Capítulo Treinta
—¿Qué?
—¡Daniel! Estas actuando de la misma manera en la que actúan esos humanos que al principio de rehúsan a creer en lo que les estoy diciendo—protestó mirándome con una ceja enarcada.
—¿Tu sabes que es lo que quiere hablar conmigo?—cuestioné mirándolo fijamente.
Fanuel se revolvió el cabello, soltó un suspiro y negó con la cabeza enérgicamente, haciendo que cabello rojizo se despeinara todavía más.
—No, y no intentes sobornarme como lo hiciste con Gabbe para que te diga más—bajé mi vista hasta mis zapatos.
—¿Sobornar a Gabbe?
—¿De verdad crees que Gabriel no se dio cuenta cuando le mentiste a Gabbe para que te ayudara a conseguir información sobre Samuel Snyder?—solté un jadeo.
¡Por el Trono! Me emocioné tanto porque al fin podría descubrir más información sobre Sam, que a su vez, me ayudaría a obtener más información sobre el verdadero Daniel Radcliffe, que tontamente olvidé por completo que Gabriel podía observarme todo el tiempo.
—¡Fue por una buena causa!—respondí sentándome nuevamente en el mismo lugar que había ocupado antes.
—¿En serio, Daniel?—me espetó mirándome—Escucha, no sé para que quiera verte Gabriel, pero no creo que sea nada malo, él y Miguel, lucían realmente relajados cuando me enviaron a darte el mensaje.
—¿Cómo se supone que lo veré?—cuestioné sentándome derecho.
—El vendrá—hizo una pausa.—Gabbe deberá estar presente—añadió.
Enarqué una de mis cejas y cuando estuve a punto de preguntar porque Gabrielle debía estar presente en aquel extraño encuentro, ella apareció por la puerta de la cocina, sosteniendo en sus manos una charola con un plato lleno de empanadas de pollo, automáticamente, mi estómago gruño en protesta.
—Espero tengan mucha hambre—sentenció colocando la charola en la mesa de la sala. Fanuel me ofreció una pequeña sonrisa y tomó una para luego darle un mordisco.
—Estas cosas son una por las cuales me gustaría vivir aquí—rio.
—¿Vas a quedarte unos días con nosotros, Fanuel?—preguntó Gabbe.
—No—sonrió—lo único que me ataba a la tierra era el mensaje que tenía que entregarle a Daniel, pero ya lo hice y no tengo más motivos para permanecer en este plano, esta misma noche vuelvo a casa—Gabbe suspiró.
—Oh, ¿Te pasa algo, Dan?
—No.
Así que el resto de la tarde, la pase encerrado en mi habitación, recostado en la cama y observando el techo. Ahora que lo pensaba bien, hacia días que no tenía sueños, o recuerdos, o como sea que se llamaran. ¡Aunque tampoco los necesitaba justo ahora! Ya tenía suficiente con todo lo que había pasado en los últimos días, pero no era todo, ahora Fanuel estaba sentado en la sala con Gabbe, y bajo para darme un mensaje.
Solté un exagerado suspiro y me arrepentí cuando mis costillas protestaron en respuesta.
Algo me decía, que el hecho de que Fanuel tuviera ese mensaje para mí, era entonces porque las cosas no estaban bien. ¿Y si Gabriel decidía enviar a alguien más al cuerpo de Daniel Radcliffe, porque vio mi pelea con Collin Sparks? ¿Y si pensaba que ya había sido suficiente y no conseguí nada en todo ese tiempo? Bueno, ese mismo día, conseguí que Leah Winfrey dejara de molestar a Eli. ¿Y si me decía que ya tenía que volver a casa? ¡No! Un suave golpeteo en la puerta me hizo salir de mis pensamientos.
Me senté de golpe en la cama y me patee mentalmente.
—¡Adelante!—respondí.
Dos segundos después, Gabbe quedó a mi vista.
—¿Te sientes bien, Daniel?—cuestionó mirándome con sus intensos ojos azules.
—Sí.
—Entonces, ¿Por qué estuviste muy callado durante toda la comida?—preguntó sentándome en la orilla de la cama. Me moví un poco, con cuidado de no lastimarme más y la miré un poco.
—¿Sabes a lo que vino Fanuel?—ella asintió.
—Tenía un mensaje para ti—declaró ofreciéndome una pequeña sonrisa.
—¿Sabes cuál era ese mensaje?
Negó.
—Sabes que Fanuel no puede entregarle un mensaje a otra persona que no sea el destinatario—suspiré.
—¿Entonces no sabe nada aun?—ella negó de nuevo.
—¿Qué es lo que pasa, Daniel?—preguntó acercándose un poco más a mí.
—El mensaje que Fanuel tenía que entregarme, era de parte de Gabriel. Quiere verme el viernes a la media noche—se levantó de golpe y me miró con el ceño fruncido.
—Dan...
—¡Tienes que estar presente! Fanuel me lo dijo—parpadeó un par de veces.
