3. La apuesta.


—¿Qué m...? —Ari me cogió del brazo para evitar que se cayera el café, y desvió su mirada hacia el culpable—. Vaya... vaya... —murmuró, pestañeando rápidamente.

La quedé mirando con las cejas unidas en el centro de la frente.

—Dame un mes —pedí. Ari con ese tipo de cosas era como una niña pequeña. Si a ella se le metía una idea en la cabeza, la llevaba acabo sin medir las consecuencias. Se le ocurrió que yo debía terminar mi noviazgo con Santiago, y en su mente, Valentín —un chico con el que con suerte nos sabíamos nuestros nombres—, era una buena forma de lograrlo. Y el primer paso para eso, era pedirle su número.

Sí, así de loca.

Y para ella, que él fuese el indicado, no era cosa del azar. Me conocía, y sabía que él era de todo mi gusto.

Valentín entró con paso decidido. Esta vez —debido a un día frío de otoño en Santiago—, llevaba una chaqueta amarilla que le llegaba hasta la mitad del trasero, jeans azules y unas converse negras. Tenía ese aire de confianza e indiferencia que lo envolvía. Como de esos chicos que han tenido éxito con las mujeres y en la vida en general. Él sabía que era guapo e interesante. Y para mi mala suerte, yo no era para nada inmune a esos encantos.

—Creo que te he visto vestida de la misma forma —rio Ari. Arrugué la cara, tenía razón. Yo usaba una chaqueta del mismo color con la que todos me decían que parecía pollito.

Se quedó mirando el menú pero pareció que nada lo convenció. Y mordiendo su labio inferior, se acercó lentamente. Parecía distraído como si estuviese allí físicamente aunque no mentalmente. Se paró frente a mí, y su aroma dulce nuevamente envolvió mi aire, y de repente todo lo que respiraba era él. Bajó su mirada hasta encontrarse con la mía.

Le sonreí nerviosa y estresada porque no entendía por qué ese chico me tenía de pronto con la respiración un poco acelerada. Eso no correspondía, y casi que tenía una lucha interna conmigo para no sentir lo que sentía en ese instante. A mí eso no me pasaba nunca, de hecho, Ari siempre me decía que yo no miraba a nadie más que a Santiago. Y era verdad, ella era la que me mostraba a los chicos guapos, y sí, podíamos mirarlos, pero ahí se acababa mi historia. Ni siquiera me ponía nerviosa cuando entraban a la cafetería, nada. Yo era igual con todos los clientes. Esa misma confianza y desinterés por la belleza masculina me hizo ser la favorecida —según palabras de Ari— de algunas invitaciones a salir o pedidas de número. Sin embargo, por primera vez en años, un chico que no era mi novio, me provocaba ese nerviosismo. Mal momento porque llevaba cinco años con Santiago y justo nos encontrábamos en medio de una crisis.

Se quedó mirándome, como si estuviese tratando de descifrarme, no me dijo nada y yo tampoco a él. Fue más bien como si quisiésemos mirar un poco más allá de nosotros, lo que me perturbó porque por mi mente solo pasaba que él olía muy rico y lo maravilloso que debía ser que él te abrazara.

Ya, basta. Que lo acosas con tus pensamientos.

—Hola, ¿quieres lo mismo de ayer? —pregunté sonriente. Aunque admito que la voz me salió un poco temblorosa. Lo oculté como si me hubiese dado tos. Volví a sonreír. No crean que era así de agradable porque era él, sino que así lo era con todos los clientes. Y esa misma simpatía era la que me tenía trabajando seis días a la semana.

Meneó la cabeza y sacó su teléfono.

—No, Mads. Dame otro café, por favor —respondió, sin mirarme. No sé si lo dijo fríamente pero para mí fue como si un cubo de hielo hubiese caído entre nosotros. Aunque mi nombre saliendo de su boca sonaba encantador. Y es que nadie me decía Mads. La verdad es que nunca me había gustado, ¿y por qué ahora se escuchaba tan bonito?

Maldición.

Estoy loca. Creo que necesito ayuda.

Carraspee y puse cara de tragedia.

—¿No te gustó mi café de ayer? —pregunté, fingiendo estar triste. Alzó su mirada lentamente hacia mi cara, y se quedó unos segundos observándome. Apreté los labios a medida que el rubor se instalaba en mis mejillas.

