Capítulo 31: No quiero agachar la cabeza por miedo.
Sanft.
Estaba cansado de ocultarme, de pedir disculpas y temer al odio. Solo hacía lo que me gustaba, solo callaba lo que me gustaba, ¿por qué se sentía como si no tuviera derecho a disfrutar eso?
Quería paz. Quería la libertad de ser yo mismo sin lastimar a otros. Amar, odiar, gritar y llorar hasta que me sintiera liberado sin disculparme por algo que también me dolía.
—Gracias por su compra. —El mesero rubio dejó mi tarjeta sobre la mesa, junto al adorno en forma de disco que reposaba en el cristal tornasol.
Quería no ponerme de pie. No lo sé, solo no moverme. Permanecer con la música, el uniforme de mi ya no programa de deportes en la mochila, los mensajes acumulados y las lágrimas secas pintadas en mi rostro. Quería que las personas me dejaran allí, fingieran que no existía y que cada paso que diera dejara de ser vigilado.
La presión de las personas observándome en la cancha era la misma que sentía al salir en una multitud. Vigilaban mis pasos, mis victorias, mis fallos y cada cosa que había mal conmigo. Deseaba que el resto esperara nada de mí. Solo estar libre, como en una práctica en solitario.
—Quisiera no sentirme fuera de lugar. —Murmuré, elevando la vista al techo del que colgaban los discos del restaurante aunque ni siquiera estaba interesado en la música.
Ni en los deportes. Pocas cosas me atraían. Aunque lo que me gustaba nunca fue tan impresionante como lo que hacía por obligación.
—Por como luces parece que no le dijiste nada. —Mis ojos se desviaron en dirección a la mirada rasgada de Tain.
La chica de flequillo y top negro lucía con elegancia una camisa color piel ostentosa que contrastaba con su prenda superior. La mirada que me dirigía era desaprobatoria. Me encogí de hombros hacia ella, cabizbaja por mi decepción personal. Era igual que haber fallado un tiro en el que poco confiaba, pero aún así lo intenté de la forma más mediocre.
—Sanft... —Suspiró, quitando su bolsa del hombro para sentarse a mi lado.
—Lo sé. Soy cobarde. —Admití entre dientes, cubriendo mi rostro con ambas manos.
—Cariño, no digas eso —apoyó sus manos sobre mi frente, haciéndome enfocar el verde de sus uñas—. Aún puedes intentarlo. Debes practicar, dejarlo ir. Owen sirve mucho para eso, no te va a juzgar pues ya sabes cómo es él. No te sientas presionado a ocultar aquello solo porque otros te lastimaron.
—No lo entiendes. No puedo decirlo en voz alta —mis ojos se contrajeron, le pedí que apartara su mano porque comenzaba a agobiarme—. Ni siquiera te lo dije a ti. Solo lo viste cuando no éramos ni amigos, tu reacción tampoco me animó demasiado. Tiraste el vaso de cerveza de golpe, sorprendida cuando viste que era el rubio de primer año deportista.
—Yo estaba media drogada. Era obvio que me iba a sorprender de golpe pero fue una reacción natural. —Bufó ella, quitándome del centro mi bebida para tomar un poco—, Sanft, estabas sangrando y llorando, pero eso no significa que te haya ofrecido mi amistad en ese momento por lástima.
—Me alegra que no hayas gritado pidiendo por ayuda ese día. —Comenté, recordando aquella noche en la fiesta.
Era mi primera fiesta universitaria. No pensaba ir a pesar de todas las invitaciones, también tenía problemas con mi familia por haberme independizado y no quería hacerles mal. Aunque algo fue diferente esa noche, quizás la forma en que mi padre habló sobre los tiempos de ahora o el tono en que lo dijo fue distinto. Les confesé mi pecado en la cena, lo dije en voz alta y grité a los cielos pidiendo sabiduría.
