La pared sin terminar de pintar


El amor y sus mil demonios.

«Primero que todo tengo que ser absolutamente sincera, pues considero que el mayor error de todo ha sido pensar que todo tiene que ser perdonado antes de perdonarme a mí misma por no pensar lo suficiente y comprobar al final que mi aptitud bonachona ha sido usada en mi contra. Antes que nada debo pensar sin la responsabilidad de perdonar lo imperdonable, pero, más importante, olvidar el daño que me han causado cada uno.

Ante todo yo, por encima de los demás».

13-12-2018

La última carta dentro del cofre que dejo como la razón de todo dos días antes de su juicio. La razón de su ida el mismo día que comprendió que esperar era un asunto vano sin la opción de salir de su nuevo hogar pues, su piel ya se hallaba fusionada con la pared observando lo que nunca fue mientras vacilaba en la idea de morir.

Antes que nada es necesario tener el contexto, el punto, la puerta, el umbral que permite deslumbrar el porqué de aquella afirmación, y, es que sin duda desde el momento en que un individuo permite entrar al amor a su vida, corre el riesgo de pagar un alto costo, perdiendo además las palabras de promesas en vacías presagios sin argumentos, efectuado en la realización de cada una de ellas la falta del pincel que logre deslumbrar la idea a la superficie. Sin notar y sin poder prevenir Alía pagaría la decisión de entregar su vida a quién no dudo en cambiarla por otra sin mediar la palabra, rompiendo la pintura que ambos construían juntos en el habita de un hogar en construcción.

Sin embargo, ¿es Eugenio el verdadero culpable?, o solo un instrumento para relatar la desdicha del amor en pleno auge de la juventud efímera y pecaminosa.

—Alía. —Dejo la palabra en al aire un momento viéndola lijar las paredes por ahora blancas del lugar que sería su hogar en tan pocos días—. ¿Cuándo saldrás?

No esperaba respuesta ante su aparente muro de mantenimiento pero, sin poder dejarlo marchar; ese hombre que obedecía toda regla que ella dictara, decidió alegre dejar caer el muro con su ropaje amarillo, su ilustre cara redonda, la sonrisa sarcástica y esas flechas en su mirada, queriendo dedicarle unas pocas palabras que dejaran vivo aún a su prometido.

—Estoy ocupada. —Levanto su mentón orgullosa de su pared cada vez más lisa y lista para pintar—. ¿No ves que todo lo hago por nuestro hogar? —Rio por dentro evitando mirar al hombre que dejaba de sentir que latía su corazón—. Antes, deberías venir a colaborar, quiero dejar por lo menos la sala lista para llegar mañana pensando que no falta mucho para disfrutar nuestra privacidad—. «En vez de solo mirar», pensó.

—Pensaba en salir hoy a pasear, tengo a Mota conmigo y me gustaría compartir algo de tiempo.

—Ya te dije mi respuesta y sabes bien que ese gato lo detesto. No me gusta saber que es de tu ex, además es revoltoso y un marrano completo.

—Ok... Te dejo, tengo otro plan en mente.

—Haz lo que quieras.

—Bien.

—Bien. —Se levantó del piso con el fin de cortar toda conversación que interrumpiese más su labor de diseñadora de interiores y al tiempo continuar con su labor mental.

«Un poco más y queda».

Dejando dentro de la casa a la única mujer que fue la mayor protagonista de una vida formal, marco el rumbo de sus pies a su cita con el fin de concretar físicamente el contacto que le hacía falta sentir desde el día que la vio marchar para estudiar lejos de sus manos frías ante el atardecer que se hacía cada vez más presente y menos cálido. La noche lo recibiría con la sensación de un toque en su espalda y una mujer con su maleta a la espera del hombre que juro esperar para formar lo que Alía llamaría: formalizar la relación.

—Hola. —Sus labios temblaron junto con su cuerpo enjaulado en los ropajes obligatorios ante la sociedad y el frío que parecía colarse a través de su bufanda a su pecho que se estremecía con verlo, una vez más, con la misma ropa que ella conoció el día de su presentación.

—Pensé que estarías esperando en el terminal y no aquí. —Él beso su mejilla notando con las comisuras de ambos subía.

—Llegue más temprano así que quise ir donde mis padres para sorprenderlos, no pensé que intentarías recogerme, bueno, si esa era o no tu intención. —No se tomaron la molestia de más palabras, pues antes de siquiera darle espacio a alguna otra palabra ya estaban sumidos en sus deleites esperados de besos y abrazos no dados.

