6. No soy yo, eres tú
—Estoy lejos de mi casa —murmuré, girando sobre mi propio eje. Me senté en una banca del parque por el que estábamos caminando. Edward parecía no querer ir a la fiesta pero no quería preguntarle aún el por qué. Se sentó junto a mí y exhaló el aire lentamente mientras echaba la cabeza hacia atrás. Se quedó con la mirada perdida en las estrellas.
—¿Te quieres ir? —preguntó en voz bajita.
Menee la cabeza y me quedé mirando el cielo igual que él.
—Creo que ya estoy convencida de que no eres un psicópata, así que no tengo apuro en irme. Mañana no trabajo.
—¿Te quedarías toda la noche conmigo? —quiso saber.
¿Qué me está proponiendo?
¿Por qué siento que hay cien grados más aquí?
Me giré en su dirección y él seguía con la vista en el cielo. Tragué saliva con demasiada dificultad.
—Yo no...
—Calma esa mente que no era una propuesta indecente —dijo riéndose. Ladeó la cabeza y sus ojos azules se quedaron analizando mi expresión. Lo que no me convenía porque mis pensamientos me traicionaron con imágenes no adecuadas, provocando que mis mejillas estuviesen sonrojadas. Esbozó una sonrisa y estiró su brazo para tocarme una mejilla con su dedo pulgar. Tenía los dedos fríos y no me moví cuando hizo contacto con mi piel.
—No pensé que era una propuesta indecente —gruñí. Se incorporó, de forma que quedó más cerca de mí, provocando un aceleramiento de mis pulsaciones.
—Ah, yo diría que sí —replicó con cierto tono coqueto. Acercó su cara lentamente a la mía, y no quería mostrarme débil ante él, así que no me moví ningún centímetro. Presentí que solo jugaba conmigo y que no me iba a besar.
—¿Por qué no quieres ir a la fiesta? —pregunté, con su cara a escasos centímetros de la mía. Chasqueó la lengua antes de alejarse.
—Es el cumpleaños de mi hermana.
—¿Estás peleado con ella?
—No. Es la mejor amiga de mi ex. La misma ex que me fue infiel con uno de mis amigos. Probablemente están los dos en esa fiesta.
—¿Todavía la quieres?
—No. Es solo que cuando sucedió eso, la mayoría de los que están allí en esa fiesta —incluyendo mi hermana—, dijeron que fue mi culpa porque yo estaba trabajando muchos turnos en el hospital. —Se reclinó en el asiento con las manos en su nuca—. Así que no estoy muy interesado en compartir con ellos. Pero a mamá le rompería el corazón si se entera que no vine a ver a Alexa. —Arrugó la frente—. A mi mamá no la hago sufrir. —Golpeó sus rodillas con sus manos, dando por terminado el tema—. Entonces... ¿qué le dirás a Santiago?
Suspiré ampliamente, decidí no seguir con el tema porque algo en su expresión me indicaba que no quería hablarlo. Mas bien parecía que ambos nos preguntábamos sobre cosas que no queríamos hablar. Casi que nos saboteábamos entre los dos.
—No soy yo, eres tú —respondí con obviedad.
Soltó una carcajada.
—Está perfecto. No es fácil terminar una relación de tantos años, y te apoyo. Él es un idiota. —Cogió los lados de mi cara y me quedó mirando profundamente, y yo también aproveché de estudiar mejor sus enormes ojos; su nariz pequeña y respingada; y sus labios bonitamente dibujados—. Oye yo como novio soy mucho mejor —agregó como si nada.
—Seríamos pésimos novios, Edward. —Cogí sus manos y las alejé de mi cara.
Hizo una mueva y se desparramó en el asiento.
—Sí, seríamos un desastre.
—¿Ah, sí? —pregunté, alzando una ceja, aunque él ya no me miraba.
Apoyó su cabeza en mi hombro y se quedó allí.
—Tu cabello frondoso se llevaría todas las miradas y no estoy acostumbrado a eso —respondió. Soltó una carcajada y se incorporó sacudiendo su cabello. Lo llevaba más corto a los lados y eso le daba un toque que le aumentaba su atractivo.
