Capítulo Treinta y Cinco
Daniel.-
—¿St. Charles?—cuestioné lleno de incredulidad. Gabriel asintió firmemente y llevé mi vista hasta Gabbe, cuando nuestras miradas se cruzaron, bajó la mirada como si estuviera avergonzada por algo.—¿Por eso no querías que fuera a St. Charles?—agregué.
—Ya te lo expliqué antes—murmuró volviendo a posar su mirada en la mía.
—No—susurré—Me dijiste que no era buena idea que me encontrara con Bethan—reproché.
—Y sigue siendo una mala idea—respondió Gabriel.
Ignoré su respuesta y seguí con la mirada fija en Gabbe, quién se mantenía en silencio.—No querías que me encontrase con Bethan, porque sabias que él podía decirme lo que realmente pasaba—hice una pausa y solté un largo suspiro—claro, por eso me odia—decidí.
—No te odia—me aseguró Gabbe.
—¡Claro que lo hace! ¡Me odia por el hecho de que tuve una segunda oportunidad!—mascullé indignado, no por el hecho de tener una segunda oportunidad, era más bien por todo el tiempo que estuve engañado.
—Deja de sacar conclusiones tontas—exigió el rubio.
—¿conclusiones tontas? ¿Te parece tonto?—hice una pausa—¡Sabes que es verdad!
Coloqué mis brazos a ambos costados de mi cuerpo, apreté mis puños con fuerza y solté todo el aire que mis pulmones estaban conteniendo. Tenía la sensación de que todo el interior de mi cuerpo; se había transformado en una especie de campo minado y que en cualquier momento iba a tener una explosión dentro de mí. Mi cabeza me dolía tanto como si dentro tuviera una enorme bola de demolición; que estaba a punto de derrumbar mi cerebro y todo lo que encontrara a su paso. Mi cuerpo estaba tan tenso que estaba realmente sorprendido, de poder ser capaz de continuar moviéndome.
Pero la sensación que estaba comenzando a sentir en el pecho, era totalmente nueva. Aquella sensación no se podía comparar con absolutamente nada que hubiera sentido jamás. Era tan nueva y tan intensa, que me aterraba sentirla. Era como si un especie de hueco estuviera abriéndose paso dentro de mí, como si eso, realmente fuera el detonador que necesitaba para que todo mi cuerpo explotara finalmente.
—Lo primero que tienes que hacer es calmarte—declaró Gabriel. Lo miré con el ceño fruncido y me crucé de brazos.
—¿No crees que ya tuve que esperar suficiente tiempo como para que además, me pongas condiciones?—espeté mirándole con una ceja enarcada.
—Gabriel tiene razón—me dijo Gabbe acercándose un poco a mí. Retrocedí dos pasos y solté un largo suspiro.
—¿No tenías ninguna misión aquí, verdad?—los ojos azules de Gabbe me observaron un segundo, bajo la mirada y negó finalmente.—¿Cómo es que pude ser tan tonto? ¿Por qué no lo pensé antes? Todo el tiempo tuve la respuesta frente a mis narices y no fui capaz de verlo—indagué casi en un susurro.
—Como anteriormente dije, los humanos solamente ven lo que quieren ver—negué firmemente.
—¡No soy un humano! ¡Soy un ángel guardián!—respondí firmemente, pero la cosa, era que no trataba de convencerlos a ellos, trataba de convencerme a mí. Quería creer fervientemente en ello, quería que todo fuera una mala broma, pero sabía perfectamente bien que Gabriel no bromeaba.
—¿De verdad, Daniel?—cuestionó el rubio cruzándose de brazos y observándome fijamente.—¿Estas tratando de convencernos a nosotros o a ti mismo? ¿Qué es lo que pasa contigo, que quieres aferrarte a creer una farsa?—Gabbe soltó un jadeo.
—¡No es una farsa!—murmuré, pero toda la seguridad que había sentido unos minutos antes, de repente se había marchado de mí.
—Por supuesto que lo es—respondió él.—Te acabo de decir que eres un humano, ¿no es eso lo que deseas?—preguntó enarcando una de sus rubias cejas—piénsalo, Daniel. Siendo un humano sería mucho más fácil estar con Elizabeth—agregó.
Mi corazón latió demasiado de prisa, como si acabara de correr una maratón de veinte kilómetros. ¿Eli? ¡Por el amor de Dios! Estaba tan concentrado en mí mismo y en mis propios asuntos que olvidé por completo la promesa que había hecho a Eli. Después de todo, Gabriel tenía razón. Era lo suficientemente egoísta como para ser un humano.
