Sobreviviendo
Dramamometro: nivel 6
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Abril 2020
Las clases se han suspendido, pero nos han solicitado ayudar por la pandemia. Cada vez la cosa pinta peor, el primer ministro estuvo internado, pero finalmente le han dado de alta hace un par de semanas.
Anoto en la ficha de urgencias los síntomas del paciente, un pequeño niño con Síndrome de Kawasaki, o eso creo.
Dejo la ficha en el mesón de enfermería, para que le tomen los exámenes y lo revise el medico de turno y me alejo en dirección a la residencia. No hay nadie, por lo que me quito la mascarilla, que ya deja marcas en mi rostro. Me siento en la silla y observo la televisión, entregando noticias de lo terrible que estamos viviendo.
Mi teléfono suena, lo saco, pensando que es Martin, ya que es la hora a la que normalmente me llama, pero mi corazón se detiene (figurativamente, claro) cuando veo que el identificador indica que es Tom.
Con la mano temblorosa, descuelgo y respiro profundo.
—Hola —su voz me trae mil y un recuerdos. Su sonrisa, sus rizos incontrolables, sus manos tiernas acariciándome...
—Hola —saludo en un hilo de voz.
—Yo... escuche que estás trabajando en el hospital —dice.
¿En qué momento me he quedado sin voz? Es la primera vez que hablamos desde que terminamos. No podía creer todo lo que solo escucharlo me hacía sentir. Mi corazón se aceleraba, mis piernas se volvían de gelatina, y mi cerebro reproducía los recuerdos en mi cabeza, como si de una película se tratara, dejándome sin aliento.
—Si —afirmo, ya que no parece que pueda ser capaz de pronunciar más palabras.
—¿Es... seguro? —pregunta. Me quedo en silencio ¿le preocupaba mi seguridad?—. Me refiero a si es seguro tomando en cuenta lo de tu corazón.
¿Se preocupa de mi enfermo corazón?
—Es... necesitan personal, y no puedo no hacer nada —desvío el tema. Silencio.
—Cuídate —susurra, y cuelga.
No reacciono. Me quedo con el teléfono pegado a la oreja, mientras me recupero del efecto de su voz. ¿Cómo es que tiene tanto poder sobre mí? ¿Cómo hace para dejarme así sin siquiera verlo? Me siento como si estuviese hecha de piedra, incapaz de mover un solo musculo, ni siquiera parpadeo.
El sonido de la puerta abriéndose me hace espabilar y recobro el control de mi cuerpo. Dejo el teléfono en mi regazo y me coloco la mascarilla. Aidan entra con dos latas de bebida y se sienta junto a mí, con su hermosa sonrisa.
—¿Cansada? —pregunta. Asiento, y abro la lata bebiendo rápidamente el contenido. Estaba sedienta.— En unos minutos acaba el turno. Bueno, el tuyo, yo me quedo por la noche ¿no te molesta, verdad?
—No, descuida. Hace mucho no duermo con Sara —replico, y esbozo mi mejor sonrisa.
Me siento mal. Siempre es tan atento y considerado. Se le ve cansado, y sé que está aquí básicamente por mí, ya que podría haberse ido a casa y ayudar en el hospital de Belfast, que se encontraba atestado con casos.
Cuando ya voy de vuelta a casa, la culpabilidad me embarga de lleno.
¿Por qué no puedo amarlo como él a mí? No es que no le quiera. Le adoro. Físicamente es guapo, sí, mucho. Pero lo nuestro va mucho más allá de cualquier atracción física. Él es en quien pienso cuando me imagino la bondad, haría lo que sea por quienes ama, tiene sueños, grandes sueños, que sé, va a concretar. Y sus sueños van a la par a los míos. Pero aun así, no puedo pensar a futuro. No logro verme a mí misma junto a él, conociendo a su familia, o él conociendo a la mía. Claro, ahora no es algo posible de hacer, pero tampoco pensaba en ello antes. Y me duele, me duele no poder entregarle lo mismo que el me entrega.
Es como si... Tom (el dolor se acentúa) me hubiese dejado dañada, como si algo en mi estuviese mal, no encaja, y ahora no estoy completa. Y no es tarea de Aidan el ayudarme a conseguirlo.
