El destino te esta alejando
Un punzante dolor de cabeza me despierta cuando me muevo en la cama y la luz de la mañana ilumina mi rostro. Abro despacio los ojos y tengo que volverlos a cerrar porque la luz solo hace que el dolor aumente. Me quedo quieta. Mi boca sabe fatal y me siento del asco. Jamás me he sentido tan mal en toda mi vida. Mi estómago está revuelto, quiero vomitar, pero contengo las ganas de hacerlo porque odio vomitar. Juro que no vuelvo a beber en toda mi vida. Odio el alcohol, lo odio tanto en este instante.
Escucho unos pasos y como la puerta de mi habitación se abre.
—¿Cómo estás? —pregunta Ian, puedo escuchar algo de diversión en su voz.
Poco a poco empiezo a recordar todo lo que pasó anoche y la razón por la que él está aquí, no puedo creer que lo llamé por una pizza. Aunque en realidad no me arrepiento.
—Fatal, me siento terrible.
Mi voz suena áspera y me cuesta hablar.
—Se llama resaca, empeora con la edad.
No entiendo porque las personas se emborrachan si después se van a sentir así, es algo estúpido. La resaca es horrible, siento que estoy muriendo, ya veo la muerte, está tan cerca de mí.
—Ian, creo que me voy a morir.
Él se ríe y lo mataría con mis propias manos si al menos pudiera moverme o abrir los ojos, pero este estúpido dolor de cabeza no me deja.
—No seas dramática —me dice y siento como se acerca a mí—, toma esta pastilla, te quitará el dolor y una ducha fría el malestar.
A regañadientes abro la boca y con ayuda de mucha agua me la trago. Pero no tengo fuerzas para pararme y bañarme.
—Me puedes bañar, no tengo fuerzas para hacerlo sola —digo de forma tierna para tratar de convencerlo.
—No, así aprenderás a beber con moderación.
Me quejo, pero a él parece no importarle.
—Muévete, prepararé algo de desayunar.
Escucho como cierra la puerta y con mucha fuerza de voluntad que no sé de dónde sale, me siento en la cama y con los ojos cerrados me paro y voy tanteando el camino hasta el baño. Cuando llego al baño me quito la ropa y entro en la ducha. El agua fría me hace pegar un fuerte grito. Escucho como alguien entra corriendo y veo a Ian que abre la cortina y luce preocupado. Me mira de pies a cabeza.
—El agua está muy fría —digo a modo de explicación.
—¡Dios! Emma pensé que te pasaba algo.
Me mojo la cara y lo miro.
—Ian, el agua fría a esta hora de la mañana, en esta época del año es algo terrible.
Él me vuelve a mirar y se recuesta en la pared del baño con los brazos cruzados.
—Acabo de reconsiderar la idea de ayudar a bañarte —me dice con una sonrisa.
Yo le devuelvo la sonrisa.
—No galán, usted ya perdió su oportunidad. Mejor regrese a la cocina y siga haciendo mi desayuno, que está belleza que está aquí tiene mucha hambre.
Él no puede evitar reírse mientras niega con la cabeza. Yo también me rio mientras veo cómo se va y cierra la puerta.
Cuando me termino de bañar me envuelvo una toalla en la cabeza y busco algo cómodo que ponerme. Salgo de mi habitación y sonrió ante el buen olor que viene de la cocina, pero me detengo cuando veo en el piso de la sala acostados a Sophie y David y en el mueble a Annie. Están dormidos y veo más botellas de alcohol en sus manos, por lo visto ellos continuaron con la fiesta sin mí.
—Ellos están peor que yo.
—No tienes idea lo que me hicieron pasar anoche, fue la peor noche de mi vida. La policía los trajo porque estaban haciendo escándalo en la vía pública, al parecer le llevaron serenata a Jazper. ¿Puedes creerlo? Lo peor es que esa ni siquiera era la casa de Jazper.
Suelto una fuerte carcajada y coloco una mano en mi boca para sofocar el sonido.
Pobre Ian, tener que lidiar solo con tres borrachos problemáticos. Me acerco a él y rodeo su cuello con mis manos.
—Creo que te mereces una recompensa por eso.
Acerco mis labios a los suyos y lo beso, es suave, no hay prisas en este beso. Este beso sabe a calma, a hogar.
—Te amo —le digo.
—Anoche dijiste que amabas más la pizza que a mí —me dice él.
No puedo evitar reírme, porque no dudo que yo haya dicho algo como eso.
—Bueno, hoy te amo más a ti.
Él me carga y yo rodeo mis piernas en su cintura. Me sujeta con fuerza como si temiera que fuera un sueño y yo fuera a desaparecer en cualquier momento, yo también me aferro a él mientras el beso se va volviendo más determinante, más apasionado.
—Vamos a mi habitación —le digo mientras besa mi cuello.
Él empieza a caminar hasta mi cuarto y cierra la puerta con el pie.
—El seguro —le digo, no confío en dejar la puerta sin seguro estando esos tres terremotos ahí afuera.
Ian me baja y pone el seguro a la puerta, después se gira y me vuelve a besar. Me rodea con fuerza entre sus brazos mientras me lleva a la cama.
—Eres tan pequeña —me dice mientras me quita la blusa—, y tan perfecta —sonríe cuando se da cuenta que no tengo sostén. Me quita el pantalón de chándal y después mis bragas.
Le sonrió, adoro la forma en la que él me mira, la manera en la que sus dedos me acarician. Me siento especial, amada. A Ian le gusta que yo me sienta así.