Sacudí mi cabeza un poco para tratar de que todos aquellos pensamientos se alejaran de mí, pero tal parecía que estaban totalmente instalados en mi cerebro que por mucho que sacudiera mi cabeza, no tenían planeado marcharse.
—Quiero ver mi cuerpo—respondí finalmente.
En silencio, observé a Gabbe lanzarme una furibunda mirada, los ojos azules de Gabriel se toparon con los míos y finalmente le devolvió aquella mirada a la chica rubia a su lado. Era como si entre ellos pudieran comunicarse con una sola mirada, ¿una mirada dice más que mil palabras, no? Tal vez aquel refrán que los humanos utilizaban era verdad, después de todo.
—Está bien—accedió Gabriel finalmente.
Mi corazón se volvió a descontrolar dentro de mi pecho, mis piernas temblaron y solté un largo suspiro que ni siquiera me había dado cuenta que estaba conteniendo. ¿Estaba realmente preparado para encontrarme frente a frente con mi verdadero yo? ¿Y que se supone que iba a hacer después?
—Daniel, tienes que estar bien consciente que después de hoy, las cosas no volverán a ser igual de ninguna manera—anunció Gabbe en voz baja. La miré nuevamente para darme cuenta que se había acercado un poco a mí, sus ojos brillaban con tanta intensidad, que de repente parecía como si fueran un par de hermosas gemas azules.
—¿Qué va a cambiar?—cuestioné débilmente.
—Pues todo—respondió Gabriel.—Sé que ya no eres aquel pequeño Danny que podía verme y juguetear conmigo, ese tierno y pequeño niño de cinco años que volvía loca a Cassie; cuando se empeñaba en hablar con el aire, ya no eres el mismo chico que se pasaba el día entero protegiendo a Samuel de Benjamín, aquel que hacia huelgas de hambre y ponía en aprietos a Fabia y Wallace—lo miré y mis ojos picaron. ¡Yo no podía recordar nada de eso!—Incluso en este plano cambiaste y dejaste de ser ese chico de veinte años que tenía planes de adoptar a Sam—añadió y como todo ser humano, lloré.
Lloré por todos y cada uno de los recuerdos que eran míos y que no podía recordar. Lloré por Gabbe, quién fiel a su naturaleza soportó todas mis preguntas, mi mal humor y mis recriminaciones. Lloré por Eli, porque iba a sufrir por mi culpa. Lloré por mis amigos, porque si de verdad las cosas iban a cambiar desde ahora, no habría forma de volver a verlos. Lloré por el destino, porque por cuestiones del destino había llegado al mundo y por las mismas razones, lo había dejado. Y Lloré por Gabriel, porque después de todos sus esfuerzos por mantenerme a salvo, su misión falló.
Cerré mis ojos con fuerza, dejando que todas las lágrimas corrieran libremente por mis mejillas, que todo el dolor y el miedo que sentía en ese momento, saliera de mi cuerpo. Los delgados brazos de Gabbe me rodearon con fuerza y solté un fuerte sollozo cuando una oleada de paz invadió mi cuerpo. Puede que no fuera un cuerpo normal como el del resto de los humanos, pero podía sentir todas aquellas sensaciones, y esa no era la excepción.
—Vamos, Dan—murmuró en mi oído, se separó de mí y me ofreció su mano para que yo la tomara.
—No estamos en el mismo plano donde habitan los humanos—me dijo Gabriel en voz baja. Lo miré con el ceño fruncido y me limpié las lágrimas con el dorso de mi mano.
—¿Qué?
—Estamos en nuestro plano, Daniel. Los humanos no podrán vernos—asentí levemente.
—¿Estás listo, Daniel?—cuestionó Gabbe apretando un poco mi mano.
—Sí.
—Bien, entonces vayamos de una vez—ofreció Gabriel.
(...)
Cuando el reloj marcó las dos de la mañana, junto al par de ángeles rubios que me acompañaban atravesamos las enormes puertas giratorias de cristal del hospital St. Charles. Algunas de las personas en la sala de espera tenían expresión de derrota en el rostro, otras leían revistas muy entretenidos. Me hice a un lado en el enorme pasillo cuando tres enfermeros pasaron frente a mí empujando una camilla y uno de esos tubos que sostenían el suero.
