Capítulo Cinco
Daniel.-
—¿Desde cuándo vives sola?—pregunté luego de unos minutos de ver a Eli jugar con el tenedor. Me miró unos segundos y después frunció un poco el ceño.
—Desde hace dos años—respondió.—cuando mis padres murieron—agregó en voz baja.
—Lo lamento, Eli.
—Está bien, ya no me duele tanto hablar de ellos.—me sonrió.
—¿Tenias más hermanos?—suspiró.
—No. Yo era hija única. De hecho, mi abuela Isabelle, me ofreció a ir a vivir con ella después de que ellos murieron.—hizo una pausa—decidí declinar su oferta e independizarme. Vendí la casa de mis padres y fui a vivir al departamento.—agregó encogiéndose de hombros.
—¿Te deshiciste de todos los recuerdos de tus padres?—pregunté un poco sorprendido. Ella me miró un poco.
—Era una buena forma de dejarlos ir—respondió.—pero cuéntame, ¿Qué hay de ti?—suspiré.
—Siempre he vivido solo.
—¿Qué hay de tus padres?—me preguntó. Pero la verdad, es que no podía responder a esa pregunta. Los ángeles éramos todos hermanos, pero no teníamos padres. Todos habíamos sido creados por el trono.
—Yo...no lo sé—respondí en voz baja colocando mis manos encima de la mesa y ella me miró con el ceño fruncido.
—¿Qué?
Dejé escapar un prolongado suspiro.—Es que...yo no puedo recordarlos.—negué levemente y Eli colocó su mano derecha encima de la mía. Automáticamente una energía eléctrica recorrió mi espina dorsal.
—Lo lamento tanto, Daniel.
—Estamos en las mismas—respondí esbozando una pequeña sonrisa. Porque a diferencia de Eli, a mí no podía afectarme algo de lo que no tenía conocimiento.
—Supongo que si—murmuró ella y después me ofreció una pequeña sonrisa.
*-*-*-*
—Oh vamos, no pueden ser tan aguafiestas—se quejó Abby mientras colocaba un puñado de palomitas de maíz en su boca.
Dos semanas después, yo ya me había acostumbrado a algunas de la costumbres de los humanos. Tomé un puñado de papas fritas y miré a las chicas.
—Sí que podemos—espetó Eli sentándose a mi lado. Me eché a reír.
Era viernes por la noche y Abby había insistido un montón en hacer una pequeña reunión en el departamento de Eli, esta última se había encargado de comprar bebida y comida para los cuatro.
—Noah, diles algo—se quejó su novia. Mi amigo me lanzó una mirada suplicante y yo me encogí de hombros.
—Mañana es sábado, mañana empieza la temporada de partidos en la universidad—Abby lo miró mal, tomó otro puñado de palomitas y se lo lanzó a su novio.
—Oh por dios, casi lo olvidé—se quejó Eli poniéndose de pie de repente.
—¿Qué pasa?—preguntó Abby.
—Collin—murmuró y caminó en dirección a su habitación. Dos minutos después volvió con un carnet dorado en la mano.
—¿Qué es eso?—le preguntó Noah.
—Espera. Ese es un pase VIP para los vestidores de los jugadores del equipo de Steven Benson.—el moreno observó a Abby. Eli la miró unos segundos y después asintió un poco.
—No lo entiendo—dije y tres pares de ojos me miraron atentamente.—¿Qué tiene que ver eso con este chico, Collin?
—Amigo, a veces eres tan tonto.—me dijo Noah palmeando mi espalda. Lo miré unos segundos sin entender y él negó levemente.
—Con ese pase, Eli puede entrar a ver a Collin antes del partido...y después si es lo que a ella le apetece—me informó la chica rubia.
—Oh.
—¿Entonces si vas a ir al partido?—preguntó Noah. Eli lo miró un poco y después asintió lentamente.
—Collin me lo pidió hace dos semanas—respondió.—y eso no es todo, también me pidió una cita después del partido—Los ojos de Abby se abrieron de la sorpresa y parpadeó varias veces.
—¿Qué dices? ¿Estás de broma? Collin Sparks te pidió una cita y no se lo habías comentado a tu mejor amiga—protestó con fingida indignación.
—Chicas—murmuró Noah en dirección a mí y yo me encogí de hombros.
—Yo...creo que es hora de irme. Tengo un montón de sueño.—me puse de pie y me despedí de mis amigos.
