El entrenamiento


Capítulo 18: El entrenamiento


Las tardes que tenía Gruñilda para entrenar a los jóvenes de la tribu cambiaron de forma radical gracias a Fresnia. Cada sesión de entrenamiento ya no consistía en darle una paliza a quien fuera se ofreciese de voluntario, sino que tanto el elfo como la orca, mostraban paso a paso movimientos de ataque y defensa en lucha mano a mano, todos ellos sacados de las observaciones del joven elfo de su ídolo Tanadel, quien era el capitán de la elitista fuerza de caballeros del Cisne Azulado.

Tanto era el éxito de estas sesiones, que incluso varios adultos se dirigían cada tarde para ver a los jóvenes practicar los nuevos movimientos de lucha.

No solo era Fresnia el que enseñaba nuevas cosas, sino que él mismo aprendía movimientos de lucha, los cuales por lo general se caracterizaban en diversos "trucos sucios" usados para ganar la pelea.

―¡Vamos, ataca de una vez! ―le gritaba uno de los jóvenes, quien oficiaba de pareja de entrenamiento en ese momento.

―Luego no digas que no te lo advertí ―le decía el elfo con una sonrisa de lado.

El príncipe jamás peleó en su vida, con lo mimado y sobreprotegido que estaba, jamás tuvo la oportunidad de medirse en lance justo con algún elfo, sin embargo, descubrió que no solo era bueno para enseñar, sino también para pelear, de hecho, parecía algo natural en él. Claro que por su tamaño no podría vencer a un adulto, pero en igual situación estaban los demás jóvenes de la tribu que entrenaban con él.

Esta vez tocaba entrenar no con las manos desnudas, sino utilizando una vara delgada. Fresnia parecía danzar más que pelear, trazando una coreografía que él no se sabía que podía realizarla de memoria y con tanta facilidad, era como si su cuerpo retuviese en su interior una especie de memoria corporal que salía a la luz cada vez que era necesario.

Sus largos cabellos danzaban junto a su cuerpo en perfecta armonía, a veces ocultando ya sea sus ojos, su rostro o la sonrisa que asomaba a sus labios delicados al saberse de antemano vencedor como lo sabía justo en ese momento.

Su compañero trazó movimientos agresivos y con gran fuerza, pero estos de nada sirvieron contra las fintas y posteriores contraataques del joven elfo, quien acabó por derribarlo de manera pronta.

Tanto jóvenes como adultos, aullaban ante el despliegue del elfo. Fresnia no solo era bueno con la vara, también demostró habilidad en combate cuerpo a cuerpo.

Saludó a todos mientras una amplia sonrisa surcaba su rostro perfecto, pocas veces era felicitado por algo en el palacio y por personas ajenas a sus padres, ahora sin embargo, se sentía apreciado, importante. Esa sensación le gustaba mucho.

¡Yay! ¡Eres increíble! ―gritaban las chicas y más de una se abalanzó hacia el elfo, haciéndole caer de espaldas, mientras algunos adultos se reían.

―¿Cómo esperas ser un guerrero, si no puedes ni con unas jovencitas? ―se carcajeaban.

A diferencia del baño y los juegos en el rio, aquí las jovencitas iban por el elfo sin el menor de los disimulos. Toda una diferencia con las sirvientas del palacio o su amiga Plumire, quienes siempre debían guardar la compostura adecuada delante de él.

Pese a que se sentía halagado, era Gruñilda para quien reservaba sus sentimientos de amor. Sí, por fin reconoció ese sentimiento desconocido y maravilloso que aflorase en su joven pecho desde la primera vez que vio la ilusión de ojos carmesí desvanecerse bajo un gentil árbol mecido por la brisa salvaje y libre del norte, la primera vez que vio a la caudillo orco que atravesó su corazón con una espada de poco filo pero que le marcó para siempre.

Las jovencitas no cesaban en sus traviesos abrazos para con Fresnia por lo que Gruñilda tuvo que intervenir. Cada una de las orcas puso carita de pena, pero eso no detuvo a la caudillo de separar a todo el grupo y llevar al jovencito de la parte de atrás del cuello hacia una esquina de donde estaba realizándose el entrenamiento, a la par de las risas de los compañeros del príncipe.

―Has mejorado mucho, ¿qué te parece probar otra vez tu suerte conmigo?

―Claro ―dijo nervioso y un ligero rubor bañó su rostro y orejas.

Gruñilda fue al centro junto con el joven y luego se lanzaron miradas duras, listos para la pelea.

La líder tomó una pose de lucha y puesto que todo el mundo guardó silencio, expectante de ver la pelea que prometía mucho, se pudo escuchar con claridad el sonido de cómo cada uno de los formidables músculos de la orco se tensionaban, listos para estallar en un frenesí de movimientos marciales. Fresnia rogó para que nadie hubiese escuchado como tragaba saliva ante lo que iba a venir.

Nadie pudo decir quien se movió primero, pero así como uno de los grandes felinos moteados pasaba de estar moviéndose con suma calma, para luego estallar en un alarde de velocidad y salvajismo, así comenzó la lucha, lance que no pudo desarrollarse debido al anuncio grave que diese justo en ese momento un orco de respiración agitada.

―¡Líder, el chamán acaba de morir!

Fresnia no sabía que le sorprendió más, si el grave anuncio dado o el gran puño verde que estaba a milímetros de estrellarse contra su rostro.

―Ya veo, se acabó el entrenamiento. Todos deben prepararse para despedir al viejo chaman.

―Líder Gruñilda...

―Escucha, debemos buscar un nuevo chaman para la tribu con urgencia.

―¿Debemos? ¿Y por qué es tan urgente?

―Una tribu sin chaman es como un signo de que el Gran Chancho nos ha quitado su bendición. Otras tribus pueden querer invadirnos si en el pueblo no hay ningún chaman. Mandé a una partida para buscar un remplazo, lo encontraron, pero este murió al regresar por un ataque a traición de una tribu cercana, me lo informaron esta mañana.

―¿Qué vamos a hacer?

―No queda más remedio, debemos buscar a la tátara tataranieta del viejo chamán: Labios Negros.

CONTINUARÁ...

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