—Qué pesado que eres. El problema sería que me engañarías a las dos semanas. Además, eres muy guapo y a mí no me van así.
Ay, dios. Qué dices... ni que hubieses bebido mucho.
Edward soltó una carcajada y volvió a apoyarse en mi hombro.
—Te voy a explicar por qué seríamos un desastre: te encontré escondida en la habitación de alguien que no conocías después de que les robaste un pastel, a mí una chica me derramó un vaso a propósito, vinimos a caminar sin un rumbo tan fijo para ir a esa fiesta a la que no quiero entrar, y ni siquiera sabemos nuestros nombres. —Levantó la mano y tanteando mi cara, agarró mi nariz—. Nada bueno o bonito saldría de una noche así. Así que sí... un desastre. O... también tengo muchas razones del por qué seríamos asombrosos.
—No... porque está todo ese problema de que no puedes estar en una relación, eres infiel y te la pasas en aplicaciones de citas —murmuré rodando los ojos. Me quedó mirando como si estuviese profundamente ofendido.
—¡Hey! Te abrí mi corazón y estás usando eso en mi contra. —Fingió que se apuñalaba el pecho—. ¿Por qué me haces esto, Bella?
Me puse se pie de un salto y lo obligué a hacerlo. Me cogió las manos delicadamente, la de él seguían frías, y sus dedos eran largos y finos, así que envolvían los míos por completo. Edward era tan alto que yo le llegaba a la mitad de su pecho.
—Es solo para dejar en claro que nosotros juntos no serviríamos. Necesito a alguien más disponible... emocionalmente. No podría salir de una tormenta para meterme a otra.
Abrió los ojos y la boca con cara de impresión.
—Así que soy una tormenta —murmuró. Me cogió firme por la cintura—. Quizás los soy. No sé... dejaré mi próximo amor en manos del destino.
Me reí descaradamente, haciendo que se me quedara mirando seriamente hasta que terminé.
—¿Qué dices?
—Eso —gruñó, soltándome—. Es por eso que no sabrás mi nombre y no sabré el tuyo. Si debemos encontrarnos... lo haremos de nuevo.
Solté otra carcajada, divertida con sus ocurrencias.
¿Por qué la vida me trae esto?
De repente ya me consideraba fan de los misterios.
Tenía frente a mí un chico que quería ser un misterio para mí, y por primera vez, acepté que así se mantuviera. Me parecía que la historía así de corta y así de emocionante era perfecta. Además, recordemos que tenía el corazón roto, y si bien su nivel de belleza era superior a la media que usualmente veía, no me gustaba de esa forma.
—Me parece una buena idea. —Le di un golpecito en el hombro—. Gracias por ayudarme hoy. Mañana hablaré con Santiago, y dejaré las cosas claras.
—Tú puedes. Eres vali...—Su celular comenzó a sonar e hizo una mueca cuando vio quien era— ¿Hola?...Sí, ya voy. Pero solo subiré unos minutos. Voy con una amiga...Bella... ¿qué te importa? —preguntó burlesco. Cortó y me quedó mirando. Luego me señaló un edificio frente al parque—. Es allí, ¿me acompañas?
Tenía ganas de hacerlo, pero los ojos ya se me cerraban. Eran más de las una de la madrugada, y ya llevábamos dos horas dando vueltas mientras conversábamos de la vida y buscábamos cómo resolver nuestros problemas. Era hora de ir a dormir.
—Estoy cansada, creo que me iré a la casa. Llamaré un taxi —murmuré.
Hizo un puchero que se le vio precioso. Le sonreí. Lo había pasado excelente con Edward... y hacía mucho tiempo que no me divertía así con Santiago. Eso me hizo suspirar... ¿en qué momento había dejado de divertirme y empecé a sufrir? La presión en el pecho y la angustia que aparecía cada vez que pensaba en que Santiago no me quería, me dificultó la respiración. Edward al parecer notó que no me sentía bien y me cogió la mano, atrayéndome hacia él. Me permití un instante de debilidad —no para lo que ustedes podrían pensar—, sino para llorar. Ed me acarició el cabello mientras algunas lágrimas mojaban su camiseta.