—¡Esto no duele nada, ¿lo saben?! —Grité, golpeándome contra el suelo mientras huía de mis propios gritos para no escuchar cualquier opinión de ellos—. ¡ESTO NO DUELE COMPARADO AL INFIERNO QUE HE VIVIDO EN SILENCIO!
No quise enfrentarlos esa noche, aunque me persiguieron mis padres para llevarme al hospital terminé tomando un taxi y yendo a la fiesta. Entré encapuchado, no quería ser notado así que me encerré en el baño de visitas. Tain entró, fue cuando la conocí y me ayudó a curar la herida en mi cabeza al igual que en mis nudillos.
—No le causes el dolor que vive tu cabeza a tu cuerpo. Si una parte de ti no mantiene el equilibrio no podrá cuidar lo que debe. Al igual que no puedes ayudar a alguien triste si tú te encuentras peor. —Me dijo esa noche, media drogada pero con una sonrisa amplia mientras me echaba el alcohol.
Esa noche conocí a Owen también. Estaba molesto, yo también, fue una breve discusión por algo estúpido de otro desconocido. Tain siempre habló de él todo ese año, parece que se hicieron amigos increíbles. Quería una amistad donde pudiera ser yo mismo, porque sabía que me aceptarían en algún lugar, pero no en el lugar donde esperaba serlo.
—No has vuelto con tus padres, ¿cierto? Sanft, también deberías dejar que te den una explicación. —Recomendó, haciendo énfasis en que yo nunca les llamé de nuevo—, no podemos obligar a que alguien reaccione de la forma en que queremos. Si quieres que ellos respeten tu idea, no puedes pedirles que ellos cambien la suya para aceptarte por completo. Necesitan respetarse.
—Pero tengo miedo de que no me lo digan. De que me sigan odiando en el interior, ¿sabes? —Balbuceé, tomándola de las manos—. Tengo miedo de no ser la excepción para ellos.
—No necesitas ser la excepción de nadie más que tú —pronunció, cerrando los ojos mientras su pecho se llenaba de aire—. Sanft, ser gay no te debería hacer la excepción, no debes darle explicación a nadie ni mucho menos es otra razón para tener miedo. Eres tú, eres feliz. ¿Quieres esa paz en la que ves a todos vivir? No existe una paz absoluta, pero esa libertad se busca solo. Sé tú mismo y no te disculpes por descubrir otra forma de amar.
—Quisiera que fuera tan fácil.
—No es fácil aunque debería.
Tain se fue antes de que la lluvia le alcanzara. Hablaba desde el corazón, veía que los bisexuales eran más sexualizados o discriminados pero a ella le importaba poco lo que dijeran. Me contó que varias amigas se alejaron cuando dijo en voz alta que se estaba interesando por cierta chica, sintieron que Tain les había mentido pero la modelo no entendía de qué hablaban si ella no tenía porqué explicarles.
"Oigan, soy bisexual. Apenas nos estamos conociendo, así que deberían saberlo", era extraño.
Por mi parte, no podía decir en voz alta que me gustaban las chicas porque era traicionarme a mí mismo. Aunque decir que me gustaban los chicos era una traición hacia mi familia, quienes ya estaban planeando hasta mi vida y futuros hijos. Poco a poco lo recordaba, esa noche antes de la fiesta mientras cenábamos, dijeron que encontraron el CD de la obra en la que participé de pequeño interpretando a un chico homosexual.
No soportaban la idea de verme involucrado en ello así que no fueron a mi escuela el día de la presentación. Estaban orgullosos de cómo había crecido, un chico atractivo que era deportista, esperaban que siguiera así y me casara. "Morirás solo si no encuentras una buena mujer".
—Entonces prefiero morir. —Solté, metiendo el pedazo de carne a mi boca para no torturarme con el silencio que había producido.
