Nuevos horizontes
1 mes y medio después.
Regresar a Italia no fue fácil, sentía que algo había cambiado, recorrí la casa en busca de algún cambio a pesar que la señora Josefina, la encargada de cuidar la casa, me dijo que no se había movido nada, que todo estaba tal y como lo dejé hace unos meses. Después de dos días con esa extraña sensación de cambio, entendí que todo seguía igual, la que había cambiado era yo.
Decir que no pensé en Ian sería otra mentira, porque pienso en él todo el día, a veces incluso de manera inconsciente. No puedo ver margaritas porque una extraña sensación de vacío y melancolía me invade y no puedo evitar querer llorar. Así que pedí que quitaran todas las margaritas que había en el jardín, a la señora Josefina se le hizo muy raro porque sabe que son mis favoritas, pero no dijo nada e hizo lo que yo pedí. A veces quise llamarlo, varias noches cogí mi teléfono y me quedé viendo la pantalla con su número, pero al final nunca llamé. También le pedí a David que no me hable de él o ya no iba a contestar sus llamadas. Annie cuando me llama no lo menciona, algo que le agradezco. Sophie no me ha llamado y yo tampoco a ella. Alex estaba algo molesto conmigo al igual que Elisabeth por irme así, sin ninguna explicación. Aún hay noches que me acuesto llorando pensando en él y en todo lo que pasó. Y aún conservo la cadena con la pequeña margarita porque simplemente no tuve el valor de botarla. Porque una pequeña parte de mi aún tiene esperanza.
Aplaudo a mis amigas cuando su ensayo termina. Me paro de los asientos y camino hasta el escenario. Mishel es la bailarina principal, ella fue mi amiga desde que yo empecé a bailar aquí. Ahora no bailo, solo vengo algunos días a verlas practicar y de vez en cuando practico algo, pero nada profesional.
—Eso ha estado magnífico —le digo a Mishel mientras la abrazo—. Casi perfecto.
Ella se ríe.
—Casi, aún tenemos tres días para que sea perfecto. ¿Vas a venir a vernos?
Yo le digo que sí con la cabeza.
—Por supuesto, no me lo perdería.
Nos juntamos con las demás y empezamos hablar de algunas anécdotas de aquella vez que estuvimos en Viena. Practico algunos giros que pensé que no me saldrían y para mi sorpresa, lo hago bien, pero tendría que ensayar día, tarde y noche si quisiera igualarme a ellas. En el ballet hay que practicar constantemente, no puedo venir como si nada y querer bailar de principal. Aunque la idea de volver a bailar nunca apareció en mi mente.
Volví a Italia para alejarme de todo lo malo, no puedo evitar pensar en las palabras de Sophie, ella dijo que era una cobarde y lo soy. Yo no niego eso, sería absurdo negarlo. A veces me arrepiento de mi decisión y quiero salir corriendo y subirme en un avión para verlo, algunas noches lo único que quiero es verlo y me odio por ser tan cobarde. Pero no puedo volver, no podría soportar el ver a Eleanor en su estado de embarazo o mucho menos podría soportar ver a su hijo. Es demasiado para mí. No sé cuánto tiempo tardaré en acostumbrarme a estar sin él, ningún tiempo parece suficiente.
Camino por la acera distraída mirando las vitrinas de las diferentes tiendas cuando alguien me empuja y me hace chocar contra una de las vitrinas. El culpable de mi golpe me ayuda y puedo ver el arrepentimiento en sus ojos claros. Él me ayuda y no deja de disculparse.
—Está bien —le digo—. Yo también iba distraída.
Me paso una mano por el cabello mientras el me tiende su mano.
—Lo siento —me vuelve a decir—. Soy Miguel.
No puedo evitar reírme por la extraña coincidencia. Él me mira sin entender nada.
—Oh, lo siento, soy Emma —le digo mientras tomo su mano—. No me estoy riendo de ti, es que hace un tiempo estaba buscando un Miguel. Deja que le cuente esto a mi mejor amigo, también le va a dar mucha risa.
Él me mira con mucha curiosidad.
—Haré como que eso no es lo más extraño que escuchado hoy o en todo el año.
Nos quedamos mirando un momento hasta que él decide hablar.
—¿Te importaría si te invito a tomar algo? —me pregunta.
No, en cualquier otro momento hubiera respondido que no, pero ahora me quedo pensando un momento en que responder. En realidad, no me importa y tampoco tengo a alguien a quien dar explicaciones, no entiendo porque sigo parada frente a él sin decir nada.
