Capítulo Veintidós

Daniel.-

—¿Qué es lo que más te gusta hacer en tu tiempo libre ahora que eres libre?—cuestionó Sam sosteniendo con cuidado el helado de chocolate que le acababa de comprar.

—Pasar tiempo con Eli—le dije sincero y una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

—¿Llevan mucho tiempo saliendo?—negué.

—Hace dos semanas nos confesamos que nos gustábamos, pero hace tan solo cuatro días oficialmente estamos en una relación—rio.

—Cuando yo tenga una novia, quiero que sea una novia como la tuya—y ahora fue mi turno para reír.

—¿Una novia como la mía?—pregunté enarcando una ceja y las mejillas se Sam se pusieron coloradas.

—Sí, ya sabes, bonita y buena onda—sonreí y mi corazón se aceleró.—¿Ella tiene una hermana para que puedas presentármela?—me eché a reír de nuevo.

—No, es hija única.

—Es una pena—murmuró afligidamente.

Me reí.

—¿Qué se supone que eres tú? Un rompecorazones o algo así—sonrió y posó su atención en mí nuevamente.

—Tan solo un chico de catorce años—sonreí.

—¿Qué haces tú en tu tiempo libre?—cuestioné mirándole.

—Nada interesante, cuando no estoy trabajando en el restaurante y puedo salir, me gusta ir al parque.—anunció con media sonrisa.

—¿Parque?—asintió.

—Battersea Park—asentí un poco.—paso ahí mucho tiempo—agregó.

—¿Qué tiene de especial ese parque?—pregunté hundiendo la cuchara de plástico blanca en mi vaso de helado de vainilla con jarabe de caramelo.

—No tiene nada de especial, pero me relaja. Además es muy bonito—sonrió—tiene esa enorme casa china en el centro, para mí es como transportarme a otro lugar.

—¿A China?—rio.

—Sí, directo hasta China—asentí nuevamente.

—Y esa enorme casa China que dices tú, es un templo budista—se rio un poco.

—Perdón, nunca he ido a China—me reí.

Cuando el reloj marcó las siete de la tarde, y bajo la insistencia de Samuel, lo dejé en el restaurante donde trabajaba, me despedí de mi amigo y arranqué el auto con el corazón desbocado, algo dentro de mí me decía que tenía que quedarme con él, que tenía que pedirle que viniera conmigo. Pero la parte sensata de Daniel Radcliffe, decía que no podía hacer eso, porque Sam tenía una vida, y me gustara o no, no podía interferir en ella por un impulso.

Por eso, cuando llegué en mi departamento, lo primero que vi; fue a Gabbe sentada en la sala contemplando la fotografía que yo había colocado en la mesilla de la sala, la misma que Eli tomó con su celular el día que comimos en aquel restaurante donde nos reencontramos, Sam y yo. Yo estaba abrazándola por la cintura y ambos estábamos sonriendo a la cámara, los preciosos ojos castaños de Eli brillaban con tanta intensidad, que de repente, parecía como si sus ojos estuvieran proyectando la oscura y estrellada noche.

—Hola—saludé con media sonrisa. El ángel rubio me miró con una pequeña sonrisa cuando despegó sus ojos de la fotografía.

—Dan—canturreó y se puso de pie.—Qué bueno que llegas, la cena casi esta lista—anunció llena de entusiasmo.

—¿Cocinaste tú?—pregunté sorprendido, porque desde que Gabrielle había llegado a la tierra, ambos nos habíamos limitado a recurrir a los servicios delivery que ofrecían algunos de los restaurantes que se situaban cerca del edificio.

—Oye, un ángel también puede cocinar—se defendió llena de indignación. Me dejé caer en el sofá que unos minutos antes había ocupado Gabbe y me eché a reír.

—¿Has cocinado alguna vez antes?—ella me miró un segundo y colocó su mano derecha en su cintura.

—No—elevé ambas cejas.

—Lo ves—acusé esbozando una pequeña sonrisa.

—Pero siempre hay una primera vez para todo, ¿eso dicen los humanos, no?—suspiré.