—Ahora es mi turno —le digo mientras me siento en la cama y le quito la camisa mientras voy dejando suaves besos por todo su torso. Quito el cinturón y escucho algunos murmullos afuera.
—No tenemos mucho tiempo —le digo mientras le hago una seña para que se quite el pantalón y el bóxer.
Él me vuelve a besar mientras me estrecha entre sus brazos, me gusta sentir su piel desnuda contra la mía.
Ian entra en mi con fuerza. Hoy no hay tiempo para dulces caricias, es rápido y duro, me gusta. Me gusta la forma salvaje de sus caricias, como si estuviera tratando de marcar mi piel de la misma forma que marcó mi alma. Me gusta la forma en la que me devora con la mirada.
—Quiero ir arriba —le digo y él nos gira dejándome a mí arriba.
Me gusta marcar el ritmo, verlo a los ojos mientras me muevo y veo como mis movimientos lo enloquecen, como lo acerco al orgasmo con cada suave movimiento. Sus manos se clavan en mis caderas con fuerza, Ian nos vuelve a girar dejándome a mí otra vez debajo de él. Estoy tan cerca de llegar al orgasmo, Ian también, lo siento en sus movimientos cada vez más salvajes. Clavo mis uñas en su espalda cuando llego al orgasmo y muerdo con fuerza su hombro para no gritar. Él llega al orgasmo un poco después de mí.
Me abraza y yo recuesto mi cabeza en su pecho.
—Vamos, Emma, tienes que desayunar.
Besa mi frente mientras se sienta en la cama y se empieza a vestir. Me siento y me pongo la blusa y mis bragas. Él sigue sentado en la cama y yo lo abrazo por la espalda mientras recuesto mi mentón en su hombro.
—Te amo —le digo.
Ian toma mis manos entre las suyas y las besa.
—Yo también te amo.
Nos quedamos así un momento, un momento que yo deseo que sea eterno.
Cuando salimos a la sala no hay nadie dormido en el piso. Están sentados en la mesa comiendo el desayuno que Ian hizo para mí.
—Son los peores, no es posible que se hayan comido mi comida. No me dejaron ni jugo.
Ellos no parecen arrepentidos por nada. Siguen comiendo y a penas y me miran.
—Perdón, pero cuando escuchamos lo que estaban haciendo decidimos no dejar que esta comida se desperdicie ya que ustedes prefiriendo ir de una a comer el postre —me dice David.
—Vamos a desayunar aquel lugar que te gusta —murmura Ian mientras besa mi mejilla.
Le digo que sí y algo en la muñeca de David llama mi atención. Camino hasta él y tomó su brazo y lo giro para ver la frase Vive el momento tatuado en su muñeca derecha.
—¿Te hiciste un tatuaje? —le pregunto.
Y él sonríe con mucho entusiasmo.
—Nos hicimos uno —me dice David mientras todos me enseñan sus tatuajes.
Todos tienen el mismo tatuaje en el mismo lado.
—¿Y yo qué? —les pregunto.
—Ni siquiera te podías mover, Emma —me responde Sophie—, estabas muy borracha. La próxima vez nos haremos uno contigo, deja el drama. Además, ni siquiera recordamos como nos hicimos esto.
—Exacto estaba borracha, hubiera hecho cualquier cosa.
—Me alegra saber eso —dice Ian con sarcasmo mientras toma mis manos y me jala hasta la puerta.
Me gusta venir a desayunar aquí. Está lejos de la ciudad, en medio de un hermoso bosque y cerca de un pequeño río. Es tranquilo, tan lleno de paz. Solía venir aquí con Alex casi todos los domingos.
—¿Te harías un tatuaje conmigo? —le preguntó a Ian.
Bebo un poco de mi malteada de mora.
—Sí —me responde—, por supuesto que sí.
Le sonrió emocionada.
—Deberíamos hacernos uno. Hoy después de desayunar.
Veo la reacción de Ian, me mira sorprendió y después simplemente se ríe. A veces me da miedo asustarlo con mis ocurrencias, que mi espontaneidad algún momento le llegue a molestar.
—Bien, hagámoslo —me dice.
Su teléfono suena antes que yo le pueda decir algo. Él frunce el ceño y se disculpa mientras se para a contestar. Se aleja mucho, camina hasta la cuerda roja cerca del río. Veo como sujeta el teléfono con fuerza y como trata de contener el coraje que le produce la persona con la que está hablando. Cuando termina la llamada, se queda un momento ahí de pie mirando aquel enorme árbol del otro lado del río.
—¿Va todo bien? —le preguntó cuando regresa.
—Era Eleanor —me dice—, quiere verme, dice que es algo importante.
No me sorprende que sea ella, Ian estaba esperando su llamada, quiere hablar con ella sobre toda la farsa del embarazo.
—¿Cuándo?
—Hoy, a las cinco, también quiere que vaya Sophie. Dice que ya habló con ella y dijo que sí. Me mandará la dirección más tarde.
Eso no me gusta nada, siento que hay algo que Ian me está ocultando. Sé que Sophie tampoco me dirá nada, ella hablo con Ian ayer en la tarde y aún me intriga saber sobre que hablaron. ¿Por qué quiere verlos a los dos? Es una trampa lo sé, Ian también lo intuye, pero hay algo más y él no me lo va a decir.
—¿Vas a ir? —le preguntó.
—Sí —me responde.
Sé que nada de lo que yo diga o haga hará que cambie de opinión, él al igual que yo, quiere que todo ese caos se termine. Pronto todo terminará.
—Bien, pero antes iremos hacernos un tatuaje.
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