—¿Yo?—asentí enérgicamente ignorando el dolor de mi herida.
—¿Sabes que es lo que está pasando, Gabbe?—pregunté mirándole fijamente.
—Escucha, Daniel. No sé exactamente qué es lo que está pasando. Y aunque lo supiera, sabes que es no podría decirte nada, no me corresponde. Pero si Gabriel quiere hablar contigo, debe ser algo importante.
—¿Crees que quiera que vuelva?—ella me ofreció una sonrisa comprensiva.
—No tengo idea.
—Tú me dijiste que el único que podría decirme lo que pasaba, era Gabriel—ella asintió—¿Crees que quiera verme para hablarme sobre ello?
—Escúchame, Daniel, no importa lo que yo crea, primero tienes que escuchar a Gabriel, es la única manera de que resuelvas todas tus dudas.—suspiré.
—Creo que tienes razón—susurré en respuesta.
—He traído algo que una mujer en St. Charles me dijo que te ayudaría con ese golpe de ahí—me dijo señalando mi abdomen.
Del bolsillo de sus pantalones sacó un pequeño frasco color negro y me lo tendió.
—¿Qué se supone que es?—cuestioné observando de cerca el frasco entre mis manos.
—No lo sé exactamente, pero los humanos lo utilizan—se encogió de hombros—aplícatelo antes de dormir y veras la magia—sonrió.
Le ofrecí una pequeña sonrisa y ella se puso de pie.
—Gracias, Gabbe.
—Buenas noches, Dan—añadió antes de abandonar mi habitación.
—¡Me duele!—grité cuando una chica rubia me aplico un ungüento en una de mis rodillas.
—¡Lo siento, Danny! Pero es necesario, de esta manera esa pequeña herida que tienes ahí, ya no te dolerá tanto y sanara más rápido—explicó la muchacha con voz dulce.
Observé mis pequeñas manos e hice una mueca de dolor. A mi lado, descansaban bloques de lego de todos colores. Levanté la mirada y me encontrè con la mirada azulada de un chico rubio, me observaba fijamente y de vez en cuando me regalaba sonrisas, sabía que lo conocía de algún lado, porque me inspiraba mucha confianza.
—¿Cassie?
—Sí, Danny—respondió la muchacha observándome un poco.
—¿Crees que me muera por esto?—pregunté con miedo. Ella se rio un poco y acarició mi cabello.
—Por supuesto que no, hermoso—sonrió.—solamente te dolerá unos días—me removí en mi lugar y ella soltó un suspiro.
—Pero la abuela, tenía una herida y se murió—repliqué aun sin convencerme del todo.
—La abuela no se cayó de la mesa de la sala, Danny. Ella tuvo otro tipo de caída, una más fuerte—la miré un poco y parpadee.
—¿Entonces no moriré?—cuestioné nuevamente cuando ella presionó el algodón mojado de alcohol sobre mi rodilla.
—No morirás—me aseguró.
—¿Moriré?—pregunté en dirección al rubio joven que se mantenía en silencio. Cass me miró un segundo con una ceja enarcada y suspiró.
—No, amigo. Te he dicho que no morirás—me dijo de nuevo.
—Ya lo sé. Pero estoy preguntándole a él—respondí señalando al muchacho.
Cassie se dio media vuelta y observó en dirección a donde mi mano señalaba aun.
—Ella no puede verme, Danny—respondió el joven mirándome con sus ojos azules—ningún adulto puede verme, solamente tú.
—¡Ahí no hay nadie!—replicó Cassie, observándome con preocupación.
—Está bien. ¿Pero no moriré, verdad?—insistí.
El rubio me ofreció una pequeña sonrisa.
—No, no morirás. Yo te cuidaré—me aseguró.
—¡Daniel!—estalló Cassie.
Abrí mis ojos de golpe.
Pero ya no estaba en un sueño. Estaba en mi habitación que ahora estaba con la luz encendida, y en el umbral de la puerta, Gabbe me observaba fijamente, llena de preocupación. Caminó en dirección a mí y se sentó a mi lado en la cama.
—¿Has tenido otro sueño?—cuestionó mirándome.
—Sí.
—Daniel...
—Ya lo sé, no es normal. Los ángeles no soñamos—le dije desconcertado.
Aquel tipo rubio de mi sueño, sabía que lo conocía de algún lado, o tal vez era Radcliffe quién lo conocía, pero, me era tan familiar. Y solamente yo podía observarlo, era extraño. ¿Y la chica rubia? Cassie, era su nombre, o por lo menos, así fue como ya la llamé. ¿Era mi hermana?
—¿Qué piensas?—despegué mi mirada de la pared azul de mi habitación y la posé en Gabbe.
—Espero con ansias que el viernes llegué—respondí.
—¿Afrontaras las consecuencias, pase lo que pase?—me preguntó mirándome fijamente.
—Pase lo que pase.
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