Tercera Visita

En la tercera visita confirmé que no era un evento aislado, ni se trataba de un invento de mi cabeza.

Lo vi parado a los pies de la cama. Me observaba como un maniquí. No parpadeaba, ni respiraba. El rostro no tenía ninguna expresión.

Mi respiración se aceleró tanto que me dolía el pecho.

Regresé al antiguo refugio infantil debajo de las cobijas. Lloré y encontré un poco de consuelo al pensar: “Al menos no puede tocarte.”

Pronto ese consuelo se esfumó.

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