34
Después de haber cenado realmente esperé que Mía durmiese junto a su mejor amiga durante la noche, ya fuera en mi habitación o en la de alguno de mis hermanos, sin embargo fue grande la sorpresa que me llevé tras salir de la ducha y encontrar a Mía tumbada en la cama mientras miraba su teléfono.
¿Me arrepentía de no haberme llevado al menos unos calzoncillos al baño? No. ¿La situación me resultaba incómoda? No.
¿Me estaba mintiendo a mí mismo de nuevo? Sí.
Pensar en que un humano me viese prácticamente desnudo me daba igual, sin embargo pensar que Mía apartara la mirada de su teléfono para mirarme, en esa situación, me ponía francamente nervioso e incómodo.
—Oh, Kook, espero que no te importe pero he cogido uno de tus...— sin poder evitarlo golpeé la palma de mi mano contra mi frente, ella estaba adorable con uno de mis jerseys puestos.
La quedaba demasiado grande y, por alguna razón que ni si quiera quería pararme a analizar, rezaba porque ocultase unos pantalones cortos debajo de mi jersey, sujeté la toalla en mi cadera, sintiendo cómo presionaba en un punto que no me sentaba para nada bien.
Tener el cuerpo de un humano era una jodida mierda.
Mía tenía sus ojos tapados y susurraba incontables disculpas mientras yo intentaba cambiarme de ropa lo más rápidamente posible, más de un suspiro se escapó de mi garganta, ¿por qué tenían que pasarme esas cosas?
—Ya, está bien.— me senté en el borde de la cama, mientras apoyaba la cabeza en mis manos y miraba a un punto de mi pantalón de chandal esperando a que ese bulto, demasiado obvio, desapareciera.
Controlar esas cosas cuando tenía mi cuerpo de Ángel de la Muerte era mucho más sencillo, sobre todo porque no tenía la necesidad de hacer nada de lo que los humanos hacían.
—Pensé que dormirías con Hye.— mi voz estaba demasiado ronca, joder, cerré los ojos al sentir una de las pequeñas manos de mi niña de ojos grises sobando mi espalda.
—¿Te encuentras bien?, ¿te duele algo?— sí, había algo que me dolía bastante, pero no pensaba admitirlo en voz alta, ni de coña iba a decirle a mi niña que tenía una puta erección.
Eso sí que no, ella era demasiado pura como para mancharla con mis pensamientos nada propios.
—Estoy bien, mejor durmamos, mañana tienes que madrugar.— Mía se alejó de mí, sentí la cama hundirse muy levemente bajo su peso, después me tumbé yo, dándola la espalda.
Con un suspiro cerré los ojos, definitivamente debía poner distancias entre nosotros y ese era un buen momento para hacerlo.
Me tumbé al igual que ella y le di la espalda, traté de calmarme y dormir.
Llevaba varios días repitiéndome la misma frase mas no hacía nada por cumplir con lo que me proponía, la estupidez humana debía ser contagiosa y yo la había cogido como un humano coge un constipado.
Pasé toda la noche con los ojos abiertos y tratando de no darme media vuelta para abrazar a Mía, para no pegarla a mi pecho y poder esa calidez única que me brindaba su tacto y piel suave.
Joder.
Mis recuerdos de mi vida humana debían estar haciéndome preocuparme, pensar y sentir cosas que no deberían cruzarse por mis venas o cerebro. Últimamente mis palabras no tenían validez alguna y no sabía qué hacer ni a quién pedir ayuda.
¿Mis hermanos podrían explicarme lo que yo me negaba a aceptar?
¿Podrían ellos explicarme cómo volver a ser yo?
¿Se habían dado cuenta de que sólo Mía era algo más que una humana para mí?
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