Hielo derretido
Dramamometro: nivel 2 (advertencia, el nivel puede cambiar según el lector, se sugiere discreción)
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—Entonces ¿Qué hago? ¿Cómo actúo? ¿Es una cita? ¿O simplemente una salida como amigos? Z, estoy volviéndome loca —pregunto a través de facetime.
Estoy recostada en mi cama, pero dejando colgar mi cabeza por el borde de esta. Mi teléfono está en el suelo, apoyado contra una zapatilla. Thor ya le paso su lengua pero al parecer no le gusto el sabor porque se recostó en su cama junto a Stiles.
—Repasemos —dice ella, caminando por su habitación.— Te dijo "juntémonos en la tarde". No te dijo "sal conmigo" o "salgamos a pasear". Suena como "juntémonos amiga".
—No estoy preparada para tantos enredos —suspiro, y cierro los ojos.
—¿Puedes ponerte derecha? Me pone de los nervios que estés de cabeza.
—¿Por qué? —pregunto, abriendo los ojos. Zendaya se ha acercado a la cámara y me observa muy de cerca.
—Porque con tu suerte te caes, te fracturas el cráneo, se te sale el cerebro y listo. Mueres —replica. Resoplo y ruedo los ojos.
—No he tenido un accidente en mucho tiempo —levanto los brazos para enfatizar. Observo la cicatriz en mi palma derecha.
—Te llego una botella de cerveza en la cabeza —me recuerda.
—No fue mi culpa. Un borracho disfrazado de vaquero la lanzo y me llegó. Yo estaba tranquilamente viendo películas de terror junto a Sara y los demás anti-Halloween.
—¿Qué hay del accidente en el hospital? —pregunta.
—Agatha estaba molestándome mientras bajábamos las escaleras, me empujo y pise mal. Solo caí tres escalones —me defiendo.
—¿Y lo de tu mano? Aidan tuvo que colocarte puntos —me recuerda. Ruedo los ojos.
—Ok, esa fue mi estupidez, lo reconozco.
—¿Ves? Eres un imán de accidentes. Es como si el mundo intentara matarte —replica.
—Pues parece que no es tan fácil —sonrío. Se aleja de la cámara, se cruza de brazos y levanta una ceja. Suspiro. Me levanto de la cama (me mareo ligeramente por el cambio de posición) y me siento en el suelo, apoyando mi espalda en la cama.— ¿Mejor?
—Si.
—Ahora ¿podemos volver a mi problema? —pregunto. Ella asiente.
—Realmente creo que lo estas sobre pensando. Digo, no ha insinuado nada ¿no?
—No...
—Y antes de... antes, también te decía que se juntaran y todo bien ¿no? —pregunta. Asiento con la cabeza.
—Si...
—Entonces ya está. Te estás pasando mil películas por la cabeza. O tal vez... —se calla. Frunzo el ceño y me acerco a la cámara.
—¿Tal vez qué? —pregunto. Zendaya se muerde el labio y luego resopla.
—Acaso... tú... ¿querías que fuese una cita? —pregunta. Abro los ojos como plato.
—¿Qué? No, por supuesto que no. Estoy... recién estoy algo mejor, después de... todo —replico.
Aun no soy capaz de pronunciar el nombre de Tom sin sentir que se me va el aire. Es como si la herida ya no sangrara, pero aun escuece en algunos momentos, aleatoriamente. De repente estoy bien, conversando, incluso riendo, y ocurre algo, un ligero aroma, el sonido de los servicios mientras como o hasta una ligera lluvia, y los recuerdos de los momentos que viví junto a Tom me chocan de lleno y me desestabilizan.
Levanto la cabeza a mi tocador y observo la pequeña caja con mis anillos, aretes y collares. Como si tuviese visión de rayos x, veo aquel anillo con forma de rosa que me dio. El anillo de nuestra promesa. Cuantas promesas hicimos. Todas ellas lanzadas por la borda como si fueran pestilencias.
—Tierra llamando a ______ —me llama Zendaya. Sacudo la cabeza y la miro.
—Lo siento. ¿Qué decías? —pregunto. Pensar en Tom me abstraía del mundo por completo.
—Que tengo que irme, y es hora de que te cambies —repite. Asiento.
—Si. ¿Cómo van las cosas con Jacob? —pregunto. Hace una mueca.
—No sé. Es como tú dices. Estoy bien hasta que no lo estoy. Y... sigo hablando con Martin —confiesa.