¿Por qué tienes que hablar tanto, Maddie?

Debe haber sido una mierda ese café con menta.

Y de repente, Valentín rio y meneó la cabeza mostrándome sus dientes blancos y derechos. Por que claro, el chico bonito además tenía que tener la sonrisa acorde a él.

—No tanto —replicó arrugando su nariz. Entorné los ojos y él se hizo el sorprendido—. Es broma. Estaba muy bueno, quizás lo repita... algún día... o quizás no. —Bromeó. Me quedé unos segundos entornando los ojos. Ese chico no parecía ser cómo yo creía... más bien era... simpático—. Quiero probar muchos distintos —terminó por decir.

Probar muchos.

Distintos.

¿Significa que seguirá viniendo?

Solté una carcajada.

—Vale, puedes decirlo. El café con menta fue horrible —dije, segura de que así había sido.

¿Qué haces? ¿estás coqueteando?

Valentín miró al techo y se pasó la mano por la barbilla.

—¿Es esto una trampa? —Y al ver que no dije nada, continuó—: ¿si te digo que sabía horrible entonces harás todos mis cafés malos?

Chasquee la lengua.

—Es el precio que hay que pagar por la honestidad —repliqué.

Exhaló el aire, como si estuviese pensándolo seriamente. Tanteó los dedos sobre el mesón.

—No estaba tan malo —confesó, y su celular comenzó a sonar.

Solté una carcajada.

—Te daré otra de las especialidades. Vainilla con un toque de avellanas —Mientras contestaba el teléfono asintió con la cabeza rápidamente como si estuviese emocionado por la propuesta. Miré a Ari, quien —con otra de sus sonrisas de oreja a oreja— inmediatamente comenzó a preparar el café. Valentín se fue a sentar a la misma mesa del día anterior. Sacó su computadora y estuvo casi cinco horas con la mirada perdida en la pantalla.

En el momento en que la cafetería no tenía muchos clientes, mi cabeza se desviaba hacia él, como si tuviese un imán para mí. Parecía frustrado, a veces se revolvía el cabello como enfadado, y en otros momentos tecleaba desenfrenadamente; pero la mayoría del tiempo parecía estar nada más que mirando la pantalla, como si viera una película. Aunque no creía que él había ido al café a eso.

—¿Qué crees que hace? ¿Estará estudiando? —preguntó Ari. Se acomodó junto a mí con los codos apoyados en el mesón.

Entorné los ojos y apoyé mi cara en mis manos, sintiéndome un poco acelerada por su presencia, y del leve hormigueo en mi vientre.

—Mmm no creo, debe tener unos veinticinco —respondí, analizando sus movimientos. Su pierna se movía de arriba a abajo con una expresión continua de seriedad y preocupación.

—Que observadora. Entonces debe estar trabajando... ¿en qué trabajará?

Sacudí la cabeza.

—No tengo idea y no empieces... que tú sabes como soy de curiosa. —Mi amiga me miró con una sonrisa. Y entendí que esa fue su idea desde el principio. Rodé los ojos.

—¿Y hoy no verás a Santiago?

—No. Hizo un espacio en su agenda para mañana —respondí, irónicamente—. Espero no tener otra cita con él y su celular.

Ari soltó una carcajada que hizo que Valentín subiera la cabeza y nos quedara mirando. Luego volvió la vista a su pantalla y se puso a escribir. Di un suspiro profundo que hizo que Ari me imitara.

¿Qué haces? ¿Quien eres?

—La verdad es que sí creo que estudia, y está hasta la mierda. Porque se ve como si no entendiese nada —dije de repente.

—Yo creo que estudia para ser abogado. Ellos tienen que leer y leer, y él parece estar... ¿leyendo? —murmuró Ari. Me entregó un vaso de café helado—. Que aburridas que estamos, este chico ha sido nuestra entretención del día.

Reí por lo bajo. Tenía razón, llevábamos horas observándolo.

—Le falta emoción a nuestra vida —gruñí, dando un sorbo enorme. Cerré los ojos porque sentí que se me congelaba el cerebro. Cuando los abrí, Ari me tenía su teléfono en la cara.

—Me descargué esta aplicación de citas. Deberías bajártela tú también. —La miré con la cabeza ladeada y bufó—. Si sé que tienes novio, pero parece que no tuvieras.

Rodé los ojos, y justo vi a Valentín salir.