Si fuese sensata, lo dejaría. Pero soy cobarde y débil. No puedo alejar a lo único que en estos momentos me hace sonreír, la única persona con la que deseo acurrucarme. Le quiero, le quiero mucho, pero no de la forma que el merece, y por eso, me siento una asquerosa chupasangre, pero que no se alimenta de sangre sino del amor que otros están dispuestos a dar, incondicionalmente, sin que yo deba hacerlo. Supongo que es una mezcla entre el miedo a entregarme de nuevo, y a que estoy dañada profundamente.
Parte de mi sabe que él acepto esto, mi yo a medias, así de dañada y rota. Pero a veces el amor es ciego, y sé que debería haber actuado antes e impedir que llegara tan lejos. Pero no aguante y caí ante la tentación del bálsamo que es él para mis heridas. Me odio por no quererle como merece. Y tal vez, en algún momento de mi vida, lo logre. O eso espero.
Cuando abro la puerta de la habitación, Thor y Stiles se me lanzan encima, contentos de verme. Sara está en el suelo, recostada, mirando el techo que ha llenado de post it por su proyecto. A pesar de no tener que ir a clases presenciales, debe continuar con su proyecto, que está en fase final. No ha podido volver a España, ya que la cosa esta aun peor que acá y sus padres están asustados.
Se levanta de un salto, con la agilidad de una bailarina, y coge un desinfectante, apuntándome amenazadoramente con él.
—¿Tu ropa sucia? —pregunta, con ojos entrecerrados. Me rio.
—Me cambié en el hospital. He dejado las zapatillas abajo en la sala común, en la caja que hemos colocado, y he botado mi mascarilla y guantes cuando entré al campus —explico. Baja el desinfectante y asiente.
—Lávate las manos —me indica, señalando el baño. Me rio.
—Si mamá.
La residencia tuvo que mantenerse abierta por los estudiantes que no pudimos volver a nuestros hogares. Habían muchos compañeros de Asia que se les hacía imposible, y era muy triste ver como miraban las noticias, con el corazón destruido por el miedo de saber que su familia hubiese muerto. La abuela de aquel chico que nos informó del virus había muerto a los pocos días. Todo el lugar se había transformado en una gran familia estudiantil que apoyaba como podía a los que estábamos atrapados acá. Los que ayudábamos en los hospitales teníamos lugares especiales, a la entrada de la residencia, para dejar nuestras cosas sucias que habían estado en contacto con el ambiente hospitalario, y un grupo de voluntarios iba a rociarlos con desinfectantes cada hora para limpiarlos. Teníamos que usar el mismo par de zapatos para salir, entrar con ropa distinta (el hospital limpiaba nuestros uniformes clínicos para evitar problemas). También teníamos una mesita donde desinfectar nuestras carteras, teléfonos y credenciales. Otro grupo iba a comprar la comida y mantenía el refrigerador lleno. Era bastante reconfortante ver cómo nos organizábamos en estas terribles condiciones.
—Harrison insiste en venir este fin de semana, pero le he dicho que no. son muchas horas en auto él solo, y tú vas al hospital. No quiero que se contagie —comenta.
—Qué lindo como te preocupas por su salud —le sonrío, me fulmina con la mirada.
—Cállate.
Mi teléfono suena nuevamente. Sonrió al ver que Martin es quien me llama y descuelgo. Coloco facetime y me siento en la cama.
—Hola Tintin ¿Cómo estás? —pregunto alegre. Sara se levanta y corre a mi lado, le gusta molestar a Martin. Su expresión me preocupa un poco, parece algo compungido.
—Hola ______, hola Sara. Bien ¿y ustedes? —pregunta. Frunzo el ceño.
—De maravilla —replica Sara.
—¿Pasa algo? —pregunto. Sara me mira sin entender.— Martin...
—Sara coge el teléfono —le pide Martin. Bien, ahora mis niveles de preocupación están a niveles estratosféricos. Sara le obedece y se me acerca aún mas, presintiendo que lo que pueda decir Martin sea algo grave.— ¿Estás en tu habitación?
—Martin, escúpelo —le suplico.
Comienzo a sospechar los peores escenarios, y Tom viene a mi cabeza ¿le habrá pasado algo? ¿O a Zendaya? Paddy... me muero si algo le pasa a Paddy.
Pero la realidad muchas veces es peor que nuestros peores miedos.
La vida se entretiene cuando te deja a medio morir, con el corazón en la mano, sin poder respirar.
—Son tus padres, ______. Se han contagiado de coronavirus —sentencia Martin.
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Capítulos restantes: 7
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