—Sí, es decir no, no me importaría —que idiota soné—. Vamos.
Vamos a un bar que queda cerca, le dije que yo no tomo alcohol y le resultó interesante, no entiendo por qué. Le cuento un poco de mí, casi nada, solo cosas banales. Y mientras él me habla, no puedo dejar de pensar en Ian, en que él no me diría eso, que no estaría bebiendo eso.
Deja de pensar en él, deja de pensar en él, deja de pensar en él.
—¿Piensas volver con tu familia? —me pregunta Miguel.
Miro la mesa y tomo mi vaso de jugo para darle un sorbo.
—Creo que no, tenía pensando irme a Francia un tiempo y después tal vez a Londres, aún no lo sé.
Aún no se sé que quiero hacer con mi vida. No quiero pensar mucho en el futuro, tampoco en el pasado, solo quiero vivir el presente. Pero no le digo nada de esto a Miguel porque siento que no tiene sentido, sé que no lo voy a volver a ver, a pesar que él parece muy interesado en mí, pero yo no lo estoy de él.
Es absurdo creer que puedo empezar a conocer a alguien más cuando aún no puedo olvidar a Ian.
—Me tengo que ir —le digo mientras me paro de mi asiento.
—¿Crees que nos podemos volver a ver? —me pregunta.
No pienso dos veces la pregunta y redondo enseguida.
—No, lo siento.
Me voy sin dejarlo preguntar algo más. No tendría sentido darle esperanzas. Quizás en otro momento, quizás si yo siempre me hubiera quedado en Italia y no hubiera conocido a Ian, Miguel y yo pudimos haber tenido algo, pero no fue así.
Cuando llego a la casa, me siento en el portal y observo el hermoso paisaje, a mí siempre me gustó sentarme aquí junto a mi abuelo y ver los verdes prados, el azul del cielo que parece no terminar jamás.
Mi teléfono suena y no puedo evitar sonreír al ver quien es.
—Hola, querido y adorado amigo.
David suelta un bufido.
—No vengas con adulaciones Emma, que horror contigo, si yo no te llamo tú no te acuerdas de mí. Eres una amiga muy ingrata.
Suelto una pequeña risita. Extraño mucho a David.
—Te tengo una sorpresa —me dice él—, aunque no te la mereces por mala amiga, pero bueno, como yo soy una excelente persona y el mejor amigo que alguien puede tener igual te la voy a dar.
Alábate pato.
—¿Qué es? —le pregunto con impaciencia— Vamos dime, sabes que no me gustan las intrigas.
Él guarda silencio un momento para darle suspenso.
—Te voy a ir a visitar, pero no voy a ir solo —me dice—, no te voy a decir con quien voy a ir.
Sé que solo se está haciendo el interesante, es obvio que va a venir con Annie, porque con Sophie lo dudo mucho. La última vez que hablé con Alex, que fue hace cuatro días, me dijo que ella estaba en un crucero. Por un momento pienso que quizás es Ian, pero sé que David no podría guardar un secreto así.
—Ves, no puedes vivir sin mí —le digo—. ¿Cuándo llegas?
—No creas, solo voy porque me merezco unas vacaciones, porque no sé tú, pero yo si trabajo. Llego mañana, ¿no es increíble?
Me sorprendo que venga tan rápido, me emociona, pero pensé que vendría en una semana.
—Lo es, un poco más y me avisas mañana cuando ya estés en la puerta de la casa.
—Que afrentosa —me dice. No puedo evitar reír, él siempre me decía así en el colegio—. Te dejo, tengo un vuelo que tomar para visitar a la amiga más ingrata que existe. Por cierto, te llevo un poco de agua bendita para que te purifiques, ya me imagino la vida llena de pecado que estas llevando.
Me cuelga el teléfono sin dejarme despedirme de él.
Entro en la casa y le aviso a la señora Josefina que mañana van a llegar dos amigos para que arregle las habitaciones.
Paso casi todo el día dando vueltas de un lado a otro esperando el mensaje de David avisándome que ya llegó. Estoy sentada en la sala tratando de leer un libro para entretenerme, pero no está dando resultado. Cuando mi teléfono suena y veo el mensaje de David, pego un pequeño salgo de felicidad, lo extrañado mucho y Annie también.
El timbre suena.
—Yo abro —grito.
Corro hacia la puerta y cuando la abro la sonrisa abandona mi rostro.
—¿Qué haces tú aquí? —pregunto.
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