Capítulo Dieciocho
Eli.-
Mis piernas estaban temblando ligeramente. Mi corazón estaba haciendo acrobacias dentro de mi pecho. Mi cabeza daba vueltas y un incesante hormigueo se había hecho presente en las puntas de mis dedos. Me iba a desmayar, estaba segura que pronto, mi cuerpo iba tocar el suelo húmedo.
—¿Podrías ya quitar esa cara, por a mor a dios y todo lo bueno?—enarqué una ceja y miré a Abby, que se encontraba atentamente observando como Daniel y Noah hacían un intento por jugar futbol.
—¿Qué cara?—cuestioné en voz baja. Gabbe me miró un segundo, sonrió y llevó su vista de nuevo a los chicos.
—Esa cara de tonta enamorada que tienes desde que volvieron del bosque—se quejó mi mejor amiga y me miró—estoy realmente muy contenta por ti, Eli. Pero empiezo a pensar que tu rostro se congeló—me reí.
—Está todo bien con mi rostro—protesté.
—Yo también estoy muy feliz por ustedes, Eli—anunció Gabbe posando sus ojos azules en mí.
—Muchas gracias.
—Me da mucho gusto ver feliz a Dan. Merecen ser felices juntos—sonreí.
—Gracias Gabbe.
El resto del día había pasado de manera estupenda. Abby, Gabbe y yo nos habíamos unido al partido improvisado de los chicos, yo había hecho de árbitro, dado que carecía de sentido de la coordinación y me era un poco difícil mantener mis pies detrás del balón sin pisarlo y romperme un brazo, una pierna o el cuello en el intento, solo que de árbitro; lo había echo peor. Daniel y Gabbe terminaron ganando el partido, y es que ellos, observándolos en constante movimiento parecían estar conectados entre sí, se movían con tanta agilidad y determinación, que era casi imposible que Noah y Abby hubieran tenido una oportunidad por lo menos de pasar la pelota por en medio de los dos rocas que fungían como porterías improvisadas.
Yo me había mantenido observando el partido tratando de hacer lo mismo que aquellos hombres que vestían de negro en los partidos de futbol, pero por supuesto, yo no les había llegado ni a la suela de los zapatos, así que había permanecido en silencio cuando las rodillas de Abby habían tocado el suelo, cuando el cuerpo de Noah cayó en un charco de barro, cuando Abby jaloneó de la camisa a Daniel y este cayó de espaldas riendo a carcajadas, e incluso cuando Gabbe había tomado con las manos el balón y se lo había votado a Noah en el estómago, cuando este por "accidente" tironeó de su cabello para distraerla. Abby se había reído tan fuerte de eso, que el partido había finalizado con mis amigos revolcándose entre sí y carcajeándose.
Me senté sobre el pasto mientras observaba a mis amigos terminar de limpiarse el barro de la ropa y tratando de recuperar el aliento. Daniel caminó en mi dirección con una pequeña sonrisa en los labios, se sentó a mi lado, besó mi mejilla tiernamente y entrelazó nuestros dedos.
—Hubieras sido una estupenda jugadora—anunció con media sonrisa.
—¿Qué?—me reí—si hubiera jugado probablemente en este mismo momento estaríamos visitando el hospital con alguno de mis huesos rotos.
—Lo digo en serio.
—Yo también hablo muy en serio—le dije.—Tampoco fui de ayuda como árbitro.
Rio.
—Para mí fuiste el mejor arbitro en la historia de los árbitros—espetó con una sonrisa.
—Claro, sin contar con el corte de Abby en la rodilla derecha, el barro en la ropa de Noah, el cabello alborotado de Gabbe por el tirón que le dio Noah, y el enorme hematoma que debes tener de cuando te caíste.—hice una pausa—Estupendo árbitro. De aquí al mundial.
—Me encantas.
Lo miré con una pequeña sonrisa en los labios.
—Tú también me encantas.
Así que el resto de la tarde; lo habíamos pasado platicando y jugando entre nosotros. Me había acomodado entre los brazos de Daniel mientras charlábamos de banalidades con nuestros amigos, su barbilla descansaba en mi hombro y de vez en cuando proporcionaba pequeños y cariñosos besos sobre mi mejilla.