Me senté en la cama de mi habitación. La contemplé en silencio, era simple. Las paredes blancas estaban totalmente desnudas, el forro de mi cama era de un color azul chillón, a mi lado, había una pequeña y una vieja mesa de noche, en la que descansaban una pequeña lámpara amarilla y un libro de pastas negras. Suspiré. Y fue entonces cuando me di cuenta que a un lado de mi cama, había cuatro camas iguales más, enfrente otras cinco camas se alineaban a la blanca pared. En el fondo de la habitación había una ventana con feas y viejas cortinas grises. Me puse de pie y caminé hasta allí.
—Vamos, Daniel. Ben dice que si no comes, morirás de hambre—me dijo un pequeño niño de ojos verdes y cabello negro. Lo miré unos segundos con fastidio.
—No tengo hambre—respondí y volví mi vista más allá de la ventana.
—Pero tienes tres días sin comer—protestó ganándose una mala mirada de mi parte.—Morirás.
—¿Es mejor que estar aquí, no?—pregunté con ironía. El niño me miró con los ojos cristalizados y de repente, una ola de culpabilidad me inundó.
—¿Qué pasara si te mueres? ¿Me vas a dejar con Ben? ¿Enserio, Daniel?—preguntó aterrado y yo suspiré.
—Lo lamento, Sam. No es culpa tuya—murmuré sin moverme.
—¿Qué es lo que se siente?—me preguntó arrastrando una silla de madera y sentándose en ella frente a mí.
—¿Qué cosa?
—Que pronto cumplirás desocho.—sonreí un poco.
—Se dice dieciocho y faltan dos años aun—le corregí y me encogí de hombros.—tienes ocho, en diez años más lo sabrás.—me miró unos segundos.
—Eso no es justo.
—Sí. Bueno. Tienes ocho años, no creo que realmente sepas lo que es justo o no—respondí y él cruzó sus cortos y delgados brazos encima de su pecho e hizo una mueca de desagrado.—muchas cosas no parecen justas—agregué.
—¿Qué será lo primero que aras?—me preguntó.
—Patearte el trasero si no te callas—respondí con una pequeña sonrisa.
—Bueno, eres el único bueno conmigo aquí, estaría bueno que fueras rudo conmigo aunque se una vez. Ben dice que todos tenemos un lado malo, hasta tu—lo miré enarcando una ceja.
—Sigue soñando. Yo no soy Ben.—le dije en voz baja.
—Ben me maltrata todo el tiempo, tú me defiendes de Ben. Así que, no. No eres Ben.—sonreí.
—Eres insoportable, pero me caes bien—dije y chocamos palmas.
—Eres un ángel de la guarda—le dediqué otra sonrisa.
—Me falta mucho para eso.
Abrí los ojos de golpe y me encontré recostado en la cama de mi habitación. Con la respiración agitada parpadee varias veces y miré a todos lados en busca de las otras nueve camas, pero solo estaba la mía. Las paredes no eran blancas, eran azules. Estaba completamente solo, y no tenía dieciséis. Tenía veintidós. Suspiré y me puse de pie. ¿Sam? ¿Quién era Sam y porque lo protegía de Ben? ¿Quién rayos era Ben? ¿Por qué yo tenía sueños? ¿A caso ya me estaba convirtiendo en humano? No, aquello no podía ser. Yo era un ángel. El ángel de la guarda de Eli.
El día siguiente estuve encerrado en mi departamento. Un par de veces unos suaves golpes a la puerta me habían sacado de mis pensamientos, pero había decidido ignorarlos. Me había dejado caer en la sala contemplando a la nada. ¿Por qué estaba teniendo sueños? No podía encontrar una buena razón por la cual estuviera ocurriéndome algo así. Ariane y Gabbe, algunas veces me habían dicho que yo era diferente, y cuando había preguntado por qué yo era diferente, ellas solamente me habían sonreído y después se habían marchado. Fuera la razón que fuera por lo que ellas me consideraban un ángel de la guarda diferente, estaba muy seguro que poseer la habilidad de soñar, no era a lo que ellas se referían.
—Tienes dos segundos para abrir esa puerta, Daniel Radcliffe—escuché gritar a una voz masculina del otro lado de la puerta. Me puse de pie en un salto y mi corazón latió con fuerza.
Me encaminé a la puerta del departamento y dos segundos después, Fanuel quedó a mi vista con una expresión seria en el rostro.
—¿Por qué no abres?—me preguntó entrando en mi casa. Lo miré unos segundos y sonreí.