—Creo que te acostumbraste demasiado a tu cuerpo humano, en este plano podrían hasta atravesarte y no pasar nada—anunció Gabriel en voz baja. Lo miré un segundo.
¡Por supuesto que sí! Estaba en un plano en el que no existía.
—Claro—mascullé.
Caminamos a paso lento hasta llegar hasta una zona despoblada del hospital, aquellos fríos y blancos pasillos hicieron que mi cabeza diera un par de vueltas y que mi corazón temblara dentro de mi pecho. Un pequeño letrero blanco con letras negras quedó a mi vista, mis piernas temblaron patéticamente cuando leí en él, "área restringida".
—Es aquí—me dijo Gabbe parándose frente una puerta.
—Es aquí—repetí en voz baja.
—Vamos, Daniel—murmuró Gabriel abriendo la puerta para poder pasar.
—Abby, no hagas ruido—cuando mi vista llegó al frente mi corazón dejo de latir, el aire abandonó mis pulmones y negué firmemente.
—Ni siquiera he tocado la puerta—reprochó la rubia observando con el ceño fruncido a la chica castaña frente a ella.
—¿Lo ves?—insistió Eli en dirección a Noah.
—Es un chico, sí. Pero, ¿no crees que si tu novio está en España, no es posible que este aquí?—respondió Noah mirándole con el ceño fruncido.
—Yo sé que piensan que me volví loca, pero de verdad, ese chico es idéntico a Daniel—mi corazón latió con fuerza otra vez y ella posó su vista en mí. Solamente que ella no podía verme, otra vez.
¡Ella lo había visto! ¡Eli había visto mi cuerpo! Estaba en un gran, gran lío.
—Tócala—me ordenó Gabriel mirándome fijamente.
—¿Qué?—cuestioné confundido, saliendo de aquel trance.
—Tócala—repitió.
—No voy a hacer eso—protesté volviendo mi vista a Eli.
—Hazlo—respondió.
Finalmente, coloqué mi mano encima del hombro de Eli, sus hombros se relajaron notablemente y mi corazón se aceleró.
La puerta se abrió de golpe y un hombre de mediana edad de cabello gris y ojos verdes, entró en la habitación.
—Tienes que ir Gabbe—declaró Gabriel.
Lo miré con los ojos bien abiertos y negué un poco.
—¿Qué?—cuestioné de nuevo.
—Gabbe—murmuró Gabriel observando como Eli colocaba su mano encima del pomo de la puerta, lanzaba otra mirada en dirección a mi cuerpo humano y abría la puerta, Gabbe salió como de rayo y un segundo después ya estaba frente a Elizabeth.
—¿Gabbe?—preguntó Eli sorprendida.
—Eli—respondió la rubia.—¿Qué haces aquí?—cuestionó ella.
—¿Lo sabias, no?—Gabbe miró en dirección a nosotros, mientras Abby y Noah la observaban como si fuese una especie de fantasma.
Gabriel negó con la cabeza.
—¿De qué estás hablando?—escuché la voz de Gabbe, pero deje de prestarle atención, caminé en dirección a la camilla del hospital y observé mi cuerpo que descansaba encima de la camilla de hospital, inconsciente y conectado a un millón de cables y aparatos.
Así que era eso lo que me mantenía con vida.
—Perdóname, Daniel—miré a Gabriel un segundo y después volví mi vista hasta mi cuerpo.
No podía pasarme la vida entera castigando a Gabriel por ello, admití mentalmente. Quizá fuera un humano y ya supiera toda la verdad, pero todavía seguía siendo un ángel. El ángel guardián de Eli.
—Te perdono, Gabriel.—dije sincero.
—Daniel yo...
—Pero por favor, déjame solo. Una hora solamente—pedí.
—Supongo que eso es lo menos que puedo hacer—asentí levemente.
Llevé mi vista hasta le médico que anotaba algo en su papeleta, me lanzaba una última mirada y salía. Entonces observé en dirección a la puerta y me di cuenta que mis amigos ya no estaban. Se habían marchado.
—Por favor—imploré volviendo a sentir mis lágrimas recorrer mis mejillas.
Colocó su mano en mi hombro y se marchó.
¿Así que eso era todo, no?
Por eso tenía sueños.
Por eso tenía recuerdos.
Por eso era capaz de tener deseos.
Por eso era Ariane y Gabbe, decían que yo era diferente.
¡Ahora todo tenía sentido!
¡No era un ángel guardián!
¡Era un humano!
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