—No digas eso, hermano. Solo dale tiempo. Yo decía lo mismo y mírame, pasando un fin de semana con ustedes para luego volver con la guapa mujer que me ama —explicó el hombre con rostro similar al mío pero cabello castaño, ajustando su camisa mientras le hacía señas a mis padres pidiendo que fueran pacientes—. No me he sentido solo desde que me casé.
—Ni yo. Me he sentido completo todos estos años. —Habló mi padre, tomando sobre la mesa la mano de mi mamá mientras dirigían sus sonrisas blanquecinas hacia mí.
—Esto es insoportable. —Admití, apartando el mandil de mi cuello para poder retirarme.
Mi padre me tomó del brazo, negándome la salida con su cuerpo y su voz. Teníamos la misma altura ya, aunque yo siempre me sentí más debilucho comparado a su complexión. Me pidió entre susurros que tomara asiento, lo habláramos bien en familia.
—No nos reunimos en vano. —Bufó Stolz, llevando una mano a su frente.
—Hijo. —Mi madre le pidió que guardara silencio.
Me solté de su agarre, girando en dirección a la mesa para vernos de frente mientras trataba con desesperación de quitarme la corbata que se enrollaba a mi cuello como una soga tratando de asfixiarme. Con la misma ansiedad, arrebaté uno de los botones de mi saco mientras ella me pedía que me calmara.
—¡¿Cómo quieren que me calme ahora?! Han pasado 19 años desde que nací y 10 años desde que participé en una jodida obra por decisión propia —elevé la voz, golpeando mis manos contra la mesa por la que rodaba el vaso de cristal—. ¡Ustedes lo han sabido todo este tiempo! Lo único que han hecho por mí ha sido no decirlo en voz alta y presionarme para ser alguien que no quiero.
—Sanft, amor, tenemos que hablar sobre eso. Hay una terapia para personas atraídas por el mismo sexo, me gustaría que la tomaras y tu vida pueda tomar el camino que... —Exploté al escuchar por segunda vez el tema de la terapia para evitar conductas homosexuales.
—Ustedes nunca cambian. —Espeté, arrojando mi saco al suelo mientras buscaba con mis pies la salida de mi propia casa.
Los recuerdos se disipaban en ese momento. Nuestra casa se hallaba entre calles empinadas y algunas privadas. Al cruzar la puerta principal me dirigí al área verde del frente, los gritos de mi madre llegaron al cielo al verme azotar mi cabeza contra las rocas que servían de decoración. Mi hermano y mi padre corrieron para detenerme, aunque yo trastabillé cuesta abajo por no querer enfrentarlos de frente.
No estaba corriendo, tropecé de tal forma en que rodé por la calle mientras seguía golpeando lo que fuera con mis manos. Mi padre fue el único que tuvo el valor de detenerme y gritarme de frente que yo había cambiado, que esa forma de lastimarme no la había aprendido solo.
—¡¿Sabes qué es lo peor?! —Le grité, llorando mientras me sostenía del cuello—. ¡Me hablas como si no fuera tu hijo, pero yo he sido la misma persona desde el día en que me nombraron Sanft Reiter! ¡EL JODIDO SANFT SIGO SIENDO YO!
Sanft, palabra alemana que signifca suavemente. Reiter, el apellido de un cabalgador. Era el niño que cabalgaba suavemente. Yo solo quería eso, ir a mi ritmo.
—Lo siento. —Murmuró él, soltándome para dejarme escapar.
Mis padres no eran malas personas. No me hicieron odiarlos, no tenía nada en su contra. Tal como decía Tain, yo no les podía obligar a ir en contra de sus creencias si ellos no se metían con las mías. Pero aún así se metieron demasiado, fueron las únicas personas aparte de Tain en descubrirlo. Nunca más pude decirlo en voz alta por miedo a revivir aquella noche.
—Dímelo de frente. —Recordé la petición de Owen cuando llegué a mi apartamento después de la lluvia.
No puedo decirte que me gustas desde hace tres años.
