El Llanto
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EL AMOR NO ES ROSA... ¡ES VERDE!
Capítulo 33: El llanto
Por orden del monarca, el ejército elfo no esperó hasta que culminase la ejecución de Gruñilda. Partieron un par de días antes para hacer la guerra, pero su marcha fue detenida por una enorme polvareda que se veía a lo lejos.
―Me pregunto qué puede ser eso ―decía Tanadel a nadie en particular mientras forzaba su vista y trataba de distinguir algo entre esa nube de polvo gracias a su visión superior propio de los de su raza, sin embargo, lo que fuese que estuviese generando tal polvareda se hallaba en terreno bajo y por tanto, imposible de ver.
El capitán de los cisnes azulados sugirió mandar una partida de exploradores, los cuales, al regresar, trajeron noticias nada halagüeñas.
Una impresionante horda de guerra orco avanzaba con lentitud a través de la baja quebrada, esta no era como alguna que viesen o escuchasen antes, tenían una fuerte caballería compuesta por cerdos de guerra y lobos gigantes entre otros, pero lo más alarmante, era que traían consigo elementos que de acoplarse, formarían peligrosas máquinas de asedio, algo nunca antes empleado por ese tipo de criaturas.
Los comandantes del ejército se pusieron nerviosos, salvo Tanadel, quien vino con una propuesta arriesgada.
―Por los reportes recibidos, hemos subestimado en gran medida sus números, no podemos combatirles en campo abierto así que debemos llevarlos al paso oriental, allí les detendremos gracias al cuello de botella del terreno.
Algunos abanderados fueron los encargados de dirigirse hacia la horda y llamar su atención para que les persiguiesen, acción que resultó efectiva al cambiar toda esa marea verde de dirección.
Una vez puesto en marcha su plan, el grueso del ejército se dirigió hacia unas colinas que dominaban el paso, desde allí y con el terreno alto a su favor, no solo contendrían al enemigo, sino que los aniquilarían con toda seguridad.
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Habían pasado las horas, muchas más de lo que estimaron los comandantes elfos para el arribo de los pieles verdes y nada, ni una señal, ya se estaban inquietando cuando un centinela anunció que los orcos se acercaban, todos ellos cubiertos por una nube de polvo debido a sus vastos números y la naturaleza del suelo que transitaban.
―Bien ―decía Tanadel―, les esperaremos aquí y cuando se hallen en el paso, les emboscaremos.
Ese fue el plan del elfo, sin embargo, parecía que la horda se tomaba su tiempo para adentrarse al paso.
Fue tanta la tardanza que el mismo Tanadel comandó una partida de exploradores para ver que sucedía. Cuando se aproximó a una distancia tal, que el polvo ya no era un obstáculo para su visión, vio que fue engañado.
―¡¿Dónde están?! ¡¿Dónde están todos?!
No hubo horda alguna, solo un grupo de orcos que guiaban a cerdos no aptos para montura, los cuales cargaban en sus lomos ramas largas y pesadas, las cuales creaban la polvareda impenetrable a la vista debido a la distancia.
―Si los orcos no están aquí, entonces, ¿dónde pueden estar?
Ajeno a las interrogantes del elfo, el caudillo máximo de la horda de guerra, Krotol, cabalgaba al frente de sus huestes ansiosas de pelea.
―Tenías razón, Labios Negros, hay más de un camino para ir directo a la capital de los elfos.
―Sí, Gruñilda me lo dijo, claro que a ella se lo dijo Fresnia.
―Ummm, esos dos ya deben estar muertos. Los elfos son muy estrictos en lo que respecta a la separación de nuestras razas.
La chamán asintió mientras fruncía el ceño, la horda llevaba la marcha de la exótica caballería a un paso veloz, pero aun así, deseaba ir más rápido para evitar que se cumpliesen las palabras de mal agüero de Krotol.
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En el patio de ejecuciones ya todo estaba por decidirse. Gruñilda mantuvo un rostro orgulloso y Fresnia tensaba el arco, mientras trataba que la punta de flecha diese en su objetivo.
No solo un silencio repentino se asentó en las graderías, también una especie de peso se aposentó en los corazones de los presentes, todos y cada uno de ellos estaba al borde de sus asientos en espera del desenlace.
El tiro no se efectuó en una línea horizontal, sino que efectuó una parábola, la cual, cayó sobre el pecho de Gruñilda.
Antes de la primera exclamación o que supieran que era lo que estaba pasando, ya Fresnia corría hacia Gruñilda. Desenvainó su espada y cortó las cadenas que aprisionaban a la orco, ambos se fundieron en un abrazo, diciendo lo que de seguro serían sus últimas palabras, sus últimas lágrimas, así como su último beso.
Al otro lado del campo, y viendo a las graderías, sobre la colina, se hallaban miradas igual de sorprendidas y con la boca abierta, pero fue Krotol, quien se recuperó primero de la impresión y solo dijo una palabra: Paz.
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Y el fuego de la guerra no surgió, los ríos de sangre no corrieron y la muerte y la desdicha fueron alejadas por la voluntad de aquellos presentes ese día, que pese a las diferencias marcadas, hicieron un compromiso para entenderse, primer paso de muchos para convivir en paz y amor.
Muchas miradas y llamadas iban de un lado al otro, pero los destinatarios a tales requerimientos no se hallaban presentes. Solo Finibur, el joven, maestro del príncipe, reparó en un grupo de siluetas que se hallaban a lo lejos.
El anciano elfo se adelantó, puso su mano como visor y pudo ver que sobre un gran cerdo se encontraba Gruñilda quien abrazaba a Fresnia, ambos se sonreían y partieron lejos de todo y de todos.
Y Finibur lloró al saberse el último ser que viese a la enamorada pareja en este mundo, y sus lágrimas se incrementaron al darse cuenta que la profecía de su padre se cumplió.
"Y cuando la flecha dorada penetre en el corazón de la caudillo orco, entonces, acabará la era de las guerras" – Finibur, el viejo, santo profeta de los reinos elficos.
FIN
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