Las balas perdidas de este amor

Llorar es todo lo que puedo hacer en este momento, él está detrás de la puerta tocando y gritando. Quiere que lo escuche, pero en este momento no puedo, no quiero. Sólo quiero llorar, me duele saber que ella le va a dar algo que yo no puedo. ¿Por qué la vida es así de injusta?

La odio a ella, lo odio a él, los odio a todos.

—Emma, por favor —lo escucho decir.

Pero yo no puedo decir nada. ¿Qué puedo decir en este momento? Me siento en el piso frente a la puerta blanca y lo único que puedo hacer es mirarla.

—Emma, por favor, hablemos.

No, está vez no. Esta vez duele mucho, esta vez tocó un punto muy delicado.

—Me voy a quedar aquí hasta que podamos hablar.

No me importa, podría quedarse ahí toda la vida porque no quiero hablar con Ian por ahora, aunque tampoco creo que quiera hablar con él mañana o pasado mañana. Ya da igual, si se queda o se va, da igual todo. Posiblemente Ian tendrá un hijo con ella, un pequeño de cabello oscuro, una mini replica de él. Ella le a dar un hijo, el hijo que yo soñaba darle, el hijo que jamás podremos tener, ella se lo va a dar. Ella va a poder sentir a ese bebé en su vientre, podrá sentir sus pataditas, sentirlo crecer, escuchar los latidos de su corazón. Y yo jamás podré tener eso. Jamás.

Me paro del piso y camino hasta la nevera en busca de agua, siento la garganta muy seca. La puerta vuelve a sonar y tiro con fuerza el vaso de agua al piso. Los vidrios se esparcen por toda la cocina. Empiezo a botar todo lo que puedo, escucho como se quiebran en el piso y el estruendo que hacen. Tiro platos, vasos, cucharas, todo lo que tengo a la mano. Camino hasta la sala y siento como un pedazo de vidrio se incrusta en mi pie y me hace gritar, pero en ese momento veo aquel jarrón blanco lleno de margaritas y no me detengo a revisar mi pie, camino hasta el jarrón y lo tiro con fuerza contra la puerta. Estoy a punto de caminar hasta el otro jarrón cuando la puerta se abre de golpe con un fuerte estruendo. En el marco de la puerta esta Ian de pie mirándome con arrepentimiento, como si eso fuera suficiente, a su lado están Annie y David.

—Vete —mi voz es apenas un murmullo—, solo vete.

Él intenta dar un paso hacia mí, pero yo levanto las manos y le hago una seña para que retroceda.

—No, esta vez no —le digo.

Camino hasta el otro jarrón y lo tiro al piso con fuerza. Las lágrimas empiezan a nublarme la vista.

—Emma, cariño, siéntate —me dice con suavidad David mientras entra despacio y me hace una seña para que me tranquilice—. Respira, no queremos que te de un ataque. Respira, cariño, solo respira.

Pero respirar no funciona, el dolor sigue ahí, latente dentro de mí. Lo que él hizo sigue ahí. Respirar no sirve de nada.

—Escúchame —me pide Ian—, por favor.

Niego varias veces con la cabeza.

—Ian, ella necesita tiempo —le dice Annie—, será mejor que te vayas, por favor.

Él me mira a los ojos, veo dolor en su mirada, pero en este momento no me importa nada. Sólo quiero que se vaya, que me deje tranquila.

—Desearía nunca haberte conocido, daría lo que fuera por regresar a esa noche y jamás acercarme a ti.

Annie lo toma del brazo y trata de jalarlo hacia la puerta, pero él no se mueve.

—Emma...

—No, no quiero escucharte —le digo—Vete, ¡Vete! Tan solo vete.

Y lo hace, se marcha. Pero al verlo irse no siento la tranquilidad que pensé que sentiría. Annie cierra la puerta y le dice algo a David. Yo me siento en este momento a kilómetros de distancia, no soy plenamente consciente de lo que sucede alrededor.

Siento a David guiarme hasta el sofá, él me susurra algo mientras con suavidad retira mi zapatilla. Había olvidado el pedazo de vidrio que había en mi pie. Veo como Annie empieza a recoger los pedazos de vidrio que están regados por toda la casa. Cierro los ojos y recuesto mi cabeza en el sofá mientras David cura mi pie con mucho cuidado. Cuando me terminan de curar me llevan a la mi habitación.

—Descansa cariño —me dice David mientras me da un beso en la cabeza y me arropa—. Todo estará bien.

Quiero creer que es así, que mágicamente todo se va a solucionar o que todo era más que solo una pesadilla. Quiero poder despertar de este mal sueño, quiero regresar a unos meses atrás y jamás haber vuelto aquí. Debí quedarme en Italia, debí seguir en la academia de ballet, yo era muy feliz en aquel entonces. No debí volver, no debí ir aquella noche a la discoteca, no debí acercarme a él. Todo sería diferente si yo tan solo me hubiera quedado en Italia. Pero aún no es tarde, todavía puedo regresar ahí y no volver más, yo tenía una vida allá, una vida que me gustaba mucho.

Unas voces me despiertan, me siento en la cama y trato de escuchar de quienes son esas voces. La puerta de mi habitación está entre abierta, la luz del pasillo ilumina levemente mi habitación.

—Yo soy su hermana —le dice Sophie a alguien—, así que sé lo que es mejor para ella, muévete y déjame pasar o te juro que te rompo esa bonita nariz operada.

Sophie golpea el piso con su tacón, es algo que ella hace cuando se impacienta.

—Y yo soy su mejor amigo, así que yo gano y deja las amenazas a un lado Cruela de Vil.

David chasquea los dedos, estoy segura que lo hace en la cara de Sophie.

—No es justo, ustedes llevan más tiempo con ella —dice Annie.

