Capítulo Once

Eli.-

Mi corazón había latido con mucha rapidez en cuanto había visto a Daniel desvanecerse en su asiento. Por alguna extraña razón, una sensación de pérdida me había atacado en ese momento, y estaba completamente segura que esa sensación, no se debía por haber hecho desaparecer sin pena alguna, las flores que Collin me había obsequiado esa misma mañana.

Un dolor en el pecho se había hecho presente en cuanto su cuerpo tocó el piso del salón, atrayendo la atención de todos nuestros compañeros, pero se había esfumado de la misma manera en la que había llegado.

Lo contemplé dormir cómodamente en la camilla de la enfermería escolar, su cabello castaño estaba muy revuelto y sobresalía en todas direcciones, su abrigo azul marino estaba abierto dejándome ver el estampado de la camisa que tenía abajo y como su pecho subía y bajaba tranquilamente por su respiración acompasada, sus labios rosados estaban entreabiertos y sus increíbles ojos azules estaban cerrados. En su frente, descansaba una toalla blanca húmeda que la enfermera le había colocado para bajar la fiebre.

—¿Sabes? Este chico tiene mucha suerte de tener una novia como tú—me giré rápidamente para encontrarme con la mujer que fungía como enfermera escolar, regalándome una sonrisa radiante.

—No, yo no...yo no soy su novia. Es solamente mi amigo.—le dije y ella me miró con una pequeña mueca, negó un poco y soltó un suspiro.

—Bueno, pues entonces tiene mucha suerte de tener una amiga como tu.—hizo una pausa—le quitaré esto—me dijo luego de comprobar la fiebre posando su mano derecha encima de la frente de Daniel.

—¿Se le bajo la fiebre?—pregunté en voz baja observando con preocupación el cuerpo inerte de mi amigo. Si despierto, el chico era guapísimo y parecía un modelo de Vogue, dormido, era sumamente hermoso y parecía un ángel.

—No mucho.—suspiré.—Esta dormido ¿sabes? Podrías ir a tus clases y regresar más tarde para ver si ha despertado—negué rápidamente.

—No, quiero quedarme—ella me miró un segundo y asintió.

—Bien. Entonces asegúrate de que cuando despierte, se deshaga de ese enorme abrigo que no nos ayuda mucho—me pidió en voz baja. Asentí rápidamente y ella se fue dejándonos solos.

Me senté en una silla junto a la ventana mientras observaba como todos los alumnos iban y venían con prisa de un lado al otro. Treinta minutos después, Daniel se sentó de golpe en la cama con la respiración agitada.

—¿Daniel?—pregunté en voz baja y sus ojos azules se posaron en mí al tiempo que se llevaba una mano a su cabeza.

—¿Qué me paso?—murmuró.

—Te desmayaste—dije poniéndome de pie y caminando hasta llegar a su lado, coloqué mi mano en su frente tal y como había hecho la enfermera, pero cuando baje la mirada me encontré con sus azules ojos mirándome detenidamente. Mi corazón latió muy de prisa y el parpadeó un poco aturdido.

—¿Cómo te sientes?—pregunté luego de un rato estrujando entre mis manos una de las mangas de su abrigo.

—Además de tener frio, me siento bien—respondió, me puse de pie nuevamente y me acerqué hasta la camilla para acomodar las almohadas y que él pudiera descansar un poco más.

Coloqué mi mano derecha encima de su pecho y al instante una sensación extraña se hizo presente en mi estómago, me miró a los ojos y mi corazón latió con mucha fuerza, otra vez. Probablemente yo sufría de algún problema en el corazón y no me había enterado aun.

—Tienes que descansar, Dan—murmuré mirándole.

Y entonces las siguientes horas fueron una completa locura, porque me encontré comiendo en compañía de Abby, Noah, Gabbe y Daniel. De hecho, me sentía un poco culpable por el hecho de haber estado un poco molesta por el hecho de que Gabrielle viviera con Daniel, por haberlo ignorado, por haber pensado que Gabbe era su novia y por muchas tonterías más que mi cabeza había maquilado. Así que esa misma noche cuando no podía dormir, me senté en la sala de mi departamento con un enorme vaso de zumo de granada en las manos, mi favorito desde que podía recordar.

A la mañana siguiente en cuanto abrí la puerta de mi departamento para dirigirme a la universidad, un Daniel con el cabello muy revuelto y una muy bonita sonrisa, quedó a mi vista. Sus increíbles ojos azules estaban fijos en mí.

—Buenos días, Eli—me saludó sin perder la sonrisa.

—Hola—saludé—¿Cómo amaneciste? ¿Te sientes mejor?—pregunté mirándolo directamente a los ojos y sintiendo como mis patéticas piernas temblaban patéticamente.

—Mucho mejor, la fiebre se fue y me siento muy bien—anunció acomodándose el tirante de su negra mochila.

—Me alegro mucho por ti—respondí sincera.

—Oye, ¿vas a la universidad?—me preguntó en voz baja, casi podría jurar que estaba nervioso.

—Si—respondí y una sensación extraña se manifestó en mi estómago. Estaba muy segura que esa sensación, no era hambre.

