Capítulo Veinte

La tarde había pasado demasiado rápido, para mi gusto. Con Eli, no habíamos vuelto a hablar sobre Sam, y realmente lo agradecía infinitamente, porque en caso de que ella quisiera respuestas, yo no sería capaz de dárselas. Me sentía demasiado confundido por todo lo que había pasado esa tarde, así que estar con Eli, era como una tabla de salvación a la que podría aferrarme entre tanta confusión.

Pasadas las ocho y media de la noche, luego de despedirme de Eli, a paso lento entré en casa, Gabbe estaba sentada en uno de los sillones de la sala, en una mano sostenía una taza blanca, seguramente de café, y en la otra; un libro de pastas negras.

Cuando levantó su mirada, me ofreció una pequeña sonrisa, para después volver a su lectura.

—¿Qué es lo que lees?—cuestioné sentándome en el otro sofá.

—Shakespeare.

—Ah.—murmuré en respuesta.

Llevé mi vista hasta la pared donde descansaba el pequeño cuadro del ángel regordete y solté un suspiró.

—Dan—susurró Gabbe y cuando la miré de nuevo, el libro estaba cerrado sobre sus piernas y la taza de café, sobre la mesilla de la sala.—¿te sucede algo?

—No—mentí.

—Te conozco, Daniel—sonrió un poco.—Sé que algo te sucede—agregó mirándome.

—No es nada—respondí.

—Oh, vamos, Dan.

—¿Tengo un huésped?—pregunté sin rodeos. Los ojos de la chica frente a mí, se abrieron de la sorpresa y soltó un pequeño suspiro.

—¿A qué refieres exactamente?—preguntó enarcando una ceja.

—Un huésped. Mi alma está en el cuerpo de un humano, ¿no?—ella parpadeó varias veces.—es decir, este cuerpo, el de Radcliffe, existía antes de que yo llegara, ¿no es así?

—No lo sé.

—Convivo en la conciencia de un humano, ¿no es así?—hice una pausa—por eso, tengo sueños y no puedo controlar lo que siento—Gabbe soltó un suspiro.

—No lo sé—repitió mirándome.—El único que sabe eso es Gabriel, fue él quién te hizo bajar—asentí levemente y cerré ms ojos con fuerza. —De verdad, siento no poder aclarar tus dudas, Daniel.

—Está bien, solo quería decirlo en voz alta de todos modos.

—Creo que deberías ir a descansar. Dormir hace bien al cuerpo humano—sonrió.

—Buenas noches, Gabbe—le dije poniéndome de pie para dirigirme a mi habitación, antes incluso de que ella pudiera desearme unas buenas noches.

Aquello era lo más raro que me había pasado desde que había bajado a tierra, pensé mientras me quitaba la camisa y la tiraba al suelo. Por un momento, yo había pensado que iba a ser sumamente complicado adaptarme a la vida humana con todas aquellas tecnologías que ellos mismos habían inventado, sin embargo, aquello había sido pan comido, como comúnmente decían, lo raro había sido; que un niño de cabello negro y ojos verdes que antes había visto en uno de mis sueños, me había reconocido.

¿Había mencionado que yo había cambiado bastante desde que deje el orfanato? Entonces, tal vez si tenía un huésped; como yo había comenzado a pensar. Y ese huésped, había estado en aquel lugar que el niño de ojos verdes había mencionado. Samuel no me había reconocido a mí, Samuel había reconocido a mi huésped. Sam y mi huésped, eran amigos.

Claro, ahora todo tenía sentido, los sueños que yo tenía no eran míos, eran parte de la conciencia con la que mi alma convivía, eran los sueños de Radcliffe. En caso de que él se llamara así.

Daniel, el ángel, no tenía la capacidad de soñar, porque no era humano.

Entonces una oleada de furia se apoderó de mi cuerpo, porque si Daniel el ángel guardián, no podía soñar, entonces tampoco podía sentir. Lo que sentía por Eli, Radcliffe era quien lo sentía, no lo sentía realmente yo. Y lo peor del caso, es que Eli no estaba enamorada de mí, estaba enamorada de mi huésped.

Daniel Radcliffe era el tipo más afortunado en el mundo, pensé amargamente abriendo las sabanas para meterme en mi cama.

—Buenos días, Gabbe—saludé con media sonrisa entrando en la cocina. La rubia despegó sus ojos del tazón de cereales que tenía frente a ella y me miró, primero con el ceño fruncido y después con una gran sonrisa.

