Capítulo XIX

El molesto sonido de las manecillas del reloj empotrado en la pared, no me fastidiaba solo porque irrumpiera el silencio, sino también porque era el maldito recordatorio de que con cada segundo que pasaba, el asesino seguía en libertad.

Por primera vez en toda mi carrera policiaca, a mis jefes les había nacido ser honestos y justos. Para ellos, mis corazonadas no valían de nada, necesitaban pruebas contundentes que confirmaran que mi sospechoso era el asesino.

No sabía si eso era bueno, ya que, al fin y al cabo, así debería ser con todos los casos, o, era muy malo. Algo me decía, que una vez tuviera las pruebas, el gobierno se haría responsable de hacer un infierno en la tierra para el culpable.

—Están cometiendo un error, Martínez —mascullé—. ¿Qué van a esperar? ¿Otro cadáver?

Mi jefe me vio enarcando una ceja, por primera vez su tez colorada carecía de sudor.

—Si es lo que se necesita para tener pruebas, esperaremos —replicó—. Además, tu teoría es un poco fantasiosa, ¿no crees?

Resoplé, estaba inclinado sobre su escritorio, conteniéndome de no golpearlo por la frustración.

—Sé cómo suena, pero también sé que mi instinto casi nunca falla.

—Casi —murmuró Martínez—. No queremos que esta sea una de esas pocas veces en las que falla, ¿no?

—Entonces, lo que necesitamos es tomar las huellas que encontramos en la última escena e ir con una orden por las de los sospechosos. Requisar la hacienda como propuso Rosales. ¡Hacer algo!

—¿Y si no encontramos nada? Para cuando tengamos los resultados de esa prueba, el verdadero asesino estará llegando a Colombia.

Volví a bufar, mientras me alejaba de su escritorio y le daba la espalda, necesitaba tomar distancia su terquedad ya superaba mi paciencia.

—¡Entonces usemos la llamada! —bramé—. Ya sabemos que alguien usó el celular de Evaristo Castillo para contactarse con Müller. ¡El asesino está en esa hacienda!

—No lo sabemos, solo tenemos una llamada. ¿Quién sabe de qué carajo hablaron? Quizás, hasta fue coincidencia. Camila Castillo eran su supuesta amiga, ¿no? No es una pista fiable.

Apreté con fuerza los puños a mis costados. Estaba agotado de tantos peros, de tantas negativas.

—Entonces, ¿qué? —mascullé—. Si el asesino no es quien yo creo, ¿quién es? ¡No hay más sospechosos!

—Está Francisco —mencionó Martínez—. Tenemos testigos que lo vieron hablando con el español y el mormón, ¿recuerdas? No podemos desestimarlo.

—¡Debemos actuar ahora! ¿Por qué no llegamos con unas cuantas patrullas y los arrestamos por medida preventiva? Hemos hecho desmadres más grandes por casos menos significativos ¡¿por qué tanta cautela?!

—González —murmuró Martínez—. ¿Recuerdas la masacre del Junquito [*]?

Inhalé profundo y asentí.

—Lo que menos desea el gobierno, es revivir esos tiempos.

—Es diferente, eso fue...

—Una masacre. Acribillamos insurgentes, sí, pero no deja de ser lo que es para el pueblo. —Martínez me escrutó afilando la mirada—. ¿En serio piensas que es una buena idea llegar a La Niebla, armados hasta los dientes solo para arrestar a dos sospechosos sin prueba contundentes?

A pesar de que comprendía la situación, esa comezón que no podía rascar me recorría el cuerpo. Estaba agotado de no poder hacer nada más que esperar, no conseguía entender, como Martínez podía estar tan calmado, tan tranquilo; cuando la vida de algún inocente podría estar en riesgo.

—Déjame hacerles una visita —supliqué—. Aunque sea hacerles unas preguntas, nada más.

Martínez sonrió y se removió en el asiento, haciendo crujir la silla con su peso.

—Aparte de que aparezca otro muerto, estamos esperando autorización para eso. Sabía que no podrías quedarte tranquilo —explicó—. Solo que esta vez iremos con apoyo. Se quedarán cerca de la zona, más no irán con nosotros, ya sabes no...

—No queremos alertar al verdadero asesino ni llamar la atención del pueblo, ya sé —mascullé.

Volvimos a quedarnos en silencio, mi jefe ensimismado en su computador y yo caminando de un lugar para otro por la oficina. Justo cuando pensé que perdería la razón, tocaron la puerta y Rosales entró sin esperar autorización, en sus manos traía una carpeta arrugada que meneó con insistencia en nuestra dirección.