El encuentro fue breve con la llamada al calor y la necesidad corporal que ambos decidieron complacer cerca de la avenida donde se encontraron. Nada sabían de la desdicha que se le colaba en la ventana de Alía al cerrarla y acostarse en el suelo para continuar su labor.

Las luces nocturnas de los coches dibujaban sombras en el primer piso donde dormía plácidamente Alía sin cobija alguna, ya que el amor por el frío la arropaba junto con la ropa que traía cubierta aún de pintura verde con la duda de ser elegido finalmente para tomar la presentación a los habitantes o huéspedes de la morada. Una ráfaga de luz reposo unos segundos en su rostro cubierto de su cabello corto antes de sonar su celular en medio de un sueño que olvido una vez abrió sus ojos para contestar y terminar con la paz que le había prometido un hogar.

—¿Alo? —Escucho al otro lado de la línea cobijas y una voz dormida.

—Alía, no puede dormir tranquilo hasta que hablemos. —Ante esas palabras quiso interrumpir con una pregunta pero no le dejo hacerla. La razón: se le estaba yendo el valor para hablarle—. Estoy con Leticia, la encontré y ahora la estoy acompañando. —Al oír solo esas palabras pudo hacerse ella la razón de la llamada a las 4:58am. Le consto mantener el celular en su oreja escuchando aquellas palabras y la voz que rápido odiaba—. Alía, yo no quería hacerte daño nunca, antes sabes que me he esforzado mucho por nuestros sueños, pero, tus sueños no son los míos, ahora no. Cometí un error ayer y debo pagarlo con tu ausencia. Sé que rápidamente saldrás adelante y comprenderás que no soy el hombre que necesitas.

—NI siquiera lo intentaste así que no vengas con estas palabras a consolarme, ni coraje tuviste de darme la cara, pero, sabes, lo más cómico es perder mi tiempo con alguien que ni sabe lo que quiere y sucumbe ante cualquiera. —En su mente gritaba groserías por lo alto ante el silencio de ese ser despreciable—. Te diría que me des la cara pero no toleraría saber la razón verdadera del por qué me cambias por esa. Al final ambos son la misma mierda.

Y colgó, apagando el celular y rompiendo su Sim Card. Lo poco que quedaba de noche logro sentir el frio sofocante; la madrugada. Esta la recibió dejando ver sus ojos rojos y sus labios fruncidos en un intento vano de retener las lágrimas que surcaban su rostro húmedo. Era mentira la afirmación de su fortaleza, por lo que nunca se preparó para dejar ir seis años de su vida en el florecer de su sueño. Un sueño donde podía recordar el hogar que la adornaba y la familia que no se logro hacer.

Está bien.

No tienes que hacer nada.

Sí, lo entiendo.

Hablaba consigo misma en una conversación salida de la nada con la pared medio pintada de verde. Una pared que la reconectaba a ese día no muy alejado de su sentencia.

—Deberías ir a recoger tus cosas —comento Leticia mientras adornaba su piel con cremas para cada zona específica y a la vez miraba a su actual pareja arrancar cada pétalo del girasol que hace dos días le había obsequiado.

—Ya no son mías. —Su voz tajante fue quien decidió marcar el ritmo de la conversación.

Paso un tiempo mientras la conversación llegaba al punto de fluir con la sinceridad que Eugenio no quería admitir frente su nueva amada, pues, relatarle la verdad podría ser su condena. Sin embargo quería terminar con el interrogatorio dando por ende la respuesta que tanto se debatió por ocultar.

—No la ha superado. —La miro directamente sintiéndose vacío e insignificante al pronunciar dichas palabras. Hasta su alrededor le parecía encajar más con esos sentimientos que el verde insistente de Alía.

—Eso lo sé desde que comenzamos a salir. Pero lo qué no sé es el motivo de la ruptura. —Por fin recobro más la fortaleza, ya que esa voz le decía con total tranquilidad la respuesta más cercana que deseaba.

—Estabas dormida cuando todo pasó.

—¿Cómo así? No se supone que habían terminado hace meses.

Con todo y detalles logro explicar cada pensamiento que le salía, evidenciando el rostro de Leticia inexpresivo ante el final. Hace dos días cuando ella llego se dio como fin la relación de Eugenio y Alía. Sin saberlo había sido promotora de ese daño.

—Estoy seguro que fue por la conversación que tuvimos por teléfono lo que me hizo arrepentir de terminarle. Pensé que te olvidaría pero no fue así. —Paro para dejarle hablar pero ella no quiso—. Como no tiene familia y sus amigas dejaron serlo..., me es muy complicado saber de ella. No quiero ir donde ella vivía o vivíamos.