—Llamaré el taxi por ti —murmuró. Sacudí la cabeza, no me quería ir llorando en el taxi. Me separé de él y me limpié las lágrimas
—Te acompañaré, quiero seguir... distrayéndome.
—¿Segura? —Asentí con una sonrisa, aunque Ed no se veía muy convencido—. Después nos vamos juntos, ¿te parece? —Batió las pestañas.
Caminamos unos diez minutos hasta el edificio. No paraba de morderse el borde del labio inferior. Lo cogí por el brazo y lo obligué a detenerse justo antes de que llamara el ascensor.
—¿Estás bien? —Parecía que se encontraba peor que yo. Me miró confundido y luego resopló—. Saludaremos y estaremos diez minutos. Diré que me duele la cabeza y que quiero irme, ¿estás de acuerdo?
—¿Harás eso por mí? —preguntó riendo.
—Por mi mejor amigo haría de todo. Vamos.
Se rio por lo bajo. Pero ya les había dicho que mis planes no siempre funcionaban como lo esperaba. Edward tocó la puerta y una chica con el cabello rojizo nos abrió extendiendo sus brazos. Se abalanzó a él.
—¡Pensé que no vendrías! Pasen. Tu hermana está por allá.
—¡Carla! —Alguien la llamó. La chica miró hacia el salón y me dio un abrazo apretado antes de correr hacia quien la llamaba.
Íbamos entrando y me quedé congelada en el acto porque identifiqué de inmediato a uno de los invitados: Santiago. Conversaba animadamente con una chica en el balcón, justo ella sacó su celular y se sacaron una foto juntos. Santiago le cruzó el brazo por la espalda. Yo conocía a todo el circulo cercano de él, y ella... no era nadie que yo hubiese visto antes. Es más... nadie en esa fiesta me parecía conocido. Mi corazón se aceleró del espanto. Cogí a Edward por el brazo y con la mirada señalé a mi novio. Retrocedimos hasta salir de la vista del resto de personas
—Llámalo —dijo de forma que sonó como una orden.
—¿Qué?
—Llámalo y ve si te contesta.
—Yo...no sé —respondí, con la vista perdida en mis zapatos. Tenia mucho miedo de hacer lo que Edward me decía que hiciera, es que si llamaba a Santiago y él decidía no contestarme... mi corazón se iba a terminar por romper.
Cogí el celular.
—Espera. —Me cogió las manos y me clavó sus ojos—. Tú puedes, y... mándalo a la mierda —soltó serio. Luego agregó—: Y después nos iremos juntos. Te invitaré a lo que sea que esté abierto a esta hora. Prométeme que aceptarás. —Solté un risita con los ojos llorosos.
—Sí, claro que sí. Te lo prometo —respondí apenas. Me giré, pero Edward me obligó a mirarlo de nuevo.
—Bella, si fuese necesario sacaría todo mi lado vampiro y le sacaría la sangre si me lo pidieras —dijo, sin ninguna expresión de broma. Tuve que reprimir la risa. Pensé que no había entendido su elección de nombre.
—Que giro tan oscuro dio esto —murmuré. Le golpee el brazo—. Gracias, pero creo que no será necesario. Aunque... quédate atento puede que te lo pida—. Di un paso al frente de forma que Santiago entró en mi rango de visión. Comencé a llamarlo mientras lo observaba. Sacó su teléfono del bolsillo y por un instante pensé que me iba a contestar. Mi corazón se encontraba agitado de la desesperación, y mis manos sudaban, sin embargo, él miró la pantalla, me cortó y abrió la cámara para sacarse una foto con la chica.
Así como si nada.
Moví mi cabeza lentamente hacia el ascensor. Justo unas personas iban llegando y yo aproveché que estaba abierto para salir corriendo. Cerré rápidamente, y desaparecí antes de que Edward reaccionara.
Llegué abajo agitada, como si hubiese bajado corriendo los diez pisos y no por el ascensor. Me afirmé de las rodillas. Mi respiración estaba inconstante y mi pecho me dolía. Sentí unos pasos tras de mí, y me giré para decirle a Edward que me tenía que ir, que no podía enfrentarme a eso por hoy. Me quedé congelada cuando me encontré con Santiago mirándome con expresión de culpa.
