Capítulo Trece

Gabbe miró una vez más el par de imponentes edificios blancos que conformaban el hospital St. Charles, se acomodó mejor dentro del abrigo blanco que llevaba y suspiró con un poco de cansancio. La idea de ser voluntaria en dicho hospital, le encantaba. Así como también, le encantaba la idea de estar rodeada de humanos. Había sido la guardiana de muchísimos humanos a lo largo de toda su existencia y siempre le habían encantado los humanos; aún sabiendo que eran seres sumamente complicados y destructivos.

—¿Mal aconsejando a Daniel, eh?—cuestionó una grave voz a sus espaldas. La rubia se rio un poco y negó levemente con su cabeza.

—¿Es lo menos que podemos hacer, no?—respondió girándose para encontrarse con un hombre joven musculoso de ojos azules, casi violetas y cabello muy rubio, el mismo hombre que ocupaba un rango muy grande en el cielo. El ángel mayor, Gabriel.

—Demasiado arriesgado dejarlo hacer eso, ¿no crees?—reprochó enarcando una ceja. La rubia revoleó los ojos, una de las costumbres humanas que más le gustaba, sin duda.

—Lo que yo creo, Gabriel, es que sería demasiado egoísta no dejarlo hacerlo.—recordó ella entrecerrando un poco los ojos—¿Estas de visita o solo bajaste para reprenderme?—cuestionó la chica llevándose las manos a su diminuta cintura.

—Bueno, un poco de las dos—respondió el rubio ofreciéndole una pequeña sonrisa. Ella se giró nuevamente.

—¿Algún día volverá?—preguntó Gabbe en medio de un suspiro, observando detenidamente los blancos edificios del hospital.

—Volverá—anunció Gabriel.

—¿Cuándo lo hará?—cuestionó nuevamente la bonita muchacha rubia.

—En el mundo terrenal, ya no existe Gabbe.—susurró el hombre—lo que lo mantiene con vida son un montón de aparatos que los humanos han inventado. Solo eso.—agregó en voz baja.

—Por supuesto que existe—reprochó la chica mirándole.

—Sería un verdadero milagro que despertara.

—Pues entonces vas a tener que contribuir para que eso pase—lo retó la chica.

—Gabbe...

El hombre la miró un segundo y ella suspiró—¿Vas a dejar que Daniel ame libremente a Elizabeth?—cuestionó.

—Sabes que los ángeles no podemos interferir en los sentimientos de los mortales. Si Elizabeth lo ama también, entonces no podemos hacer nada, ni siquiera Daniel—la miró y ella al sentir la mirada violeta del joven sobre ella, se giró de nuevo.

—¿Eso es un sí?—cuestionó con media sonrisa.

—Realmente, es un "no tengo otra opción".

—Oh, Gabriel. Muchas gracias—sonrió la chica y se tiró a sus brazos. El ángel sonrió y después se apartó de ella.

—¿A caso ser casamentera era tu misión aquí?—bromeó él y ella se rio un poco.

—Un trabajo extra no le viene mal a nadie—respondió ella en medio de una sonrisita traviesa y el negó un poco.

—Anda, vamos a verlo—le dijo el joven comenzando a caminar en dirección al hospital y ella lo siguió.

*-*-*-*-*-*

—Hola Bethan—saludó la muchacha muy animada al ángel de la muerte. El joven de cabello y ojos negros, la miró de mala gana y después se percató de la presencia de Gabriel.

—Hola—masculló de mal humor cruzándose de brazos.

La relación con el ángel de la muerte había cambiado radicalmente dos años atrás.

—¿Mucho trabajo por aquí?—cuestionó Gabriel con una pequeña sonrisa.

—Un poco—respondió el chico enarcando una ceja.—aunque debería decir que el área restringida es mucho más tentadora—anunció mirando al rubio.

Gabbe sonrió un poco y después miró a los dos ángeles a su lado. Para tener varios milenios de años, eran bastante inmaduros uno frente al otro.

