampoco son nosotros. Despegarnos de ese juicio personal, permitirles ser y concluir que aquello que sentiste va a doler hasta que sea hora de parar el sangrado, pero eso no lo decides tú.

Mis sentimientos lucen lejanos recostados aquí, pero es como si solo fueran otras personas tratando de no chocar conmigo.

¿Cuándo vas a desaparecer?

Eso no lo decides tú, sino yo.

—Owen, quiero que sepas que ahora eres un chico universitario, talentoso para lo haces —infló sus cachetes para tomar una gran bocanada de aire, pues le era complicado hablar tanto así—, quien vive con prisas y personas que te quieren a tu lado. No eres ese chico de preparatoria juzgado de hace años, ni eres tu ansiedad ni el odio, ni debes convertirte en eso pues es algo independiente que va a lastimarte si chocas con él.

Dicen que lo que te hace sentir mal es malo, así que el odio solo le hace mal a todos. Ha de sentirse terrible ser el odio, igual triste.

—Eres un conjunto de pensamientos que irás juzgando y permanecerás echado aquí por solo un tiempo hasta que no duela con tanta intensidad.

Odio mi relación con el odio, pero sin él me sentiría inhumano. Igual que la tristeza o el ser feliz.

—Solo eres tú —murmuró seriamente, casi hablándose a sí mismo—, un humano que se equivoca con la relación que tienes hacia el mundo y sus pensamientos, pero eso es increíble cuando le pones un límite para concluir con un precioso desenlace.

El límite que marcan los demás me hace sentir más seguro sobre quién soy y los límites que tengo para eso.

—¿Cómo... puedo soltarlo? —Hablé a cuestas, sintiendo mi mirada contraerse y mi nariz arder.

—Solo lloras, Owen —nuestros ojos se encontraban en dirección al otro, cristalinos, sin sonrisas—. Lloras, lo dejas ir.

Ambos lloramos en el césped, sin una razón clara y sin importar quiénes nos observaran por las ventanas. Lloramos juntos pero con sentimientos independientes, observando las nubes que nos llevaban con ellas hasta dejarnos en silencio.

Te vas a lastimar si no lo dejas ser.

• • •
Tanto tiempo sin leernos. ¿Como dos semanas? No sé, pero es mucho para mí, hahaha.

Tenía escrito los diálogos desde hace tiempo pues recientemente hablé con mi mejor amigo respecto al sentimiento de odio que él sentía hacia alguien. No sabía qué decirle, comenzaba a odiarse solo por tener aquel pensamiento.

Si te digo que no pienses en que fuiste abandonado, primero debes razonar que en efecto, fuiste abandonado. Se le llama efecto rebote, si te niegas a odiar o amar algo puedes ocasionar lo contrario a aquello.

Nuestros pensamientos están allí, son solo un producto de muchos enlaces en nuestra mente. Epícteto, un filósofo griego, dijo que no son las situaciones ni los hechos de la vida los que te perturban, sino la interpretación que haces sobre ellos.

Las emociones son esclavas de nuestros pensamientos, y aunque queramos evitar todo, a veces también nos dejamos controlar por ambos. Como si tuviéramos miedo a experimentar sentimientos negativos; como la tristeza y el odio, cualquier emoción desagradable. Es raro, toleramos mejor el frío.

Solemos huir de esas ideas, tratamos de desvanecerlas constantemente, volviendo así al rebote. "Intenta no pensar en ello", solo lo siembras con más fuerza y ni siquiera buscas una solución.

"No odies", tampoco es lo correcto. "¿Qué odio y por qué duele tanto?", debes sentir aquello y escucharlo, manteniéndote independiente, preguntándole porqué se siente de esa manera: No odias a alguien, odias lo que te hizo sentir. No odias algo, sino la experiencia que viviste.

Es solo ahí que vemos el origen, entonces tiene sentido. No juzgarlos, no obsesionarnos con ellos, solo aceptar que tenemos una especie de forma que produce aquellas sensaciones pero no quiere decir que sea lo que realmente somos o tengan todo que ver con nosotros.

Si puedes observar un lunar en tu piel e ignorarlo sin tratar de limpiarlo, de alguna forma puedes hacer eso con tus sentimientos "negativos"; que son más que ese nombre satanizador.

¡Ojalá nos leamos pronto! Esta historia está por terminar. <3

~MMIvens.

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