Capítulo XXI


Desperté unas horas después del mediodía con mi vieja amenazándome con échame un valde de agua en la cara para levantarme. Todo lo que había ocurrido esa madrugada parecía un sueño fantasioso sacado de alguna mala película. Parte de mí dudaba de que de verdad hubiera pasado, sin embargo, una nota sobre una bolsa negra en mi mesa de noche, confirmaba que no había sido un sueño.

Si quieres ayudar a tú Camilita, deshazte de esto y yo haré el resto.

F.

Dentro de la bolsa se encontraba la ropa que Fátima había usado la noche anterior, la sangre ya estaba seca y también, había dos jeringas usadas.

—¿Qué has hecho, Fátima? —pregunté para mí mismo, mientras inspeccionaba la ropa.

A partir de ese momento, comenzó una tóxica relación con la mujer de mi vida y sus compañeros. Proteger a Camila por las noches se convirtió en una rutina, cada vez que ella salía de la casa como alguien diferente, yo la seguía o acompañaba.

Intenté ponerle reglas a Fátima, pero eso siempre fallaba; así que me hice amigo de Julián y, en algunas ocasiones, concretábamos citas para beber una cerveza en el mismo viejo restaurante y de alguna forma, él se las arreglaba para dominar a nuestra molesta amiga.

Aprendí que él era una identidad protectora y que adoraba a Camila como si fuese su hija, siempre se esforzaba por que nada malo le sucediera y estaba tan preocupado como yo por las salidas de la descontrolada Fátima.

Entendí que mientras conseguía que Camila aceptara su enfermedad debía lograr que mi amigo español tuviera más control por las noches, sin embargo, esto no resultaba tarea fácil cuando el estrés embargaba su ser, ya que era allí donde Fátima siempre salía y lograba doblegar a Julián.

Las pocas noches en que no podía seguir a Fátima —ya fuera por la camioneta averiada o porque ella misma me sedaba con lo que fuera que tuvieran esas malditas jeringas—, eran las noches en las que ella volvía con algún rastro de sangre y un insaciable apetito sexual.

El ciclo siempre se repetía: llegaba nerviosa o confundida, quizás hasta bajo los efectos de alguna droga; yo la bombardeaba de preguntas y ella me hacía olvidar todo a punta de caricias, pasión y fuego.

Me convertí en un pendejo atrapado bajo sus encantos hasta que llegó el día en que la verdadera Camila se entregó a mí. Esa noche, fue como si me quitaran una gruesa venda de los ojos, el sexo con ella no era ni una pizca similar a lo que había experimentado con Fátima.

Mis relaciones con Fátima estaban cargadas de ira, de intensidad y de deseo. Éramos dos titanes, enfrentándonos por ver quien conseguiría el control y la mayoría del tiempo, ella ganaba; no había amor, ni ternura, solo lujuria, solo caos.

En cambio, con Camila sentí que tocaba el cielo por un momento. Ella era pureza, paz e inocencia; representaba todo lo bueno que jamás pudiera haber imaginado. Una sola noche con ella, me hizo olvidar tantas noches que había compartido con Fátima y fue lo que me ayudó a finalmente romper aquel toxico hechizo con esa mujer.

Lamentablemente, recuperé la razón muy tarde, diría que demasiado; porque esa misma noche en que Camila y yo hicimos el amor por primera vez, fue cuando me di cuenta de que todo ya se había ido al carajo. También fue, la misma noche en que asesinaron al comisionado.

De lo que más me arrepentí fue de haberme dejado ganar por el cansancio y quedarme dormido profundamente, Fátima había salido y solo me desperté con el sonido de la moto justo cuando acababa de regresar. Adormilado, corrí a su encuentro y cuando se percató de mi presencia, me miró con ojos desorbitados, mientras que en sus manos sostenía un puñal envuelto en una toalla ensangrentada.

—Tranquila, Fátima, estás segura aquí —susurré, con las manos en alto.

Intenté que mis ojos se mantuvieran en su rostro, que no notara mi preocupación al ver tanta sangre en su ropa, ni las mil de preguntas que comenzaban a despertar en mi cabeza.

—N-No es lo que parece —balbuceó.

Lo que más me confundía de ella, era el hecho de que su acento y tono de voz eran iguales a los de Camila. Supongo que eso fue una de las cosas que consiguió hacerme caer en sus redes desde el principio.

—Fátima, suelta el cuchillo —rogué—. Nadie va a lastimarlas aquí, están seguras.