~•~•~•~
—¿Entonces qué? ¿De verdad dejaste el equipo? No jodas, Sanft. —La voz del capitán al que nunca le di explicaciones era demasiado para mí en ese momento.
—Ya dejé el uniforme. Gracias por todo, capitán. —Le colgué la llamada, volviendo a la libreta con las asignaciones de sociología de género.
Me sentía encerrado en el dormitorio. Me quité la sudadera a pesar de la alta temperatura por las lluvias recientes. Le dije a mi compañero que jugaba videojuegos en su cama que iba a salir a tomar algo. Me encargó un té helado.
—¡Eres un ángel, Sanft! —Juró, antes de llamarle tres pelos al tipo que lo acababa de aplastar en línea.
Le sonreí, cerrando la puerta hasta suspirar en el pasillo. El aire húmedo me cubrió. Estábamos en un tercer piso, el pasillo era una especie de balcón alargado que me permitía ver parte del campus. También me impulsaba a saltar en ocasiones pero el simple hecho de una muerte de ese tipo me aterraba.
Estás medio tonto, rubio maíz; me repetí.
Di un par de saltos y me dirigí al elevador. Tenía planeado ir a la cafetería que tanto me gustó en esa ocasión. Se hallaba en la manzana de viejitos cerca de la universidad, solo necesitaba tomar el autobús y llegaría allí en menos de 5 minutos. Lo cansado era salir del campus.
Annie cumplió dos años ayer. Gracias por el regalo sin nombre, hermanito.
Borré el mensaje sin poder abrirlo cuando lo vi en mi bandeja de entrada. Estaba orgulloso de ser tío, pero no había visto a la pequeña Annie nunca. Nació al año de que me independicé y no estuve presente, mucho menos en su bautismo. Fui invitado por todos pero las cartas nunca me animaron para hacerme presente.
Hice lo mismo cuando asistía a la primaria con Kurt. Nunca me hice presente porque aunque no quería hacerlo tampoco era capaz de decirlo. Era algo estúpido y maleducado de mi parte.
Tomé el autobús amarillo con café que cruzó a un lado. Pagué mi pasaje, traté de tomar asiento aunque me golpeé con un tubo en lo alto y el asiento fue ocupado por alguien más cuando abrí los ojos. Era una abuelita que me sacó la lengua como una niña, feliz por haber tomado ese lugar. Le devolví la sonrisa, en realidad me causó mucha gracia.
La anciana al rato de 2 minutos hizo espacio entre su bolsa y ella para indicarme que me sentara, pues mi cabeza se golpeaba con cada movimiento que hacía el autobús. Acepté su amabilidad, el cuello me dolía de tanto agacharme.
—Eres un joven bien lindo —me aplastó los cachetes, metiendo un dulce de cacahuate a mi boca—. A mi nieta le gustarías. Aunque tiene como 7.
—No me gustan las chicas. —Musité, soportando mis ridículas ganas de llorar cada vez que alguien me tocaba el tema.
Cabeza de maíz, eres sentimental 24/7, NO JODAS.
—Entonces a mi nieto. —Me sonrió, soltándome para que pudiera comer—, a mí también me gustas y ya soy una vieja. Que a alguien le gustes no significa que estás obligado a corresponderle.
Detrás de sus canas, pude observar la ventana por la que golpeaban las gotas de lluvia. Alguien pedaleaba en la vereda con un impermeable verde. Me incliné al frente mientras la abuelita me repetía que tampoco quería mi cuerpo, pero yo me mantuve fijo tratando de observar quién iba allí.
—Kurt salió. Owen está solo. —Murmuré, levantándome de golpe hasta azotar mi cabeza contra el fierro y casi caer tuerto.
—Se nos muere la jirafa allá atrás. Por favor, joven, ¡ten cuidado! —Gritó el chofer, apartándose el gorro de su cabeza.
—¡Voy a bajar aquí! —Di un manotazo contra el botón, le agradecí a la abuelita y sin esperar a que el autobús se detuviera por completo salté al charco.