—¿Te puedo llevar?—preguntó tímidamente. Lo miré un par de minutos y después asentí torpemente.

Veinticinco minutos después, luego de que Daniel encontrará un buen lugar para estacionarse y de que me abriera la puerta del auto para que yo pudiera bajar, ambos nos encontramos caminando en dirección al salón de química entre risitas tontas y charlas sin sentido. Me gustaba pasar tiempo con Daniel, debía admitirlo. Era un poco misterioso y eso lo hacía interesante. Pero sobre todo, me gustaba el hecho de que parecía que estuviera dispuesto a escucharme siempre.

—Hey, Eli—escuché una voz y ni siquiera tuve que girarme para saber que Collin Sparks estaba saludándome. Miré a Daniel, y esperé a que se marchara como siempre hacía, cada vez que nos encontrábamos con Collin, pero esta vez no sucedió, cosa que agradecí mentalmente.

El chico castaño de ojos azules se mantuvo quieto a mi lado, observando a Collin de la misma manera que yo hacía.

—Buenos días, Collin—saludé en voz baja.

—¿Te apetece ir a desayunar conmigo? Podemos salir de la universidad y volver en un rato. Solo perderías la primera clase—anunció con media sonrisa.

Miré a Daniel un segundo para darme cuenta que tenía la mandíbula apretada y aferraba con demasiada fuerza el tirante de su mochila.

—Uhm, gracias, Collin. Pero desayunaré con Daniel, Abby y Noah aquí, en la cafetería—respondí ofreciéndole una pequeña mirada de disculpa.

—¿Entonces crees que pueda ser mañana?—cuestionó. Escuché suspirar a Daniel y lo miré de nuevo, pero esta vez, su mirada estaba fija en mí. Oh por dios, estaba esperando mi respuesta. Mi corazón latió descontroladamente dentro de mi pecho y cuando nuestros ojos se conectaron un segundo, la sensación de estar cayendo libremente se apoderó de mí.

—Bueno, yo...

—O, yo podría desayunar con ustedes. —Me interrumpió. Definitivamente, no.

—¿Qué?—murmuró Daniel ganándose una mala mirada por parte de Collin.

—¿Te molesta eso, Radcliffe?—preguntó desafiante en dirección a Daniel.

—¿Por qué habría de molestarme, Sparks?—cuestionó Daniel en respuesta. Llevé mi mirada de uno al otro y después negué un poco.

—Basta los dos—exigí—Agradezco tus intenciones, Collin, pero con todo lo que paso ayer, prefiero pasar estos días con mis amigos.—dije recordando la sensación que había sentido cuando había visto a Daniel desfallecer ante mí.

—Está bien, podemos armar una cita después, todavía tenemos pendiente nuestra cita para el cine, para el fin de semana—anunció con una gran sonrisa en los labios. Lo miré con los ojos llenos de sorpresa y mi cerebro comenzó a trabajar a marchas forzadas para formular una buena forma de rechazar esa oferta.

Le lancé a Daniel una mirada llena de súplica. Él, en respuesta, me ofreció una sonrisa de lado y tomó mi mano con delicadeza.

—Vamos Eli. Abs y Noah nos deben estar esperando—asentí lanzándole una última mirada a Collin y una pequeña sonrisa de disculpa para después reanudar mi caminata junto a Daniel.

—Gracias por salvarme, Dan.—inquirí en voz baja atrayendo la atención de mi amigo. Soltó mi mano y me miró.

—Siempre que necesites que alguien te salve, aquí estaré yo—me dijo con media sonrisa, haciendo que mis piernas temblaran, haciendo de repente que fuera muy consciente de que yo era un humano que vivía en la tierra, que la tierra era un planeta que estaba en constante movimiento, y que por mucho que comúnmente no lo notara, estaba ahí.

Sólo que esta vez, con una sonrisa como la que Daniel Radcliffe acababa de ofrecerme, yo era muy consciente de que la tierra giraba y no solo eso, podía notar su movimiento. Y con ese pensamiento, fue como se me pasó el día entero, pensando en que tal vez, solo tal vez, Abigaille Westbury tenía razón, tal vez Daniel, si me provocaba algún tipo de sentimiento, pero yo estaba totalmente asustada como para reconocerlo y mucho menos, admitirlo en voz alta.

Y es que, no era que yo le temiera al amor, al contrario, había crecido rodeada de amor, sabía que lo que era amar y que te amaran, pero también sabía que el amor tenía una fecha de vencimiento, que de alguna manera o por alguna extraña razón, el amor siempre terminaba de forma repentina, se perdía. Y eso era justamente a lo que yo le tenía miedo, a la perdida. Había experimentado ya ese sentimiento una sola vez en la vida, por partida doble y con eso me había sido suficiente para no querer volver a experimentarlo nunca más.

Entonces, tal vez no me aterraba la idea de sentir algo por Daniel, lo que realmente me asustaba era amarlo y después perderlo, que se esfumara de un día para otro, no volver a verlo. Porque si, yo tenía que admitirlo de una buena vez, me había encariñado lo suficiente con él, y mi mayor temor, era perder a Daniel Radcliffe.

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