—¡Llegaron los resultados de laboratorio! —exclamó eufórico—. ¡No creerán esta mierda!

Corrí hacía él y le arrebaté la dichosa carpeta, en los resultados comprobé lo que tanto estaba esperando. El frenesí de victoria inundó mi sistema, sabía que mi instinto no fallaba y aunque esos exámenes eran el principio para comprobar mi teoría, ya sentía que el juego estaba ganado. Con petulancia, le arrojé los papeles a Martínez, justo frente suyo en el escritorio.

—Dígame si tengo o no tengo razón —mascullé.

Martínez observó los resultados y aunque noté que intentaba ocultar su sorpresa, su ceja arqueada se atrevió a traicionarlo.

—Esto no significa nada, solo hace que tu teoría deje de ser tan fantasiosa. El asesino podría ser cualquiera.

Justo cuando estaba a punto de perder la paciencia definitivamente, alguien más tocó la puerta del despacho. Esa vez, el rostro tímido de la secretaria de Martínez se asomó a través del umbral.

—¿Disculpen, detectives? El comisario Rangel acaba de llamar, necesita verlos en su oficina.

Con el informe del patólogo en mano, mi jefe, Rosales y yo nos dirigimos con el comisario sin perder ni un segundo más. La piedra en mi pecho, esa que solo se deshacía con la nicotina, clamaba por alivio, pero para mí mala suerte tendría que esperar salir del edificio para calmar mi necesidad.

Entramos al despacho del comisario, mi jefe encabezando la marcha con el mentón orgulloso erguido; no obstante, su actitud se encogió poco a poco al percatarse de que Rangel no estaba solo.

Frente al amplio escritorio del comisario se encontraban dos hombres que solo se dignaron a vernos sobre sus hombros. Por sus rasgos perfilados, pieles tan blancas como el mármol, mandíbulas prominentes y costosos trajes, enseguida me di cuenta de que no eran venezolanos.

—Detective en jefe Martínez, detective González y detective Rosales, permítanme presentarles a al agente Alonso y el agente Navarro, vienen de la Interpol —explicó Rangel.

El comisario se incorporó, seguido por los dos hombres, quienes nos dieron la mano sin mucha simpatía.

—Por favor, síganme a la sala de juntas. Tenemos mucho de lo que hablar —agregó.

Muy pocas eran las veces que teníamos el gusto de recibir a la Interpol en nuestro país. Normalmente, la organización emitía una alerta de búsqueda y nosotros nos encargábamos de encontrar al susodicho criminal, la mayoría del tiempo no cumplíamos con el trabajo, pero fuera cual fuera el caso, la Interpol no se inmiscuía en nuestros procesos.

La visita me despertó muy mala espina, al contrario de mi jefe, quien parecía extasiado por tener el honor de compartir una conferencia con los agentes extranjeros. En la sala de juntas, ya estaba preparado hasta un proyector y refrigerios; solo lo mejor para los enviados de la Interpol, por supuesto.

—Buenas tardes, sé que esta junta se sale un poco del protocolo. No acostumbramos a realizar trabajo de campo, pero este caso nos ha hecho romper unas cuantas reglas —habló Navarro mientras activaba las diapositivas—. Hace aproximadamente dos meses, el señor Luciano Pedretti y su novia, Alessia Mazzeratto fueron asesinados en su pent-house en Barcelona.

Navarro reprodujo lentamente las diapositivas que mostraban la escena del crimen: primero, el cuerpo de una mujer rubia envuelta en una bata de baño, tenía los ojos abiertos y su cuello era abrazado por marcas oscuras con formas de dedos, claro indicativo de que había muerto asfixiada; luego, el segundo cuerpo era más mórbido, se trataba de un hombre desnudo de la cintura para abajo, cubierto de sangre por casi todas partes ya que sus ojos fueron apuñalados con suma violencia; sus genitales habían sido mutilados y el asesino, dejó enterrado el cuchillo justo donde debía haber estado su pene.

—Las autoridades de Barcelona ya han agotado todos sus esfuerzos —continuó Navarro—. A pesar de que el señor Pedretti tenía muchos enemigos, todos ellos tienen coartada, todos, excepto su exesposa.

El español hizo una pausa dramática mientras su compañero, Alonso, se unía a él al frente. Pasaron a la siguiente diapositiva y un rostro familiar apareció en ella.

—La señora Camila Castillo de Pedretti a principios de año atravesó por un divorcio complicado —explicó Alonso—. Testigos dicen que no superó del todo el final de la relación.