Corrí a refugiarme debajo de la parada de autobuses. Me sentía con ganas de correr hasta ese apartamento, aunque al tomar asiento recapacité y me llamé un completo idiota.
—Owen está saliendo con Kurt. A Sasu le gusta... Bueno, a Sasu le gusta todo el mundo, también se me declaró el año pasado; es poliamorosa —mascullé, recopilando la información que tenía—. Tampoco puedes llegar apropósito a la casa de alguien que te gusta si esta persona tiene pareja. Sanft, estuvo mal bajarte solo por saber que Kurt no estaba. Mal, mal, MAL.
Me arrojé una bofetada para calmarme y hacerme entrar en razón. En serio estaba muy mal de mi parte pensar en algo como eso. Owen era un greñudo maleducado que casi todos al verlo pasar murmuraban "hámster huraño y medio pendejo". Pero incluso verlo emocionado por saber a qué sabría el caldo con bombones me parecía de lo más divertido y adorable.
—Entiendo lo que es no decir cómo te sientes —sus palabras detrás de mi oreja—. Toda mi adolescencia fui el chico callado e inteligente que hacía pensar a los demás sobre una masacre por tiroteo a futuro. Era el chico mata perros, bisexual y ansioso. Sigo siendo eso, pero al menos lo digo en voz alta.
Entré al registro de llamadas y busqué el nombre de Owen entre mis contactos de la universidad. Me puse mis audífonos para poder escucharlo sin interrupciones, esperé a que respondiera sin saber qué ibas decirle.
—¿Qué pasó? ¿Buenas o malas noticias? —Me pareció que masticaba con fuerza—. Oh, perdón. Estoy comiendo unos frijoles con palomitas mientras hacía mi tarea. Hacen mucho ruido.
—¿Le echas frijol a las palomitas? —Arrugué el entrecejo, conteniendo las risas.
—Seh, es como comerte la tanga salada del parque Re... —Se detuvo, pensando en lo que decía—. Olvídalo, no entenderías la referencia.
Seguramente no. ¿Una tanga?
—Te llamé para pedirte una disculpa. Hace unos días en el restaurante me diste la oportunidad de decir todas las cosas, aunque era obvio que solo dije una parte —afirmó él también mis palabras con un leve sonido—. Pero últimamente me estoy cansando. No puedo vivir toda mi vida pensando en qué pasaría si lo dijera en voz alta.
Quería estar solo a veces. Quizás quería compañía. No quería sentir que no llenaba las expectativas. Me sentía como aquel síndrome del impostor, siendo menos calificado para realizar ciertas cosas o en ocasiones creía que mis grandes logros no habían sucedido. Alguien más ocupaba mi lugar si se trataba de enorgullecer a alguien, mientras que mi verdadero yo se sentaba en el suelo preguntándose a sí mismo quién era.
Me juzgaba a mí mismo, trataba de encajar en mi propia idealización. Quería deja de ser un impostor.
—¿Sabes, Owen? Las palomitas acarameladas con queso saben deliciosas.
—¿Eh? ¿Hablas en serio? —Sonó emocionado—. Necesito probar eso.
—¿Sabes qué más? —Me reí, apretando el teléfono en mis manos—. Me gustas.
—Tú también me gustas, bro.
—De forma romántica.
La llamada se cortó tras mi oración. Me quedé en profundo silencio, incluso sentí que la lluvia era una especie de soundtrack para ambientar mi trágica declaración al teléfono. Estaba comenzando a ponerme melancólico.
Mi teléfono comenzó a vibrar. Contesté de inmediato al ver su nombre.
—PERDÓN, ME PANIQUEÉ Y COLGUÉ. —Gritó con velocidad, lastimando mis tímpanos—, Ah, estoy gritando. Lo siento.
