La pócima brujeril

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Capítulo 6: La pócima brujeril

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Los habitantes de Ciudad Puñeteros se levantaron con una desagradable noticia. El titular principal del periódico Aquí, revelaba un gran caso de corrupción: los dirigentes transportistas se embolsillaron durante años dinero de los peajes municipales para beneficio propio.

La cosa se agravó, entre los choferes se desconocían dirigencias sindicales y pasó lo que tuvo que pasar: la población se quedó sin medios de transporte públicos.

―¡Esto es un completo caos! ―exclamaba el Alcalde en el consejo municipal pidiendo soluciones posibles, sin embargo, aparte de pedirles a los ciudadanos que compartan sus autos, no se veía salida posible a lo que hasta el momento era la crisis más grande que afrontó hasta la fecha Ciudad Puñeteros.

Ajenas a lo que se discutía en el municipio, pero no por ello indiferentes al problema que atravesaba la ciudad, tres individuos iban en un lujoso vehículo particular: dos mujeres y un chofer privado.

―Le agradezco mucho, señorita Sandra, por llevarme en su auto para traer las compras del mercado para el orfanato.

―No tiene por qué, hermana Angélica, ¿me pregunto hasta cuándo durará este paro?

―Yo también me pregunto lo mismo, a este paso no sé qué va a ser de Ciudad Puñeteros.

Ambas cerraron los ojos e inclinaron la cabeza para pensar en una solución, cuando de improviso y al mismo tiempo, levantaron la cabeza y sonrieron.

―¡China Supay!

―¡El ángel!

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Otro día gris para la ciudad. El Alcalde en su auto se dirigía al municipio, cuando de pronto, el fuerte estruendo de varios tubos de escape llamó su atención.

―¿Qué es todo ese ruido?

―No lo sé, señor alcalde ―le contestaba el chofer―, parecen ser motociclistas.

―¡Lo que me faltaba! ¡Esa diablesa de China Supay, seguro va hacer fechorías con su pandilla de maleantes hippies!

―No lo creo, señor; me parece que a las motos les incorporaron sidecars y están transportando a la gente mayor y mujeres embarazadas de un lugar a otro.

―¡¿Qué?! ―gritó el Alcalde y miró con atención por la ventana no pudiendo dar crédito a sus ojos.

No solo Los Marqueses, también Los Calambeques, se dedicaban a suplir en alguna medida la falta de transporte público, llevando gratis o a muy bajos precios a la población más necesitada que necesitaba movilizarse grandes distancias.

«No, esto es terrible», pensaba el hombre mientras hacía rechinar los dientes por la rabia. «Esa diablesa de China Supay seguro intenta aprovechar el paro en el transporte para así formar un monopolio. Si eso sucede ya no habrá nada que la detenga, ¡que diabólica mujer!».

No solo el necio del Alcalde pensaba lo peor, también lo hacían los dirigentes de los transportistas que no veían con buenos ojos que los motoristas estuviesen prestando ayuda a la población.

―He escuchado que las bandas de motoristas siguen a un líder despiadado y brutal.

―Entonces tendremos que tenderle una trampa y enseñarle a no intentar quitarnos nuestro trabajo. ¿Sabes quién es?

―Es increíble, pero dicen que es una joven que puede ponerte mal de ojo con solo mirarte directo a los ojos.

―Eso me suena a brujería, esto no me gusta.

―No tenemos alternativa o acabamos con la bruja o luego nos puede ir muy mal.

―Yo sé dónde podemos emboscarla. Pasa algún tiempo en un callejón sin salida, seguro para preparar maleficios.

Los obesos cruzaron miradas y asintieron, no permitirían que una nueva línea de transporte se asentase en la ciudad.

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Como de costumbre, China Supay iba dando de comer a los gatos del callejón, esta vez cuidándose de no caer de nuevo a la alcantarilla, sin sospechar que los gordos dirigentes se acercaban con malas intenciones. Esta vez no habría escapatoria posible para el ángel de feroz mirada.

―Alto allí, todos ustedes ―ordenó alguien al grupo que se acercaba.

―¿Quién es usted? ¿No ve que estamos ocupados? Tenemos en manos un asunto que no le concierne, así que mejor no se meta o sino...

―Sé que asuntos tienen entre manos, así como otras cosas que esconden... ¿Les suena el caso de corrupción en salud? Ya saben, esa clínica que alquilan y de la que no rinden cuentas a ninguno de sus afiliados.

―¡¿Cómo se enteró de eso?! ¡¿Quién es usted?!

―Desistan en hacerle daño a la joven y no diré nada al respecto y cuidadito con intentar algo, si algo me pasa, pueden estar seguros que el semanario Aquí, tendrá un muy buen titular respecto a ustedes ―dijo un individuo enjuto de rostro ratonil, que sonrió con desvergüenzura al levantar su sombrero pasado de moda. ¡Era el investigador privado!

«Que bien que pude proteger al ángel».

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Era la hora más oscura para el Alcalde, pronto el consejo municipal iba a votar para ver si debían o no apartarle de su cargo por no haber solucionado el problema del transporte, cuando su secretario vino corriendo y le anunció que los transportistas volverían a trabajar.

―¡Es un milagro! ¡Debió de ser mi ángel guardián quien me sacó al fin de este apremiante apuro! ¡Gracias, mil gracias, mi ángel!

―Señor, los nuevos dirigentes de los transportistas quieren entrevistarse con usted.

―¡Pronto, hágalos pasar! ―ordenó mientras se alisaba el cabello contra el cráneo.

Un hombre enorme de barba y enormes patillas además de ser muy muscular, entraba haciendo lo que parecían ser poses de fisiculturista a riesgo de hacer saltar los botones de su sacón. Junto a él venía la mujer más hermosa que viese el Alcalde en su vida.

De largo cabello negro y rostro muy bello. Era muy curvilínea y sus turgentes senos parecían estar hechos de leche y temblaban a cada paso elegante que daba.

―¡Mil, mil gracias señores, muy estimadísimos señores! ¡Estaré en deuda con ustedes para siempre!

―No se preocupe, señor Alcalde, es lo menos que podíamos hacer por usted, después de todo, nuestra hija y la suya resultaron ser grandes amigas ―dijo el hombre riendo y dándole fuertes y dolorosas palmadas al Alcalde.

―¿Su hija?

―Pasa querida, no seas tímida, saluda al Alcalde.

―Sí, mamá. Buenos días, señor Alcalde, por cierto, le traje esta medicina para la anemia.

El hombre no escuchó nada de lo que le dijese China Supay, solo vio un brebaje que parecía haber salido de la caldera de una bruja y allí mismo se desmayó sin sospechar que luego el musculoso padre le haría respiración de boca a boca para reanimarlo.

La luz del sol entraba por la ventana del despacho del alcalde, pero ninguna luz resplandecía tanto como la sonrisa del ángel de Ciudad Puñeteros.

FIN

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