Se quitó la mochila de la espalda y después se despojó de la chaqueta negra de cuero que llevaba, si lo veías bien, parecía recién sacado de una sesión fotográfica de una de esas revistas que Abigaille solía leer cuando teníamos algún tiempo libre en la universidad. Para mi sorpresa, extendió sus enormes alas blancas, mandando al suelo de paso, la lámpara blanca de pedestal que había en la sala.
—Mucho mejor cuando no tienen que estar escondidas—me dijo con una blanca sonrisa. —¿Cómo puedes estar aquí sin alas?
—Tengo alas—protesté—Y no utilizarlas, no es tan difícil como parece. Deberías saberlo.
—Sí, no es lo mismo plegarlas unas horas a no extenderlas más.—protestó en respuesta.
—Es lo que hay—respondí encogiéndome de hombros.—pensé que Gabriel no dejaría que nos viéramos.
—No es malo, Daniel.—me dijo sentándose en la punta del sillón.
—¿Me ha estado observando?—pregunté.
—Todo el tiempo.
—¿Y qué hay de su objetivo?—pregunté de nuevo pasándome las manos por mi cabello con exasperación.
—Nunca lo he visto—me dijo mirándome y suspiré.—¿Por qué es importante eso para ti?—me cuestionó poniéndose de pie.
—No es que sea importante, no me malinterpretes—agregué rápidamente—es simplemente curiosidad.
—¿Te está gustando tu estancia en la tierra?—parpadee varias veces.
—La universidad es buena.
—Claro. La universidad—me miró—hombre, conmigo no tienes que fingir. ¿Sabes que Gabriel sólo puede verte porque tienes un cuerpo humano?—¿Qué?
—¿Disculpa?—se rio.
—Mientras te quedes quieto a mi lado, no puede observarte. Digamos que mi esencia, uhm, y mis alas, no le permiten observarte justo ahora. Así que no finjas—me acusó.
—Ni siquiera sabía eso—me quejé.
—¿Sabías que en cuanto los humanos mueren y el alma se separa de su cuerpo, los guardianes dejan de ver a sus objetivos? Las almas que no tienen un cuerpo humano, no son visibles para los guardianes, Daniel.—hizo una pausa— Bueno, solo ha habido una vez que eso fue diferente por intervención de un ángel mayor—lo miré.
—¿Qué?
—Oh, no me hagas caso. Mejor cuéntame cómo va tu misión—pidió ofreciéndome una sonrisa.
—Bien—respondí simplemente y me deje caer frente a él.
—¿Qué está pasando, Daniel? No te miras animado. Al contrario, pareciera como si algo te preocupara.—suspiré.
—¿Por qué los ángeles no tenemos sueños?—solté de golpe. Los ojos de Fanuel se abrieron de golpe.
—No lo sé. Supongo, es parte de la naturaleza de los ángeles, Daniel. ¿Por qué?
—Solo curiosidad.
—Daniel...
—Okay, tal vez he estado teniendo algunos sueños extraños. Ya lo sé, los ángeles no soñamos. Pero, ni siquiera sé porque los tengo. Tal vez es parte de estar en este cuerpo—me señale a mí mismo.
—Es probable.—respondió y se puso de pie.
—Fanuel, vamos. Dime que es lo que pasa.—pedí.
—Es que no pasa nada, Daniel. Eres muy inteligente y es probable que estés teniendo estos recuerdos y ya. No es nada por lo que debamos preocuparnos, te lo aseguro. Ahora, dejemos estos temas de lado y dime que podemos comer.—ordenó.
—Espera...¿recuerdos? Dijiste, ¿recuerdos?—negó rápidamente.
—Estas empezando a confundirme.—declaró—y de verdad, quiero ver que es lo que comes ahora que estas en la tierra y es tu deber mantener este cuerpo en buen estado—me señaló.
—Está bien—dije finalmente rendido.—colócate esa cosa, digo, no es normal que de repente haya un tipo con unas enormes alas brotándole de la espalda.—agregué con gracia. El rio.
—No sé por qué, pero presiento que esta charla ya la había escuchado antes—sonreí. —Por cierto, esto es tuyo—me dijo metiendo la mano al bolsillo de su chaqueta y sacando unas llaves con un llavero color negro.
—¿De qué se supone que es esto?—cuestioné tomándolas.
—De tu auto—respondió con simpleza. Lo miré con los ojos bien abiertos.
—¿Tengo un auto?—pregunté tontamente. Fanuel me miró con el ceño fruncido y después asintió.—Desde cuanto tengo un auto—acusé. El me sonrió un poco.
—Desde siempre.
—¿Qué?