—Lo lamento yo. No debería estarte molestando con estas cosas, ni asustarte de repente. Sé que tienes novio, encima me costó demasiado lograr una amistad contigo y ahora por algo como esto ocasiono un problema más grande —suspiré repetidas veces, exaltado por todas las pequeñas cosas que iba apilando en mi vida y en cualquier momento caerían sobre mí—. No pude contenerme cuando te até el cabello. Soy un idiota que ni siquiera podía realizar esa acción sin sacar de mi mente lo mucho que me gustabas.
Volvió a colgar.
Podía escuchar la canción en flauta de los memes tristes acompañarme. Esa noche me iba a embriagar solito. Iba a llorar, beber, comer lo que quisiera y terminar mi tarea con dos grandes bebidas energéticas.
—ESTA VEZ FUE UN ACCIDENTE. —Gritó de nuevo al entrar la llamada—, ¡PEGUÉ MI MEJILLA AL CELULAR Y SE CORTÓ!
—Siento una profunda herida... —Me reí, tratando de desviar un poco el tema.
—Es que de repente mi celular se vuelve loco. Se me cayó dentro de una pecera hace 7 días y ya anda derrotado —me contó lo que sucedió—. Fue súper random, en serio, y me enojé mucho. Ya ni en Minecraft me enojaba así cuando me caía en la lava con todo mi equipo encantado para minar.
—Ugh, yo entro en una depresión severa cuando pierdo mi pico de diamante en la lava. —Me dieron escalofríos.
—Así que te gusto.
—Me gustas. —Afirmé.
Era como cualquier persona enamorada al decir eso. Esperaba que lo dijera de también. Quería escucharlo decir "yo también te amo" aunque sabía que esas palabras no vendrían de regreso.
—¿Puedes tomarte el tiempo de pensarlo? —Cubrí mi boca para dejar de decir cosas imprudentes.
—No puedo. Decirte que lo voy a pensar te mantendrá en un duelo por varios días —su voz se oía agotada, casi esforzándose por darme una respuesta—. Sanft, no puedo quererte de esa forma. No me gustas. Tengo que rechazarte.
Esa respuesta me gustaba más que lo que alguien me habría respondido si no fuera Owen. Quizás habrían excusas como "Es que tengo novio" o "Me gusta demasiado tal persona". Una respuesta clara como el no gustar en grande era suficiente para mí.
—Entiendo... —Acepté, contrayendo mi mano sobre mi pierna húmeda por el rocío.
—Gracias por gustar de mí. Sanft, también, no olvides no obligarte a ser quien no eres.
Le devolví el agradecimiento. Fue dulce conmigo, aunque él se dijera ácido. Al colgar la llamada, contesté por inercia a la segunda que entró sin siquiera leer el nombre.
—Mi niño, al fin respondes. El cumpleaños de tu madre es en tres días y queremos hacer una gran barbacoa. Trae las cervezas y emborrachémonos con el abuelo Ritz. —Pude sentir la emoción que emanaba su voz, traspasándome como una ola de agua adentrándose en cada fibra de mi piel.
—Tú me dices cuantas, papá. ¿Voy de smoking o informal está bien? —Recibí su afirmación sobre ir casual—. Vale, allí estaré. Gracias por invitarme. Te quiero.
• • •
Omg, demasiado en un capítulo.
Ni qué decir, Sanft es un personaje que me gusta mucho y el que piensa más normal en esta historia, GAHAHAHA. Kurt parece sacado de Animal
Planet y Owen es súper curseado. 😂 Tain no se salva, sus pensamientos son súper randoms dignos de una changa.
Comparto estos bellos dibujitos que, aunque aún no sé quién los pidió en un sorteo, me fueron entregados por la dibujante. DEBO DECIR QUE SON BELLÍSIMOS. Siento que el primero refleja a la perfección como Kurt mira a Owen.
Y bueno, Owen está demasiado metido por Kurt que va a ser difícil sacarlo. ¡Tengan un lindo viernes! <3
~MMIvens.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top