Capitulo Treinta y Cuatro

—¿Se puede saber porque tardas tanto?—cuestionó Abby entrando en la habitación. —Eli, por favor. Vámonos de aquí, si alguien viene y nos encuentra aquí, vamos a meternos en un gran lío.—añadió a toda prisa.

—Es él—murmuré sin despegar mis ojos de aquel cuerpo inerte sobre la blanca camilla.

—¿Qué? ¿De que estas hablando?—preguntó acercándose un poco a mí.

—¿Es que no lo ves?—exigí mirándola fijamente.

—Amiga, de verdad, no estoy entendiéndote nada—anunció. Señalé en dirección a la camilla, parpadeó confundida y llevó su verdosa mirada hasta el chico que descansaba en ella.

—Es Daniel—espeté mirándola fijamente. Sus ojos verdes estaban fijos en el cuerpo inconsciente frente a ella, pero parecía no verlo. Estaba ahí, frente a ella, y ella parecía que no se daba cuenta de lo que estaba pasando.

—¿Lo conoces?—cuestionó tontamente.

—¿Qué? ¡Por supuesto que lo conozco! ¡Tú también lo conoces!—estallé, llena de euforia reprimida.

—Yo no lo he visto nunca—respondió ella—por Dios, que feo debe de sentirse tener tantos aparatos conectados al cuerpo—se estremeció.

—Abby—murmuré acercándome un poco a la camilla—¿De verdad no lo reconoces?—ella me miró un minuto, llevó su vista de nuevo al chico castaño y negó firmemente.

—¿Compartíamos alguna clase y yo no lo recuerdo?—rodé los ojos.

—Es Daniel, Daniel Radcliffe—me miró nuevamente, pero esta vez, como si me hubiera vuelto una demente.

—¿Dan?—asentí un poco—por el amor de Dios, Eli, él no es Daniel. Este chico es castaño de tez blanca—asentí nuevamente—tu novio tiene el cabello negro, y su piel es más dorada, y si, tienes esos bonitos ojos azules, que lo hacen ver como un súper modelo, pero este chico claramente no es tu novio—añadió mirándome.

—¿Cabello negro? ¿Piel dorada?—murmuré confundida. Ella asintió solemnemente.

—Eli, tu novio debe estar en España en este momento, este chico está en coma, frente a ti—suspiré y miré de nueva cuenta al chico—¿Te sientes bien?—cuestionó.—Creo que el cansancio debe estar provocando que tengas este tipo de alucinaciones—negué de inmediato y mi corazón latió con mucha fuerza.

Camine cinco pasos más y coloqué mi mano derecha encima de la blanca mano de aquel joven que yacía inconsciente en aquella habitación, su suave mano provocó un leve cosquilleo en la punta de mis dedos, acaricié con mi dedo su fría palma y aquella corriente eléctrica que se hacía presente cuando Dan me tocaba, atravesó por toda mi espina dorsal, mis piernas temblaron un poco y mi corazón amenazó con estallar dentro de mi pecho.

Quizás Abigaille tuviera razón y el cansancio estaba empezando a afectar mi sistema nervioso, pero estaba completamente segura que aquel chico era exactamente igual a Daniel, además, ¿Qué era eso de que Abby lo miraba de una manera diferente? Aquello no era normal. No era normal, de ninguna manera.

¿Y si estaba volviéndome loca? ¡No! El enfermero, él también podía verlo, me había dicho que llevaba dos años en coma, ¿entonces no podía ser Daniel, verdad? Mi novio se había despedido de mi hace menos de doce horas, justo ahora estaba en España. Pero, ¡Sorpresa! Tal parecía que era la única que podía ver a ese enfermero rubio de ojos casi violetas. Ciertamente, aquello no me ayudaba mucho en ese momento ¿Y si era un fantasma? Después de todo, St. Charles era un hospital, y siempre en los hospitales las historias de fantasmas eran populares.

Llevé mi vista hasta el rostro del muchacho, aquel cabello castaño estaba muy, muy revuelto, sus ojos estaban cerrados y sus largas, espesas y castañas pestañas estaban unidas, encima de su boca y nariz, descansaba aquella mascarilla de plástico que le permitía respirar y por efecto, mantenerse con vida. ¡Eran tan iguales, por Dios!

—Eli—murmuró Abby a mis espaldas. Solté su mano y me giré para encontrarme con los ojos verdes suplicantes de Abigaille.

Asentí levemente, le di un último vistazo al muchacho y me encaminé a la puerta.

—Vamos.