—¿Y si es algún tipo de artista? ¿pintor? —murmuré. Se me ocurrió qué quizás estudiaba obras de arte en su computadora.

—Este sí, este no. Oh...sí....¡No! Tú no. —Ari deslizaba su dedo de un lado a otro en la aplicación de citas. Aceptando o rechazando chicos—. Oh, mierda —murmuró de repente.

—¿Qué? ¿Qué?

Me miró preocupada.

—Me apareció Javier... y le di me gusta sin querer.

—¿Javier el hermano de Santiago? —Solté una carcajada. Hace dos años en un cumpleaños de Santi, Ari y él tuvieron una aventura de una noche. El problema fue que a cada uno le gustaba otra persona así que nunca más hablaron o se vieron. No sé por qué lo recordaban como una historia vergonzosa. Tanto que Javier no apareció más en mis cumpleaños o Ari en los de Santiago.

—Y él también... puso que yo le gustaba. —Se afirmó del mesón, casi como si se fuera a desmayar—. Que vergüenza. Moriré.

La quedé mirando con los ojos entrecerrados, mientras ella miraba el techo como si estuviese pidiéndole ayuda a dios.

—¿Hay algo de aquella noche que me estes ocultando?

—¿Yo? ¿qué? —Un nuevo cliente entró a la cafetería y Ari me lo señaló para que lo atendiera.

Resoplé.

—Hola mi nombre es Maddie, Bienvenido, ¿qué te gustaría tomar?

***

Nuestras tardes de pronto ya tenían una nueva atracción que venía en forma de humano guapo: Valentín. No dejó de ir a la cafetería durante casi un mes. Pasaba por la puerta y lo primero que observaba era el menú, sin embargo, nunca escogió nada de allí. Y cada vez pidió un café distinto... obligándome a inventarle nuevos sabores y combinaciones. Siempre se sentó en la misma mesa por largas horas frente a su computador. Y cada día mi curiosidad sobre él aumentaba.

Me obsesioné con saber más de él. Sabía a qué hora llegaba y me ponía nerviosa antes de que lo hiciera. Me gustaba que me dijera que quería un café distinto, aunque presentía que lo hacía para sacarme de quicio. Su existencia y misterio comenzaron a formar parte de mi entretención diaria.

No sabía nada más que su nombre y que le gustaba probar nuevos cafés. Soy una persona curiosa, y el no tener idea de qué hacia él, junto con la imposibilidad de preguntarle, hizo que me comenzara a crear diversas hipótesis en mi mente. Ari tampoco ayudaba, ya que parecía divertida conmigo mientras yo le sacaba el polvo a mis neuronas, inventándole una historia diferente a Valentín con cada café que se bebía.

—No sé cómo tienes tanta imaginación. No me extrañaría que mañana me dijeras que es un elfo mágico y que ha venido de otro mundo. —Ari me cogió de la cara y me obligó a mirarla—. En dos días se cumple un mes.

Hasta ese día no le habíamos preguntado nada, porque la mayoría de las veces estaba hablando por teléfono cuando pedía su café. Y la otras veces parecía demasiado ocupado tecleando algo en su celular.

—Es fotógrafo —dije de repente. Ari se sobresaltó a mi lado. Y ladeó la cabeza en su dirección—. Y debe estar editando sus fotos.

—Yo creo que trabaja en inversiones. Y ahí se pasa todo el día haciendo eso.

Arrugué la frente. No, Valentín no parecía ser de esos tipos.

—Fotógrafo —repetí—. ¿No te parece que está cada día más...?

—¿Guapo? Sí. No es de mi estilo, me gustan más atlético y... no sé... un poco menos misterioso. O harto menos...

—¿Sí?

—Sí. No es fácil de leer. Demasiado complicado para mí.

Solté una carcajada.

—Creo que me gustan así.

Al día siguiente —un día antes de que se cumpliera un mes desde la primera visita a la cafetería y aquel fatídico café con menta—, Valentín llegó con un camiseta roja igual que la mía, aunque yo tenía frutillas. En sus ojos tenía un extraño brillo de tristeza, así que decidí prepararle un café para subir su ánimo.

De repente me llegó un nuevo mensaje. Miré la hora.

Santilove: ¿Nos vemos el sábado? Tengo examen el viernes <3

—Son las tres de la tarde y recién me responden mi mensaje de la mañana. —Resoplé. Ya parecía broma—. ¿crees que él quiera terminar conmigo?