—Lo sé. No sabes lo difícil que es ser Suiza con ustedes.
—Le amo, pero... mentiría si digo que no siento algo por Jacob —reconoce.
—¿Por qué no somos lesbianas, o bisexuales siquiera? Seria todo más fácil. Estaríamos juntas, somos la una para la otra —bromeo. Ella se ríe.
—El mejor ship del 2019.
—El mejor ship de la década. Después de Larry, por supuesto —Zendaya se ríe.— Ve a dormir, mañana hablamos y te digo si hay algo que contar.
—Pásalo bien —me dice. Le sonrío.— Oye ______.
—¿Si?
—No está mal si sigues adelante ¿lo sabes, no? —me quedo en silencio.
—No estoy lista para eso —replico. Ella se encoge de hombros.
—Y si lo estás no está mal. Tal vez no para tener novio pero... salir.
—Es muy pronto —replico.
—¿Desde cuándo el tiempo es una medida para las relaciones? —pregunta.
—¿Me vas a decir que eso de las "bodas de plata", "bodas de oro" no existen? —pregunto. Ella niega con la cabeza.
—No. A lo que me refiero es que el tiempo no mide que tan importante es una relación.
Miro a Zendaya. Ella me conocía tan bien que a veces me sorprendía. No era tanto el tiempo que había pasado, sino que sentía que abrirme a aquella posibilidad que ella sugería era como traicionar lo nuestro, faltarle el respeto. Porque aunque haya durado dos años y no toda una vida, estar con Tom me cambió, dejó una huella en mí, y no quería tomar a la ligera la relación amorosa de mi vida.
Alguna vez leí que la primera relación es aquella del primer amor, esa que te hace ir de blanco al negro en un solo segundo, en que tus hormonas revolotean. Pierdes la inocencia, la incredulidad y, por primera vez, destrozas tu corazón. La segunda es aquella en que tienes más experiencia, pero aun así, cometes otros errores. Sufres, sufres más que en la primera. Rompes y vuelves, como en un constante circulo vicioso. Te cuesta desprenderte de aquella relación, pero cuando finalmente lo haces, eres más maduro, y te das cuenta que el "para siempre" puede duras cinco minutos como veinte años. Y luego está la tercera relación, esa en que te abres nuevamente a aquel sube y baja de emociones. Eres aprehensivo al inicio, y poco a poco, te va desnudando hasta dejarte en tu esencia.
Aquello no hablaba de que tuvieras solo tres relaciones en la vida. Hablaba de aquellas que te marcan. Raúl fue mi primer amor. Claudio fue aquel amor tormentoso que me dejo destrozada pero también más sabia. Y Tom, Tom era aquel que había dejado mi ser al descubierto, que me había ayudado a descubrirme a mí misma.
No quería ver un fin a aquello. Pero Zendaya tenía razón. No hay solo tres amores en tu vida. Y aunque duela, aunque escueza, debo aceptar que se acabó.
Una hora más tarde me encuentro con un vestido de gamuza color negro, pantys semitransparentes negras y unas botas bucaneras de plataforma de color negro. Noviembre había traído consigo una helada brisa que calaba hasta mis riñones.
Aidan esperaba en la sala de estar con un sweater gris de cuello alto y jeans oscuros. Su cabello, ahora un poco más largo, caía hacia un lado con un aspecto despeinado pero que era demasiado perfecto para que realmente lo fuera.
¿Por qué me sentía tan nerviosa si no era una cita? Era Aidan, mi amigo. Sara había peinado mi cabello hacia un lado, haciéndome una trenza en cascada por el costado derecho. Me había maquillado sutil, mascara de pestañas, labial neutro, una sombra de ojos cobre.
Aidan sonríe al verme y se me acerca al pie de la escalera.
—Hola —saluda. Sus ojos verdes son hipnotizantes.
—Hola, conde —le molesto. Se ríe.
—¿Lista para conocer Oxford? —pregunta. Frunzo el ceño.
—Aidan, llevo más de un año viviendo acá. Conozco Oxford —replico. Vuelve a reírse.
—Pequeña _______, aun te falta mucho por ver —susurra.
Con aquel críptico mensaje, salimos de la residencia. Caminamos por las calles, mientras Aidan muestra ciertas cosas que hasta entonces eran desconocidas para mí. Pasamos junto a la torre Carfax, Oxford Town Hall, vemos por fuera la iglesia de Cristo y nos detenemos en la tienda de Alicia en el país de las maravillas, donde nos sacamos fotos junto al conejo y la puerta roja que destaca en las paredes de piedra.