—Sí, bueno. Supongo, que se llama "área restringida" por algo—respondió Gabriel mirando los negros ojos del chico de la muerte.

—Vamos Gabriel, los chiquitos nos esperan—murmuró Gabbe observando como de los ojos del ángel de la muerte estaban a punto de saltar chispas.

Los dos rubios caminaron en dirección al ala infantil del hospital donde había un montón de niños jugando, coloreando un libro de dibujos animados, decorando con acuarelas las paredes, leyendo, riendo y un pequeño grupo escuchando atentamente como una mujer de mediana edad les leía un libro animadamente. Gabbe sonrió y miró a su alrededor una vez más.

—Daniel tiene una fuerte conexión con los niños, ¿lo sabias?—cuestionó la rubia. Gabriel la miró un segundo; dejando de lado a los niños, asintió y suspiró.

—Lo he visto en la estación, cuando esperaba por ti—respondió.—Esta en su naturaleza—agregó.

—¿Eso es una buena señal?—preguntó la chica en voz baja.

—No lo sé. Es una parte de él, podría ser un buen avance—murmuró el rubio en respuesta.

Veinticinco minutos después, ambos se encontraron con el ya tan familiar cartel que anunciaba que se encontraban en el área restringida del hospital. Ambos se miraron y después observaron la puerta blanca de la habitación. En silencio entraron y observaron el cuerpo inerte del muchacho que descansaba sobre la blanca camilla del hospital.

—Tienes que despertar, ¿sabes?—le dijo la chica rubia sentándose a su lado y tomando su blanca y fría mano, la misma donde descansaba una intravenosa y un cable para suministrarle suero.—hay personas que te quieren y te necesitan.—agregó.

—Está prácticamente muerto, Gabbe. Ya te dije que estas máquinas son lo único que lo atan a esta vida—ella negó firmemente.

—Me niego a creer eso. Él puede hacerlo. Debe despertar.—el suspiró.

—¿Sabes que cuando despierte no va a recordar nada, verdad?—cuestionó el rubio sentándose al otro lado de la camilla.—No va acordarse de ti, y si lo hace, será como un vago sueño.

—Prefiero mil veces eso, a que deje de existir para siempre—murmuró la chica y observó el rostro del chico. Dormía apaciblemente sin darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor, sin darse cuenta que había un montón de máquinas conectadas a su cuerpo, sin darse cuenta que la vida estaba yéndosele de las manos. Gabrielle no iba a permitir eso, claro que no.

—Gabbe...

—Por favor, Gabriel—imploró la muchacha.—tienes que ayudarlo—exigió.

—Es lo que he estado haciendo en todo este tiempo—ella negó.

—Tienes que hacerlo volver—replicó ella.—Tiene toda una vida por delante, no puede terminar así—lloró.

—Escúchame Gabbe, la única manera en la que puede volver, es solamente por elección propia—ella suspiró.

—¿Me prometes que vas a hacer todo lo posible porque vuelva a su vida?—pidió la chica mirándolo fijamente.

El rubio la miró a ella y después observó al chico entre ellos. A su objetivo. Ya le había fallado una vez, no podía fallarle de nuevo.

—Los ángeles no hacemos promesas—inquirió en voz baja.

—A veces, eres un ángel que apesta—reprochó ella. Él le dedicó una pequeña sonrisa.

—Está bien, te lo prometo—aceptó y miró a las dos personas que estaban a su lado.

La rubia de ojos azules le sonreía a manera de agradecimiento y después llevó su vista color violeta hasta el chico inconsciente que yacía en la camilla.

Esperaba que cuando Daniel Radcliffe despertara, aprovechara al máximo la segunda oportunidad que se le había dado. Dos años de un profundo sueño ya habían sido suficientes.

—Volveremos pronto, Dan—le dijo Gabbe al chico castaño y se inclinó un poco para depositar un pequeño beso sobre su frente. —Vuelve pronto, por favor. Eli te necesita—agregó en voz baja, acarició su mejilla y tras una última mirada al muchacho en coma, los dos rubios se marcharon.

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