Sus manos temblorosas dejaron caer el puñal y por primera vez, vi una chispa de terror en su mirada.

—Mi vida, ¿estás bien?, ¿alguien te lastimó?

Miró sus manos y luego palpó su cuerpo con ellas.

—N-No, no tuvo tiempo, creo.

—¿Podría saber qué pasó?

Su boca se abrió y cerró varias veces, a la vez que sus ojos divagaban a su alrededor como si buscaran alguna respuesta lógica.

—L-Lo descubrí —balbuceó—. C-Creí que era mi imaginación, que Camila se lo estaba inventando, pero si existe.

Precavido, di unos pasos hacía ella.

—Fátima, quiero ayudarte, pero necesito saber de qué hablas.

Se rio con ironía, unas cuantas lágrimas brotaron de sus ojos y sus palmas temblaron con más intensidad.

—¡No puedes ayudarme! —gritó—. ¡Tampoco puedes ayudar a Camila! ¿Acaso no lo ves? —Señaló la sangre en su ropa—. ¡Él hizo esto!

Terminé con la distancia entre nosotros y la tomé por los brazos.

—¡¿Quién, Fátima?!

Se deshizo de mi agarre y tomó distancia, peinándose su cabello enmarañado con ambas manos.

—Los mató, los mató a todos —murmuró, caminando de un lugar a otro.

—¡Fátima, por favor ¿de qué carajos estás hablando?!

Detuvo su marcha y corrió hacia mí, tomó mi rostro entre sus manos y dijo:

—Por favor, por favor —suplicó—. No hagas más preguntas. Él ya está aquí, ahora puedo sentirlo, de verdad lo siento..., si existe.

—¿Quién...

—Shhh —Su mano tapó mi boca—. Por ahora le agradas, pero si sigues entrometiéndote puede que cambie de parecer.

—Fátima...

—Intenté detenerlo —jadeó—. Julián también lo intentó..., ¡ay, Julián!

—¿A quién intentaron detener?

Fátima sollozó a la vez que más lágrimas brotaban de sus ojos. Cayó al suelo de rodillas, como si su cuerpo se hubiera quedado sin fuerzas, como una delicada muñeca de trapo.

—Fátima, ¿qué pasó con Julián?

—¡No lo sé! ¡Todos hablaban al mismo tiempo! ¡Todos queríamos salir del desván! —lloriqueó—. ¡Él ganó! Se aprovechó de nuestra confusión...

—¿Quién, Fátima? Permíteme ayudarte, dime ¿quién ganó?

—No quería que lo hiciera, intenté detenerlo, de verdad, pero también sé que se lo merecían, todos se lo merecen...

—Mi vida, por favor, ¿qué pasó? Puedes decirme, yo te protegeré, puedes confiar en mí.

Fátima sonrió y tragó en seco, luego concentró la mirada en sus manos y dijo:

—No puedes protegerme, nadie puede detener al Ánima.

Se desmayó justo después y en lo único que pude pensar, fue en cumplir con lo que le había dicho: la protegería. La cargué entre mis brazos, la llevé adentro, la limpié, destruí toda evidencia de cualquier crimen que hubiera cometido y la llevé de regreso al granero.

Con eso, mis planes de hacerle entender a Camila que sufría de una enfermedad, se fueron a la mierda. ¿Cómo podía decirle que una de sus identidades era una asesina? Caí de nuevo en un bucle de toxicidad, donde mentirle a la mujer de mi vida era necesario para protegerla, o al menos, eso es lo que me obligaba a creer ya que mi conciencia y sentido común, gritaban por todos mis poros que había terminado convirtiéndome en su cómplice.

Sin darme cuenta, la mentira se convirtió en un patrón en mi vida, un hoyo negro del cual cada vez me era más difícil salir. Cuando el detective González fue a interrogarnos a la hacienda, era el momento perfecto para decirle todo lo que sabía, de hecho, él mismo me había dado la oportunidad de confesarme en privado.

—Mas te vale que tengas una explicación lógica para toda esta mierda, Simón Chirinos, o me los llevo a los dos ahora mismo al cuartel —me amenazó González antes de marcharse.

Camila no tenía la culpa de lo que había hecho, sufría una enfermedad y necesitaba ayuda que yo no podía darle, lo más probable es que no fuera a prisión y que terminara en alguna institución psiquiátrica, pero imaginármela sola en un lugar como esos, me convenció de seguir mintiendo.

—Camila sufre un trastorno de personalidad múltiple —admití—. Fátima es una de sus personalidades, pero puedo asegurarle que es inofensiva,

González me escrutó con su mirada de halcón, esa que había mantenido durante toda la visita.