—Bueno, sí.

—Pues esta será la primera vez que yo cocine. No puede ser tan difícil, una cantidad considerable de mujeres lo hace, y lo hace bien. Yo también puedo hacerlo bien—cruzó sus manos encima de su pecho y me miró mordazmente.

—Ella son humanas, lo han hecho millones de veces a lo largo de su vida.

—¿Y?—exclamó poniendo sus brazos en jarras.

—¿Por qué estás tan a la defensiva?—cuestioné poniéndome de pie para dirigirme a la cocina.

Cuando entre en ella, un agradable aroma invadió mis fosas nasales y para mi sorpresa, mi estómago gruño en protesta. Tomé un vaso para servir un vaso de leche y de paso un paquete de galletas de chocolate. Cuando me giré y cerré la puerta del frigorífico, Gabrielle estaba parada en el umbral de la puerta, mirándome fijamente.

—Disculpa mi mal humor, no tienes la culpa—suspiré.

—¿Problemas en el hospital?—cuestioné ofreciéndole galletas del paquete que tenía en mi mano.

Con elegante y cortes movimiento las rechazó—No.

—Entonces, ¿Qué es lo que pasa, Gabbe?—pregunté nuevamente.

—Solo estoy cansada, no te preocupes—sonreí.

—¿Qué es eso que huele tan bien?—cuestioné esbozando una pequeña sonrisa. Esperé a que Gabbe me riñera de nuevo, pero eso no paso.

—Pollo en el horno y patatas—parpadee un poco.

—Lamento haber subestimado tus habilidades culinarias—murmuré dándole un pequeño trago a mi vaso de leche.

Gabbe me sonrió.

—Está bien, no te preocupes. ¿Cómo te fue con Eli?—la miré.

—Con...¿con Eli?—ella posó sus ojos en los míos y aferré con un poco más de fuerza el vaso de leche.

—Aja.

—No estuve con Eli—anuncié en voz baja.

—¿Ah, no?—negué.—¿Entonces donde estuviste toda la tarde?—suspiré.

—Estuve por ahí, vagando en la ciudad—le dije tratando de convencerla.

—¿Te sucede algo?—cuestionó ahora ella.

—No—respondí.

—¿Estas ocultando algo?—y como respuesta, introduje una galleta en mi boca.

Gabbe estaba a punto de protestar, pero una alarma se encendió en la cocina, miré para todos lados un poco asustado y me encontrè con un pequeño artefacto con forma de reloj color blanco, que efectivamente estaba emitiendo un ensordecedor sonido, y por lo que parecía, Gabbe lo colocó en el volumen más alto que aquella cosa era capaz emitir.

Agradecido porque aquel pequeño reloj se encendiera tan de repente, salí de la cocina y me encamine rápidamente hasta mi habitación para evitar ser interrogado una vez más. No era que no confiara en Gabbe, al contrario, siempre que necesitaba ayuda o algo por el estilo, Gabrielle era la opción más inmediata y mucho más confiable.

Pero, por algún razón, que yo todavía no era capaz de comprender del todo; algo en mi interior me decía que hablarle de Samuel, no era una buena idea. Así que, haciendo caso a mi yo interior, decidí no decir nada y guardarlo para mí mismo, todo lo que Sam me había comentado se había quedado estancado en mi cerebro.

Como por ejemplo, el chico de ojos verdes y cabello negro despeinado, había dicho que mis padres habían muerto, o bueno, los de Daniel Radcliffe. Entonces, eso explicaba por qué yo soñé, no, porque yo recordé sus lapidas en el cementerio. También, comentó acerca de mi estancia en el orfanato, lo que explicaba el sueño de las horribles paredes y las viejas cortinas, donde además, ahí estaba él, hablándome.

Lo peor del caso, es que él seguía ahí. Y supongo, que eso también tenía relación con aquel sueño donde yo discutía con aquella chica pelirroja de ojos azules para que me ayudara a tener la custodia legal de Samuel.

Claro, por eso esa misma tarde, aquel extraño sentimiento protector apreció en mí. Ya no era tan extraño después de todo.