—Buenos días, ¿estas mejor ahora?—cuestionó.

—Mucho mejor—mentí.

Porque en realidad, no había pegado un ojo en toda la noche. La idea de pensar que Eli no me quería a mí, sino a alguien más, me inquietaba. Probablemente, ese era un pensamiento demasiado humano, pero no lo podía evitar. Menos ahora que sospechaba que compartía el subconsciente con un chico.

Treinta minutos después, en compañía de Eli, quien observaba continuamente por la ventanilla del auto, entre en el estacionamiento de la universidad. El viaje había sido silencioso, después del efusivo saludo que tuvo lugar fuera del departamento de Eli. Cuando el ruido del motor se extinguió, miré al frente y después llevé mi vista hasta la chica castaña a mi lado.

—¿Te pasa algo?—cuestionó cuando se dio cuenta que la estaba observando fijamente en silencio.

—Estaba tratando de memorizar tu rostro—respondí sincero y sus mejillas se tiñeron de rojo.

—¿Por qué?—exigió con una pequeña sonrisa en los labios.

—Porque eres lo suficientemente hermosa, como para querer memorizar tu rostro y no olvidarlo jamás—ella me dedicó otra sonrisa y tomó mi mano.

—¿Pasa algo malo?—negué.

Pero, la noche anterior había tomado una gran decisión, quería saber si en verdad tenía un huésped, quería saber más de él. Quería conocerlo y si tenía algún problema, ayudarlo, aunque fuera hablándole desde su interior, como esa vocecilla que te decía que las cosas eran buenas o malas, quería seguir siendo parte de su conciencia, siempre y cuando él me dejara seguir siendo parte de la vida de Eli. Quería que esa parte adormecida de Daniel Radcliffe, se quede así, para poder seguir tomando el control y estar con la chica castaña que me quitaba el aliento y que hacía que mi corazón, o el corazón de él, se aceleraran; con la misma chica castaña que estaba sosteniendo mi mano con una pequeña sonrisa en los labios.

—Te quiero—dije lentamente.

—Yo también te quiero—anunció en voz baja.—Y eres mi novio, Daniel. Puedes decirme cualquier cosa que te pase, si yo puedo ayudarte, lo are—sonreí.

—Lo sé—susurré—pero de verdad, no me pasa nada. Solamente no dormí bien—agregué.

—¿Pensando en Sam?—asentí un poco, porque en parte, era cierto.

Había pensado demasiado en aquel niño de ojos verdes y cabello negro, que parecía realmente estar feliz de haberse topado conmigo, incluso cuando yo no tenía ni la más remota idea de quién era.

—Pensé un poco en él. Pero también pensé mucho en nosotros—sonrió.

—¿Cosas buenas o malas?—sonreí.

—Buenas, desde luego—articulé acercándome un poco a ella y acariciando su mejilla con mi mano libre.

—¿Y puedo saber que eso que pensabas?—preguntó mirándome a los ojos.

—En que soy el chico más afortunado por tenerte—sus mejillas se volvieron a poner coloradas, pero esta vez una suave risita las acompañó.

—No soy tan especial como piensas—protestó mirándome.

—Por supuesto que no, eres mucho más especial de lo que yo soy capaz de pensar—anuncié acercándome un poco más a ella.

—Oh, Daniel—canturreó en voz muy, muy baja. El olor a fresas inundó se coló por mi nariz y sonreí bobamente.

Y de repente, era muy consciente de que Gabbe tenía razón, en cada una de las palabras que ella había dirigido a mí, ella tenía la razón, siempre la había tenido. No podía saber cuánto tiempo podía durar aquello, pero lo que si podía hacer era que ese tiempo que durara, fuera especial. Fuera único.

Así que cuando mis labios y los de Eli hicieron contacto, una potente corriente eléctrica embargo mi cuerpo entero. Tanto, que estaba muy seguro que el Daniel adormecido con el que compartía subconsciente, se había despertado. Sonreí ante aquella tonta idea.

Cuando el reloj finalmente marcó las catorce horas con treinta minutos, luego de despedirme de mis amigos y de que mi novia insistiera un montón, en que ella se marchaba con ellos para que yo estuviera toda la tarde con mi pequeño amigo Sam, atravesé los enormes portones en la entrada de la universidad, inserté en el mapa de mi teléfono la dirección que Sam me había entregado el día anterior y después o vinculé al auto para llegar sin problemas.