—Debo agradecerle por no exponerla más, como se ha dado cuenta, Camila no está al tanto de lo que le ocurre —agregué.

—Sabía que había algo raro con esa tal Fátima —mascullo—. Pero jamás me imaginé algo como esto. Entonces, ¿la señorita Castillo no sabe nada de ella? —insinuó con incredulidad—. Me parece algo absurdo, no tengo ni la más puta idea sobre trastornos mentales, pero ¿es posible?

—Es diferente para cada persona —expliqué, tratando de mantener la calma—. Camila fue diagnosticada hace años, pero jamás lo ha aceptado y como ya era mayor de edad y no fue considerada una amenaza para la sociedad, nadie pudo obligarla a recibir tratamiento.

A pesar de que esa parte de la historia era real, no pude evitar sentir el peso de mis omisiones en mi garganta.

—Fátima solo aparece cuando está estresada o ansiosa —continué—. Pero no es peligrosa, se lo juro.

—Y supongo que la noche del asesinato del comisionado, ambos tienen coartadas —meditó el detective—. Estuvieron juntos, ¿no?

Asentí, si hablaba, estaba seguro de que diría lo que en realidad había ocurrido.

—De acuerdo. Lo hablaré con mi compañero y de ser necesario, debe saber que volveremos —aseguró—. Y si lo hacemos, tenga por seguro de que no nos importará si la señorita acepta o no su enfermedad. Esto es una investigación policiaca oficial, no solo murió el comisionado Abud, sino también tres hombres más, no podemos considerar el bienestar de una sola mujer sobre todo un pueblo. ¿Entendido?

—Comprendo perfectamente, detective.

Una parte de mi ese día, quiso huir con Camila apenas los oficiales se marcharon. Debí hacerlo, quizás de haberlo hecho Yulimar no habría arruinado nuestra relación.

—¿Simón?

La voz de Camila me sacó de mis recuerdos, mis cavilaciones y de la sexta cerveza que tenía en la mano. Estaba en el granero, acostado en mi cama bebiendo toda la cerveza que tuviera al alcance en mi mini bar.

Después del desesperado intento de Yulimar por volver conmigo, Camila terminó conmigo y me exigió que ni intentara hablar con ella, así que grande fue mi sorpresa cuando asomó su cabeza por mi habitación. Sin embargo, mi alegría se desvaneció al percatarme de su atuendo, solo llevaba puesta mi camisa y nada más.

—¿Qué quieres, Fátima? —mascullé, bebiendo de un trago lo que quedaba de mi cerveza.

—Bombón, sé que estás molesto, pero no la pagues conmigo.

Se acercó a la cama seductoramente y al llegar a esta subió sobre ella, gateando hasta mi como un gato.

—Fátima, no.

Acomodada a horcajadas sobre mi regazo, llevó su dedo índice a sus labios y lo mordisqueó con lascivia.

—¿Estás seguro? —ronroneó—, creo que necesitas un cariñito para contentarte.

Intentó desabotonarme el pantalón, pero la detuve.

—No estoy de humor —mascullé, quitándomela de encima.

Fátima resopló he hizo una pequeña rabieta a mi lado, cruzando los brazos sobre su pecho.

—¿Crees que ese detective vuelva? —mencionó.

El cambió de conversación no me sorprendió, así era ella.

—Es probable. Le aseguré que eras inofensiva pero no creo que quedara convencido.

Fátima mantuvo silencio, mientras se acurrucaba a mi lado, apoyando su cabeza contra mi hombro.

—Si sabes que yo no maté a nadie, ¿cierto?

Resoplé, conforme acariciaba su cabeza y luego besaba su frente.

—Lo sabría si fueras sincera conmigo, aunque sea por una sola vez.

Molesta, Fátima se alejó de mi lado y me fulminó con esa mirada muerta, demostrándome una vez más porque no podía confiar en ella sin importar cuantas palabras bonitas me dijera. Era volátil, impulsiva e impredecible, podía amarme y en tan solo un pestañeo odiarme con la misma intensidad.

—Siempre he sido honesta contigo, Simón Antonio. Siempre. Tu eres el que me engañó desde el principio.

—¿Disculpa?

—Amabas a Camila, siempre lo has hecho y aun así te aprovechaste de mi —masculló, incorporándose de la cama por completo—. ¡Yo soy tan buena como ella! ¡Incluso mejor!