Claro, y el viernes después de tu examen querrás salir con tus amigos.

Ari chasqueó la lengua.

—No le respondas. —Señaló a Valentín, quien estaba hablando por celular sin parar. Se revolvía el cabello cada ciertos segundos, y su pierna no paraba de menearse arriba y abajo—. Mañana le pides el número a él, y así dejar de babear. Y te concentras en algo más bonito que ese saco de idiota que tienes de novio.

Rodé los ojos.

—Estás loca. —Aunque tengo que admitir que mi novio ignorándome hacía que no me sintiera tan culpable en mirar tanto a Valentín, ni tampoco de pensar e imaginar las muchas cosas que hacía él en su computadora—. Pero yo no le llamo la atención, es como si yo no existiera.

—¿Hola? ¿2020? ¿Desde cuando es el chico el que tiene que venir a conquistarte?

Reprimí la risa. Ari tenía razón, pero tampoco era mi intención conquistarlo. Lo miré de nuevo. Seguía hablando, y por más que tratara de hacerlo animadamente, yo sentía que estaba triste. Desempolvé la caja donde teníamos decoraciones para los cafés y le eché brillo al suyo.

—Me refiero a que ni siquiera me da una mirada, debe tener una novia preciosa.

—A la que nunca hemos visto. —Asentí con la cabeza y pestañee repetidamente en dirección a Ari.

—Le pediré su Instagram mañana. Pedir el número me parece anticuado... yo solo quiero saber qué hace él para saciar el animal curioso que tengo por alma.

—Pídele lo que seas. Un beso... no me importa. Pero pídele algo...

Lo llamé porque su café estaba listo.

—¿Y si lo espanto y nunca más viene? —Abrí los ojos—. ¿O si me dice que no y sigue viniendo? —Esa idea se me hacía más terrible.

—Nada, simplemente seguiría tu vida con tu novio aburrido.

Cerré los ojos. Por un instante se me había olvidado la existencia de Santiago. ¿Y yo hablando de pedirle el Instagram a otro chico?

Maddie, Maddie... ¿dónde anda esa cabecita?

Bueno, muy bien sabía donde andaba. Asumía que, sin darme cuenta, Valentín se había convertido en lo único llamativo en mi vida. Así de mal estaba todo. Llegó a buscar su café y bromee con él. Le iba a preguntar qué era lo que hacia. Primera vez que tenía la oportunidad de cruzar más que unas palabras, sin embargo, de repente, mi corazón se detuvo unos instantes al ver a Santiago entrando a la cafetería. Valentín se fue a sentar con su café.

—¿Cómo está la frutilla más guapa del universo? —preguntó, reclinándose en el mueble para darme un beso. Como un sonido apenas audible me llegó el gruñido de Ari.

—¿Y tú? Pensé que no te vería hasta el sábado —pregunté, saliendo para abrazarlo. Me apoyé en su pecho, cinco años juntos y me seguía encantando como el primer día. Me puse de puntillas para darle un beso que me devolvió cariñosamente.

—¡Hola Ariel! —Agitó su mano en dirección a Ari.

—Hola Santi...

—Me contaron por ahí que te gusta mi hermano. —Santiago movió las cejas de arriba a abajo y me apretó fuerte contra él para darme otro beso. Solté una carcajada en su boca.

—¡Yo no dije nada! —aclaré ante la mirada asesina de mi amiga.

Santi meneó la cabeza.

—Me lo dijo Javier. —Señaló a Ari con cara seductora—. Le gustas, creo. Pero me dijo que no han hablado.

—¿Ah, sí? —pregunté. Santi se encogió de hombros.

—Me contó algo emocionado —agregó. Ari parecía querer esconderse tras el mostrador.

Santi se quedó algunos minutos contándome de lo mucho que había estudiado el día anterior y que ya estaba aburrido. De repente, me distraje con la imagen de Valentín saliendo acelerado, como si algo le hubiese sucedido. Y me quedé con la mirada perdida en la puerta.

—¿Pasa algo? —Me cogió por la barbilla.

Menee la cabeza.

—No... nada.

—Me tengo que ir, solo venia a verte un rato. Te extraño, ¿lo sabes, cierto?

—Si no me extrañaras sería raro, no nos vemos de hace casi una semana —murmuré, haciendo un puchero.