—Ve si eso deseas. —Esas palabras no fueron las que deseo sacar.

—Estoy feliz contigo. Eso me debe bastar. —No lo sintió totalmente sincero.

—Sabes, lo más seguro es que ya esté mejor y podamos regresar del viaje sin remordimientos. Fue para mí la mejor salida. ¡En serio, todo fue tan increíble! Aunque me torcí la muñeca no pensaría en un mejor acompañante! —En absoluto le importo todo lo que escucho y lo que su presencia provoco. Su propia felicidad era lo que le mantenía con la idea de mantenerse con Eugenio. Ya la edad la iba a acabar y un hombre que lograse ayudarla era lo que necesitaba. Su propia felicidad fue su recompensa así el hombre o la amará como ella quería. O, eso fue lo que se permitió aceptar.

Detallarla, con la atención que sentía nacer, le hizo recobrar el sentido. Así fue el inicio de su relación con Alía. El brillo que emanaba sus ojos, la calidez de sus palabras y la misma sensación de amor infinito que creyó solo le pertenecería a esa mujer. El roce de su piel en el juego de palabras y miradas desvanecía todo amor sobrante de su antigua vida, una que dejo ir sin más, solo fuera una mala jugada. No podía negarlo, esa decisión dejo en claro que su elección fue la más certera.

Nuevas noches se depositaban en su mente mientras disfrutaba del abrazo que ensordecía sus oídos con los labios que le hacían compañía cada noche, antes de siquiera pensar en dejar a Alía, porque para él, la sonrisa se la había robado la mujer con quien dormía. Una mujer que conocía a ambas personas, una cegada por el amor y la entrega total del hombre que considero prohibido.

La historia de ambos comenzó al tiempo en que Alía salía con Eugenio, ambos tan amorosos y alejados de las discusiones mantenían como medio de ello la distancia, objeto de separación que condujo a la ruptura inesperada de Alía. Ella nunca quiso atarlo con detalles minúsculos, porque consideraba el mayor gesto de amor la intención y acción a una casa propia, donde sus historias se escribieran a puertas cerradas ante la sociedad que murmuraba un nuevo romance joven, un romance que culminó cumplido los seis años de martirio de Eugenio. Leticia era la razón, sus pequeños detalles fueron motivo suficiente para alejarlo completamente y sin duda, él nunca sintió que su acto fuese mal visto para nadie, pues si el corazón elige se debe tomar la decisión lo más antes posible, así sea seis días antes de la mudanza final al nuevo hogar que dejo abandonado junto con la idea perpetua de Alía con el vestido que le compro para estrenar el día de la mudanza final.

El mañana nunca vino a sus ojos, ni menos a su piel que se conectaba profundamente con el terreo que era su hogar, el punto predilecto para acabar con su existencia. Alía era una mujer de mirada vacía y pocas palabras heredadas de las discusiones por su lengua viperina y mordaz.

Su hogar no la dejaba marcharse, antes, le proponía la idea de fusionarse, ser un solo principio y final depositado en cada rincón, siendo la puerta o el puente para volver a la vida de antes. No, ella deseaba convertirse en una parte importante para su casa. Ser la pared de bienvenida era la mejor opción, así que como un último acto de su apartado racional se dejó fundir en lágrimas y roces con la pared fría que recibía cada golpe y cada insulto escondido en su garganta con el fin de nunca herir a nadie. La época del copo de nieve le decía, con su boca que se dirigía a sus manos cubiertas de pintura y cenizas de su amor que no faltaba mucho para ser solo una casa.

La idea de abandono le contesto la soledad de su nuevo habitad. La soledad y la sensación constante de frío era lo ideal para calmar el calor de sus gimoteos ahogados en su tráquea y alma, sino fuera por la completa locura al tomar el cuchillo y vaciar su sangre en un tarro vacío de pintura quizás no hubiese terminado en el frio suelo que era su cama secándose como flor marchita ante la luz del sol que no lograba calentar su cuerpo adormecido de la vida.

Antes de toda su locura escribió también en su móvil ya encendido unas notas que eran sus pensamientos que no salían por su boca:

¿A dónde has ido que has permitido olvidar?

Entregarlo todo sin recibir nada.

Lo había hecho, tal y como lo predijo su sueño. Era la casa, y en específico la pared para observar la sala y la entrada principal sin ningún habitante abrir la puerta. 

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