—Aseguran que la vieron muchas veces cerca de la escena del crimen, discutiendo con su exmarido y en algunos casos, amenazando a su nueva pareja —intervino Navarro.

—Sin embargo, las autoridades no tienen pruebas contundentes contra Castillo, por ende, no hemos podido establecer una alerta oficial —agregó Alonso.

Con cada nueva información en mi mente se iban cerrando los hilos y preguntas que habían creado aquella corta conversación con Simón el día del interrogatorio. La historia tras los asesinatos finalmente comenzaba a tener un origen que tuviera algún sentido lógico.

—Hemos venido, ya que es de suma importancia localizarla. Intentamos en Anzoátegui, pero lo que conseguimos fue la muerte de sus padres y su desaparición del mapa —continuó Navarro—. Que, por cierto, gracias a nuestra visita al estado, las autoridades indagaron más en el suceso y pudieron descubrir que el coche donde viajaban los occisos había sido manipulado.

—No sabemos si Camila Castillo tuvo que ver con la muerte de sus padres, pero definitivamente es persona de interés en el asesinato de Barcelona, es imperativo encontrarla.

Rosales y yo intercambiamos miradas, él era el único que creía fervientemente en mi teoría, ¿cómo no hacerlo? Era el único que había conocido en persona a Fátima. Mi jefe estaba tan pálido que por un momento el regocijo que circulaba por mis venas al confirmar poco a poco mis sospechas, casi se transforma en preocupación.

Martínez Iba a tomar la palabra cuando Rangel se incorporó, carraspeando.

—Creo que es obvio cuál debe ser su siguiente movimiento, Martínez —exclamó—. Su secretaria ya debe tener lista la orden de arresto preventivo para la chica.

—P-Pe-pero, señor —balbuceó Martínez—. Debe haber una confusión. Camila Castillo podrá tener la estatura correcta, ¡pero jamás la fuerza! ¿Cómo pudo asesinar a tantos siendo tan menuda? ¡No tiene sentido!

Con el corazón tamborileando en mi pecho, le arrebaté a mi jefe el nuevo informe del patólogo sin una pizca de contemplación. Estaba cansado de su terquedad y obstinación, ni siquiera porque tuviera frente a sus ojos a Camila con las manos en la masa sería capaz de aceptar la verdad.

—Comisario Rangel, aquí está la respuesta a la pregunta del detective Martínez —exclamé, entregándole el informe—. Benzodiacepinas.

—¿Disculpe, González? —dijo Rangel. Tomó el informe y lo observó detenidamente.

—Así es como Camila Castillo pudo dominar a cinco hombres fornidos. Les dio suficientes somníferos como para tumbar a un caballo —aseveré—. Pudo inyectárselos ponérselos en la bebida, no importa; como sea que lo haya hecho, allí tienen la prueba.

—¡Pero qué motivo tiene esa chica! —replicó Martínez—. ¡Es un cordero! Es educada, de buena familia, sin ningún antecedente violento...

—Ningún antecedente violento —interrumpí—, pero sí un antecedente psicológico. Además, no creo que sea coincidencia lo que los agentes nos han expuesto. Cordero o no, ya la tenemos.

Glosario:

La masacre del Junquito: Es un hecho que sucedió en la vida real en el año dos mil dieciocho. Algunos creen que fue algo inventado por el gobierno, mientras que otros afirman que si ocurrió realmente. En resumen, el régimen descubrió un refugio de militares opositores en una zona del Junquito. Estos militares tenían días enviandole al pueblo mensajes de aliento e incitando a los ciudadanos a rebelarse en contra de la dictadura. Lamentablemente, muy pocos creyeron en estos mensajes. El grupo de militares fue aniquilado, a pesar de que al verse rodeados por el gobierno rogaron por sus vidas y se entregaron pacíficamente.

A/N: ¡Chan, chan chan! Ya nos encontramos a cuatro capítulos del final y las cosas se comienzan a tornar turbias. 

¿Esperabas que Camila fuera capaz de todo eso? En los próximos capítulos verán mayor contexto. 

 González es uno de los pocos personajes con los que me he encariñado tanto, para este punto de la historia siento tristeza por él, al igual que muchos venezolanos con potencial para ciertas profesiones, se ve limitado por la situación del país y sus superiores.

¿Te gustó este capítulo? ¡Házmelo saber! Recuerda, ¡tus interacciones son mi gasolina!🧡

Editado 26/07/2024

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