Finalmente, tras veinte minutos de caminata, llegamos al puente Folly. Aidan coge mi mano y me lleva a un edificio junto al rio Támesis que tiene un letrero que reza "The head of the river". Pasamos entre las mesas de un restaurante hasta llegar a una pequeña cabaña de madera oscura con puertas blancas y ventanas de marco blanco. En el agua, varias embarcaciones pequeñas y varios grupos de personas a la orilla.
—¿Qué tal un paseo en bote? —pregunta.
—¿Sabes navegar? —pregunto el asiente. Suelto un bufido.— Por supuesto. La nobleza...
—No es tan difícil usar los remos —se defiende.
—Claro. Y también sabes pilotear un avión, ¿no? —me burlo. Entrecierra los ojos.
—Muy graciosa.
Aidan se acerca a un hombre de unos cincuenta años, cabello entrecano, de piel morena. Aunque su gesto es tierno, no puedo evitar recordar el paseo con Tom, en aquel pequeño crucero, la primera vez que fui a Londres. Parece que fue hace una eternidad, y sin embargo, aún recuerdo los nervios que me invadieron, la canción que bailamos, la deliciosa comida...
—¿Lista? —pregunta Aidan, trayéndome de vuelta al mundo real. Asiento y esbozo mi mejor sonrisa.
—Pobre de ti que nos caigamos al agua, porque me da una neumonía y ya está claro que la muerte me ronda de cerca —le advierto. Se ríe a carcajadas.
—Vamos —me ofrece su mano. Dudo unos segundos antes de cogerla.
Subimos en un pequeño bote rectangular de madera, pequeño, solo para nosotros dos. Me siento, algo nerviosa. Aidan se despide del hombre (al parecer lo conocía) y comienza a remas por el rio.
—¿Adónde me llevas exactamente? —pregunto.
—Tal vez se me ha olvidado comentarte que soy parte del club de remo de Trinity —suelta de pronto.
—Ya nada me sorprende de ti, realmente —admito.
Avanzamos por el rio, observando los prados de la iglesia. Pasamos junto a muchos cruceros. Aidan me muestra las escuelas de remos de una pequeña isla, continuamos navegando hasta introducirnos en un canal más angosto lleno de vegetación. Aidan se muestra tan seguro y para nada cansado. Vemos pájaros que desconozco y patos nadando sin inmutarse ante nuestra presencia.
Finalmente, regresamos por el mismo camino. No había reparado en que habíamos bordeado la pequeña isla. Pero en vez de volver al punto de partida, bajamos frente a un lujoso restaurante llamado "The Folly". Con la puesta de sol, y la luminosidad tenue, habían encendido las luces del lugar, dándole un aspecto un tanto mágico. Esto era una cita con todas sus reglas, y aquello me aterraba un poco.
—¿Te apetece cenar? —pregunta. quiero decir que no, pero mi boca dice otra cosa.
—Seguro.
Nos bajamos del bote con ayuda de dos hombres y entramos al elegante restaurante. Nos sentamos en el segundo piso junto a una de las ventanas, con luces colgantes que parecen ramas de árboles. El techo es de vidrio y permite ver el cielo. La luna ya se ha asomado y unas pocas nubes la cubren momentáneamente.
Aidan pide solomillo de vacuno con puré de trufas y verduras salteadas. Yo me pido pescado con gnocchis de cebolla caramelizada, brócoli y dos salsas que desconozco. Además, pide una botella de vino blanco chileno.
—No robes mis gnocchis —le reclamo a Aidan. La comida se siente como una explosión de sabor en mi boca.
—Si me das unos pocos, te doy puré de trufas —dice.
—Y un poco de carne —negocio. Él se ríe y acepta.
A pesar de lo mucho que me asusta lo serio que se ve esta cita (aunque no sé si lo es realmente), me la paso muy bien, riendo y comiendo. Cuando terminamos, reparo en que nos queda poco vino en la botella.
—No sé si estoy comenzando a ser alcohólica o la comida me incita a beber —comento, sirviéndome la última copa.
—¿Aun no te das cuenta? Mi plan es emborracharte y aprovecharme de ti —bromea. Me hago a sorprendida y parpadeo.