Veinticinco minutos después, paré frente a una escuela con una enorme fachada y una placa dorada con el nombre de la misma, The Henrietta Barnett Shcool, se podía leer en letras negras. Era sumamente amplia y a esa hora, los chicos comenzaban a salir a montones por los portones negros de la misma. Bajé del auto y me apoyé en un costado del mismo, me había desecho de mi abrigo para estar más cómodo, me crucé de brazos y llevé mi vista a la multitud de chicos que salían en pequeños grupitos.

Cuando sentí miradas sobre mí, giré un poco mi cabeza para encontrarme con un grupo de cuatro chicas que me observaban y murmuraban algo entre ellas, parecían realmente contentas de que estuviera ahí, aunque no entendía por qué, y cuando una de ellas comenzó a caminar en dirección a mí, Sam apareció dándome un levé empujón en el hombro, que hizo que la chica parara en seco y yo llevara mi atención hasta el chico frente a mí.

—¿Este es tu auto?—cuestionó lleno de asombro cuando se dio cuenta que estaba recargado en aquel lujoso auto negro.

—Si—respondí.

—Entonces Ben tenía un poco de razón—le miré mientras bajaba los brazos y abría la puerta del auto para que el entrara, caminé hasta la puerta del conductor y subí sin prisa.

—¿Y en que se supone que tenía un poco de razón Ben?—sonrió.

—En todas las veces que decía que eras un niño rico—suspiré. —Decía que tus padres te había dejado una fortuna, pero que como eras pequeño no podías gastarla porque estaba en un banco—me reí.

De modo, que Radcliffe era rico.

—¿Y tú creías eso?—cuestioné enarcando una ceja.

—Siempre fuiste diferente a los demás—rio—era difícil creer que eras rico y estabas en una casa hogar, pero tampoco era imposible.

—Sabes porque estaba ahí—acusé tratando de hacer que hablara más.

—Claro, tus padres murieron y no había mas familia que pudiera hacerse cargo de ti—suspiró.

—Si—murmuré conmocionado por aquella nueva información.

Observé detenidamente un par de enormes portones negros mientras mi corazón latía con mucha fuerza dentro de mi pecho. Abney Park Cementary, anunciaba en una enorme placa negra justo por encima de los imponentes portones de metal. Crucé lentamente y caminé por el enorme lugar, de hecho, a simple vista parecía un jardín. Podía escuchar como un montón de pájaros cantaban encima de las copas de los enormes árboles. Miré a mí alrededor y observé algunas placas grabadas de metal en el suelo. A los lejos había algunas personas apiladas en un pequeño grupo, me llegaba el leve bullicio de llanto y palabras intendibles, todas vistiendo de color negro, decidí dejarlas de lado y continúe caminando, de hecho, parecía como si mis pies supieran exactamente a donde llevarme, unos minutos después me detuve frente una placa que parecía de mármol, leí detenidamente y parpadee un par de veces, Antonette & Jacob Radcliffe.

Entonces, aquel sueño ya tenía otro significado. Los padres de mi huésped habían muerto.

¿Cómo lo había llamado Fanuel el otro día? ¿Recuerdo? Yo podía ver los recuerdos de mi huésped. Claro, aquellos no eran sueños. Eran recuerdos.

—Alguna vez llegué a pensar que de verdad querías morirte—lo miré de nuevo cuando un semáforo se puso en color rojo.

—¿Por qué?

—Porque hacías aquellas huelgas de hambre.—rio—aunque tendría que admitir, porque hacías que Wallace estuviera en apuros.

Reí.

—¿Por qué?—cuestioné de nuevo.

—Eras su responsabilidad, ¿Cómo crees que iba a justificar un niño muerto de hambre?—se encogió de hombros.

—No era mi objetivo ponerlo en aprietos—le dije poniendo nuevamente en marcha el auto.

—¿A dónde vamos?—cuestionó cambiando de tema.

—Primero iremos a comer, y después podemos ir a ver una película o por un helado, o lo que sea que quiera hacer—sonrió.

—¿Sabes, Daniel? Te he extrañado todo este tiempo—sonreí un poco.

—Yo también te he extrañado mucho, Sam—dije sincero.

Sintiendo como mi corazón se encogía ante aquella nueva confesión por mi parte, era algo parecido a lo que sentía cuando estaba con Eli, pero este sentimiento, era más bien fraternal.

Aquel pequeño niño había sido mi hermano y yo, habíamos sido hermanos.

Lo sabía, algo dentro de mí me lo decía. Lo sabía y no tenía ni la más remota idea de porque lo sabía.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top