—El sábado —dijo, dándome besos cortos por toda la cara. Comencé a reírme y justo Martina llegó a la cafetería. Ella casi nunca estaba, pero era la jefa y yo no le agradaba tanto como para estar a los besos casi en la entrada.

—Estoy en mi descanso —mentí. Me ignoró y fue a hablar con Ari. Ladee mi cabeza hacia Santiago—. El sábado vamos a celebrar que saliste de ese examen maldito. Vamos a comer, beber... bailar. —Crucé mis manos por detrás de su cuello.

—Lo que tú quieras Maddie. Debo irme, los chicos están esperándome afuera. —Me dio un beso corto, y se despidió agitando la mano hacia Ari. Volví junto a mi amiga quien parecía estar muy concentrada pensando en algo.

—¿Qué sucede?

—Una apuesta —dijo Ari como si nada. Arrugué el entrecejo.

—¿Qué?

—Que hagamos una apuesta. Si no nos divertimos en esta cafetería nos vamos a volver unas viejas aburridas de dieciocho años.

Tenía razón, éramos las únicas la mayoría del tiempo en la cafetería y las tardes a veces se nos hacían largas. Ya llevaba tres meses trabajando allí. Era de los padres de Ari, pero no por eso teníamos algún tipo de beneficio —más que tomarnos todo el café que quisiésemos—. Y estábamos allí porque —como buenas amigas que casi se habían mimetizado—, no sabíamos qué estudiar. Y yo tampoco quería que mis padres me mantuvieran así que comencé a trabajar. Ari más bien fue obligada. Lo único que nos mantenía con el espíritu alto en el trabajo, era que nos habíamos ido a vivir juntas a un apartamento cerca, que quedaba en un barrio popular de la ciudad.

—Está bien... mañana se cumple un mes. Le preguntaré qué es lo que hace. —Sacudí la cabeza ante la reacción contrariada de Ari—. Si me responde simpático le pido el Instagram en el mismo momento... si se hace el interesante le hago un café como la mierda —reí.

Ari meneó la cabeza reprimiendo la risa.

—Diremos tres opciones de qué es lo que hace nuestro amigo Valentín.

—¿No te parece que hasta su nombre es interesante? —Tantee los dedos, y de repente comenzó a entrar harta gente a la cafetería—. Ok, y la ganadora organiza una fiesta.

La cara se le iluminó a Ari.

—Y corre con todos los gastos, y... se encarga de que vayan chicos guapos. —Le cerré un ojo—. Y de invitar a Valentín con un amigo —soltó, sonriente.

Esperen... ¿qué?

—Dios, que loca —murmuré, mientras atendía a un cliente. La chica me quedó mirando dudosa como si le hubiese dicho a ella—. Perdón, le decía a mi amiga.

—Crítico de películas —dijo Ari, preparando un café.

—Fotógrafo —agregué, anotándolo en un papel.

—Tiene un blog de algo.

—¿De qué? Sé más específica.

—Tiene un blog de música. ¡Capuchino y mocaccino para Laura!

—Me queda una... Está estudiando —dije, dando mi última opción.

—Es escritor —murmuró—. Ya se me acabaron las ideas...ganará la que más se acerque—. Me preguntó a cuál de nosotras le tocará invitarlo a una fiesta a él y a un amigo.

—Creo que moriría de vergüenza si tengo que hacerlo yo.

Suspiré ampliamente. La chica vino a recoger su café junto a su novio.

—¿Por qué ellos se aman tanto? —pregunté, mirando a la pareja.

—Si es lo que quieres, deberías buscar ese amor.

Me quedé pegada unos segundos. Ari tenía razón.

—Entonces mañana es el día —murmuré nerviosa—. Por fin sabremos qué rayos haces Valentín —dije en voz bajita.

Ari me abrazó y me dio un beso en la mejilla.

—Esa es la actitud.

Pero hubo un pequeño problema en nuestro plan. Y es que Valentín —sujeto principal y protagonista de nuestra apuesta—, al otro día no asomó ni la nariz por la cafetería. Ni al día siguiente. Ni al siguiente.

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¡Holaaaaaa! ¿Cómo están? Espero que la vida los esté tratando con todo el amor del mundo <3

¡Espero que les haya gustado el capítulo! Y no sean fantasmitas (porfavorcito) 

Nos vemos en el siguiente capítulo :P Muack!!

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