Bienvenido a casa
Capítulo 22: Bienvenido a casa
Cuerpos desnudos eran sobados por varias manos masculinas o femeninas; palmas y dedos cubiertos de aceites aromáticos y tintes verduzcos de una coloración bastante chillona, nada aptos para pasar desapercibidos, recorrían toda la piel de los adolescentes, incluyendo sus sexos, sin embargo, era justo eso: el ser muy visibles, el objetivo que debían afrontar dicho grupo de jóvenes entre los que habían chicos y chicas.
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El poblado elfo era uno de los más alejados y tenía la particularidad de que cada cierto tiempo, era objeto de la intrusión de un extraño grupo de orcos. Dichos invasores se caracterizaban porque no se dedicaban al pillaje, sino que tomaban objetos en apariencia sin valor para luego regresar tan rápido como vinieron.
Estas incursiones esporádicas, hicieron que los habitantes del lugar cercaran todo el poblado con un muro defensivo que cada año que pasaba lo hacían más alto.
Era sorprendente como criaturas tan grandes como los cerdos pudiesen correr por los alrededores sin hacer mucho ruido que digamos. Estas criaturas sin embargo, no tenían las monturas y estribos que llevaban todos los días, no, los jóvenes jinetes montaban a los cerdos a pelo. Solo manejaban unas simples riendas y llevaban una máscara de cerámica blanca de cara curva y plana como única vestimenta.
Los jinetes exóticos pudieron acercarse más sin hacer mucho ruido, pero habían recibido órdenes y todos ellos azuzaron a sus monturas, las cuales se pusieron a chillar tan fuerte que todos en el poblado los escucharon.
Algunos elfos subieron a las empalizadas y apuntaron con sus arcos a los visitantes nocturnos no deseados. Era fácil ubicarlos, todos ellos chillaban como locos al igual que sus monturas y por si fuese poco, sus cuerpos núbiles brillaban con esos tintes verdes que les fuesen aplicados antes.
Los jinetes eran ágiles, clavaron al muro de troncos una de las dos lanzas que llevaba a un lado el cerdo gracias a una correa de cuero. Saltaron sobre esta sujetando la lanza que quedaba y con la fuerza de sus piernas, llegaron a la cima del enorme cercado.
Los arqueros elfos estaban sorprendidos, pero se recuperaron rápido para hacer frente a esta inusual partida de ataque orco.
Un caballero elfo llegaba a la cima de la muralla y entablaba batalla con uno de los curiosos intrusos.
Sin duda se trataba de una fémina debido a su cuerpo de complexión más atlética que muscular a diferencia del resto, esto sin embargo, no lo hacía una rival menos peligrosa, la orca luchaba con notoria habilidad, tal vez demasiada.
El elfo no se quedaba atrás y demostraba un manejo de la espada muy superior al resto de sus compañeros de armas. Ambos contendientes se quitaron las máscaras gracias a dos golpes certeros.
Uno era Tanadel, el capitán de los cisnes azulados; el otro era Fresnia.
―Fresnia... ―dijo boca abierto el elfo, con lágrimas asomándose en sus ojos.
«Una distracción», fue lo que pensó Fresnia y arremetió contra el que fuese su ídolo, en una vida que le parecía muy lejana.
Un par de certeros golpes derrotaron al sorprendido capitán. Fresnia tomó el yelmo de su rival y saltó hacia la cima del muro, de allí volvió a saltar hacia el vacío. Aterrizó sobre una de las lanzas clavadas en el exterior de la empalizada y dando un salto con un giro mortal, aterrizó sobre el suelo.
Su postura era elegante y agresiva, tan flexible como la de un gato. Corrió un buen trecho y subió al lomo de uno de los cerdos que estaba en el lugar.
―¡FRESNIAAA! ―gritaba Tanadel, llamando a su antiguo amigo y señor, pero era tarde, la oscuridad de la noche cubrió la retirada de todo el grupo de orcos, los cuales, sonreían de manera picara al mismo tiempo que les brillaban los ojos por la emoción, solo uno giró el rostro para ver hacia atrás.
La pena brilló en los ojos de Fresnia, pero sacudió su cabeza de larga cabellera y volvió a mirar al frente.
«Lo siento Tanadel, tú eres, eras mi ídolo, pero tengo a alguien más a quien admirar». «Sé que sueno egoísta, pero no puedo evitarlo, por favor, perdóname».
Fresnia sonrió y miró hacia la oscuridad de la noche con unos ojos llenos de orgullo. Allá en el palacio real era un niño, con apenas edad para pasar por el rito de la cacería del ciervo dorado, algo que no logró, ahora, alcanzaba la mayoría de edad al pasar con éxito el rito de adultez de los orcos.
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El grupo de jóvenes fue recibido al son de tambores y estruendosos gritos de júbilo de los orcos. Solo Gruñilda se mostraba seria, esperando de pie y con una pose que la asemejaba a una estatua de mármol.
Todo el grupo de adolescentes bajó de sus salvajes cabalgaduras y se aproximaron a la caudilla. Se arrodillaron y extendiendo los brazos, le enseñaron a la líder los objetos en apariencia sin valor que trajeron del poblado elfo.
Gruñilda los tomó uno por uno y arrojó estos al grupo de niños y niñas orco que en un futuro también pasarían por el mismo ritual.
El yelmo de Tanadel también fue arrojado y un variado grupo luchó por hacerse con el preciado objeto para ellos.
―Lo hiciste muy bien ―le dijo Gruñilda con una sonrisa que intentó mostrarse nada agresiva y con ojos que brillaban con orgullo―. Ya eres un adulto.
―Lo sé, soy un orco. Ya estoy en casa.
―Bienvenido, mi niño... Quiero decir, bienvenido, guerrero Fresnia.
Las hogueras brillaron a la distancia y siluetas danzantes rodeaban estas en una serie de movimientos de danza que se antojaban a sensuales con un toque salvaje propio de los pieles verdes, entre los que destacaba el de Fresnia que se movía con soltura y gracia sexual al son de los diversos instrumentos.
CONTINUARÁ...
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