—Lo siento —dijo apenas. Se metió las manos en los bolsillos del jeans. Me encogí de hombros y tomé una respiración profunda y lenta. Quería contener las lágrimas, no me apetecía ponerme a llorar en mitad de la calle en un lugar tan lejos de casa y con él frente a mí.
—No te voy a andar pidiendo tu atención, Santiago. Haz lo que quieras.
—¿Qué quieres decir? —Frunció el ceño. Dio un paso al frente y yo uno atrás—. Si quieres estoy toda la semana contigo, todos los días. —Percibí cierta desesperación en su voz.
Menee la cabeza.
—Ya es muy tarde.
—¿Hablas enserio? ¿A qué te refieres?
—A que terminamos—contesté con una calma que me sorprendió. Además de la enorme pena que me cayó encima, por otro lado me sentí aliviada. Había evitado decirla desde hace semanas. Una palabra que me tenía con el pecho apretado, y triste.
—¿Seis años los vas a tirar a la basura porque sí?
Arrugué el entrecejo.
Esperen... ¿porque sí?
—Yo no los tiré a la basura. Vuelve con la chica, que te debe estar esperando.
Así como yo te he estado esperando.
—Pero Maddie...no seas así. Sí...—Se rascó la nuca y miró hacia los lados—. Es verdad que te he dejado un poco de lado pero no quiero separarme de ti.
Nos quedamos mirándonos unos instantes. Él tenía los ojos brillantes por las lágrimas que amenazaban por salir, pero yo llevaba demasiado tiempo en esa situación y ya le había dicho más veces de las necesarias lo que sucedía, sin tener ningún cambio. El punto es que él nunca pensó que yo alguna vez terminaría con él.
Y en ese instante me di cuenta de cuatro cosas: primero, él tenía miedo de estar solo; segundo, pensaba que me tenía segura porque yo estaba enamorada; tercero, yo ya no sentía lo mismo; y cuarto, no iba esperarlo nunca más.
Di un paso atrás.
—Santiago...—murmuré con voz quebrada.
—¿Qué? —Por un instante pareció creer que yo le iba a decir que lo perdonaba.
—Terminamos —decreté. Exhaló resignado y fijó su mirada al piso. Ninguna palabra salió de su boca. Me quedé esperado a que algo dijera. Admito que quería que me pidiera que me quedara con él, que me dijera que me amaba y que no me podía perder; pero él solo subió la cabeza y me quedó observando con cara de perrito abandonado. Asintió con la cabeza.
—¿Quieres que te vaya a dejar? —preguntó.
—¿No tienes nada que decir sobre que terminamos?
Meneó la cabeza.
—No... ya tomaste la decisión.
Solté una carcajada que a mi parecer sonó algo diabólica.
—¡Vete a la mierda! —Justo miré hacia la calle y corrí hacia el único taxi que venía. Me subí corriendo casi sin darle tiempo de frenar. Me asomé por la ventana y le señalé el dedo corazón a Santiago—. ¡Pero no soy yo, eres tú... pedazo de idiota!
Me fui llorando todo el camino, y le avisé a Ari que ya iba para la casa. No le dije nada de lo sucedido así que ella me respondió que por fin dormiría.
Entré a mi habitación y me lamenté de inmediato no haberle preguntado al menos el nombre a Edward. Eran casi las dos de la madrugada y me impactó que Santiago no hubiese hecho ningún intento por llamarme, seguirme, o algo. Probablemente había vuelto a la fiesta con la chica.
Me acosté sobre la cama, con las lágrimas saliendo descontroladamente por mis ojos, y así me quedé intentando dormir por más de veinte minutos, sin éxito. Decidí ver una película sangrienta para saciar las ganas de mi alma por venganza. Me limpié las lágrimas de la cara y fui por algo de comer y beber a la cocina. Encontré varias botellas pequeñas de vodka con sabores. Yo no solía beber si no era en fiestas, y nunca de forma desmedida, pero era sábado, tenía el corazón roto y simplemente quería hacerlo. Cogí cuatro botellitas que sabían más a zumo que alcohol —lo que no ayudó en nada—, y prendí la computadora.
Medía hora después de zombies comiéndose a las personas, ya llevaba tres botellas menos, y mi mente comenzó a mezclar los pensamientos correctos de los incorrectos.