—¿Tus intenciones no eran buenas? Vaya. Y yo que pensé que eras un caballero. Con todo eso de que eres el primo de la reina —le sigo el juego. Suelta una carcajada.
—Los de la realeza somos los más perversos —comenta. Bebo un sorbo de vino.
—Ya lo creo —afirmo. El mesero se nos acerca a retirar nuestros platos.
—¿Desean un postre? —pregunta. Niego con la cabeza, pero Aidan tiene otros planes.
—Una pavlova de frutilla —pide él.
—Enseguida —replica el mesero, se va.
—Tú no solo quieres emborracharme, sino que hacer explotar mi estómago y que caiga en coma diabético —le acuso. Aidan coge su copa y la acerca a sus labios.
—Créeme, vale la pena —susurra. Bebe un sorbo, y deposita la copa cerca de donde mi mano izquierda se apoya.
Su mano se queda cerca de la copa, y sus dedos rozan los míos. Mueve la mano me digo a mi misma, y sin embargo, no lo hago. Su mano deja la copa y se apoya en mi mano. Sus ojos me miran fijos, y yo, con mi copa en mano, cerca de mi boca, solo atino a beber.
—Tengo que tomar aire —susurro, y me levanto de improviso.
Me acerco a una pequeña terraza que da a la fría noche que ha caído, mirando el rio por donde siguen paseando algunos cruceros. Apoyo mis manos en la baranda de madera blanca, con el corazón latiendo a mil por hora.
Aidan se coloca junto a mí, su mano junto a la mía. Estoy nerviosa, demasiado, y no sé cómo actuar. Quiero salir corriendo, pero una parte de mi quiere ver a donde va todo esto.
—Es demasiado pronto ¿verdad? —pregunta en voz baja. Trago saliva y miro mis manos.
—No lo sé —replico con honestidad.— Ni siquiera sabía si esto iba a ser una cita.
—No quería presionarte —confiesa él. Volteo lentamente para mirarlo.
—No sé cómo me siento Aidan.
—Lamento si te hice sentir incomoda —replica. Sus ojos profundos me hacen perderme en ellos.
—No lo hiciste —susurro.
Sus dedos se estiran y se entrelazan con los míos. Se acerca más a mí. Su cercanía no me incomoda, al contrario, me es agradable. Sus ojos estudian mi rostro, buscando algo que desconozco.
—Sabes cómo me siento —musita, en una voz apenas audible.— No voy a pedirte explicaciones ni que me digas lo que ronda por tu cabeza. No quiero apurarte. Pero tampoco quiero apartarme, a menos que me lo pidas.
Se queda en silencio, esperando a que le pida que se aleje, que no se me acerque. Y parte de mi quiere hacerlo. Esta escena es similar a aquel balcón de un hotel de Los Angeles, mirando las estrellas, cuando la suerte o el destino golpeo mi puerta, cuando mis sueños más locos se hicieron realidad.
Pero los sueños son eso, sueños. Y ahora las circunstancias distaban mucho de aquel recuerdo.
Mi cabeza, en un completo dilema, debatiéndose en aquel enredo de emociones y sentimientos que me invadían. Me era prácticamente imposible decidir algo, actuar.
Los ojos de Aidan miraban pacientemente. Sin apuro, sin presión. Dispuesto a lo que yo pudiese darle. Dispuesto a alejarse si se lo pedía, libre de todo egoísmo que pudiese existir en su ser. Un verdadero Hufflepuff pensé. Y sin embargo, había veces en que era necesario ser egoísta. Buscar lo mejor para uno mismo era un reto para mí. Pero allí, mirando sus hermosos ojos, no parecía algo tan imposible.
—Quédate —susurro finalmente.
Una sonrisa se esboza en los labios de Aidan.
Poco a poco, se inclina. Coloca una mano en mi mentón, y sin dejar de mirarme, se acerca hasta posar sus labios sobre los míos. Cierro los ojos, sintiendo por primera vez la calidez de su boca. Su beso es gentil, tal como él.
Y siento culpa. Culpa por besarlo. Culpa por lo mucho que me agrada su beso. Culpa porque, no hace mucho, pensaba que por el resto de mi vida besaría otros labios. Y ahora no.
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Ya tengo mi búnker acorazado, así que ni se molesten en lanzar bombas.
Capítulos restantes para el final de todo: 11 (no, no habrá más libros caris)
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les leo, lectores insaciables <3
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