La Fiesta
¿Lo maté por venganza? Quiero pensar que no, aunque disfruté asesinarlo. También me horroricé al ver lo cruel que yo podía ser. Aunque sea difícil de creer yo lo amaba. Él podía llegar a ser todo un príncipe. Como cuando se le ocurrió dar una gran fiesta.
Él había llegado con un vestido azul hermoso y un juego de joyas que combinaban. Siempre fue detallista y amaba comprar pequeños regalos. Yo amaba lucir todo lo que me regalaba así que cuando me habló de realizar la fiesta acepté de inmediato. La preparación fue laboriosa, pero juntos logramos que todo quedará perfecto.
Queríamos caerle bien a los nuevos vecinos y celebrar con las viejas amistades la adquisición de nuestra casa.
La alberca era mi lugar favorito. Siempre deseé tener una, así que propuse que celebráramos ahí. Después de todo la alberca era la razón por la él había comprado esa casa.
Mandamos a colocar las mesas alrededor de la alberca. La tarjeta quedó casi saturada, pero el lugar y la fiesta estaba tal y como la queríamos. Yo estaba feliz y él también lo parecía.
Me besaba la cabeza de vez en cuando y tarareaba canciones.
En la fiesta, la voz de Dan Reynols estaba de fondo entre las conversaciones y yo con la copa en la mano me paseaba entre nuestros invitados. Conversaba con los grupitos que se formaban. Entre el murmullo de las personas me regodeaban al escucharlos decir lo hermosa que estaba la casa y cuan maravillosos éramos los anfitriones.
Me serví otro poco de vino. Busqué a mi esposo entre la multitud. Teníamos que brindar juntos por la exitosa fiesta. Cerca de la mesa de aperitivos lo encontré conversando con uno de los vecinos, no recordaba su nombre. Lo que sí sabía era a lo que se dedicaba: agente financiero. Al acercarme el agente sonrió, mi esposo no. Me quedé escuchando en silencio la conversación, todo parecía estar dando vueltas. Mi esposo alardeaba sobre las supuesta buenas inversiones que había hecho en el pasado. Que por cierto fueron tan malas que tuvimos que vender nuestro auto para sobrevivir. Gracias a mis ahorros y a las tarjetas logramos sobrevivir a esa mala racha. No pude evitar reírme.
—¿Tiene algo de gracioso, querida? —dijo mi esposo.
—No, es que, amor, ¿qué buenas inversiones?, eras pésimo —dije y de inmediato me arrepentí al ver la mirada furiosa que me echó. Me disculpé y fui al tocador.
Una vez que todos los invitados se fueron, él me llamó. La verdad había tomado tanto que ni recordaba el incidente con el agente financiero. Al acercarme a él me dio directo al estómago con el puño cerrado. En automático escupí y caí al suelo. El sabor del vino lo sentí en el paladar. Deseaba estrangularlo, pero en lugar de eso solo me quedé como una idiota tirada en el suelo.
—¡Nunca vuelvas a avergonzarme! ¿Entiendes, perra? —dijo tomándome del pelo.
Solo pude asentir.
Él siempre fue cuidadoso de que los cardenales estuvieran ocultos para no manchar nuestro impecable matrimonio. Manteníamos ese teatro ante nuestras familias y vecinos porque amábamos ser la envidia de todos.
Al igual que podía ser dulce también llegaba a ser un monstruo. Un momento nuestro día parecía soleado y luego todo se nublaba. Después se disculpaba y repetía: “Lo siento, no sé qué me pasó. Te amo”. Esas palabras acaban con la pelea y nos llevaban a la cama. Era una especie de rutina enfermiza que ambos conocíamos.
El amor actuaba como una cadena. Quizá si me hubiera ido otra sería la historia. Él no estaría muerto y yo no sería atormentada por su espíritu.
Cuando iniciaron sus visitas pensaba que había perdido la cabeza. Claro, de noche mis dudas desaparecían con su presencia. He tenido que hacer cosas horribles para librarme de él. Solo funcionan por unos días, pero con eso me bastaba para dormir un poco.
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