Capítulo XVI

El lunes en la mañana me desperté decidida a tomar las riendas de mi vida. La visita del Gringo había cambiado los planes y ya era hora de resolver la situación, mis acreedores no tardarían en aparecer y el tiempo se me estaba acabando. Además, el breve respiro que me había dado la muerte del comisionado no duraría para siempre.

Simón y yo estábamos preparados para bajar a Caracas a visitar agencias inmobiliarias y poner en marcha la venta. Decidimos al menos avanzar en eso, mientras se arreglaban los papeles de la propiedad.

Justo estábamos subiendo a la moto, cuando el sonido de un coche acercándose por el camino de tierra alteró nuestros planes. A lo lejos, un jeep negro se divisaba en la carretera, Simón y yo intercambiamos miradas al leer el vinilo que decoraba el vidrio delantero del coche.

—¿Se habrán perdido? —inquirió Simón. No sabía si era mi imaginación, pero percibí cierto tono nervioso en su voz.

Era la primera vez en mi vida que veía una patrulla del CICPC por los alrededores. Por algún motivo, un mal presentimiento revolvió mis entrañas. Me sentía nerviosa sin ninguna razón en específica, era como cuando vas a tomar un vuelo y, aunque sabes que no tienes sustancias ilícitas en tu equipaje, aún te da miedo que los empleados encuentren algo en las requisas de rutina.

La patrulla no tardó en llegar a nosotros y estacionar justo al lado de la moto. Del vehículo emergieron tres hombres tan diferentes como el agua y el aceite. El mayor, era regordete y un poco más bajo que yo; vestía un traje viejo, pero impoluto y, a pesar de que el Jeep parecía tener aire acondicionado, su tez estaba colorada y sudaba a chorros.

El segundo hombre aparentaba tener al menos unos diez años menos que el primero. Su piel era tostada al igual que la de Simón y definitivamente se notaba que hacía ejercicio algunas veces a la semana; vestía el típico uniforme negro del CICPC y cargaba su arma a la vista, colgando de su cinturón. Su mirada era afilada, decidida y cargada de confianza, aunque bajo aquellos ojos negros reposaban dos enormes ojeras.

El tercero no tenía tantas canas como sus compañeros, era el más joven, supuse; también, el más agraciado. Vestía el mismo uniforme del CICPC y tanto él como el segundo hombre, enseguida me observaron de pies a cabeza con suma intensidad.

A pesar de que era claro cuál de los tres hombres tenía mayor rango, algo me decía que el más avispado era el segundo. Su mirada era la de un ave de rapiña lista para atacar a su presa.

—¡Buenos días, ciudadanos! —exclamó el mayor con una sonrisa—. ¿Se encontrará el dueño de la propiedad?

—¿Para qué lo busca? —preguntó Simón.

Se colocó frente a mí, como si tratara de protegerme de los recién llegados, al mismo tiempo los oficiales más jóvenes lo evaluaban tanto como lo habían hecho conmigo.

—Soy el detective en jefe, Rafael Martínez, y mis compañeros aquí presentes son los detectives Gabriel González y Andrés Rosales. Estamos visitando las haciendas de la zona que tuvieron contacto con el comisionado del ministerio de agricultura, Joffre Abud —explicó Martínez con seriedad—. Tenemos registros de que el comisionado vino a esta propiedad hace unas semanas, así que nos interesa hablar con las personas involucradas en la visita.

—Pues, nos agarró de salida, tendrá que venir otro día —replicó Simón.

—Ciudadano, creo que no está comprendiendo —intervino el detective González.

El vivaz funcionario se acercó a nosotros todavía con ambas manos en el cinturón, su actitud no era altanera, pero sí muy soberbia.

—Esta no es una visita social, es una investigación oficial —agregó González—. No le estamos pidiendo que nos regalen un poco de su tiempo, estamos exigiéndolo.

González escrutó mi rostro, como si intentara decirme algo con su mirada o buscara algo en mis ojos; un escalofrío recorrió mi cuerpo, acompañada de una peculiar sensación de dejá vú.

Los hombros de Simón se tensaron al igual que sus bíceps, no podía ver su expresión estando a sus espaldas, pero sabía que no debía estar muy contento. Antes de que su impulsividad iniciara un problema más grande, lo tomé por el brazo e intervine:

—Una disculpa, detective. Desconocíamos la seriedad de la visita, con gusto cooperaremos en lo que necesiten. Mi nombre es Camila Castillo, soy la dueña de la propiedad y él es Simón Chirinos...