En un segundo la situación se tornó caótica y Fátima, cargada de furia, arrasó con cada uno de mis muebles. Cada vez que intentaba acercarme a ella para detenerla, me arrojaba cualquier cosa que tuviera en las manos.

—¡Hasta aquí llegó tu jueguito con nosotras, Simón Antonio! —gritó, antes de irse.

Me quedé ensimismado en los destrozos, con un remolino de emociones haciendo estragos en m interior. Lo que menos deseaba era molestarme con ella, al fin y al cabo, una pequeña parte de Camila vivía en la personalidad de Fátima y lo ocurrido era el resultado de su ira.

Sin embargo, estaba agotado de tanta mierda. Amaba a Camila, pero mi paciencia había llegado al punto en que ya todo me importaba una grandísima mierda. Estoico, salí del granero sin mirar atrás.

Eran casi las seis de la tarde y mi vieja barría el porche con Evaristo a un lado.

—Mijo, ¿qué fueron esos gritos? ¿Todo bien?

Le respondí gesticulando con mi mano, sin ánimos de entrar en detalles y monté en la moto. Trató de detenerme con miles de preguntas más, pero tenía oído sordo a sus palabras. Necesitaba alejarme de ese endemoniado lugar y conduje mi moto a máxima velocidad, como si fuera capaz de huir de los recuerdos, de mis problemas y, sobre todo, de mi consciencia.

De haber podido hubiera llegado más lejos, pero mi poca gasolina solo fue capaz de acércame al Junquito. Tuve la intención de recargar la moto y seguir manejando hasta donde me llevara el viento, pero ese corto momento en la fila para reponer el combustible me hizo dar cuenta de que nada resolvería con eso.

Ya lo hecho estaba hecho, y los muertos, no podrían revivirse. Había arruinado mi vida y la de mi familia por una mujer, con la que ni siquiera tendría nunca un final feliz.

Sabía cuál debía ser mi siguiente paso, pero aún no estaba listo para afrontarlo y esa pequeña negación fue la que me llevó al restaurante favorito de Fátima. Tal vez, mi subconsciente se esforzaba por disuadirme y hacerme recuperar la esperanza, o quizás solo era un maldito masoquista que disfrutaba torturarse con más reminiscencias de los buenos momentos.

—¿Simón?

Una familiar voz femenina interrumpió mi bebida, un segundo trago de ron añejo.

—Ahora no, Milagros. Quiero estar solo.

Milagros, la mejor amiga de Yulimar, rascó su cabeza y arrugó el ceño.

—Pero, ¿Yulimar no está contigo?

—Estuvo hace un rato en la hacienda, ¿por qué?

—Es que, ella me dijo que te vería esta noche.

—¿Disculpa?

—Sí, me dijo que le mandaste un mensaje para que fuera a la hacienda.

Busqué entre mis bolsillos y no encontré mi celular, enseguida recordé el espectáculo que Fátima había montado en mi habitación y el miedo comenzó a invadirme. Bebí de un trago lo que me quedaba de bebida y pedí la cuenta.

—Es cierto, le escribí, ¿cómo se me pudo olvidar? —mentí para su tranquilidad.

Luego, abandoné el restaurante como alma que lleva el diablo. El mal presentimiento aumentó cuando en la vía La Niebla, se me unieron unas cuantas patrullas del CICPC. «No, no, no, no, Camila, no», dije en mi interior, mientras aceleraba todo lo que podía.

Lamentablemente, llegué después que las patrullas. Acababan de revisar la casa entera, y mis padres, junto a don Evaristo, esperaban afuera con el terror marcado en el rostro.

—¡Viejos! ¡¿Dónde está Camila?!

—Eso mismo queremos saber nosotros —exclamó el detective González, acompañado de su jefe regordete y Rosales.

Llevé mis manos a la cabeza, miré a mi alrededor y a lo lejos vi el jeep de Yulimar. A pesar de que ya había decidido hacer lo correcto, en mi interior la lealtad y el amor por Camila, se esforzaban por sofocar mi razón. Ella no tenía la culpa de estar enferma, pero... ¿Yulimar merecía morir por un beso? ¿Cuánta gente más tenía que morir para que pudiera abrir los ojos?

—Creo que sé dónde está...

N/A: Respuestas y más respuestas, ¿se imaginaban todo esto?

Estamos a solo dos capítulos del final :) Ha sido un lindo viaje y espero que lo estén disfrutando

¿Te gustó este capítulo? ¡Recuerda que tus votos y comentarios son mi gasolina!🧡

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