Al llegar al edificio, luego de haber pasado el mejor día de mi vida con ellos, me había despedido de mi ahora novio y cuando entré en mi departamento, encontrè a Isabelle sentada en la sala observando el televisor con un gran recipientes de palomitas en las piernas y una lata de refresco en una de sus manos. Parecía una adolescente. La observé en silencio un par de segundos más, era como ver a mi mamá, pero con el cabello castaño.
Ellas habían compartido un gran parecido, ambas tenían tez blanca, ojos castaños, casi dorados. Las dos poseían esa gran y peculiar sonrisa que nunca se iba, poseían esos pequeños hoyuelos que aparecían cada vez que sonreían, y compartían también esa energía arrolladora. Ambas eran espíritus libres, dinámicos, activos. Yo no eran tan parecida a ellas, físicamente tal vez, tenía el cabello castaño, pero siempre parecía como si una parvada de pájaros se hubieran peleado encima de mi cabeza, mis ojos eran castaños oscuros, pero no lo suficiente para parecer negros, y tenía hoyuelos; pero en todo lo demás, definitivamente no.
—Oh, no sabía que habías vuelto—la voz de mi abuela me sacó de mis pensamiento. Parpadee un par de veces y le ofrecí una pequeña sonrisa.—no te escuché entrar.
—No quería interrumpirte—le dije dejando en el perchero mi abrigo. Ella me dedicó una pequeña sonrisa y se corrió un poco en el sofá para que yo pudiera sentarme a su lado.
Cuando lo hice, me ofreció el tazón de palomitas, que rechacé cortésmente, porque con todo lo que había ingerido con mis amigos, estaba segura que mis jeans ya no me volverían a quedar de la misma manera.
—¿Cómo estuvo el día de campo?—me preguntó justo cuando los protagonistas de la película se enzarzaban en una discusión, la chica rubia rompía a llorar y el hombre se marchaba dejándola sola en medio de la incesante lluvia.
—Magnifico—respondí con una sonrisa radiante, tanto, que casi me sentí culpable por ser feliz cuando la rubia de la película no dejaba de sollozar y empaparse bajo la lluvia.
—¿Y esa sonrisa?—preguntó. Despegué mis ojos de la pantalla y la descubrí mirándome fijamente con una pequeña sonrisa tirando de la comisura de sus labios.
—Daniel y yo, ya somos novios—murmuré ansiosamente. Ella enarcó una ceja y después me abrazo haciendo que el tazón volcará y derramara palomitas por todos lados. Me reí un poco.
—Oh, cariño. Estoy tan feliz por ti—sonrió ampliamente.—Estoy muy segura que van a ser muy felices juntos, se nota a un kilómetro de distancia que ese chico te quiere—aseguró sin perder la sonrisa.
Mis mejillas ardieron automáticamente.
—Yo también lo quiero.
—Lo sé, basta ver la manera en que lo miras—rio un poco.—hasta para una vieja como yo, es evidente.
—Oye, tú no eres vieja—reproché mirándole.
—Pero es evidente—me eché a reír y dos segundos ella se unió a mi risa.—creo que debes estar muy cansada—asentí un poco y después observé de nuevo a la pantalla.
Mi abuela tomó el control remoto y justo cuando la protagonista rubia de la película se reencontraba con su amado e iniciaban una guerra de miradas silenciosa. La pantalla quedó en negro y entonces fui yo la que se reflejó en la pantalla.
Cuando el Lunes llegó y el despertador comenzó a sonar desesperadamente, una alegría enorme invadió mi cuerpo, el día anterior, no había visto a Dan, puesto que yo había pasado el día de compras con Isabelle. Así que con más ánimo del normal, salí de la cama ignorando la ráfaga de aire frio que se había colado por mi puerta, caminé hasta la ducha y veinticinco minutos después, con el cabello totalmente seco, tomando mi mochila y despidiéndome de mi abuela, me encaminé hasta la puerta de mi departamento.