Me senté en la cama mareado y agitado, en cuanto mi cerebro terminó de armar todo aquel rompecabezas. Yo, bueno, Daniel Radcliffe, tenía la intención de adoptar a Sam y sacarlo de aquel horrible lugar. Por eso, yo tenía la sensación de proteger a Samuel.

Me puse de pie de nuevo, coloqué el vaso de leche que todavía sostenía; encima de la mesa de noche y comencé a caminar en círculo por mi habitación. Tenía que ayudar a Sam, pero no tenía la manera. No cuando no era capaz de recordar más allá de ser el ángel guardián de Elizabeth Westfall.

Y justo como si la hubiera invocado con mi pensamiento, mi celular comenzó a vibrar dentro del bolsillo de mis jeans. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, cuando en la pantalla digital de mi teléfono apareció el nombre de Eli anunciando un nuevo mensaje de texto.

"¿Cómo fue todo con Sam?"

Mi corazón latió con mucha fuerza dentro de mi pecho. No podía contarle todo lo que había descubierto, sí que ella pensara que me había vuelto demente, pero tampoco quería mentirle. No a Eli.

"Estuvo bien, estuvimos conversando mucho. Por cierto, te he extrañado todo el día" teclee rápidamente y pulsé el botón enviar.

Suspiré y miré desesperadamente la pantalla. Dos minutos después, bueno, no es que los haya contado exactamente, o tal vez si, la respuesta de Eli se hizo presente en la pantalla de aquel pequeño aparato blanco que sostenía entre mis manos.

"Yo también te he estado extrañando mucho el día de hoy. ¿Acceso prohibido?"

Sonreí.

"Te veré ahí dentro de una hora" envié de vuelta y la puerta de la habitación se abrió para dejar a Gabbe a mi vista.

Mi teléfono vibró nuevamente

"Dentro de una hora. Un beso."

—La cena esta lista, Daniel—asentí brevemente antes de ponerme de pie nuevamente y caminar tras ella. Me miró un segundo sin decir una palabra más y suspiré.

—Eres el mejor guardián que el cielo podría tener—le dije sincero pasando mi brazo derecho por encima de sus hombros.

Ella dejó de caminar y me miró nuevamente, probablemente preguntándose si me había vuelto demente.

—¿Que dices?—preguntó en voz baja.

—Siempre has sido la mejor guardiana, Gabbe—halagué ofreciéndole una pequeña sonrisa.

—¡Tienes fiebre!—murmuró tocando mi frente, tal y como Eli hizo una vez cuando me desmayé en la universidad.

—No—respondí.

—¿Entonces? No termino de entender que es lo que está pasándote—la miré y fruncí el ceño.

—Está bien.—hice una pausa—¿confías en mí?—cuestioné.

—Dan, ¿Qué es lo que paso?—preguntó apartándose de mí.

—¿Confías en mí?—insistí.

—Sabes que sí.

—Muy bien, ¿entonces estarías dispuesta a ayudarme?—me miró con las cejas fruncidas.

—¿Algo va mal?—negué un poco.

—Es solo que necesito un pequeño dato, para ayudar a Eli—mentí.—ya sabes, en mi misión—asintió un poco y relajó los hombros.

—¿Qué dato?

—Necesito que me ayudes a averiguar quién es el guardián de Samuel Snyder—me miró un poco y parpadeó varias veces.

—¿Samuel Snyder?—asentí frenéticamente.

—Es un viejo amigo de Eli, creo que puede serme de mucha ayuda—mentí de nuevo.

—Está bien. Te ayudaré—asentí agradecido y dos segundos después me sentí mal por mentirle a la rubia que tenía delante de mí.

Lo cierto, era que si le decía que quería indagar en el pasado de Sam para obtener más información acerca de Daniel Radcliffe, mi huésped, y de su pasado, entonces se negaría.

¿Cómo le llamaban los humanos a eso? ¿Estrategia, no?

Claro. Mentir para conseguir algo; eso era lo que hacían los humanos.

Utilizaban la estrategia.

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