—Creo que necesitas descansar, Eli. Estas empezando a ver cosas que son hipotéticamente imposibles—asentí poco convencida y salimos de la habitación.

Dejé que Abby me condujera por los fríos y blancos pasillos del hospital, mi cabeza estaba trabajando a marchas forzadas tratando de comprender como es que había un chico exactamente igual a mi novio en una habitación de hospital en estado de coma, ¿Qué tan loco era eso? ¿Podrían ser gemelos, tal vez? Después de todo, Daniel me dijo una vez que no podía recordar a su familia.

Pero aquello tampoco tenía sentido.

¿No se suponía que si eran gemelos habían quedado huérfanos al mismo tiempo? Dan había crecido en un orfanato, y nunca mencionó nada de un gemelo, ni siquiera Samuel que parecía que eran íntimos amigos. ¿Y si era yo quien estaba volviéndome loca? Solté un suspiro de frustración y mi corazón latió con fuerza cuando divisé a Noah hablar con doctor.

¡Por Dios! Era tan egoísta que olvidé que mi abuela estaba en un cuarto de hospital, inconsciente.

—Eli—murmuró Noah en cuanto me vio.

—¿Qué es lo que pasa con mi abuela?—cuestioné directamente al hombre de mediana edad de cabello gris, sus ojos verdes me ofrecieron una mirada comprensiva.

—Elizabeth Westfall, ¿cierto?—asentí débilmente—Bien, primero que nada, tu abuela está bien, está fuera de peligro, pero aun así; debe pasar la noche aquí para mantenerla bajo observación—agregó mirándome.

—¿Pero qué fue lo que le pasó?—pregunté.

—Se elevó su presión arterial—mis manos temblaron—afortunadamente, ella no tiene ningún tipo de problema en su organismo y eso hace su recuperación más pronta—solté un pequeño suspiro.—escucha, sé que cuando una persona que amas está aquí, lo único que quieres es verle y no despegarte de ella, pero tu abuela te pide que vayas a casa a descansar.

—Eso jamás—respondí lo más firme que pude.

—Bien, ella supuso que dirías eso—sonrió—también insistió mucho para poder verte, así que; puedes pasar. Habitación doscientos diez.—agregó señalando por un pasillo y después se marchó.

Me giré para observar a Abby y Noah, quienes mantenían unidas sus manos, me miraron con una pequeña sonrisa en los labios.

—Vamos, Eli—me animó Abigaille ofreciéndome su pequeña sonrisa persuasiva.

—Vayan a descansar, chicos. Yo voy a quedarme—indagué en voz baja. La verdad, me aterraba la idea de quedarme sola en el hospital, pero no era tan egoísta como para pedirles a mis amigos quedarse conmigo.

—¿Y dejarte sola?—cuestionó Noah mirándome fijamente—¿Te volviste loca? Eso no va a pasar—anunció tomando asiento en aquel sillón gris de aspecto incomodo en la sala de espera. Y por consecuencia, Abby también—además, ¿Sabes de cuantas formas posibles Dan va a patearme el trasero, si se entera que dejé sola a su novia en un momento así?

Sonreí un poco.

—Vamos, Eli. Isabelle te espera—les lancé otra mirada a mis amigos y me encaminé por el pasillo que el doctor había indicado anteriormente.

Caminé casi arrastrando los pies, hasta que localicé aquella puerta de madera con el número "210" en color negro, le di un par de suaves toques y después de un débil "pase" por parte de mi abuela, entré. Estaba recostada sobre la camilla con una intravenosa conectada a su mano izquierda. Me miró un segundo y me ofreció aquella peculiar sonrisa.

—Hola—murmuré en voz baja.

—Cariño, perdóname por haberte asustado—negué de inmediato.

—No tienes que pedirme perdón por nada—anuncié tomando asiento en la silla de madera junto a la camilla.—¿Cómo te sientes?—cuestioné observando sus ojos castaños.

—Mucho mejor, pero el doctor dijo que me iré a casa hasta el día de mañana—solté un pequeña sus piro.

—Ya lo sé—hice una pausa—oye, debería estar realmente molesta conmigo porque intentaste enviarme a casa—sonrió un poco.

—No hace falta que te quedes conmigo, cariño. No voy a irme a ningún lado—le ofrecí una pequeña sonrisa.

—Sabes que no iré a ningún lado, aunque me lo implores—amenacé.

—Eres igual de obstinada que tu madre—reí.

—Oh, claro que sí. Noah y Abs están afuera—informé mirándole.

—Me alegro tanto que tengas a esos dos chicos como amigos—sonrió un poco—¿Qué hay de Daniel?—agregó.