Cuando la abrí, lo primero que encontrè fue un enorme ramo de flores de muchos colores, con un pequeño sobre blanco y a Daniel detrás de él. Tomé las flores entre mis manos y con cuidado de no estropearlas, me acerqué hasta sus labios y lo besé. Él se rio un poco y colocó su mano derecha sobre mi mejilla.
—Buenos días—saludó en cuanto me separé de él. Me reí un poco.
—Dame un segundo—pedí entrando a mi departamento para colocar las flores en un jarrón con agua. Tomé el sobre con cuidado para abrirlo y sonreí.
"Para la novia más hermosa del planeta. Con amor, DR."
—Pensé que ya te habías ido—anunció mi abuela apareciendo por el pasillo de las habitaciones, justo cuando yo observaba embelesada mis flores.
—Ya lo había echo, solo vine a colocar mis flores en agua—señale al ramo frente a mí y una sonrisa cruzó por su rostro.
—De eso hablaba—espetó con entusiasmo.
—Te veré mas tarde—prometí antes de volver a salir de la casa para encontrarme con Daniel apoyado a un lado de mi puerta.
—¿Todo bien?—cuestionó mirándome
—Más que bien—le dije tomando su mano y entrelazando sus dedos con los míos.
Veinticinco minutos después, ambos nos encontramos caminando en dirección a la clase de la señora Murs, esa aburrida clase donde la mujer de casi ochenta años nos hablaba acerca de los valores que como seres humanos deberíamos de seguir. Era un poco aburrido y tedioso, si me lo preguntaban. Daniel me dedicó una pequeña sonrisa.
—Elizabeth—dejé de caminar ante la voz de Collin. Miré a mi nuevo novio un segundo y él apretó un poco más mi mano.
—Collin—murmuré en respuesta una vez que este, llego a mi lado. La pequeña sonrisa había vuelto. Cuando se percató que mi mano estaba enlazada con la de Dan, le dedicó una mirada fulminante a mi novio y este le respondió de la misma manera. Mi corazón latió muy de prisa, puesto que lo último que necesitaba era a esos dos chicos peleándose entre ellos.
—Solo quería decirte que en dos semanas con motivo de mi cumpleaños, daré una fiesta en mi casa—sonrió un poco y luego su sonrisa se esfumó—mamá ha estado preguntando por ti, así que...bueno, pensé que sería bueno que vinieras—sonreí un poco.
—Muchas gracias, Collin.
—También puedes venir, Radcliffe—le dijo a Dan.
—Oh, muchas gracias, Collin—espetó Dan sarcásticamente. Una sonrisa de desprecio apareció en el rostro de Collin, pero Daniel estaba muy entretenido observando al frente que no se percató, o tal vez sí, pero lo ignoró.
—Te veré después, Eli—me dijo Collin antes de inclinarse un poco hacia mí y besar la comisura de mis labios, el agarre de Daniel en mi mano se hizo más fuerte y apreté mis ojos con fuerza.
—Hasta luego—murmuré en cuanto él se marchó.
Miré a Daniel con una ceja enarcada, él me dedicó una amplia sonrisa y negué levemente.
—Eso fue...
—Eso fue muy amable de su parte—me dijo reanudando nuestra caminata.
—No. Eso fue grosero—corregí.
—Oh, vamos, Eli. Solamente lo dijo porque no tenía otra opción, sino hubiera está presente, ni siquiera hubiera cruzado por su cabeza invitarme a su fiesta—suspiré.
—Creo que tienes razón.
—La tengo, mi amor.—anunció con una pequeña sonrisa victoriosa. Mi corazón dio un respingo y sonreí como toda una tonta.
—Oh por dios, me encanta—le dije sincera. Daniel dejó de caminar, me miró a los ojos y se acercó un poco a mí.
—¿Qué es lo que te encanta?—cuestionó enarcando una ceja y sonriendo ampliamente.
—Tu, llamándome "mi amor".—con su mano acarició mi mejilla y sentí que toda la sangre que corría por mis venas, de repente me hizo una mala jugada y se aglomeró en mis mejillas.
—Mi amor—murmuró antes de terminar con la poca distancia que nos separaba. Besando mis labios castamente. Acelerando mi corazón. Haciendo que mis piernas temblaran. Perfecto, pensé.
Todo él era perfecto.
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