Así es como apareció la historia de Valentín flotando frente a mis ojos. Fui a buscar su teléfono que tenía guardado y lo prendí. Releí emocionada el único capítulo de su historia no publicada.
Se trababa sobre Phoebe: una chica que vivió toda su vida en Nueva York, sin embargo, apenas tuvo la oportunidad de estudiar lejos, se fue a Los Ángeles porque estaba enamorada de su mejor amigo, quien a su vez tenía una novia con la que llevaba años. Phoebe decidió cortar la relación con él y huir, buscando así apaciguar sus sentimientos. Así es como escogió perder a su amigo, y comenzar una vida lejos de él. Ahora, cuatro años después, Phoebe es una chef muy popular, y recibe una invitación de una empresa importante de publicidad en Nueva York para hacer una clase de cocina exclusiva a sus empleados. Phoebe no sabe qué hacer.
Apagué la pantalla y eché la cabeza hacia atrás. Algo comenzó a molestarme increíblemente.
¿Cómo rayos seguirá esta historia si lleva más de dos meses sin actualizarse?
Quizás le puedo echar una mano.
¿No ves que lo están presionando?
No es mi problema.
Aunque va a perder su trabajo porque parece que su hermano está enfermo.
A mí me gustaba escribir. Tenía muchos borradores de historias en alguna carpeta de mi computadora. Y en los últimos años de escuela, había escrito muchos cuentos para niños, así que no era tan difícil para mí escribir, ni menos que se me ocurrieran historias en mi mente. La verdad es que creía que la mayor parte de mis pensamientos del día, eran aventuras que no eran reales. Y bueno, luego de la cuarta botellita ya tenía varias ideas de cómo seguir esa historia.
¿Cómo la continuaría yo?
Comencé a escribir mis ideas.
El novio de Phoebe —Samuel, un reconocido chef de Los Ángeles— la convence de ir a pesar de que ella no quiere. Sus aprensiones no son por hacer una clase exclusiva, sino porque la imagen de Daniel —su ex amigo—, y los recuerdos de su antigua vida comienzan a atormentarla. No le puede contar eso a Samuel, así que sin excusas convincentes de por qué quiere rechazar una oportunidad así, decide ir.
A Phoebe le molesta pensar que quizás aún no ha superado a Daniel, pero se convence de que es inevitable no extrañarlo ya que fueron amigos en la mayor parte de sus vidas. Phoebe comienza una nueva aventura, pero sus mayores temores comienzan a hacerse realidad cuando quien la va a buscar al aeropuerto, es el dueño de la empresa: Daniel.
Fui en busca de una quinta botella que terminó por matar mis últimas neuronas sensatas. Me quedé observando la pantalla, encantada del segundo capítulo. Lo envié al celular de Valentín y lo subí a la aplicación.
Cerré los ojos un minuto, en lo que el mundo por completo me dio vueltas y los límites de lo que podía y no debía hacer comenzaron a hacerse confusos. Y, por lo tanto, las consecuencias de mis actos me parecieron lejanos.
¿Qué estoy a punto de hacer?
No sabrá que fui yo.
Tomé una respiración profunda con el celular entre mis dedos, y apreté... publicar.
Capítulo uno: publicado.
Capítulo dos: publicado.
Oh, mierda.
Lancé el celular sobre la cama y subí las piernas sobre la silla, y me quedé allí congelada. Le puse play a la película, pero mi mente estaba en el libro. Me quedé dormida y desperté unas cuatro veces en un transcurso de casi dos horas. Y es que a pesar de que el alcohol me había nublado la mente, muy profundamente sabía que lo que había hecho estaba mal. Muy mal, sin embargo, me demoré en aceptarlo.
Y cuando lo hice ya era muy tarde.
Demasiado tarde.
Valentín no tiene cómo saber que soy yo la culpable.
A menos que tu detalle de que a Phoebe le encante el café de menta te delate, genia.
Rayos.
Sabrá que fui yo.
___
Hola mis beibis. Y así fue como Maddie se aventuró y decidió "ayudar a Valentin"
¿Qué les parece Edward?
¿Quieren que vuelva a aparecer?
Besitos <3
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