Mi corazón latió muy de prisa, mis piernas y manos temblaron ligeramente y mi cabeza dio muchas vueltas. ¡Por el amor de Dios! No podía contarle a Isabelle que a unos cuantos pasillos más, en una habitación de hospital, un joven idéntico a mi novio, yacía inconsciente en una camilla y estaba conectado a un montón de aparatos, que literalmente, lo mantenían con vida.

—Eh, todavía no he hablado con él. Creo que su vuelo se atrasó o algo así—ella me miró con curiosidad y soltó un pequeño suspiro.

—¿Pasa algo malo entre ustedes?

—Eh, no. ¿Por qué lo dices?—pregunté.

—Porque tus ojos dicen otra cosa, como si algo fuera mal entre ese muchacho y tú—suspiré.

—No es nada, abuela. Solamente, creo que el viaje de Dan me afectó un poco más de lo que pensé—sonrió otra vez y acarició mi mano.

—Mi vida, es solamente cuestión de tiempo—asentí nuevamente.

—Lamento interrumpirlas, de verdad, pero es tiempo de dejar que Isabelle descanse—anunció el doctor entrando en la habitación.

—Cariño, este es Joe Sykes, el esposo de Evanthia—me dice mi abuela. Observé un par de segundos al hombre de cabello gris y ojos verdes, ¡Claro! Me era familiar de algún lado.

—Es un gusto—respondí extendiendo mi mano.

—El placer es mío, Elizabeth—me ofreció una pequeña sonrisa—pero, ya es momento de descansar—añadió en dirección a mi abuela.—mañana será otro día y te prometo, que a primera hora del día, podrás verla—sonrío otra vez.

(...)

—¿Te volviste loca?—preguntó Noah en voz baja.

—Eso es exactamente lo mismo que yo le dije—añadió Abs.

—Lo único que tienen que hacer es cubrir la puerta—respondí en dirección a ambos, cuando el letrero blanco de letras negras que anunciaba que estábamos llegando al área restringida quedó a mi vista.

—Pero Eli, vamos a meternos en un gran, gran problema.—protestó Noah.

—Quiero que lo veas, Noah—murmuré abriendo la puerta de la habitación.

Me acerqué hasta la camilla, ignorando aquellos incesantes sonidos que producían todos los aparatos que el cuerpo de aquel muchacho tenia conectados, acaricié su mano una vez más y otra vez aquella sensación atravesó por mi columna vertebral, mis dedos hormiguearon.

—¿Qué es lo que estás haciendo?—cuestionó mi amigo cuando se dio cuenta que estaba teniendo aquel detalle con el chico inconsciente.

—¿Lo reconoces?—lo miré fijamente.

—No.—respondió acercándose un poco más.—¿Quién es?—agregó.

—Pasa, que a Elizabeth se le ocurrió la idea de decir que este chico—señaló a la camilla—es Daniel—añadió Abby.

—¿Daniel?—murmuró Noah.

Asentí con la esperanza de que él también lo viera. Pero su mirada me dijo todo lo contrario, con aquella mirada me daba a entender que por su cabeza pasaba la idea de que me había vuelto loca. Y entonces, la puerta de movió.

—Abby, no hagas ruido—protesté.

—Ni siquiera he tocado la puerta—reprochó mirándome con el ceño fruncido.

—¿Lo ves?—insistí a Noah.

—Es un chico, sí. Pero, ¿no crees que si tu novio está en España, no es posible que este aquí?—rodé los ojos con fastidio.

—Yo sé que piensan que me volví loca, pero de verdad, ese chico es idéntico a Daniel—anuncié alejándome de la camilla y posando mi vista en un punto inexistente.

Una oleada de paz invadió mi cuerpo y me relajé sin razón aparente. Después de todo, capaz que Abs tenía razón y estaba ya demasiado afectada por el cansancio.

La puerta se abrió de golpe y Joe entró, nos miró fijamente y negó un poco.

—¿Qué hacen aquí?—cuestionó con el ceño fruncido.—están en el área restringida, chicos. No pueden estar aquí—añadió mirándonos.

—Lo lamentamos—murmuró Abby mirándolo fijamente.

—Salgan de aquí chicos, ahora mismo—masculló señalando en dirección a la puerta.

Arrastrando los pies caminamos en dirección a la puerta, coloqué mi mano en el pomo de la puerta, Abby soltó un suspiro y Noah me miró con pena, lancé otra mirada en dirección a la camilla de hospital y negué un poco. Abrí la puerta y el alma se me cayó a los pies.

—¿Gabbe?

—Eli.


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