—Su novio —masculló el aludido.

Tal declaración me cayó como un globo de agua en la cara, pero no mentiré, la ferocidad de sus palabras despertó un delicioso calor en mi pecho.

—¿Camila Castillo? —murmuró González.

—Nos dijiste que te llamabas Fátima —intervino Rosales.

—¿Fátima? Disculpen, creo que se están confundiendo —aclaré, con el recuerdo de los sucesos del sábado muy presentes en mi memoria—. Jamás los había visto en mi vida y mi nombre no es Fátima.

—Pero si el viernes pasado nos vimos en el restaurante y...

Rosales comenzó a hablar, pero González lo detuvo.

—Claramente nos hemos equivocado, compañero —aseveró González—. Confundimos a la señorita con otra persona.

—Es correcto —masculló Simón—. Camila no salió el viernes de la hacienda, vieron a alguien más.

Una conversación inaudible se desarrolló en las miradas de Simón y el detective González mientras la tensión de ese peculiar momento crecía con cada segundo que pasaba. El detective en jefe Martínez, tan extrañado y confundido como yo, fue el encargado de romper esa burbuja con un incómodo carraspeo.

Lo menos que quería era alargar esa curiosa visita, así que al terminar las presentaciones invité a los oficiales al porche de la casa sin hacer más preguntas sobre esa tal Fátima, aunque honestamente ya no me parecía nada normal que me confundieran con otra persona, algo raro estaba ocurriendo y la curiosidad ya se había plantado en mi interior.

Como todas las mañanas Antonia se encontraba en el porche de la casa junto a mi abuelo, el cual ya había terminado de desayunar. Nuestra mejor opción era mantener a los oficiales contentos y ser lo más cordiales posible con ellos, así que, con ayuda de Toña les ofrecimos café y algunos panecillos a los recién llegados; luego la madre de Simón y mi abuelo nos dejaron a solas.

En Venezuela, un país donde la corrupción y el abuso de poder reinaban, era común tenerles más temor a los organismos de la ley que a los mismos ladrones. Era bien sabido que la policía, el CICPC, el SEBIN [*], la guardia nacional o cualquier otro organismo similar, habían perdido su verdadera razón de ser y que, solo veían por los intereses del gobierno.

—De acuerdo, señorita Castillo —exclamó el detective Martínez—. Tenemos entendido que el comisionado Abud vino hace tres semanas aproximadamente.

—Sí, casi tres semanas, creo.

—Según los archivos del comisionado, esta hacienda pasó por una inspección que no aprobó por irregularidades en los documentos, ¿es eso cierto?

Me removí en el asiento, sintiéndome de pronto frente a un juez; no obstante, no era la pregunta de Martínez lo que me incomodaba, era la mirada inquisidora de González que escrutaba cada una de mis expresiones y las de Simón, quien estaba sentado a mi lado.

—Así es.

—También el comisionado les hizo saber que el gobierno tenía intenciones de comprarles la propiedad —continuó Martínez.

—Expropiar —corrigió Simón—. Nos hizo saber que el gobierno tenía intenciones de expropiar la propiedad.

—De acuerdo, me imagino que eso fue... —El detective gesticuló a su alrededor con una mano, como si buscara en el aire las palabras—. Fue desesperante para ustedes ¿no? No todos los días te dicen que te quitaran las tierras que han pertenecido a tu familia por generaciones.

Sentía que caminaba sobre hielo delgado, cualquier palabra que dijéramos o gesto mal hecho que hiciéramos, nos pondría en la mira de aquellos halcones. Estaban buscando a quien culpar por la muerte del comisionado y era obvio, quienes serían los que más se beneficiarían de aquel suceso.

—Así es, creo que para cualquier persona sería una horrorosa noticia —respondí con fingida parsimonia.

—Supongo que la muerte del comisionado les cayó como anillo al dedo —mencionó Martínez.

Mi careta de serenidad estuvo a punto de caerse. Nunca fui buena para mentir ni mucho menos para tolerar preguntas bajo presión. Mi boca entreabierta y la falta de oxígeno estuvieron a punto de delatarme, pero Simón tomó mi mano e intervino:

—De hecho, no. El comisionado era solo un peón en un juego de ajedrez. ¿Creen que el gobierno dejará la hacienda en paz con su muerte? En unas semanas conseguirán un reemplazo y otro vendrá a continuar con su trabajo.