—No importa querida, tú estás conmigo así que somos dos hermosas personas contra Cruela de Vil.

Me paro de la cama y me duele un poco el pie cuando lo pongo en el piso. Con cuidado me pongo mis zapatillas y camino hasta la puerta.

—¿Qué están haciendo? —les pregunto. Mi voz suena débil.

Ellos me miran y veo algo de lástima en sus ojos. Detesto eso, nunca me gustó que las personas sintieran lástima por mí.

—Te ves terrible —me dice Sophie.

David le pega en el brazo y Annie Abrir la mira con desaprobación.

—Que sutil Sophie —le dice Annie—. Y después te preguntas porque no queremos que la veas.

Sophie les pone los ojos en blanco.

—¿Y qué quieren que le diga? Vaya, hermana, los cuernos te quedan de maravilla, te resaltan el azul de tus ojos.

David le vuelve a pegar en el brazo.

—David, te juro que si me pones un dedo más encima no va a quedar de ti ni el apellido.

David retrocede unos pasos y se cubre la nariz al escuchar el tono amenazante con el que le habla Sophie.

—Basta de peleas —interviene Annie mientras me señala con la cabeza—. ¿Cómo estas Emma?

Me encojo de hombros, no sé qué decir.

—¿Qué pregunta más tonta es esa? Obviamente está mal, con lo ingenua que es seguro le creyó todo a Eleanor —dice Sophie—. O me equivoco.

—Ella me enseñó una prueba de sangre. Ellos se acostaron, él corrió a los brazos de ella a penas y dejamos lo que teníamos. Jamás me habló de eso, jamás me dijo que se acostaron. Y está embarazada, ella le dará un hijo. ¿No lo entiendes? Se acabó, no puedo con esto.

Entro a mi habitación y corro hasta mi armario, saco mi maleta y la abro en el piso. Empiezo a guardar algo de ropa con cuidado en la maleta.

—¿Qué estás haciendo? —me preguntan.

No respondo y sigo arreglando mi maleta.

—Creo que enloqueció —dice David en un tono muy bajito—. ¿Sería muy malo si le damos una cachetada para que reaccione?

—Creo que no —dice Sophie—, atrás, déjenme, yo le pego.

Ella da un paso hacia mí, pero Annie la sujeta del brazo.

—Nadie le va a pegar —interviene Annie—. Pueden dejar la agresión a un lado.

—Es verdad. ¿Por qué eres así Sophie?

Me paro y camino hasta mi tocador para coger algunas cremas y perfumes. Cuando ya tengo todo listo cierro la maleta.

—Me voy a Italia —les digo—. Y no pienso regresar.

Sophie empieza aplaudir mientras David y Annie me dicen que piense con la cabeza fría. Pero no hay nada que pensar, la decisión ya está tomada. Me voy.

—Esto es tan típico de ti —me dice Sophie—, siempre huyes cuando las cosas se ponen difíciles. Huiste hace años con el abuelo, hace meses después que te acostaste con Ian y vuelves a huir ahora. Eres una cobarde.

David se acerca a mí y me quita el bolso donde estoy guardando mis documentos, no pongo resistencia porque Sophie tiene razón, siempre estoy huyendo, soy una cobarde.

—No sé qué más hacer —les digo—. Me duele mucho. Ustedes no entienden, no comprenden cuanto duele.

Me siento en la cama y David se sienta a mi lado, recuesto mi cabeza en su hombro.

—Luchar —me dice Annie—. Emma, Ian es mi hermano, lo conozco muy bien y créeme cuando te digo que él estando en sus cinco sentidos jamás se hubiera acostado con Eleanor. Él no te hubiera engañado, aquí está pasando algo raro. Esta en ti tratar de averiguar la verdad o simplemente marcharte.

Todos me miran.

—¿Qué vas hacer? —me pregunta David.

—Me voy, lo siento, pero es lo mejor.

—Bien, te acompañamos al aeropuerto.

Asiento con la cabeza, David me ayuda con mi maleta y mi bolso mientras yo saco mi teléfono para llamar y conseguir un vuelo lo antes posible a Italia.

Bajamos por el ascensor y esperamos a que Annie saque su auto del garaje. Una leve llovizna cae en la ciudad, tengo frío. Saco mi chaqueta negra y me la pongo.

—Te vas —la voz de Eleanor me trae de vuelta a la realidad—. Con que facilidad entendiste que no eres rival para mí.

Sophie da un paso hacia ella, pero yo la detengo.

—Qué pena que no entendieras a tiempo que no eres rival para mí. Emma, quizás y podrías ser la madrina de nuestro bebé.

Ella se ríe, está disfrutando mucho de este momento.

—Agradece que estas embarazada —le digo—, esa es la única razón por la que no te pego ahora.

Sophie me mira con una sonrisa.

—Tú no puedes —me dice—, pero yo sí.

Y después de decir eso, Sophie golpea la mejilla de Eleanor y después de un momento le golpea la otra.

—Te lo mereces —le dice David—, por ser tan mala. Seguro le pusiste algo a Ian para que se acueste contigo.

Y las palabras de Annie vuelven a mi mente, ella dijo que él estando en sus cinco sentidos jamás se hubiera acostado con ella. Estoy tan sumida en mis pensamientos que no me doy cuenta cuando Eleanor se va.

Annie pita para que vayamos al auto. Meto mis manos en los bolsillos por el frío y encuentro aquella cadena que Ian me regaló. Él debió ponerla aquí. ¿Cuándo? No lo sé, ya no importa. Veo como David guarda mis cosas en el maletero y le dice algo a Annie y a Sophie, yo no les prestó atención y me subo en el auto.

El auto avanza despacio por las calles mientras empieza a llover. Pronto estaré a millas de distancia y no pienso volver.

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