—Vamos, Daniel. Me muero de hambre—anunció y salió del departamento.
—Espera, ¿sé conducir?—pregunté.
—Sí.
Media hora después los dos estábamos entrando en la pequeña cafetería de May's, donde Eli trabajaba tres días a la semana. Y yo, yo había conducido, sabía conducir, como en mi sueño.
—¿Piensas quedarte conmigo todo el fin de semana?—pregunté tomando asiento. Fanuel se acomodó en una silla y después me miró unos segundos.
—Te noto ansioso, ¿te pasa algo?—negué.—Daniel tú no puedes ment...—lo interrumpí.
—Ya lo sé. Es solo que me siento un poco angustiado por no poder estar vigilando a Eli.—hice una pausa—desde que estoy aquí...pierdo más fácilmente la noción del tiempo. —Fanuel rio.
—Me gustaría conocerla, sabes.—lo miré.
—Entonces, ¿te quedaras el fin de semana conmigo?—volví a preguntar.
—Vine a entregar un mensaje y no me puedo ir de aquí hasta que ese mensaje haya sido entregado.—me respondió.
*-*-*-*-*
—¿Eli?—pregunté un poco sorprendido. Ella se giró para verme un par de segundos y después alejó su mano del timbre de mi departamento.
—Hola, Daniel.—hizo una pausa—yo... pensé que estabas enfermo o algo así—frunció el ceño.—estuve llamando a tu puerta unas horas antes y no me has respondido. Estaba un poco preocupada—parpadeó.
—Lo siento. Me dolía un poco la cabeza y prácticamente dormí todo el día—respondí y ella miró a Fanuel.—oh, lo siento. Eli, él es mi amigo Fanuel. Y Fanuel, ella es Elizabeth Westfall, mi vecina y compañera de clases—agregué.
—Mucho gusto, Elizabeth—dijo el ángel a mi lado y le tendió la mano a Eli.
Ella la tomó con una sonrisa—El gusto es mío, Fanuel. Y puedes decirme Eli, Elizabeth se escucha muy formal—respondió ella arrugando la nariz. Fanuel rio.
—De acuerdo, Eli.—me miró.
—Ehm, ¿quieres pasar, Eli?—pregunté con el corazón acelerado.
—Uhm, no quiero incomodarlos. Sólo quería saber si te encontrabas bien. Ayer, cuando te fuiste de mi casa, te veías...raro—murmuró mirándome. Fanuel también me miró con una ceja enarcada.
—Sólo era cansancio—respondí esbozando una pequeña sonrisa.
—En ese caso, está todo bien—asentí un poco.—Buenas noches, Daniel—me dijo antes de girarse. La miré un par de segundos.
—Eli, espera—dije justo antes de que ella girara el pomo de su puerta. Me miró un par de segundos y mis piernas por alguna extraña razón temblaron.—¿quieres ir a dar un paseo mañana con nosotros?—pregunté.
Sonrió y miró a Fanuel. Y entonces yo recordé que mi amigo estaba con nosotros—Claro.—respondió en voz baja.—Buenas noches, Fanuel—agregó y se giró de nuevo.
—Estas...por todos los ángeles en el cielo, ni siquiera encuentro una buena palabra para describir el modo en el que ves a Eli.—se rio Fanuel en cuanto entramos en el departamento.—en todo el tiempo que llevo siendo un ángel, nunca te he visto así antes—lo miré unos segundos.
—¿Qué? ¿Cuánto tienes siendo un ángel? No, espera. ¿Cuánto tiempo tengo yo, siendo un ángel?—me miró.
—No lo estaba diciendo en ese sentido, Daniel. Lo estaba diciendo como una simple expresión—me dijo seriamente.
—¿Por qué tengo la sensación de que todos ustedes saben muchas más cosas de las que yo tengo conocimiento?—sus ojos se posaron en el pequeño cuadro del ángel regordete que él mismo había colocado en mi pared.
—¿De que estas hablando ahora, Daniel?—preguntó indignado.
—Ya lo escuchaste—reiteré cruzándome de brazos y observándolo fijamente.
—Creo que deberíamos ir a dormir—me miró—los cuerpos humanos necesitan descanso para funcionar mejor—anunció y desapareció por el pasillo que llevaba a las habitaciones. Solté el aire de golpe y me pasé las manos por la cara lleno de frustración.
Caminé hasta mi habitación cerrando la puerta de un portazo, me dejé caer en mi cama y cerré los ojos con fuerza. Era oficial; necesitaba un respiro
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