Los tres detectives intercambiaron miradas. El silencio de González y su expresión inescrutable eran perturbadoras. Lo que fuera que estuviera cocinándose en su mente, me tenía en ascuas. Intenté convencerme de que no había nada por lo que temer, pero mi desconfianza en aquellos funcionarios era más grande.

—Según testigos que estuvieron presentes ese día —intervino González—. La situación se tornó algo tensa entre ustedes.

—¿Cómo no podría? ¿Ustedes le invitarían un café a quien quiere expropiarles su hogar? —replicó Simón.

—No, por supuesto que no —contestó González—. Pero creo que tampoco sería prudente romperle la nariz.

Simón sonrió con esa misma sonrisa irónica que apareció en su rostro antes de que las cosas se caldearan con el comisionado. Se arrimó un poco más al filo de su asiento e inclinó hacía González.

—Quizás, detective, tendría que estar en mis zapatos antes de asumir situaciones —masculló Simón—. Sí, golpeé al comisionado, pero no fue por la expropiación. Lo golpeé porque le insinuó a Camila solucionar la situación a cambio de sexo. Dígame, si le hicieran una propuesta como esa a su mujer en su presencia, ¿se quedaría tranquilo?

En esta ocasión, solo los detectives más jóvenes intercambiaron miradas.

—Creo que ya tenemos suficiente —exclamó Martínez.

—Si me permite, jefe. Yo todavía tengo algunas preguntas —replicó González.

—Tenemos suficiente, González —insistió Martínez—. Les agradecemos por su cooperación y, en caso de necesitarlos nuevamente para corroborar la información, volveremos.

El trío se incorporó, aunque la frustración de González era palpable. Los acompañamos de regreso al jeep, sin entrar en muchos detalles en la despedida. No sabía qué pensar sobre la urgencia de Martínez por marcharse, ni el interés de su subordinado en hacer más preguntas, lo que sí tenía claro, era el mal presentimiento que revoloteaba en mi estómago.

—Señor Chirinos, ¿me permite unas palabras en privado? —inquirió González una vez su jefe y compañero subieran al coche—. Será rápido, lo prometo.

Simón se encogió de hombros y apretó con suavidad mi mano. En su mirada, pude leer un: «todo está bien» y fingiendo serenidad, dejé que se alejara con el detective. Ambos hombres hablaron por unos cuantos minutos. La expresión de González era inescrutable mientras que Simón me daba la espalda, no pude descifrar ni una pizca de lo que fuera que estaban hablando, pero sabía que algo raro se estaba cocinando entre esos dos.

—Señorita Castillo, ha sido un placer —declaró González, al terminar de hablar con Simón y antes de subir al coche.

La patrulla no tardó en ponerse en marcha y apenas la perdí en el camino de tierra, le pregunté a Simón:

—¿Qué fue eso? ¿De qué hablaron o qué?

—Más tonterías sobre el comisionado —murmuró—. Quería saber sobre mi coartada, no te preocupes por eso.

Ya conocía lo bueno que Simón era para mentir, así que sabía que sus palabras ocultaban algo más.

—¿Aún quieres salir? —continuó Simón—. Si esto fue muy estresante...

—Estoy bien. Vamos.

Subimos a la moto en silencio, con el verdadero ruido rebotando dentro de mi cabeza. 

Ese mismo día al anochecer, sabía que mi mente no me dejaría tranquila hasta que apagara el ruido en ella. Ni Simón podría apaciguar las llamas de mi ansiedad.

—¿Vamos a la cama? —preguntó Simón en mi oído.

Nos encontrábamos en el porche, él abrazándome por la espalda con su mentón recostado en mi hombro y yo con una taza de té en mis manos, apoyada contra la valla de madera vieja.

—Si quieres adelántate —susurré—. Ayudaré a Antonia con mi abuelo un rato.

—¿Te sientes bien? Estuviste muy callada todo el día...

—Estoy bien. Adelántate, en un rato voy.

Simón besó mi cuello y estrujó entre sus fuertes brazos antes de irse. Esperé que su anatomía se perdiera en la oscuridad para cumplir mis palabras. Antonia y yo le pusimos la pijama a mi abuelo, le dimos sus medicinas y lo acostamos.

Por supuesto, mi misión no solo era pasar tiempo de calidad con mi abuelo.

—Si no te molesta, Antonia. Quisiera estar con él hasta que se duerma.

Antonia lo consideró por unos segundos, pero al final accedió con una sonrisa. Me senté junto a mi abuelo en su cama y acaricié su mano hasta que sus pesados parpados se levantaron por completo.

—Abue, ¿estás despierto? —murmuré.

Parpadeó varias veces y luego, sus ojos se posaron sobre los míos, una débil sonrisa se dibujó en su rostro.

—Camilita, cuanto has crecido —susurró—. Dime, niña, ¿vino Chetico contigo?

Inhalé profundo, ya iba preparada para esta situación y esa noche la paciencia era lo que me sobraba.

—Sí, papá vino conmigo —mentí—. Solo que salió por algunas diligencias, abue, tengo que contarte algo.

Afiló su mirada e intentó acercarse un poco más a mí con complicidad, parecía un niño, listo para escuchar algún secreto prohibido.

—Alguien está imitando al Ánima del Junquito, ¿puedes creerlo? —susurré.

Mi abuelo arrugó el ceño y su boca rumiante, murmuró algunas cosas incomprensibles.

—Aunque la verdad creo que este nuevo asesino es mucho mejor que el Ánima anterior —mencioné con indiferencia—. ¡En menos de un mes ha matado a cuatro hombres!

—¡Bah! —exclamó mi abuelo—. ¡¿De qué sirve matar gente sin sentido?! ¡Maldito imitador!

—Bueno, tampoco es que el Ánima original asesinara con mucho sentido. ¿No escogía víctimas al azar?

Mi abuelo iba a responder, lo vi en el brillo impetuoso de su mirada, pero las palabras se quedaron en su garganta.

—¿Qué motivos tendría el Ánima original para matar? —pregunté al aire, como si se tratara de alguna meditación.

—Los mismos que cualquier hombre, mija...

Acaricié mi cuello con una mano, aquella respuesta no me servía en absoluto.

—¿Y qué motivos tendría el nuevo asesino?

Mi abuelo se encogió de hombros mientras seguía refunfuñando y murmurando.

—¿Quizás es un aprendiz del Ánima? ¿Alguien de confianza que sabía su secreto?

—¡Bah! ¡El Ánima no tiene aprendices! —refutó— ¡Lo que él hacía era un arte! ¡Nadie puede imitarlo!

La situación se ponía cada vez peor con cada pregunta y respuesta. Tomé su mano entre las mías y me aferré a mi último recurso.

—¿Quizás alguien que tenía acceso a su refugio? De seguro el Ánima tenía algún lugar seguro...

Consideró mis palabras por unos segundos, sus ojos danzaban entre la luz tenue de la lámpara que quedaba encendida y las sombras de la habitación.

—No puede ser, ese lugar está prohibido.

—Yo podría ver si alguien entró a ese lugar —mencioné con indiferencia—. Tú sabes, para verificar que el imitador no haya robado nada y que todo esté en orden.

—¡No! —bramó—. ¡Nadie puede entrar a ese lugar! ¡Yo soy el único que tiene la llave!

—¿Ni siquiera el imitador? Pudo haberlas robado.

Se removió en la cama a medida que intentaba incorporarse. Lo detuve con cuidado antes de que ocurriera un accidente y cayera de su lecho.

—Abuelo, tranquilo. Puedo ver si las llaves siguen en su sitio, solo debes decirme donde están.

Me vio con desconfianza y mantuvo silencio.

—Vamos, soy tu nieta, no voy a engañarte.

Suspiró y con una mano temblorosa señaló el librero que se encontraba al otro lado de la habitación.

—Está en el libro rojo, el del Quijote.

Corrí al librero y apenas cogí el libro que mencionó mi abuelo, una vieja llave de cobre cayó al suelo. La primera pare de mi misión estaba completa. Simón me había prometido abrir el desván a primera hora del domingo, pero la visita del Gringo le dio la excusa perfecta para postergarlo.

Empezaba a sentir que Simón no deseaba que entrara de nuevo a ese lugar y la curiosidad, ya se estaba convirtiendo en paranoia. Era hora de descubrir la verdad.

Glosario:

SEBIN: Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional.

A/N: Los detectives ya están cazando sospechosos y Camila y Simón, se encuentran en el ojo del huracán. 

¿De qué creen que Simón habló con González? 

¿Creen que Camila encontrará algo que la ayude en el desván? Quiero leer sus teorías 😜

¿Te gustó este capítulo? ¡Házmelo saber! Recuerda, ¡tus interacciones son mi gasolina!

Editado 26/07/2024

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